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Juan
Emar
(1893 - 1964)
Chile quiere leer
Revista de Libros de El
Mercurio, Viernes 4 de Noviembre de 2005
Un
cósmos de palabras
P. B.
Álvaro Yánez Bianchi nació en Santiago de Chile, el 13 de noviembre
de 1893, el mismo año que su gran amigo Vicente Huidobro. A principios
de 1923, después de una estadía de cuatro años en París, regresó a Chile
metamorfoseado en Juan Emar, nombre derivado de una suerte de
fonética a la letra de la expresión francesa J' en aí marre,
"estoy harto". Este fue el seudónimo que utilizó tanto para sus libros
como para los artículos y columnas que publicó en el diario La Nación,
de propiedad de su padre, don Eliodoro Yáñez.
En Europa conoció las nuevas tendencias del arte contemporáneo y
decidió dar a conocer la tremenda ebullición que se vivía en torno a las
nacientes concepciones estéticas. Fue así como se puso a trabajar en La
Nación, principal soporte para el despliegue de sus ideas. Entre 1923 y
1927 publicó artículos que encontraron la oposición y el rechazo de la
academia y de la crítica oficial. Sus "Notas de Arte" fueron el
semillero donde se dieron a conocer las certezas y los desafíos de lo
que estaba recién formándose en el arte y el pensamiento contemporáneos.
Viajero frecuente entre América y Europa, regresó nuevamente a Chile
en 1932, poco después de la caída de la dictadura de Ibáñez y poco antes
de la muerte de su padre. Esta vez se dedicó a los libros que publicó en
vida: Miltín 1934, Ayer y Un año, editados por
Zig-Zag en 1935.
La crítica de la época guardó silencio. Apenas algunas reseñas dieron
cuenta de la aparición de una nueva manera de escribir, de una narración
que rompía con los esquemas tradicionales.
Dos años después publicó Diez, el libro de cuentos que prologó
Pablo Neruda en una reedición de 1971. Tampoco pasó mucho, aunque
algunos de sus relatos fueron antologados y siempre se ha considerado el
libro más exitoso de los que dio a luz.
Emar no quiso saber nunca más de publicar una nota, un artículo, una
opinión y, mucho menos, un libro. Se encerró a escribir una enorme
novela, de la que apenas daba algunas noticias a sus más cercanos. Murió
en abril de 1964, en Chile, sin haberla terminado.
En 1996, la Dibam y el Centro de Invéstigaciones Barros Arana
decidieron publicarla bajo el nombre de Umbral con un total de 4
mil 134 páginas. En esas miles de paginas, Juan Emar trabajó durante más
de 20 años. Quien siempre se sintió harto del mundo, construyó un cosmos
de palabras que pudiese ser habitado tanto por Alvaro Yánez como por
Juan Emar.
-¡Pibesa! ¡Pibesa! ¡Valor!
¡Estamos salvos! Aguardé temblando.
Nada. Nadie. Silencio.
De pronto apareció Pibesa en la esquina
del zaguán. Marchaba con majestuosa lentitud y en su rostro se había
fijado una meditación indiferente. Su mano derecha se balanceaba como un
péndulo al compás de su marcha tranquila. Su mano izquierda la apoyaba
en la cintura.
Al llegar junto a mí, me alargó esta mano.
Destilaba de ella la sangre. Luego vi que desde la cintura, desde el
punto exacto en que antes la apoyaba, empezaba todo su talle a teñirse
de rojo, rápidamente hacia arriba como un vaso que se llena; hacia abajo
como un vaso que se desparrama. Así el rojo de su sangre iba tragando el
gris perla de sus sedas.
Esperé un momento. Nada. Pensé que la sangre se habría estancado y
que su misión era sólo empapar el traje de Pibesa, pues su cuello no se
teñía, el beige de sus medias seguía inmaculado y el negro de sus
zapatitos quedaba negro como dos carbones empinados. Mas súbitamente sus
dos tacones, nada más que sus dos tacones, se inyectaron, se hicieron
escarlatas y al caer el color hasta el suelo, la tierra misma alrededor
de ambas bases, en pequeñito espacio, enrojeció ligeramente.
Entonces comprendí que el mal corría por dentro".
De "Pibesa" (Diez,
Zig Zag, 1937)
Nuestro
genio desconocido
Por
Ignacio Valente
Juan Emar el metafísico, el fantástico, el visionario, el
loco, el inocente, el paradisiaco, es la exótica flor de maravilla que
ha crecido en el medio más bien gris y opaco de nuestra narrativa. Por
los años treinta publicó cuatro libros: Miltín,
Ayer, Un año y Diez, títulos que se han reeditado
en tiempos más recientes, sin producir el terremoto que en nuestras
letras habría sido lógico y deseable.
Miltín 1934 no es
novela ni cuento ni poesía ni ensayo, sino de todo un poco: una especie
de caos, que no sigue argumento ni molde alguno, ni siquiera como
pretexto. Es un laberinto o un juego múltiple de espejos, una suerte de
monólogo pirandelliano que el autor sostiene frente al papel, creando
seres a medias, prometiendo historias que no se desarrollan y
desarrollando otras que no ha pretendido. De este maremagnum surgen
narraciones, diálogos, impresiones personales, trozos de
ciencia-ficción, relatos intercalados que se interrumpen en cualquier
instante para recomenzar, a su vez, otro argumento perdido... La ilación
de la obra es justo la que se espera de un inventario, género metafísico
que él ha llevado a la perfección.
Se trata de un prodigioso
catálogo del mundo. Entre una cosa y otra, el salto mortal. No hay
relaciones; sólo hay absolutos. Cada ser encierra el universo entero, es
un microcosmos que debe ser revelado en toda su plenitud propia. Esta
increíble manera de narrar no es una simple extravagancia del autor;
expresa una visión del mundo. El que ve las cosas como Juan Emar, con la
percepción inefable de la unidad del ser, no necesita caer en los
discursos de la racionalidad ni en el puente de las asociaciones. Cada
objeto se le dará como totalidad fascinante. Por eso Juan Emar tiene
tanto de poeta.
Un año es una especie de diario
intermitente, que elige doce jornadas (el día primero de cada mes), y en
esta simbólica cronología emplaza acontecimientos fantásticos,
hilvanados por la lógica del absurdo y presididos por esa visión
superior y casi mística que Juan Emar tuvo del universo. Porque es el
universo, la amplitud de los espacios del mundo y del alma, de lo real y
de lo imaginario, lo que vibra tras la leve anécdota de este
diario.
Y es que Juan Emar posee un sentido clarividente de la
figura que componen los elementos del cosmos. Posee orientación cósmica,
talento metafísico, una singular manera de situarse en el reverso de la
realidad. Ante el detalle despreciable que otros miran con ojos ciegos,
él se asombra y, dotando al mundo de un nuevo centro, construye
fantásticas disquisiciones, universos no euclideanos donde sus fantasmas
cobran una presencia casi física. Estas afirmaciones son válidas también
para Ayer, relato de seis experiencias doméstico-metafísicas de
una sola jornada. Nadie, entre nosotros, ha podido unir con la fuerza de
Juan Emar una experiencia filosófica o visionaria más profunda —aquí una
de corte platónico— a los hechos más triviales de la
cotidianeidad.
El volumen de cuentos titulado Diez se
refiere a diez realidades bien heterogéneas, ordenadas así en el propio
índice: cuatro animales, tres mujeres, dos lugares, un vicio. Un cuento
para cada cual, si puede llamarse cuentos a estos delirios, sueños,
visiones, documentadas locuras en forma de relato. Los animales cabalgan
entre la zoología terrestre, el bestiario medieval y la fauna onírica.
Las mujeres están hechas enteramente de la pálida y tierna substancia de
los sueños. Los lugares no son de este mundo; el vicio es casi una
alegoría.
Los argumentos de Diez combinan la vulgar
odisea del antihéroe que vaga por calles y bares y hoteles, con la
aventura paralela del espíritu que se eleva hacia estados de conciencia
superior mediante frágiles y extrañas experiencias: la revelación de la
armonía universal en una caverna frente a un gato —reedición del rapto
filosófico y del mito platónico de la caverna—, la posesión de
fantasmagóricas mujeres en un mundo de sueños y pesadillas, la
iluminación del misterio sexual en las figuras humanas que se agitan
dentro de una piedra de ópalo... Anécdotas verosímiles se desligan de
pronto del mundo establecido para proyectarse, mediante la exageración
monstruosa de algún detalle, hacia mundo surreales.
Estos libros no son siempre "amenos" ni "logrados". Son la locura
dirigida del único narrador chileno del siglo XX que merece figurar
entre sus poetas, y para quien, más allá del "talento", la adjudicación
de cierto "genio" no es un disparate.
"Diez",
la máquina matemático-sensible
Pablo
Brodsky
(Del Prólogo a la edición de
Diez, de Tajamar Editores).
Autor, difusor cultural, personaje de sus propias narraciones,
seudónimo o mote para borrar el nombre propio, Juan Emar es el firmante
de una de las obras literarias más inquietantes del siglo pasado, y que
sólo durante la última década se ha ido valorizando y reconociendo en el
mundo entero.
Como sus anteriores libros, la recepción que
tuvo Diez fue escasa entre críticos y público. Tal vez haya que
mencionar que la inclusión de Pibesa y El Unicornio en la
Antología del verdadero cuento en Chile, compilada por Miguel
Serrano, constituye su punto más alto de reconocimiento. Fue necesaria
una nueva edición, esta vez por Editorial Universitaria en 1971, con
prólogo de Pablo Neruda, para que el libro fuese destacado por la prensa
y la crítica chilena.
De las numerosas reseñas que se publicaron,
algunas consideraron Diez como un libro de
cuentos surrealistas, relacionados con el absurdo. Para otras,
primaba el carácter onírico, estableciéndose en ellos un orden diferente
al racional. No faltaron quienes tildaron a su autor de kafkiano, de
irónico y burlesco, de surrealista, de michauxiano. Pero la gran mayoría
vio en Diez una narrativa incomprensible, ajena completamente a
los cánones literarios a los que estaban acostumbrados.
Fue sólo
en la década de los 90 cuando surgió una lectura renovada sobre
Diez y, en general, sobre toda la obra de Juan Emar. En efecto,
la nueva crítica nos habla de la presencia del cubismo detrás de la
poética emariana, de una concepción arquitectónica de la literatura y
del arte, de la relación de la obra con la numerología pitagórica y con
el esoterismo. Sin duda, una de las lecturas fundantes de la nueva
mirada sobre Diez corresponde al poeta Eduardo Anguita, para
quien las visiones que contienen sus cuentos deben leerse "por el
conducto de ciencias esotéricas" (El Mercurio, 2 de octubre de 1977). Y
añade en otro artículo: "su intuir es poético, su cavilar es filosófico,
su lenguaje es semejante al científico y su fruto es una participación
de tipo místico, aunque de expresión profana". De esta manera, Emar
revelaría su sentimiento poético a través de tres acepciones: primero,
"como inductor de estados de asombro"; segundo, "como instrumento
cognoscitivo, en su progresión reflexiva", y, tercero, "como revelador
de belleza" (Revista Recados, 1974).
Llama la atención que la
línea de interpretación iniciada por Anguita tenga, entre los actuales
estudiosos de la obra de Juan Emar, un número considerable de
seguidores. Entre ellos, vale la pena señalar a Natalia García y Cecilia
Rubio, quienes han develado aspectos inéditos de la poética
emariana.
Rubio señala que Diez se relaciona con Proust,
Shakespeare y Dostoievski "en el plano de la tradición literaria", y con
Rudolf Steiner y el discurso hermético-alquímico "en el plano de la
espiritualidad esotérica". Para la estudiosa, "la disolución final del
personaje, como ocurre en (...) Maldito gato, pareciera
representar la gran aspiración del personaje emariano: dejar de ser
'un hombre asi´ y pasar a ser otro signo en el espacio. De esta
forma, el personaje aspira a superar la fase humana de la vida (...) y
recodificarse como un signo del mundo que puede ser leído" (Diez de
Juan Emar y la tetrada pitagórica: iniciación al simbolismo
hermético, Tesis para optar al grado de Doctor en Literatura,
Universidad de Montreal, Canadá, 2004).
San
Agustín de Tango, la ciudad de Juan Emar
Patricio
Lizama A.
Juan Emar entendió con gran lucidez el cambio artístico de
principios de siglo, y las nuevas propuestas de la arquitectura y el
urbanismo no le fueron ajenas. En su novela Ayer (1935),
encontramos el plano de San Agustín de Tango, ciudad imaginaria donde
transcurren los sucesos del relato, por tanto la lectura nos enfrenta a
dos textos distintos y complementarios. El plano revela una urbe con marcado
predominio del hispanismo colonial católico, el cual es impugnado por
algunas "maneras de hacer" que contrarrestan desde el interior el poder
político y religioso. La narración, del mismo modo, nos muestra a
personajes que oponen variadas resistencias, fisuran los mecanismos que
controlan sus cuerpos, articulan la memoria de lo vivido y así se logra
crear un nuevo sujeto.
Desde esta perspectiva, San Agustín de
Tango puede leerse como una imagen de la disputa entre tradición y
modernidad, problemática que atraviesa al conjunto de la vanguardia. El
diseño urbano de raíz colonial, asociado al damero, se interviene para
abrir espacios y crear nuevas centralidades. La conformación española se
modifica con novedades que se leen como citas de la renovación
urbanística de origen francés, y su apropiación revela el cruce de
culturas que hay en San Agustín de Tango. La arquitectura es igualmente
diversa porque en esta ciudad coexisten construcciones con variados
estilos que remiten a sociedades y épocas distintas. Si bien prevalece
la arquitectura clásica, este predominio también se altera con la
presencia de obras modernas de rasgos funcionalistas.
Los nombres
que se diseminan y cubren todo el territorio confirman la relevancia del
poder religioso, pero si bien las modalidades lingüísticas explicitan
esta hegemonía, hay algunas que lo impugnan. La risa producto de la
exageración y la fantasía, la modernidad tecnológica, relacionada con
el tren y la estación que traen nuevos saberes y voces que se
relocalizan y la modernidad artístico-cultural, inscrita en el taller
del artista que con su nombre y su creación establece su independencia,
desacralizan y cuestionan el orden.
La tensión se expresa también en la referencia a dos ciudades porque
el trazado posee similitudes con Santiago, la ciudad tradicional. En
ésta encontramos el diseño de damero, el río y los puentes, la división
entre el casco histórico (plaza, poder político y religioso) y La Chimba
(cementerio, zoológico, taller del artista), territorio del "otro",
donde se domestican las pulsiones e instintos de muerte y se recluye la
diferencia. Del mismo modo, el plano posee semejanzas con París, la
metrópoli. Notamos las diagonales y grandes avenidas, la estación de
ferrocarriles que posee una ubicación muy parecida a la Gare
Montparnasse y el río que se asemeja al Sena, en particular por la
dirección que adopta el curso de sus aguas y porque insinúa su división
en dos brazos y la conformación de un fragmento de l´isle de la
cité. A pesar de estas similitudes, San Agustín de Tango no es
Santiago ni es París, es otra ciudad, latinoamericana, construida a base
de retazos temporales y espaciales y distintos fundamentos producto del
entrecruce de varias culturas.
La hibridez de San Agustín de
Tango se puede entender además como el lugar desde donde Emar escribe.
Para él, esta ciudad imaginaria no es el sitio de su infancia ni de su
adolescencia (Santiago) ni tampoco la de su adultez en la que vivió
durante muchos años (París), sino que es "un lugar híbrido" "en el que
se cruzan los sitios realmente vividos". García Canclini indica que este
mismo fenómeno Onetti lo llama Santa María; García Márquez, Macondo;
Soriano, Colonia Vela.
Estos pueblos, añade, "aunque se parezcan a otros tradicionales de
Uruguay, Colombia y la Argentina, están rediseñados por patrones
cognoscitivos y estéticos adquiribles en Madrid, México o París".
Nosotros agregaríamos que, antecediendo a estos escritores, Emar crea
San Agustín de Tango y aunque esta ciudad se parece a una de Chile, está
rediseñada con los "patrones cognoscitivos y estéticos" adquiridos por
él principalmente en París.
La existencia emariana marcada por
continuos viajes al extranjero y prolongadas estadías en Europa, está en
la base de la ciudad inventada en Ayer. Emar fue un migrante y
esta condición lo llevó a experimentar un desarraigo y una disociación
entre un aquí-ahora y un allá-entonces: en París, recordaba Santiago y
cuando volvía muy pronto comenzaba la nostalgia parisina: él siempre
habitó ambos lugares. San Agustín de Tango es la ciudad de alguien que
posee una doble vida desgarrada entre una sociedad tradicional, cerrada,
estática y otra moderna, abierta y móvil; entre una ciudad y una
metrópoli.
El plano devela así los rasgos del sujeto emariano
construido a partir de fragmentos opuestos y complementarios y cuya
identidad se materializa y se diluye en Juan Emar. Proveniente de "J'en
ai marre", la creación de este nombre puede entenderse como un proceso
análogo a la forma como la sensibilidad latinoamericana apropia la
cultura extranjera y elabora un arte nuevo, original, que posee nuevos
sentidos producto de la tensión y el roce entre lo ajeno y lo
propio.
* * *
Texto
Escogido
"El unicornio habita en las selvas de los confines de la
Etiopía.
El unicornio se alimenta únicamente de los pétalos fragantes
de los nenúfares dormidos.
Ello no quita que su excremento sea
extremadamente fétido.
El unicornio, para sus horas de reposo,
fabrica con su cuerno único vastas grutas en la tierra muelle de los
pantanos. De lo alto de estas grutas cuelgan estalactitas de ámbar y
arañas velludas de un hilo de plata.
El unicornio no se domestica.
Cuando divisa al hombre se volatiliza todo él, salvo su cuerno que cae a
tierra y queda recto sobre ella. Luego echa hojas dentadas y frutos
encarnados. Se le conoce entonces con el nombre de "El Árbol de la
Quietud".
Sus frutos, mezclados a la leche, son el más violento
veneno para las muchachas en flor. Esto, Marcel Proust lo ignoraba. De
haberlo sabido, se hubiese evitado varios volúmenes".
De "Él Unicornio" (Diez,
Zig-Zag, 1937).
* * *
En abril de 2006 se
cumplirán 42 años de la muerte de Juan Emar.
Ya se
anuncian actividades conmemorativas para esa fecha:
Publicación de
Diez, por Tajamar Editores.
Un homenaje en la Galería y
Centro Cultural «Cité Jofré al Fondo» (General Jofré 386,
Santiago-Centro) que constará de una exposición de dibujos, pinturas y
fotografías, y un ciclo de charlas y conferencias sobre la vida y obra
de Juan Emar.
Estreno de la obra de teatro "Emar" , un espectáculo basado en
la visita de Juan y su mujer al pintor Rubén de Loa, en Ayer. Actuarán
en ella Alejandro Trejo (Juan Emar), Hellen Cáceres (la mujer) y Aldo
Parodi (Rubén de Loa). Adaptación y dirección de Pato Pimienta.
COORDINADORA DE
ESTA EDICIÓN DE
"CHILE QUIERE LEER": MARÍA TERESA
CÁRDENAS
Dibujos inéditos
de Juan Emar realizados entre 1945 y 1950.
Dibujo de Juan Emar: Jimmy Scott