Emar en la orilla con sed
Leonardo Valencia
Babelia, 7 de Agosto de 2010
El escritor chileno Juan Emar cuenta en una nota a pie de página de Un año cómo aceptó una sugerencia de Vicente Huidobro. Era 1935, año prolífico y fatal para Emar, porque publicó tres libros al mismo tiempo y empezó a ser incomprendido en Chile. Dos años después fue más incomprendido cuando publicó un libro de cuentos, Diez, que por sí sólo justifica una literatura. Luego no publicó nada más. Cuando murió en 1964, tras veinte años de silencio, la incomprensión ya fue total. No sé si fue afortunado que Pablo Neruda dijera que Emar era el Franz Kafka chileno, José Miguel Ibáñez que el Marcel Proust chileno, y César Aira que el Raymond Roussel chileno. Compararlo con tantos grandes a cualquiera le da, por lo menos, una desconfianza chiquita. Lo cierto es que Emar no publicó más libros durante sus últimos años, pero escribió mucho, tanto que completó una novela de cinco mil quinientas páginas (de ahí lo del Proust chileno) que se titula Umbral y que fue publicada en su país en una edición que ha circulado poco.
Para compensar lo inhallable y lo disperso, hay una buena antología de la obra de Emar realizada por Pablo Brodsky. Aunque no creo que Umbral se llegue a publicar en España durante un buen tiempo, por lo menos ha salido Un año con editorial Barataria, en una nueva colección cuyo nombre, Humo hacia el Sur, apunta a sacudir cenizas y recuperar rescoldos de la vanguardia latinoamericana. En Un año Emar desmonta con un falso y simétrico diario cualquier certeza sobre las convenciones de los géneros literarios; refiere cómo los personajes resbalan de los libros que lee, aunque luego se corporizan; describe cómo las letras se desparraman de un periódico a manera de migajas, sustancia pulverulenta del mundo que decía Italo Calvino como atributo de la levedad; hacen relatos visionarios y explora procedimientos de escritura (de ahí lo del Roussel chileno). A fin de cuentas, Un año es el diario de una escritura más que la escritura de un diario.
Emar busca escapar de las frases dormidas del lenguaje a la búsqueda de un sendero extraviado para expresarse de una manera que trastoque las referencias simplemente eficaces. Por ese sendero iban autores de la estela de Emar, como Humberto Salvador, Lascano Tegui, Pablo Palacio, Martín Adán, Macedonio Fernández y tantos más que, finalmente, están siendo editados y reeditados en España por editoriales como Barataria, Escalera o Impedimenta. El mérito de Barataria con el rescate de Emar y sus coetáneos es que perfila una colección dedicada no sólo a apostar por un prometedor autor latinoamericano, o un desconocido autor latinoamericano, sino por un olvidado autor latinoamericano. Para más señas: olvidados y raros porque no parecen latinoamericanos al uso, es decir, latinoamericanos profesionales. Pero la rareza es el recinto donde baila el diablo, porque estos libros raros entran, y estos mismos libros, en consecuencia, se arrinconan, precisamente por su peaje de ingreso.
Al menos algún lector tomará al raro, lo leerá y abrirá la boca perplejo por lo que está leyendo. La ventaja al quedarse boquiabierto es que recibirá una bocanada de aire fresco, pero como lo raro queda como lo excepcional, el lector ha de volver a cerrar la boca en medio de tanta normalidad y corrección. Quizá convenga leer a Emar no sólo por lo que escribió, que es superior, sino por lo que supo escuchar. Concretamente a Huidobro, es decir, a un poeta.
Eso les iba a decir desde el comienzo de este artículo, pero me fui. Juan Emar cuenta en una nota a pie de las primeras páginas de Un año la corrección que le propuso Vicente Huidobro. Donde Emar había escrito "una sonrisa estereotipada", el autor de Altazor le advierte: "No pongas tal cosa. Es la frase fatal de cuantos se sienten literatos. Pon..., pon..., espera
..., pon una sonrisa de alambre". El acierto de Emar consiste en que el prosista aceptó la sugerencia del poeta. Esta es la grandeza de las vanguardias: escuchan al otro, al que trabaja en el taller de al lado, forjando otras formas con otros materiales pero buscando el mismo rango de excepción. Me quedo corto si sólo hablo de la escucha de Emar, porque la grandeza de la prosa latinoamericana es que sus mejores novelistas, además de escuchar a los poetas, los miraron de frente -García Márquez a Darío, Lezama a Góngora, Fernando Vallejo a Barba Jacob, Bolaño a Lihn y también a Bolaño- y que Onetti resumió por todos y se anticipó, como siempre, cuando dijo: "Me siento bien ante los grandes poetas".
Hacia 1914, veinte años antes de corregir a Emar, Huidobro había escrito el manifiesto Non Serviam, en el que declaraba su resistencia a reproducir o imitar la naturaleza. No te serviré, le dijo a la Naturaleza, "mis árboles son los míos y no los tuyos y no tienen por qué parecerse". Sólo los llamados raros lo escucharon y el resto más bien se preocupó por hacer novelas repletas de descripciones de árboles y arbolitos y hasta arbustos latinoamericanos, todo para alimentar de papel a la máquina editorial e irritar al mismísimo César Vallejo, que estaba harto de que en Europa se hablara tanto y tan alto y tan tremendo de América Latina y tan poquito de escritura.
Como ocurre con las vanguardias, en la obra de Emar la belleza es de alambre, hay mucho inacabado y el lector se quedará como Tucholsky frente a las obras de Kafka pidiendo a gritos una luz para entrar en lo incomprensible. El asunto es que esos vanguardistas señalaron otras rutas a algunos escritores que más bien muy tarde que temprano publican o son reconocidos en la orilla española de la lengua, la que tiene sed. Ya que estamos y que entró Emar y para que la orilla siga sedienta y para volver a irme pregunto: ¿cuándo llegarán las botellas perdidas de los libros de Héctor Libertella? -
Leonardo Valencia (Ecuador, 1969) ha publicado El libro flotante de Caytran Dölphin y Kazbek, ambas en Editorial Funambulista. Es editor de la revista breve www.comunidadinconfesable.com