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Jorge Etcheverry: El exilio cosmopolita

Por Hugh Hazelton


La poesía y prosa de Jorge Etcheverry son las obras de un explorador lingüístico en búsqueda de nuevas formas de expresión y maneras de subvertir lo convencional. Desde su comienzo como uno de los cuatro fundadores de la "Escuela de Santiago", un grupo de jóvenes poetas chilenos de los años sesenta que creían en un arte literario intertextual, fragmentario y urbanizado, hasta su exilio en Ottawa y su carrera de autor, editor y crítico de las letras latinocanadienses, Etcheverry ha continuado forzando los límites de la escritura. Ha publicado cuentos, poemas, artículos y reseñas en una gran variedad de revistas literarias de Canadá, Latinoamérica y Estados Unidos, a veces bajo el seudónimo de Patrick Phillmore, y también es un hábil pintor y dibujante.

En la última década se han visto unas nuevas direcciones tanto en su temática -especialmente en cuanto al papel de la ciudad y su relación al exilio-, como en su estilo. Efectivamente, se nota una dicotomía bastante clara entre dos visiones del núcleo urbano: una de la ciudad como un centro cosmopolita y energético y otra del aislamiento y alienación de un inmenso laberinto frío de hormigón sin alma. A menudo la primera óptica corresponde a la ciudad chilena o internacional perdida o soñada, mientras la segunda se asocia con el exilio en el Norte. Pero en algunos de sus últimos poemas, logra fusionar las dos imágenes provisionalmente en una sola: la ciudad del Norte también se acepta como foco internacional y hasta se transforma en ciudad mundial revolucionaria. El poemario Tánger, así como ciertos poemas de sus últimas dos antologías, A vuelo de pájaro y Vitral con pájaros, celebran un concepto unificador y cohesivo de la fuerza creadora del mestizaje y del intercambio cultural. La ciudad es un nexo de fecundación caótica pero positiva en que inmigrantes, viajeros, vagabundos, desterrados y moradores locales se encuentran y se influyen de maneras inesperadas. Por otro lado, ciertos poemas y en particular sus tres obras de prosa, la ficción poetizada bilingüe The Witch, el relato "Dreamshaping" de la antología Exilium tremens, y la novela De chácharas y largavistas presentan una ciudad enajenante y comercializada en que hasta los recién llegados se atomizan y se aíslan, dejando los de cultura más amplia y cosmopolita solos y marginados, incapaces de hacer sus paces con la vida de su país de adopción. Estilísticamente Etcheverry ha cambiado también: sus obras de los últimos años son más accesibles que las de su juventud en Chile o incluso que El evasionista/The Escape Artist, su primer poemario publicado en Canadá, un cambio tal vez señalado por la poesía despojada, directa y austera del poemario La calle, publicado en 1986, que trata en gran parte de las secuelas del golpe de estado de 1973 en Chile. La ubicua y exaltada experimentación formal anunciada en el Manifiesto de la Escuela de Santiago en 1968, que favorece una expresión truncada, desubicante y éclaté y que traspasa y borra los límites de género todavía subyace la estructura de su obra, pero en lo general ha cedido espacio últimamente a un estilo más directo y conversacional, menos insistentemente vanguardista.

El poemario Tánger fue copublicado en 1990 por las Ediciones Cordillera en Ottawa y Ediciones Documentas en Santiago de Chile e incluye la versión española de The Witch (La bruja) al final. Una versión inglesa, Tangiers, traducida por el autor y Sharon Khan, también fue publicada por Cordillera en 1997. Tánger consta de unos cincuenta y cuatro poemas sin nombre y sin número, el más corto de los cuales consiste en dos líneas y el más largo en tres páginas. Algunos usan versos cortos y staccato, mientras otros tienen líneas muy largas de varios renglones o incluso se escriben en párrafos como poemas en prosa. A pesar de las diferencias formales, la imagen unificadora del puerto impregna todos los poemas del libro. Hay pocas referencias geográficas específicas aparte de Valparaíso, Ottawa y la ciudad misma de Tánger, la cual se toma como título por ser un símbolo por excelencia de la mezcla de culturas y la interacción colectiva de individuos, pueblos y hasta literaturas. En efecto, Tánger, que se encuentra en la interfaz entre Europa y África, se autogobernaba como zona internacional de 1923 a 1956 sin pertenecer a ninguna potencia, y conoció una rica y heterogénea producción literaria durante la segunda mitad del siglo XX: Jean Genet, Paul Bowles, William Burroughs y Mohammed Mrabet son unos pocos de los autores que se radicaron en la ciudad para escribir. Pero aparte del uso del nombre emblemático de la ciudad norteafricana, el puerto omnipresente del libro es Valparaíso, el puerto principal chileno y una metonimia por Chile él mismo, una nación quintaesencialmente identificada con el mar, con una costa de más de cuatro mil kilómetros de largo, sin contar las islas innumerables del archipiélago del Sur. El puerto chileno del libro (que unas veces es Valparaíso, en el sentido de portuario de intercambio mundial, y otras veces parece ser algún puerto más pequeño, dedicado más bien a la pesca) es el con que el sujeto se identifica plenamente; es el del mundo cosmopolita perdido, idealizado y añorado, que se mantiene vivo en la memoria del sujeto. En cambio, la ciudad de Ottawa, cuando se menciona, es un espacio antiséptico más bien de aislamiento, al que la gente de muchas nacionalidades recién ha comenzado a llegar, sin apenas mezclarse o intercambiar elementos culturales. Cabe mencionar que, con la llegada del transporte aéreo, todas las grandes ciudades del mundo se han convertido en puertos, un cambio que observa el sujeto de Tánger:

En los puertos
se hace y deshace la madeja de la historia
En suma, ese era el rol que antaño les correspondía.
Alejémonos de ellos por ahora
Actualmente este papel lo cumplen los aeropuertos
Una fina capa de musgo parece que se está depositando
en las aduanas y bodegas,
en los montacargas. (17)

Dentro del contexto del mundo urbano, el poemario abarca una variedad de temas, desde la celebración de la mujer y del cosmopolitanismo hasta los estragos de la civilización en la fauna marina y los seres humanos, las dificultades en mantener un fervor revolucionario en el mundo desarrollado, y la posible desaparición de la tradición de la vida bohemia literaria dentro de la sociedad audiovisual. A pesar del hecho de que los sujetos son de todas las edades y de ambos sexos, el narrador principal parece ser un poeta exiliado que habla en nombre de su generación. Además, existe una asociación constante entre la primera persona plural utilizada por los varios sujetos y las imágenes recurrentes de gaviotas y otras aves marítimas, muchas veces con una exhortación cantada de ser como ellas:

Seamos pues como esas gaviotas, rompamos el cristal del aire con nuestros gritos agudos
Seamos pues, como esas gaviotas, revolteemos sobre el irisado mar de la realidad, avizorando los peces preciados con nuestra potente vista atravesadora
Seamos pues, como esas gaviotas, tan gráciles y suaves al verlas volando, pero en verdad aves carnívoras, parientes de cóndores y quebrantahuesos (16)

Pero se anota una escisión ahora en el valor simbólico de la ciudad-puerto, sobre todo con respecto al gran entusiasmo por todo lo urbano que informaba los poemas de Etcheverry en su juventud, en los cuales el ambiente urbanizado se consideraba el contexto clave de la relevancia moderna. El puerto en sí, con su flujo y fusión de pueblos e idiomas ligeramente arcaico y nostálgico, tal vez de los años cincuenta, cuando el sujeto era niño, sigue siendo un símbolo urbano positivo, pero la producción industrial (este rasgo inevitable del urbanismo contemporáneo que se aceptaba como parte íntegra de la experiencia de la ciudad en los poemas ulteriores), se describe ahora como un fenómeno esencialmente negativo asociado con la destrucción del mundo natural y la explotación capitalista. De hecho, la representación de la naturaleza en Tánger es probablemente la más lírica de toda la obra etcheverriana; muchas veces hay un placer evidente sólo en nombrar y describir todo lo que provenga del mar o en elaborar las comparaciones metafóricas complejas entre el mar o el puerto y la mujer. El tono de los poemas también se ha suavizado: ahora es más dulce, juguetón, a veces hasta sereno. Varios recursos se usan, sin embargo, para descomponer y subvertir las convenciones poéticas del texto, así renovando continuamente la función primaria de comunicar poéticamente y desafiando al sujeto a superar toda construcción estática. Estas estratagemas incluyen contradicciones, diversiones anecdóticas, lugares comunes, citas no identificadas, cambios repentinos de punto de vista, el uso del punto final dentro del poema pero no al final, y la colocación de porciones del texto o hasta poemas enteros en letra itálica o entre paréntesis (o los dos). Tales técnicas avivan el texto por el elemento caprichoso, inesperado y a menudo cómico que añaden. A veces el sujeto también juega con las percepciones del lector por el hecho de primero describir algo sin motivo aparente y luego convertirlo en metáfora, como en el ejemplo siguiente:

Los cítricos pequeños,
de cáscara delgada y seca,
de un intenso color naranja,
una fina red de hilos blanco debajo,
tupida, envolviendo los gajos dulces,
pero ligeramente ácidos

Así son los días que mordemos,
ese alimento solar que nos rejuvenece
y nos vuelve perezosos.
A eso ayuda un licor
parecido al aguardiente
pero dulce (41)

A pesar de su título inglés, The Witch salió por primera vez en una edición bilingüe español-inglés, traducida por Paulette Turcotte e ilustrada por el autor. Es un texto que hace puente entre la poesía y la prosa. Aunque organizado tipográficamente en párrafos sin sangría, las varias secciones se encajan más como mosaico que como obra de coherencia lineal; además, el texto se echa repentinamente a la poesía más convencional de versos de longitud variable en las últimas páginas. "El libro se debiera leer de una manera intelectual en vez de kantiana", dice Etcheverry, "sin buscar algún tipo de trascendencia" (entrevista personal). El sujeto es un inmigrante no identificado que comparte la trayectoria y algunos de los intereses de Etcheverry él mismo. Su discurso es una descripción irónica aunque progresivamente claustrofóbica de su creciente marginación en Ottawa mientras las viejas amistades se disuelven y se aparta de su mujer y su hija. Siendo un bohemio altamente urbanizado obsesionado con la palabra escrita, se queda cada vez más desorientado dentro de una sociedad fundamentalmente audiovisual, suburbana y de inspiración cultural rural; tal vez por la impotencia de su situación, comienza a fantasear con tener relaciones sexuales con súcubos. En ese momento encuentra a La Bruja, una mujer del campo que "prendió fuego al casco de su estancia, dispersó el ganado y ahuyentó los perros" (30). Pero lejos de ser una hechicera malévola, es una joven que está en contacto con profundas fuerzas telúricas, que hace pociones mágicas de hierbas y que ha vivido sola en lo que el sujeto imagina es el monte canadiense: en efecto, ella resulta ser -a pesar de las protestas del sujeto- el complemento perfecto a su cerebralismo estético y su materialismo científico empedernido. El lector se sorprende al hallar que, debajo del carácter inconexo, provisorio y a veces obtuso del texto, The Witch es al fondo una historia de amor en que las fuerzas de la naturaleza curan la enajenación de la ciudad.

"Dreamshaping" es un relato largo (casi una novela corta) que se publicó con la obra de otros tres escritores chilenocanadienses en la antología Exilium tremens, editada por las Ediciones Omelic de Montreal en 1991. Narra las peripecias de cierto François Laffayette, un anglófono de ascendencia francófona que se cría en Medicine Hat, Alberta, y luego se traslada a Ottawa y Montreal para hacerse escritor. Pero mientras sigue con su búsqueda de una vocación literaria, François comienza a desarrollar un proceso mental que él llama "Dreamshaping", o la configuración de los sueños, lo que luego va a revolucionar las comunicaciones humanas. "Dreamshaping" permite al ser humano realizar sus fantasías o deseos por el hecho de saturarse de ellos mientras los escriben. De hecho, toda la historia es una sátira picaresca basada en el aislamiento y la marginalidad. Solo y desempleado, François se radica en Montreal para descubrir sus raíces culturales y se inscribe en un curso patrocinado por el gobierno en francés como lengua segunda, lo que le convierte en el hazmerreír de los inmigrantes que son sus compañeros de clase, quienes no pueden comprender cómo un canadiense con un apellido francés puede terminar tartamudeando sus primeras palabras en francés con ellos. El relato, narrado por un biógrafo de François, quien ya se considera una de las figuras claves de la historia mundial, se llena de toques metaprosistas, tales como apartes directas al lector, referencias a otras biografías del fundador, alusiones a rumores y otras fuentes espurias de informaciones, y la mención de varios chilenos que François habrá conocido, incluyendo un tal Pablo Jorquera, exiliado en París, cuyo nombre se parece mucho al del protagonista de la siguiente novela de Etcheverry. El aislamiento de François dentro de la sociedad canadiense es, por supuesto, un reflejo exacto del exilio extranjero, hasta en su aspecto lingüístico. Montreal, que para François debiera ser un símbolo del cosmopolitismo y del plurilingüismo, un paraíso de tolerancia después de la mentalidad pueblerina de Medicine Hat, resulta ser tan estrecha y limitada como cualquier ciudad de provincia.

La novela De chácharas y largavistas, editada por La Cita Trunca/Split Quotation en Ottawa en 1993, es la obra principal de Etcheverry en prosa. Escrita en la tercera persona, detalla veinticuatro horas en la vida de Pedro Jorquera, o "P.J.", como le llaman los amigos anglófonos, un exiliado chileno que vive solo en Ottawa. Más viejo pero tan excluido como François, Pedro -también llamado "El Observador" en el texto-, pasa mucho tiempo errando por la ciudad contemplando la vida que le circunda y meditando en sus años de activista político en Chile, un pasado del cual se siente cada vez más alejado, hasta el punto de imaginar que es de alguien otro. Para Pedro, la ciudad (sin nombrar) en que vive es la antítesis del gran nexo cultural y comercial de Tánger: en vez de ser un lugar de mestizaje, es uno de aislamiento y soledad, a pesar de las varias nacionalidades que se han radicado en ella, dándole una aparencia cosmopolita sin el flujo recíproco esencial. Es un lugar donde aterriza la gente que huye de algo en vez de las personas que descubren o comparten; de hecho, es un lugar más propicio al avance individualista que a los sueños quebrados de solidaridad, en los cuales El Observador termina rechazado no sólo por una sociedad dominante impasiva, sino también por los mismos inmigrantes, que se dan cuenta que Pedro no participa de ninguna manera en el sueño típico de ellos:

A lo mejor le tocaría trabajar junto a fornidos inmigrantes recién llegados, llenos de fuerza y entusiasmo (él no se sintió nunca así) que le preguntarían de dónde era, cuántos años llevaba en el país, y que luego de escuchar sus lacónicas respuestas lo mirarían de arriba a abajo con una especie de lástima, con una especie de asombro, evitando hablarle en lo sucesivo si no era para lo estrictamente necesario. Esos jóvenes que necesitaban soñar. . . verían en él la negación exacta y perfecta de lo que a ellos les gustaría llegar a ser aquí en América en un futuro lo más cercano posible, y apartarían con miedo, como una mala noticia, como una pesadilla, el porvenir posible que él representaba. (19)

Como observa Luis Torres en su artículo "Writings of the Latin-Canadian Exile", el exilio hace que "the space/time coordinates which are supposed to be the nesting ground for the subject become foreign and menacing or simply indifferent to the plight of the individual" (194).

Pedro ha adquirido una proclividad a espiar a una vecina núbil y a fantasear con ella, una actividad algo facilitada por la adquisición de unos gemelos que encuentra abandonados en un centro comercial. Tiene un círculo limitado de amigos que frecuentan los cafés y los bares de la ciudad con él y que consta de varios latinoamericanos de diferentes nacionalidades, así como de Patrick Phillmore, un anglófono medio cascarrabias pero de cierta vitalidad intelectual. Estos amigos forman el único rasgo de cosmopolitismo positivo del libro. El contacto humano más significante que Pedro ha tenido fue, en efecto, con la hermana de Patrick, Patricia, unos años atrás. Hacia el final de la novela, Pedro vuelve a casa después de una noche en los clubes nocturnos del "Otro Lado" (Hull) y, al observar el objeto de sus atenciones voyeuristas con las largavistas, se da cuenta (o así cree) que ella está siendo agredida por su novio; en un acceso de emoción, rompe con las limitaciones del voyeurismo y entra su casa para salvarla. La pasividad y la preferencia de Pedro por mirar en vez de actuar son emblemáticas de la continua limitación y desorientación que siente como exiliado; se ha vuelto la cáscara del joven e idealista militante chileno que naufragó en las corrientes de la historia para terminar arrastrado a una tierra despolitizada y obsesionada con el consumo a unos siete mil kilómetros de su lugar de nacimiento. El exilio lo ha reducido al estatus de un observador de la vida. La novela es salpicada por poemas escritos por Patrick Phillmore que comentan la acción. Uno de ellos, titulado "Lifestyle", tiene una relevancia particular a la existencia desesperada de Pedro:

No me atrevería a decir
Que mi modo de vida es tremendo
sino que por lo menos
me gusta su poco

Pero puedo dejar de darme cuenta
de que está definitivamente por debajo
de mis expectativas

De hace
más o menos
diez años (45)

De chácharas y largavistas representa un punto de fuga para el refugiado chileno que ha pasado más de veinte años en Canadá sin realmente adaptarse, pero que ha optado por una simbiosis cística dentro del cuerpo político del país anfitrión.

Por el otro lado, algunos poemas de los dos últimos libros de Etcheverry, A vuelo de pájaro y Vitral con pájaros (títulos que resaltan el símbolo del ave otra vez), señalan una síntesis de la ciudad cosmopolita perdida y la nueva ciudad norteña que, aunque todavía de exilio, es también el lugar donde el sujeto acepta vivir. En el poema "El centro", que aparece en ambos poemarios pero en su forma más nueva en Vitral, la urbe sin nombre del Norte se ha convertido "en esta ciudad tan chica y tan cuadrada/ como una Nueva Jerusalén de tarjeta postal" (80) donde el sujeto observa los inmigrantes de varias partes del mundo mientras suben y bajan del autobús y se siente conectado a ellos por unos lazos de intimidad compartida, como si todos formaran parte de un nuevo proyecto cultural de intercambio y fusión:

Y quizás valió la pena
entonces
venir a dar aquí
y de repente, callado,
sorprenderlos
escucharlos, verlos
y es que un poco
en cierto grado
esas incontables masas allá abajo
allá lejos
en el sur
se concretizan como un rayo de sol
en estas circunstancias (81)

Finalmente, asistimos al retrato de la ciudad del Norte como lugar universal, donde las nacionalidades si pueden influirse mutuamente. Y, conseguido este adelanto conceptual, el poema "Kale borroka" (vasco para "lucha callejera), que también es de Vitral, va aún más lejos: es un himno al espíritu indomable de la contestación y la rebeldía de los jóvenes de todas las grandes ciudades del mundo donde haya manifestaciones contra el Estado, la opresión y la desigualdad, desde San Sebastián hasta Yakarta, pasando por Quebec y las capitales de América Latina. Los chicos del poema transforman las ciudades mundiales en ambientes revolucionarios cosmopolitas, aboliendo la división y el aislamiento y reivindicando

a esos paisajes claros y vastos
que constituyen
junto con la calle
su territorio (35)

Así el aislamiento queda superado y el círculo del exilio se completa: la ciudad cosmopolita ahora es el mundo, y el mundo futuro pertenece a los que luchan por los mismos ideales que inflamaron el imaginario del exiliado tantos años atrás.

 

 

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Jorge Etcheverry: El exilio cosmopolita.
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