La poesía del siglo XX
en Chile.
Julio Espinosa ed. Visor, Madrid, 2005
Por Francisca Noguerol
La Estafeta del Viento. Revista de Poesía de la Casa América (Madrid) Nº 9 / 10 Invierno 2006
Nacida con el propósito de evitar la
balcanización cultural a que se encuentran
sometidos los países hispánicos, la
colección La Estafeta del Viento dedica
su segunda antología a la lírica chilena
del siglo XX. La tarea le ha sido encomendada
en este caso al interesante
poeta Julio Espinosa quien, haciendo
gala de un muy buen criterio, se ha
dejado aconsejar en sus elecciones por
Luis García Montero y Jesús García
Sánchez (directores del proyecto),
el reconocido hispanista Manfred
Engelbert y su compatriota y compañero
de aventuras literarias Andrés
Fisher.
Espinosa ha escrito un excelente prólogo
sobre la trayectoria de la poesía chilena
en el que incluye nombres de los
que, por razones de espacio –la antología
cuenta con la nada desdeñable cantidad
de quinientas seis páginas, con lo
que supera en mucho a su predecesora
venezolana– ha debido prescindir en el
volumen. Esta introducción se ve completada
con una actualizada bibliografía
para quienes quieran profundizar
en la historia de la lírica chilena en la
pasada centuria, estupendas síntesis de
la poética de los autores elegidos y breves
recensiones cronológicas de sus
obras.
En un país donde han visto la luz autores
de la talla de Pablo Neruda, Vicente
Huidobro, Pablo de Rokha, Gabriela
Mistral o grupos poéticos como La
Mandrágora, resulta imposible escapar
a la ansiedad de la influencia que provocan
los maestros. Encontramos una
buena prueba de ello en el “Ars poetique”
de Rodrigo Lira, revisión irónica
del poema homónimo publicado por
Huidobro en 1916.
Sin embargo, consciente de la difusión
alcanzada por los poetas mayores,
Espinosa ha prescindido de ellos para
dividir su antología en dos grandes grupos:
cuatro indiscutibles antecedentes –Nicanor Parra y la antipoesía,
Gonzalo Rojas y la búsqueda de lo
numinoso, Enrique Lihn y la alienación
urbana, Jorge Teillier y la poesía lárica–
y dieciséis continuadores encabezados
por Óscar Hahn, en el que culturalismo
y coloquialismo se dan la mano
con absoluta naturalidad.
Entre los restantes, son todos los que
están aunque personalmente eche de
menos los nombres de Pedro Lastra,
Eduardo Llanos y Jorge Montealegre.
De todos modos, el deseo de Espinosa
por realizar un antología plural queda
claro: incluye autores que viven fuera
de Chile desde el quiebre cultural que
provocó la dictadura –Óscar Hahn,
Waldo Rojas, Cecilia Vicuña– y se preocupa por representar la lírica mapuche
a través de la obra de Elicura
Chihuailaf, que explica con el sabor
telúrico de sus versos por qué el nombre
de su pueblo es traducible como
gente de la tierra.
El desgarro existencial producido por
el golpe del 73 se rastrea en poemas
como “La Bandera de Chile”, de Elvira
Hernández –que circuló clandestinamente
y se convirtió en referente indispensable
contra la dictadura– o el alegórico “Lobos y ovejas”, de Manuel
Silva Acevedo. En este momento, la
mayoría de los escritores se decantó por
una lírica neovanguardista, interesada
por experimentar con los códigos literarios
en un deseo de rebelarse –al menos
en el poema– contra las normas establecidas.
Algunos títulos ofrecen buenos
ejemplos de este hecho, como “El cisne
troquelado”, de Juan Luis Martínez, o “Palabrir: palabra”, de Cecilia Vicuña.
La impronta de la literatura anglosajona
explica la ausencia de verbosidad en
los poemas chilenos, como se hace
patente en el magnífico “Apocalipsis
doméstico” de Gonzalo Millán. En esta
misma línea la cultura Pop, con su
característica fusión de lenguajes procedentes
de los medios de comunicación
de masas, se refleja en poemas como “Vírgenes del sol inn cabaret” de Alexis
Figueroa, tan similar en su factura a A
la sombra de las muchachas sin flor, de
su coetáneo español Manuel Vázquez
Montalbán.
En general, los poetas coinciden en el
rechazo de la grandilocuencia, el
empleo de recursos narrativos y máscaras
líricas en los textos –“La Tirana” de
Diego Maquieira resulta un buen ejemplo
de ello– y la conciencia de que la
poesía no puede cambiar el devenir de
la historia, con lo que la épica nerudiana –con la clara excepción de Raúl
Zurita– es sustituida por el escepticismo
lihniano.
Este complejo panorama literario
queda perfectamente representado en
la antología elaborada por Espinosa.
No me queda sino aconsejarles que se
acerquen a ella con la conciencia de que
leerán un trabajo tan equilibrado como
inteligente. El viaje, se lo aseguro, no
les defraudará.