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El sueño de la historia, de Jorge Edwards

EL SUEÑO PENDULAR DE LA HISTORIA.

Por Osvaldo-Antonio Ramírez. *


Lejos de pretender el establecimiento de análisis estructurales, penetrar en los laberintos de la teoría de la lengua, hurgar en estatutos semióticos o funciones narrativas, perfectamente establecidas de acuerdo a los planteamientos en "El sueño de la Historia", la novela de Jorge Edwards -Premio Cervantes 1998-, he preferido referirme a la facultad del libro para acercarnos a la historia, a través de una lectura que nos hace sentir la cercanía de los tiempos. El sueño de la historia nos sumerge en el disfrute de doscientos años de pasado narrativo y presente del lector (llamémosle: Entrecruzamiento de las percepciones espaciales)(2) y nos invita a degustar el texto a veces frío, por momentos ácido, que mueve al lector a levantar la mirada y mirar la tarde para ver como la Historia cruza frente a nuestros ojos encandilados por la lectura.

Entonces, la historia se devela y parece que bajo una tela de araña, tejida de nube a nube, caerán las verdades escamoteadas por los vencedores. Para nadie es secreto que han sido ellos quienes escribieron y continúan escribiendo nuestra historia. El lector siente el sonido de una estación orbital que cuenta cada gota de aire que respiramos, y hasta creerá que marcha conducida por un tal Jorquera que nos paralizará cuando diga saber el contenido de nuestra última eyaculación. Pudiera surgir ante la vista detenida una partícula del Challenger, un fragmento del Muro de Berlín, un cadáver emergido de las profundidades del Golfo de Méjico, el sable de Francis Drake, los cartapacios de Joaquín Toesca con los dibujos deslumbrantes de la Casa de Moneda o el sonido del teléfono.

Hay en la Historia americanos en Madrid, París, Amsterdam o Miami, con los puños cerrados lanzando maldiciones a los campanarios mientras recorren maravillosas tiendas repletas de aparatos científicos que chisporroteaban el aire o anuncian Adidas, y se dicen a si mismos ¡Esto sí que es civilización¡ ¡Esto sí que es cultura!

La novela no permite al lector establecerse cómodamente en un largo período de parámetro temporal establecido(3) y desarrollado en el curso del tiempo(4), obligándolo a despertar, recordándole el presente inmediato de acontecimientos vivos, como el diálogo entre Ignacio segundo, el Narrador e Ignacio chico, uno de los primeros intercambios reales, concretos, que se había producido después del regreso y que, ni la alarma del padre, ni la obstinación ciega y juvenil del hijo, habrían permitido que llegara más lejos, porque lo que antes fuera una familia se ha constituido en personas alejadas por conflictos políticos.

Los tres Ignacios son la antítesis de los tres Antonios.

Ignacio el grande representa la frustración, que ha nacido en los días de la Primavera de Praga, provocada por el espectáculo de tanques apedreados por estudiantes y proletarios. Ignacio chico, por su parte, es la explosión juvenil, el empuje del corazón; mientras, sobre ellos sobrevuelan los restos de Don Ignacio, quien dice estar seguro de que el gobierno chileno enmendará rumbos. Alrededor de los tres Ignacios gira Cristina, quien despide un gustillo rancio y se mantiene en la Orden y sostiene que los mejores militantes son los más escépticos, los que sabían todo y, a pesar de eso, contra todo, continuaban la marcha, aunque ella tenga que, cerrando los puños, darse golpetazos en la frente, venciéndose a sí misma.

Ignacio el grande, ayudado de un fósforo, penetra en la pieza estrecha, hacinada de papeles, archivadores y carpetas polvorientas, comienza a hurgar y sacudiendo las manos llenas de polvo, se puso de pie con una sensación de mareo, como si la presión arterial le hubiera subido y cerró la puerta con el mayor cuidado. Para no molestar, pensó, a los fantasmas. A su lado, el lector se sitúa en el umbral de la memoria, a las puertas del mundo latente de nuestros antepasados y comienza la tarea -gratificante- de escarbar junto a él los papeles encontrados. ¿Edwards obliga al lector a sumarse a la búsqueda febril? Su memoria es ya la nuestra.

El narrador posee una categoría literaria, que corresponderá, grosso modo, al locutor y que en la narración clásica se le puede percibir sólo gracias a ciertos índices que lo constituyen; entre ellos, las modalidades gramaticales y los mecanismos narrativos elegidos(5); en El sueño de la Historia, se muestran indistintamente como el narrador y el Narrador y, a la vez, cede el discurso a personajes y al narratario, quienes participan directamente en la elaboración del texto, en la armazón que hemos elaborado a cuatro manos con el autor; quien, valiéndose de recursos literarios que sabe manejar muy bien, nos hace partícipes, obligándonos a suponer y construir, sobrepasando definitivamente el concepto de destino final de la obra en manos del lector.

La historia se acerca, casi podemos tocarla, y nos obliga (en su acepción buena) a permanecer dentro del volumen significante de la obra, dentro de su significancia(6). El lector, indistintamente, recibe una mezcla entre factores dinámicos y estáticos que provocan una cercanía del sujeto narratario con la historia, que deja de ser elemento auditor de la comunicación narrativa para tomar conciencia de que no está solo frente al texto y que ha dejado de existir fuera del libro: ahora también es sueño, historia fundida en pasado y presente. Nuestro lector, al salir a la tarde, cree que contemplará el juego de las luces y las sombras en una de las fachadas de la Casa de Moneda, o el escalonado de las cornisas, y sentimos que es mejor refugiarnos en la historia que vivirla. El pasado puede ser abismo, consuelo que nos aparta de lidiar con los asuntos del presente. Parece que un día, al levantar el teléfono, nos encontraremos con la voz del historiador difunto, quizás con la historia, ¡aunque un poco apagada!, o con el (N)narrador a veces implícito, otras marcado, que focaliza el texto de acuerdo a la necesidad de alejarse o buscar cercanía en el tiempo y en el enunciado narrativo. Esto obliga a suponer la historia mientras va y viene y nos sumerge en el sueño de vivirla. La vemos avanzar silenciosa y nos impulsa a buscar entre tanto documento de historiadores difuntos algún hilo que haya bordado nuestra alma con tanta huella, tal vez algún Joaquin Toesca y Ricci llegado acá para sumergirse en el empeño de mezclar adobe, piedra de cantera, claras de huevo y razas.

El lector levanta su vaso armado de pisco sour, aguardiente de caña o tequila, soñando poder brindar por la historia sentado en una plaza que pudiera ser la Plaza de Armas o la Plaza de la Catedral de La Habana, la iglesia Heredia de Costa Rica, tal vez la Torre de los Ingleses en Buenos Aires y, bajo los adoquines, cubiertos con un manto de tiempo y hasta de olvido, el polvillo de tantos Toesca.

La historia se muestra en su carácter pendular, esa es la condición suprema de nuestra existencia, péndulo eterno donde, sorprendentemente hemos sido narrador, alocutorio, escuchamos y leimos la diégesis y la vivimos. Todo este entrecijo caótico y gratificante impulsa a mirar la tarde, aspirar el aire movido por el tiempo, a veces frío, por momentos ácido y ver la historia que transcurre: sentimos deseos de lanzarnos a ella, subir a un pequeño planeta donde no habiten boabads, pero la historia misma, como en sordina, un poco apagada, susurra al oído del hombre y de la tarde para recordarle que, o agachamos el moño, o nos rompen los cojones.

A diferencia de la novelística posterior al boom, que centra la atención en temas menos trascendentes donde la macro historia funciona apenas como escenario y telón de fondo, en la novela de Edwards es la macro historia la que se alimenta de las pequeñas, y grandes, historias que la conforman para mostrarnos la dimensión que nos une, la explosión de un nacimiento y de una lengua común.

El sueño de la Historia viene a ser como La Sura que Abre El Libro o el Génesis de una nueva novelística hispana.

Los que alimentamos las noches de nuestra existencia sudando tanta letra, sabemos que la historia común que nos alienta no puede quedar colgada de una nube. Por eso estamos aquí, y por eso, a la vez, sabemos poco, y vacilamos, y la inseguridad, de cuando en cuando, nos mata.

 

NOTAS

(1) Se han utilizado citas textuales de la novela, que he preferido no señalar como comúnmente se hace. Será el lector el encargado de discernir la voz del autor.
(2) Ángelo Marchese, Las estructuras espaciales del relato. La narratología hoy. Editorial Arte y Literatura, 1989.
(3) Juan Carlos Lértora, La temporalidad del relato. Ibid
(4) Juan Carlos Lértora, La temporalidad del relato. Ibid
(5) Renato Prada Oropeza. El estatuto del personaje. Ibid
(6) Roland Barthes. Análisis conceptual del cuento. Ibid

 


*Osvaldo-Antonio Ramírez: Nació en Fomento, CUBA, 1956. Se desempeña como escritor de guiones dramáticos para la radio.
Trabajos suyos han aparecido en Cuba, Argentina, España, Alemania y los Estados Unidos.

Publicaciones:
La hora del lamento, cuentos, Ediciones Luminaria 1991, Cuba.
Fragmentos del diablo, cuentos, Ediciones Luminaria 2001, Cuba.
Las razones del silencio, novela, Editorial Oriente 2003, Cuba.
El fantasma del camino de San José, cuento, Ediciones Luminaria 2004, Cuba.
Los ángeles vuelven a casa, novela, Ediciones Luminaria 2005, Cuba
Éxodo, radionovela. CMGL. Radio Sancti Spiritus.
Sumergida, radionovela. CMGL. Radio Sancti Spiritus.
Géminis, radionovela. CMGL. Radio Sancti Spiritus.
El crimen no paga. CMGL. Radio Sancti Spiritus

Es autor de los libros inéditos:
El diablo tiene dos brazos, novela. Finalista en el Premio de la Ciudad de Santa Clara.
Abejas en los zapatos, novela. Finalista en el Premio de Novela "José Soler Puig" 2005.
¡Dios salve a Numancia!, cuentos.
Propuesta para matar a Salinger, novela.

Premio de cuento en el año 2000 de la Revista Puentes. Cuba.
El año 2002 recibió el Premio Fundación de la Ciudad de Sancti Spiritus.
En mayo de 2001 participó en el encuentro internacional de escritores: Diálogos Cervantinos. Celebrado en Murcia, España.
En marzo de 2003 participó en el Congreso Internacional de Escritores Latinoamericanos celebrado en San José, Costa Rica.

Ha trabajado como jurado en diferentes concursos literarios.

Maceo # 6 (Altos) Fomento
Sancti-Spiritus, CUBA, 62500
Nº D.N.I 56022414164
Teléfono: (41) - 46 1665.
Email: osvaldoar@hero.cult.cu

 
 

 

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