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Luis Lama y el Diario del Gato Negro

Jorge Etcheverry



Entre los escritores chilenos publicados o todavía inéditos que llegaron a Canadá en las postrimerías del golpe militar de Pinochet en 1973, Luis Lama es una voz muy especial. Sin ser miembro de la Escuela de Santiago, que aterrizó casi completa en los aeropuertos de Canadá entre 1973 y 1975, pero formado en el mismo ambiente geográfico, cultural y social de los sesenta y comienzos de los setenta, la escritura de Lama presenta algunos rasgos que son comunes al puñado de poetas neo vanguardistas urbanos chilenos de esa época, como por ejemplo la multiplicidad de voces, la indeterminación entre poesía y prosa, un cierto prosaísmo y antilirismo, el fragmentarismo, la diversidad de fuentes culturales y una difusa atmósfera de rebeldía. Claro que la versión de Lama es bastante especial y de alguna manera controvertida. En términos formales, los textos que componen sus dos primeros libros-The History Teacher in Ecstasy y Cassadra or the Seven Doors- son a ratos difícilmente clasificables como prosa o poesía en términos tradicionales. Los elementos líricos se combinan con un prosaísmo buscado, con narraciones y mitos, con figuras casi arquetípicas tanto antiguas como contemporáneas. No faltan los componentes de la cultura popular norteamericana ni de la contracultura. Ni los intentos de escandalizar al lector, asegurando así su atención. Están presentes el erotismo y la sexualidad. De alguna manera podría decirse que Lama es uno de los autores chilenos, y por qué no decirlo, latinoamericanos en Canadá, que más ha asimilado elementos de la cultura anfitriona. En años pasados este autor publicó abundantemente en revistas estadounidenses y canadienses, en varias ocasiones se trataba de textos que desplegaban un imaginario entre surrealista y pop, pero siempre con un componente básico explícito o implícito: el rechazo al sistema del sujeto que nos habla en esa poesía o prosa, esa figura anárquica y marginal, con rasgos de héroe de tira cómica, que sin embargo encarna en las calles de la megápolis a la figura mítica y arquetípica del rebelde, teniendo como fondo un escenario a veces apocalíptico o post apocalíptico.

Pero pese a esa presencia de elementos de la literatura y la cultura popular norteamericanas, estamos en presencia de un autor que es asimilador antes que asimilado. Si bien podemos advertir la huella de Charles Bukovsky, Jerzy Kosinski, el William Burrougs de Interzone y de otros intentos de ciencia ficción alternativa apocaliptoide y paródica, esos rasgos en la escritura de Lama indican más bien preferencias de lecturas que pasan a incorporarse de manera natural en lo que se escribe. Más bien son indicio de la particular mezcla que el autor elige para reconciliar su propia ambivalencia cultural e identitaria en su tierra de adopción. La prueba es la crítica canadiense de esa obra, que a veces se tiñe con un escándalo tácito, como en la nota sobre The History Teacher In Ecstasy titulada Surrealism suffused with erotic, manic del conocido crítico Robert Colombo, o en Chilean avant garde poems laced with bravado, sex, título de otra nota sobre el mismo libro, donde el comentarista aprecia que en la disrupción surrealista del mundo natural se puede encontrar también la vitalidad e incluso la rebeldía, el germen de un nuevo orden ontológico y social, lo que en el fondo es la ambición de toda vanguardia proclamada o no. Nota que en parte dice:

"Las ideas e imágenes se enfrentan en una enorme escala, en un remolino que gira, o en un conflicto creativo...Este libro arde. La yuxtaposición surrealista se inyecta en un marco propio a la ciencia ficción" [traducción mía ](Zimergy n. 8 Autum 1990, Steve Lehman , comentando The History Teacher In Ecstasy (Split/Quotation, 1989, Ottawa).

Ahora bien, este Diario del Gato Negro es un libro que se sitúa a medio camino entre dos tipos de autobiografía ficticia. El primero la autobiografía literaria, por ejemplo el Trópico de Capricornio de Henry Miller, en que los acontecimientos y anécdotas del narrador personaje están insertos en el mundo cotidiano y realista de todos los días, históricamente situado y contemporáneo al autor. En el segundo, ejemplificado por Los Cantos de Maldoror del Conde de Lautréamont, la autobiografía es poética en su totalidad, el narrador personaje se mueve en un mundo alternativo y los elementos autobiográficos reales son más bien asunto de claves que tiene que descifrar el especialista.

Pero en la prosa en general rápida y a veces rítmica del libro que nos preocupa no faltan las ocasionales bajas de tensión, el detallismo exagerado, la prolongada divagación, dentro de un flujo que sin embargo sostiene sin esfuerzo la atención del lector. Tampoco el o la que lee estarán siempre de acuerdo con muchas de las opiniones, declaraciones de principio o de deseos del narrador de esta historia, que muchas veces parecen no rebasar el estrecho marco de la reivindicación personal. Pero como trasfondo de esta voz, en este paisaje urbano, de alguna manera aparecen los gatos, que simbólicamente y desde siempre han encarnado el impulso vital, la resistencia a la domesticación, la gracia inconsciente y la supervivencia, asumiendo aquí también el papel de vagos portadores de una rebeldía básica contra un sistema y una sociedad dentro de todo todavía sujetos a la unidimensionalidad marcussiana, a la incomunicación y la alienación. Todos estos matices siendo las hebras muchas veces ambivalentes de la urdimbre de un libro quizás único en nuestro medio.

 

 

 

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