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Manifestaciones literarias de una burguesía culpable
Jorge Etcheverry
Si bien las obras literarias son obras artísticas cuya materia es el lenguaje, una novela y en mayor medida una obra de teatro se realizan como tales en la lectura y representación, en la comunicación de un mundo significativo para el lector y espectador, lo que implica una dimensión refleja, representativa, enjuiciadora y valorativa. El lector y el espectador perciben una voz detrás del universo narrado u ofrecido como espectáculo, construye un autor con el que tiende a identificarse y a quien juzga por la representación de mundo que ofrece y comenta explicita o implícitamente.
En Latinoamérica en general y Chile en particular, las condiciones y enfrentamientos sociales y su manifestación institucional en la política, constituyen un aspecto ineludible de la realidad vivida por autores y lectores, desde el cual el lector percibe aspectos cruciales de la novela y frente al cual reacciona positiva o negativamente, responsabilizando a los autores de las afirmaciones y eventos presentados. Un análisis especializado de la recepción en una obra literaria no se separa demasiado entonces de la realidad cotidiana de una lectura ingenua.
Los dramaturgos Egon Wolf y Jorge Díaz y el prosista José Donoso de diversa manera y con intensidad distinta han dado lugar en su producción al tema de la burguesía culpable/amenazada, aunque esta burguesía no aparece como sujeto productor inmediato de estas obras. Se puede afirmar con Juan Villegas que "El discurso teatral chileno hegemónico--el reconocido como "representativo"--ha sido generalmente el discurso de los sectores medios destinado a los mismos sectores medios". Esta afirmación puede extenderse hacia los otros géneros literarios, incluso en los casos en que el productor inmediato pertenece, por ejemplo como en el caso del novelista Manuel Rojas, a la clase media baja. Y quizás se puede ampliar hacia el resto de Latinoamérica y hacia la cultura moderna y contemporánea. En una época aún determinada por el modo de producción capitalista, diría un marxista ortodoxo y un poco mecanicista, la concepción de mundo y la cultura son burguesas. Ya Lucakcs consideraba como parámetro de la literatura proletaria al realismo critico burgués, cuyas normas han regido implícitamente todas las estéticas marxistas teóricas y oficiales allí donde el marxismo se institucionalizó, rechazando explícita o implícitamente las expresiones "vanguardistas", también "modernas" y también "burguesas", pero alejadas del naturalismo o el realismo. Elementos vanguardistas se encuentran presentes en la obra de los tres autores; Wolf, Díaz y Donoso, no como una deformación de lo percibido como natural sino como mecanismo distanciador que permite la mejor postración de la realidad, atrayendo la atención del lector/espectador hacia lo inusitado de la representación que lo saca de un dejarse llevar por la convención.
En estos tres autores nos encontramos con la representación de una burguesía culpable. En el caso de Los invasores de Egon Wolff, puesta en escena en Santiago de Chile en 1963, la familia del industrial Meyer ve su vida normal alterada por la presencia de signos primero y de acciones abiertas luego, de la presencia de los 'pobres'. Esta invasión esta encabezada por el personaje China, en la tradición de tantos lideres revolucionarios un tránsfuga de la clase media que se ha convertido en "conciencia crítica" y líder de los pobres. A los intentos infructuosos de defensa se suceden cambios en Meyer, quien termina por reconocer ante el personaje China, los crímenes y la utilización de los demás sobre los que se ha ido construyendo su situación financiera. Pero se ha tratado de una pesadilla de la que Meyer despierta. Es su conciencia culpable la que ha creado el sueño, que al final de la obra comienza a realizarse. No podemos distinguir aquí si la culpa o el hecho de tener que 'pagar' un precio por las acciones y situación de la clase pudiente a lo largo de la historia son los disparadores de la obra. Posiblemente ambos. La invasión de los desposeídos adquiere en la obra un carácter político, ya que se establece una suerte de socialismo en que se intenta la integración de la familia Meyer. El auge de la izquierda en los sesenta, antecedido e impulsado por la 'revolución en libertad' de la Democracia Cristiana había de desembocar unos años mas tarde en el gobierno de la Unidad Popular, de ahí la solución política de la invasión.
En este ambiente a la postre optimista, existe un lugar para la burguesía (familia Meyer), en el nuevo orden de cosas. El mundo propuesto por los invasores y la organización social que implantan obedece a una racionalidad a la postre 'universal' y gira en torno a valores humanistas milenarios que luego de una resistencia inicial hay que aceptar. En El lugar donde mueren los mamíferos de Jorge Díaz (1963) los elementos del teatro del absurdo se ponen al servicio de una visión paródica de una burguesía no asediada esta vez, sino centrada en torno a sí misma. En esta obra, el Instituto Ecuménico de Asistencia Total es una parodia llevada al extremo de lo que hoy en día podría llamarse una ONG. Este organismo financiado desde el extranjero atraviesa por una crisis porque ya no quedan pobres a los cuales asistir. Al encontrar a un auténtico pobre, Chatarra, éste es sometido a cuestionarios y exámenes, pero la asistencia no se dirige a la satisfacción de sus necesidades, ya que al hacerlo, cesará de ser pobre y se acabará el instituto y el trabajo de sus miembros. La preservación del cadáver una vez que Chatarra muere permite la continuación del Instituto, ya que es "El cuerpo de un pobre que necesita pronta, económica y sencilla sepultura". La aparición de verdaderos pobres en las calles de la ciudad se hace inesencial, ya que "¡No hay que preocuparse! Tenemos a Chatarra embalsamado. Un pobre incorruptible para todo servicio". La obra finaliza cuando el Instituto organiza el "Congreso mundial de la miseria". Los miembros y funcionarios de la jerarquía del Instituto utilizan un lenguaje "desarticulado, absurdo", de "incomunicación", reiterativo y cliché, que impide la comunicación y muestra la inautenticidad. Nos recuerda a los diálogos de La cantante calva de Ionesco. Sin embargo el lenguaje del pobre, Chatarra, puede ser descrito como "lenguaje claro, directo, sin sofisticaciones". De forma diferente a Wolff, los elementos del absurdo y la implicación del publico (incluido por Chatarra en la categoría de los miembros del Instituto) "choquean y provocan a su propio público interlocutor". Así vemos la conciencia del autor dirigida al público que asiste al teatro y para quien se representan obras, y que son llamados a asumir, tomar conciencia, de la realidad de desigualdad social. La obra finaliza con un provocativo llamado a realizar un foro, convirtiendo a la sala de teatro en la Sala del Congreso del hambre, y a los espectadores en los delegados, con lo que se explicita la intención de identificarlos. Aquí no aparece un proyecto histórico socialista revolucionario como en Wolff, pero si Chatarra, el pobre, desea "volver a la sociabilidad de la que es parte en el basural" en que vivía previamente. En ambas obras la burguesía aparece como culpable no tan sólo de la explotación y manutención de una sociedad de clases y sus implicaciones, sino de un modo de existencia inauténtico, y las semillas de una existencia auténtica y humana se dan, pese a su condición desprovista, en los sectores pobres y explotados.
Se genera así una especie de culpa esencial de la burguesía, que se ha extendido hasta sus propias maneras de vivir. Por otro lado se esboza una imagen del desposeído como una especie de "buen salvaje", un ser en el fondo puro y en contacto con la naturaleza y sus semejantes. Otro integrante de esta constelación mítica es la noción implícita y ambigua del redentor. Ausente en la pieza de Díaz, que asume el existencialismo en boga (en un mundo a la postre absurdo no cabe revolución), aparece en la obra de Wolff en el personaje China, teórico y líder de los desposeídos invasores que resulta hermano de un socio de Meyer que este llevó a la muerte. Y que a la postre pertenece por origen y cultura al mundo de la burguesía.
Luego de dos décadas más o menos, en el Chile de los 80 y teniendo como contexto una agudizada confrontación de clases, Donoso escribe La desesperanza, en que retoma y retrabaja núcleos temáticos que habían aparecido en su producción anterior. Se recurre más intensamente al procedimiento de'ontologización' o 'sustantivación' de rasgos sociales, atribuyendo a los personajes características físicas a la vez definitivas e indicadoras de estatus estético y axiológico. Una cosificación de la posición social. Aquí también la burguesía o parte de ella se muestra como degradada, implícitamente culpable de esa degradación, y tradicionalmente culpable, ya que la historia misma de la novela se confunde con la crítica al modo de vida calificado como 'burgués'. Freddy Fox, un potentado y especulador influyente ligado al régimen dictatorial aparece como:
"Muy alto, muy gordo, muy blando, parecía el proyecto de un inmenso bebé lubricado con aceites fragantes, que cuando saliera del estado fetal y se le formaran las facciones y le creciera la pelusilla del cráneo, quizás podría llegar a ser un bonito niño rubio".
Por otro lado, el marginal (que es la representación del proletariado y los desposeídos en general en los autores de esta generación) aparece amenazante desde el punto de vista de los personajes principales, una pareja de jóvenes burgueses en busca de definición e identidad:
"En las calles más y más solitarias a medida que se acercaba el toque de queda, se hacían más y más atropelladas las carreras de los cartoneros, más fantásticos sus vehículos, más deformes sus rostros, más harapientos sus atuendos...Este era el ghetto verde del privilegio...que aunque emocionante de susurros estaba sitiado por poblaciones veinte veces mayores, cien veces más hostiles...Los jirones de humanidad que hurgaban en la basura eran la sigilosa avanzada que de noche se introducía en esta ciudadela para reclamar los despojos del privilegio...acumulaba fuerza para efectuar la penetración definitiva".
Reaparece el tema Wolffiano de la amenaza informe de lo marginal, amenazando a La casa grande (Novela de Orrego Luco). Los invasores de Wolff y las novelas de Donoso parecen ser elementos de una serie de textos que a través de varias décadas representan Chile. Da la impresión de que el país es una familia aristocrática, viniendo o venida a menos, con sus relaciones, criados y allegados, y que mantienen respecto a centros extranjeros privilegiados (Norteamérica, Europa) una actitud ambivalente de deseo de identificación y aislamiento resentido. Las fuerzas que amenazan a este cosmos de centro determinado y que se va desvaneciendo hacia la periferia es, en el caso de la obra de Donoso, una masa mutante, extraña e indiferenciada, compuesta de mendigos que acechan la oportunidad de encender la violencia purificadora desde los márgenes de la ciudad, en La desesperanza, o invadir el barrio alto con su presencia inquietante, como en Los habitantes de la ruina inconclusa, o metaforizados como los antropófagos que acecharían la Casa de campo, o los monstruos que conforman los círculos jerárquicos descendentes alrededor de la hacienda La Rinconada en El obsceno pájaro de la noche.
Pero en La desesperanza los rasgos grotescos y negativos de estos seres se mezclan con elementos positivos, ya que aparecen como estando en contacto con la naturaleza y anuncian desde su misma presencia grotesca, la vinculación con poderes ocultos más allá de la imaginación:
"Todos, incluso el Cuchepo que desde la otra vereda se acerco un poco rodando en su patín y se quedó fijo con su mano estirada, miraban anonadados a la Lopita, como si fuera algo admirable o peligroso, perplejos ante la enigmática incitación que ejercía odio y amor y risa y respeto y miedo y agresividad, liberándoles la imaginación trabada, para escudriñar las sombras que nunca son sólo lo que parecen ser”. Se presenta nuevamente esta dialéctica que recorre la obra de Donoso, ya que lo frágil e informe, lo marginal, se revela a la postre como potencialmente poderoso y amenazante.
La culpa de la burguesía (y por tanto su posible redención si las cosas andan mal en la historia) se expresa en el personaje de Judith, que representa una burguesía autoinmolatoria y culpable que asume la causa de los desposeídos, aliándose con esas fuerzas amenazantes. Pero veíamos, debido el proceso mencionado de caracterización social por marcas incluso físicas, lo difícil de este proyecto, que recuerda los esfuerzos del joven pequeño burgués radicalizado que aspira a 'fundirse' con la masa. quizás se insinúe como proyecto de este "desclasamiento" la futura negociación de la salvación futura de la burguesía. Esta es otra versión del personaje 'redentor' que ya veíamos en Wolff, y que en el Chile de los ochenta quizás representaba una burguesía o clase media progresista, ligada a empresas religiosas, caritativas o involucrada en la defensa de los derechos humanos.
Como conclusión podemos afirmar que la culpa de la burguesía se revela como culpa por el despojamiento y opresión a que somete al resto de la sociedad y como culpa además por llevar una existencia inauténtica. Hay que recordar, como se mencionaba, que la novela misma surge como critica del sistema de vida en la época burguesa. Que la pareja autenticidad/inautenticidad se ve realzada en estos autores por la clara influencia de la filosofía existencialista que en algunos casos se une a inquietudes socialistas. Que la burguesía al experimentar--a través de sus portavoces políticos y literarios de la clase media--un sentimiento de culpa, está implícitamente considerando a la sociedad en general como de su responsabilidad. El mundo es concebido como un mundo burgués regido por la burguesía, y la situación de desposesión de otras clases y estamentos es vista como producida por esta burguesía que, a la vez que sentirse culpable, teme el ataque y el despojo de sus privilegios. Las clases desposeídas, para no hablar de proletariado, lo que exigiría difíciles precisiones, son vistas como lo otro, el caos opuesto al cosmos, y mitificadas en términos de una entidad ajena con características positivas tradicionales míticas, don de la comunicación, buen salvaje, fuente de redención vital de una sociedad decadente etc. Y que en general, y no tan sólo en estos autores, la clase trabajadora está representada por la figura del marginal y su guía o redentor proviene de un marginal que es un desclasado 'abajista', que abandona su clase para 'guiar' al proletariado. Estos aspectos no pueden dejar de correlacionarse con instancias políticas, ideológicas e institucionales, y cabe plantearse si esta concepción de la culpabilidad de la burguesía, o siquiera esta preocupación, se encuentra presente en la literatura de las generaciones posteriores de narradores chilenos.