Sueños boreales en otoño
Por Jorge Etcheverry
Más y más, ella me pide desde los sueños. Pero me despierto y me doy cuenta de que ni siquiera mi erección del alba tiene la consistencia férrea de esos años ya idos que reaparecen una y otra vez en estos meses del otoño boreal, que para cualquier habitante del Sur sería invierno declarado. Pese al aire automáticamente calefaccionado, un cierto friecillo se escurre igual por las hendiduras, no importa el cierre hermético de puertas y ventanas. Más, más, me dice. No sueño nunca con ella en primavera. Un par de veces me ha parecido que me acuerdo de su rostro, en esos veinte segundos entre el soñar y el despertar, como un braceo con que se sale en estos días de otoño de un agua espesa a una luz cegadora y quizás cálida, pero por otro lado concientizadora como un escrito del Marx joven. O purificadora como el sermón celibatario de un Saulo joven, frente al cual retroceden las tinieblas cálidas del sueño, llevándose con ellas a esa mujer, joven creo, que siempre en sueños, en esos días de otoño, dizque hace una centuria se aparecía a los habitantes de estas latitudes, sobre todo mestizos, sobre todo de lengua francesa. En esas noches, rodeada de lobos, también pidiéndoles a ellos más y más. O al menos eso dice la leyenda métis sobre esa mujer que reina sobre manadas de lobos o coyotes o zorros blancos que aúllan en las noches en estos meses de otoño que se estiran de fines de septiembre a fines de diciembre y traen lluvias heladas, las primeras nieves, la vegetación baja de los campos crujientes de escarcha y a esos lobos que antes se atrevían a llegar al límite de los poblados. Ahora ya no existen y no hay licántropos ni indios ni europeos ni mestizos y los sueños sueños son. Si los hubiera se mantendrían lejos de estos suburbios que han hecho retroceder a los bosques, en estos meses ya no tan fríos como antes gracias a la intervención humana. No se acercarían peligrosamente a los hogares de los hombres, que ya empiezan a recogerse entre sus límites defendidos y tibios en preparación del inconcebible y planetario invierno, que envalentona a los lobos y a su reina, la del pelo suelto, que ahora empiezan a circular y al menor descuido se meten a los pasillos, se asoman a las ventanas. He trazado un círculo rojo alrededor del número 21 en el mes de septiembre en el calendario, ya han pasado varios días. La enfermera joven piensa que así marco la fecha de una visita que no se realizó, como tantas. Cree que eso me ha afectado desfavorablemente y cree que por eso ya no voy al salón a ver deportes o noticias en televisión porque en esta estación es cuando hay que tener el ojo más vivo sobre la gente como uno, sin que nos demos cuenta claro, no sea que nos sintamos tentados a hacer una barbaridad. ..