Reseña de "NN" de Julio Espinosa
Guerra
Por José Luis Gallero
www.7de7.net
NN
Poesía de Julio Espinosa Guerra.
Gens. Madrid, 2007
“¿La poesía para qué puede servir, sino para encontrarse?”,
pregunta el poeta chileno Omar Lara. Y su paisano Nicanor Parra constata:
“La poesía es para nosotros un artículo de primera necesidad: no podemos
vivir sin poesía”. En efecto, no podemos prescindir de la poesía,
porque desde los orígenes de lo que llamamos cultura, ha sido
ella la encargada de fundir en uno el doble viaje del individuo hacia
la conciencia de su particular microcosmos y hacia la certidumbre
de su comunidad con el universo. El poema
construye un hogar siempre transitorio para ese errante sentimiento
de identidad con lo infinito. Raúl Zurita: “Algún día es probable
que los poemas dejen de ser necesarios, porque habremos llegado a
ser dignos del universo que habitamos”.
Hasta ese momento, tendremos necesidad de la poesía
como reserva general de dignidad, como tesorería inagotable del espíritu.
Nunca será demasiado pedirle prestado el caudal suficiente de sentido
para iluminar la experiencia, para dar aliento a la escritura, para
procurar crédito a la investigación desinteresada del enigma. “Los
grandes poemas —prosigue Zurita— construyen en este tiempo el único
silencio posible. El único hoyo de silencio en un mundo donde todo,
campañas de publicidad, megaconciertos, best-sellers, guerras
televisadas y show business, es vociferado. Todo el ruido del
mundo, todos sus espectáculos, no son más que la cortina que oculta
los estertores del lenguaje”. Tenemos necesidad de la poesía como
tenemos necesidad de silencio.
Adolfo Castañón, poeta, ensayista, traductor y editor
mexicano, componente del jurado que concedió a NN el premio
Sor Juana Inés de la Cruz 2007, declaraba en Madrid hace aproximadamente
cinco años: “Un libro es la materialización espacial del tiempo interior.
No existe diferencia entre un escritor y un inventor de minorías.
Cada encuentro entre autor y lector es un milagro”. Así pues, todo
comentario debería ceñirse a reseñar ese encuentro quimérico entre
autor y lector. ¿NN? Jorge Montealegre se refiere a las siglas NN
(utilizadas para indicar cadáveres no identificados) como propias
de “una generación de la diáspora y del exilio interno... NN: lo sin
nombre, lo que no existe, lo desaparecido... una doble negación: Nunca,
nunca. Nadie, nadie. De ahí soy, de allá somos”. “Tengo una tarjeta
de NN atada a la extensión de mi conciencia”, escribe Espinosa.
No estamos en absoluto ante una colección de fragmentos
dispersos, sino en presencia de una estructura orgánica, de un compacto
alfabeto lírico y, con permiso de Jorge Teillier, también lárico.
Libro límpido, severo, de aquéllos que uno recomendaría leer a primera
hora de la mañana, a ser posible en ayunas, sin más interrupciones
que las que pueda ocasionar el temprano trajín de los pájaros. Escrito
con bisturí, ninguna ebriedad nubla la frente del poeta, cuyos cortes
ponen al descubierto la podredumbre y la ruina, el exterminio y la
asfixia, la ceguera y el naufragio cotidianos. Y sin embargo —haciéndose
eco simultáneamente de dos observaciones de Wittgenstein: “La esencia
se expresa en la gramática” / “El concepto dolor se aprende en el
lenguaje”—, confiesa: “Ni siquiera con la palabra arañazo alcanzo
la realidad”.
“Escribir significa trabajar con la muerte”, afirma
Enrique Lihn. Fiel a su confesa vocación forense, Julio Espinosa escribe
cada día al muerto que será, sin dejar de tener presente que, de momento,
ni siquiera “ha terminado el primer tiempo del partido más difícil:
el único que vale la pena jugar”. Amén de estrechar nuestra camaradería
con la muerte —“no somos más que los boletos rotos tirados al viento
una tarde de apuestas”—, ese juego elucida unos cuantos secretos esenciales:
cómo excavar mucho sin desesperarse por extraer poco; cómo descubrir
una nueva transparencia en la corriente turbulenta del idioma; cómo
convertirse en grillo, tortuga, araña, caracol, serpiente; cómo morderse
la lengua para intentar “abrirse paso a través de lo inefable”. Estas
páginas nada religiosas tienen algo de oración destemplada.
Antes de desaparecer entre las líneas de su propio
texto, el autor nos deja adivinar que la silueta cuya singladura han
seguido nuestros ojos no pertenece sino a un iceberg del que apenas
hemos contemplado la parte visible. La zona sumergida, podemos conjeturar,
se halla en correspondencia con el fondo oscuro del lenguaje, con
el arcaico sustrato de silencio que hace posible la operación decisiva
de separar el grano de la paja.
En el caso de Espinosa, el espíritu de juego —el juego
del espíritu— no se reduce al ámbito de la creación poética, sino
que abarca la docencia, la edición y el compromiso implícito en su
convencimiento de que “es necesaria la comunicación fluida de los
fenómenos literarios de todos los países hispanohablantes”. En tan
complejo tablero de ajedrez, dedicamos al poeta nuestros mejores deseos
y una cristalina proposición de Baruch Spinoza: “Con certeza, sólo
sabemos que es bueno o malo aquello que conduce realmente al conocimiento,
o aquello que puede impedir que conozcamos” [6]. Felicitamos a los
editores por el arrojo de iniciar una colección de poesía, y de hacerlo
con un libro tan despojado que una sola letra basta para titularlo.
* * *
[Nota bibliográfica: Las citas de Omar
Lara, Nicanor Parra, Jorge Montealegre y Enrique Lihn, proceden de
Antología esencial de la poesía del siglo XX en Chile, preparada
por Julio Espinosa (Visor. Madrid, 2005); las de Raúl Zurita, están
extraídas, respectivamente, de los ensayos “Poesía y Nuevo Mundo”
y “El poema de la ira”, incluidos ambos en Sobre el amor, el sufrimiento
y el nuevo milenio (Andrés Bello. Santiago de Chile, 2000). Los
fragmentos de Wittgenstein pertenecen a Aforismos (1929); el
de Spinoza, a Ética (1677)]