Contra la seriedad
Por Julio Espinosa Guerra*
Revista Parteaguas, Nº15, Diciembre de 2008. México
Me piden que hable sobre el humor. Es más, me piden que escriba un ensayo sobre el humor, cuestión realmente complicada. Es como pedirle a alguien que hable sobre el amor. Porque necesariamente al intentar acotar estas expresiones del espíritu, nos transformamos en figuras oscuras, exentas de humor y de amor. Por decirlo de alguna manera, el humor y el amor se expresan, no se dicen (y no es que me esté poniendo Bucay ni Cohelo).
He decidido hablar de la seriedad primero porque un autor que se tiene en alta estima, como yo, enaltece su figura, aunque sea esmirriada, al escribir ensayo, vistiéndose de las galas propias de todo humanista, segundo, porque todo ensayo que se precie debe ser algo serio, ojalá sesudo, escrito intrincadamenta para que lo dicho, aunque sea poco, parezca mucho y con una sintaxis enrevesada, que desconcierte al lector. Por último, un tema como el humor puede desprestigiar a quien hable de él. Pero un tema como la seriedad, más en un título tan bonito y tan contundente como “Contra la seriedad”, sólo puede servir para dar mayor proyección a quien lo escribe.
Todos recordamos ejemplos de esto último, por lo menos los que estudiamos algún día esa carrera llamada Literatura esperando salir de allí como escritores hechos, que no derechos. En las aulas descubirmos a una serie de señores llamados “estructuralistas”, “postesctructuralistas” y “posmodernistas”. Algunos se supone que decían algo, aunque nunca los hayamos podido entender del todo, había otros que no decían nada y un puñado, uno, dos o tres, que hoy siguen siendo realmente interesantes. Pero todos, además de querer decir cosas, las decían de manera complicada, seriamente, reflejando la imagen grabada a fuego del intelectual que todos tenemos en algún rincón de la memoria: ese señor con camisa arremangada, pipa o cigarrillo colgándole de la comisura de los labios, que apoya su barbilla en la palma de una de sus manos o la sujeta, con mirada seria fija en alguna parte del firmamento (siempre interior, o sea, su enorme cabeza), como si acabara de descubrir el mundo. Gente atormentada, que se suicidó o casi lo hizo. Gente con la que hubiese costado bromear o compartir un chiste, porque, muy porbablemente, no lo hubiesen entendido. Gente que hablaba de grandes temas, pero nunca del humor.
Pues, cuando a uno le toca escribir un ensayo, la palabra “seriedad” viene acompañando a la primera. Todo ensayo que se precie debe ser serio. Y, entonces, ¿cómo escribir sobre el humor si vamos a hacerlo seriamente? Claro, claro, algunos diran que el humor es una cuestión muy seria y que sus vertientes más significativas indudablemente son la ironía y el sarcasmo, propias de genete culta, intelectuales de alto vuelo, como los ingleses. Pues sí, como los ingleses estilo Benny Hill, les respondería yo.
Sirviéndose de todo esto como referencia es que mi pequeño cerebro decidió escribir un texto contra la seriedad. El problema mayor es que yo soy una persona seria, así que escribir este texto es como atacarme a mí mismo. Pero vamos allá, que por el camino se arregla la carga, dijo el arriero.
Los inicios
Se dice que Aristóteles compuso su Poética de dos partes. Una que hablaba de la Tragedia y la Epopeya y otra que hablaba sobre la Comedia y la Poesía Yámbica. Al parecer, esta segunda parte desapareció en la Edad Media. O la hicieron desaparecer. Puede que ya en ese entonces existiera la Teoría de la Conspiración según la cual los judíos quieren apoderarse del mundo y, claro, si el mundo fuera un chiste sería bien difícil apropiárselo. El mundo, como se sabe en las esferas del poder es de la gente seria. Como ustedes pueden adivinar, es bien difícil encontrar a alguien con poder que tenga humor: ni Chaplin ni Jerry Lewis lo tenía, aunque su amigo (no tanto, como se ha sabido después) Dean Martin, que pasaba por un juerguista y un irresponsable, sí que poseía esta virtud, por la cual era atacado, pero que al mismo tiempo lo ayudo a llevar una vida más ordenada de lo que creemos y, curiosamente, más libre.
Pero yo estaba escribiendo sobre Aristóteles. Éste, como señor filósofo que era, no podía dejar de tocar el palo del humor y lo hizo, estoy seguro, en esa “probable” segunda parte de la Poética. He aquí mis consideraciones: hay buenas muestras de la aplicación del humor en la literatura tanto en la cultura griega como, después, en la romana, aunque naturalmente, nos han llegado más muestras de la romana. Imaginemos un momento que los romanos teniendo como modelo a los griegos, no reciben la segunda parte de la Poética, porque simplemente no existe. Así las cosas, ¿cómo es que pudieron escribir textos llenos de sarcasmo, ironía y humor cuando no encontraron ningún antecedente filosófico al respecto? Pues esto demuestra que sí que debió de existir algún texto que canonizara el humor y no, exactamente, hablando mal del mismo, fuere de Aristótles o no.
Pero ¿qué pasó para que el humor desapareciera del mapa hasta La Celestina o El Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha. Pues, que llegó el Cristianismo, que queriendo imitar a los romanos, que habían copiado todo lo bueno de los griegos, copiaron todo lo malo del judaísmo. O sea, su seriedad. Como dice mi amigo Carlos Eugenio López en su poema “Los últimos paganos”:
Incluso en los tiempos
más abominables del imperio
tuvimos la libertad
de optar
entre la sumisión y la muerte.
Dios no nos deja elegir
ni eso.
(En Teoremas, Visor, 2007)
De pronto el ensayo se me ha vuelto teológico. Pero es que nadie puede negar que humor, lo que es humor, el cristinismo, específicamente, el catolicismo, no tiene ni pizca. Pero el asunto no tiene que ver con un discusión sobre la religión, sino sobre el poder. A éste le viene bien la seriedad y durante la Edad Media, cuando dicen que desapareció la segunda parte de la Poética, la Iglesia (así, con mayúscula) era el poder y no podía dejar que nadie se riera de ella. Además, yo no me puedo imaginar a Isabel la Católica riéndose de un chiste de Colón, menos si era sobre ella. No, qué chiste ni que nada. Directo a la horca. Menuda risa.
Lo preocupante del asunto es que los antecedentes donde el humor está presente no son muchos, por lo menos en nuestra lengua. Allí está el Lazarillo de Tormes u obras más desconocidas, como la Crónica burlesca del emperador Carlos V, de un tal don Francés de Zúñiga. O más actuales... son tantas que se me olvidan.
Como decía, el catolicismo con sus ansias de poder, resquebraja el humor, lo ataca, lo hace desaparecer, pero no por el humor en sí mismo, sino porque éste es un emblema de la libertad y, la libertad, incomoda.
Nuestros días
Hablaba al comienzo de los señores estructuralistas. De los señores postestructuralistas. De los señores posmodernistas. Realmente, hablaba de los señores. Me refiero a esos que una excompañera de universalidad tachaba de “viejos encorbartaos” (sic). Pues, qué le vamos a hacer al asunto. Lo que triunfa, lo que ha triunfado en el mundo, es la estética del poder, es decir, una estética de la seriedad, porque la seriedad es una representación del poder mismo. Si no eres serio, no pareces responsable, y si no pareces responsable, no eres digno de confianza, y si no eres digno de confianza nunca podrás llegar a ese puesto que anhelas, y si no llegas a ese puesto que anhelas, pues, nunca tendrás poder. Y para comenzar a subir esta escalera, necesitas una corbata, sino no das la talla de hombre (o mujer) responsable.
Esta dinámica viene a representar claramente la imagen del hombre, el que debe ser su desarrollo durante los diferentes estadios de la vida. El individuo risueño, bueno para los chistes, no tiene cabida en este marco social, puesto que no tiene credibilidad. Es más, una persona mala para los chistes puede llegar lejos en el mundo empresarial, político, literario. Una persona con la broma a flor de labios, que hace pasar un buen rato a sus congéneres, seguramente nunca será tomada en serio aunque se trate de alguien intachable y más que responsable. Terminará siendo un trabajador más, del montón, por más posgrados que tenga.
Pero vamos a la literatura. Aquí recordaré mi experiencia como lector de una de las dos editoriales literarias más importantes de Barcelona. Recuerdo que llegué a leer durante los dos años que estuve trabajando con ellos, más de treinta novelas. La mayoría, no valía la pena en absoluto. Pero un día llegó a mis manos un textos con el que no paré de reírme de principio a fin. Es cierto, puede que en algún momento la risa fácil fuese excesiva, pero también es cierto que, entre chiste y chiste, la tragedia se mascaba. Como es lógico, recomendé su publicación. Pero después de leerla, decidieron que era demasiado chistosa y no la editaron. El asunto pudo haber quedado ahí, pero tiempo después supe que el mismo autor había enviado otra novela que le pasaron a otro de los tres lectores de la editorial. Éste también la recomendó, exactamente por los mismos motivos que yo había recomendado la anterior. Tampoco la editaron. Y es que una novela te tiene que hacer llorar, te tiene que hacer sufrir, te puede hacer soltar una risa... pero no cien. Además, dos personas competentes, probadas en la lectura de manuscritos recomendaran dos novelas del mismo autor sin tener ninguna relación entre ellos, no pueden estar equivocados. De más está decir que esta editorial se consideraba a sí misma “seria”.
Toda esta parrafada sirve para demostrar nuevamente mi teoría aristotélica. El humor no es considerado una virtud, sino una tontera... simpática, pero una tontera al fin de cuentas. Y no se dan cuentas de que justamente a través del humor se pueden abrir puertas que de otra manera son imposibles de mover.
¿Que por qué digo esto? Recordemos por un momento a los caricaturistas. Recordemos especialmente a Honoré Daumier... que murió en la miseria, pero ocupó la caricatura para sepultar la tan cuidad imagen de los señores políticos, todos ellos serios.
Y es que a través del humor, la denuncia es dos veces denuncia, porque mientras la seriedad, la corbata, el andar derecho y pensar muy bien las palabras sin caer en lo “políticamente incorrecto” no es parte del sistema, sino que “es el sistema”, el humor es la transgresión de dicho sistema.
Hoy en día, que más que nunca hay que ser “dialogantes”, “abiertos”, “tolerantes”, el humor se plantea como una falta de respeto. Allí tienen las amenazas de algunos países musulmanes cuando se “caricaturiza” a Mahoma. Y allí tienen a los jueces españoles, trabajando a una velocidad que no poseen para ningún otro caso, cuando se “caricaturiza” al príncipe o cualquier miembro de la real familia. Y es que occidente y oriente cuando se trata de la risa, no son tan distintos.
Arte, humor y seriedad
Lo advertí: al final me estoy poniendo demasiado serio con esto del ensayo. Pero ahora les saldré con algo cómico o que por lo menos lo parece. Quiero que sepan que, para mí, el humor no sólo hace que disfrutemos más plenamente de la vida, sino que debería ser considerado el décimo o décimo primer arte (es que ya no sé en qué número de arte vamos... que hasta Palito Ortega y Maná son “artistas”). La cosa tiene que ver con lo que he dicho dos párrafos más arriba y ahora lo voy a explicar un poquito mejor. Pero por mientras, harían bien recordando a Chagall y Andy Warhol. También podemos agregar a John Giorno, con quien he tenido la suerte de coincidir hace poco y puedo asegurar que se merece el premio Nobel, por su poesía, claro, pero más que por su poesía, por el buen humor que rebosa su poesía. Claro, no se lo darán. Y no se lo darán no por ser gay, sino por su ácido humor, que no deja títere con cabeza.
Pero decía que la seriedad es más que un estado de ánimo, un estado social, casi espiritual de nuestra cultura. Digamos que el mundo ha sido modelado por los serios a su imagen y semejanza, y poco espacio hay para quienes no asuman tal discurso.
Es por eso que de alguna manera todo humorista es un out-sider y si hacemos una lista de artistas que han usado el humor para expresarse, nos daremos cuenta de que mientras los autores “serios” casi siempre llegaron a tener algún nombre, los que utilizaban el humor no tuvieron tal reconocimiento. Allí está Chesterton y Kafka, por poner solo dos ejemplos que, uno más y el otro un poco menos, fueron marginados por su propio tiempo, por sus contemporáneos.
Esto, que parece una pena (ay, qué pena) no es tan terrible tampoco. En el fondo, el humorista lleva en la médula el gen de la incomprensión, debido a que es incómodo. Es lógico que si yo me río de mi vecino, mi vecino no se ría, sino me odie, aunque aquello que me mueve a reirme de él sea verdad de la buena y él lo sepa. Y el vecino no se ríe no porque no tenga ganas de hacerlo (es más, puede que entrando a su casa le cuente lo sucedido a su mujer y los dos se pegen juntos unas carcajadas) sino que se enoja porque “es lo que debe hacer”. Con esto quiero decir que el sistema le dice que tiene que enojarse, como le dice que hay que llorar frente a la enfermedad y padecer insomnio ante las crisis econímicas. Me explico: en los genes del sistema está la queja, el lloro, la rabia; cuestión que podríamos resumir en el término “seriedad”. Porque el mundo es cosa seria, muchacho.
Este es el resultante natural de una sociedad levantada con la falsa creencia de que los hombres son el centro no del mundo, sino del universo. Natualmente, si creemos que somos creación de dioses, el único ser con conciencia, creado para gobernar las cosas que se mueven, preclaros y juiciosos, los asuntos del mundo serán los asuntos del hombre y, por tanto, cuestiones muy serias, aunque se trate de tribialidades: “Oh, se me ha muerto la mujer”, “Oh, tengo un hijo drogadicto”, “Oh, ya no me puedo comprar un Rolex”, “Oh, mi peluquera se ha jubilado”, “Oh, mi mujer se ha ido con el fontanero”. Incapaces de medirnos con la vara justa, todo es una tormenta en el vaso del agua.
Así las cosas, el humor se plantea como una transgresión de esta educación milenaria, puesto que se trata de un posicionamiento en el mundo que guillotina la concepción antropocentrista de nuestra sociedad y nos muestra la precariedad que somos: seres de dos piernas que nacen, comen, duermen, cagan y se mueren, y que no han evolucionado casi nada (con excepción de algunos cerebros pensantes) en sus miles de años de historia.
Imagínense por un instante a aquel que se cree un gran hombre, alguien digno de ser recordado, al que le dicen que mañana, cuando despierte, ya no habrá posteridad y por la tarde, después de estar padeciendo su particular problemática, descubre que le han pegado un monigote porque es el día de los Santos Inocentes. Pues, este individuo querrá matar a quien se rió de él, aunque quizá le convendría reírse, porque, entre vuelta y vuelta, puede ser cierto. Pero a él le interesará más su “honor” dañado y, en especial, sus espectativas, que lo que puede (o mejor, es) verdad.
Si alguien reacciona seriamente, es porque lo han educado así. Cree que ese mundo que le han enseñado es el correcto. Su sistema es uno y no lo pone en duda. Necesita que sea así, simplemente para poder sobrevivir. Y niega el humor, porque el humor niega su sistema, su seguridad. Y cuando el ser humano está inseguro, intenta sujetarse de cualquier manera a aquello que lo salva, aunque sea precariamente. O sea, la seriedad: Ya, ya, déjate de bromear y hablemos seriamente.
Claro, no me refiero a los chistes de varones o señoras que toman el té. Eso no es humor. Me refiero a la ironía y el sarcasmo, aquellas formas del humor que atacan el sistema social del cual, mal que les pese a los señores encorbatados, forman parte, transformándose muchas veces en armas arrojadizas a su juiciosa concepción de mundo. Su código, aquel que conforma paralelamente al sistema aceptado, funciona tal cual el código del arte: se trata de una transgresión a la manera del “decir” conocida y pocos son los que aceptan que esa manera, ese gesto sea válido, puesto que se sale del mundo que ellos califican como real, del canon en el que ellos, los ciudadanos de a pie, han sido educados.
Es por eso que cuando la poesía es capaz de incorporar el humor, es dos veces buena, debido a que ésta, como cualquier arte, se basa en la transgresión de la norma, en este caso, lingüística. Como el gran humor --la ironía, el cinismo-- tiene exactamente la misma base, un poeta que sea capaz de reunir en sus textos ambas transgresiones, creará una hoja afilada por sus dos cantos, lo que le permitirá explotar la sensación de desasosiego propia del arte contemporáneo de manera mucho más profunda que si su poesía surge sólo y meramente de la seriedad y de la creencia de que su palabra es sagrada. Además, quien lo haga, no sólo estará potenciando su poesía sino que estará potenciando su libertad, su libre albedrío, cuestión imperdonable en una sociedad normalizada, uniformizada, homogeneizada.
Y cuando hablo de humor en la poesía nuevamente no hablo del chiste ni de la ocurrencia, porque allí hay chispa, que no, crítica. Hay que tener en cuenta que toda obra de arte comienza cuando la ocurrencia, el mero ingenio se acaba, cuando el chiste pasa a ser algo más que chiste: crítica o autocrítica de una situación, de una circunstancia, de una sociedad; cuando comienza a ser ejercicio de libertad. Así las cosas, todos aquellos creadores que identifican el humor de su poética con un juego de palabras, una sílaba de más o de menos, un anecdotario de situaciones “divertidas”, no entran dentro del humor como característica potenciadora de la creación artísitica. Por el contrario, el humor considerado como ejercicio de libertad hace reír desde la tragedia, porque la tragedia, como lo constataron los griegos, está ligada a la visión esencial que tenemos del hombre en el mundo. Bien lo saben los mimos, que con su llanto nos sacan una sonrisa y con su sonrisa, una lágrima.
Podemos encontrar poemas cargados de humor en algunos autores contemporáneos, como el chileno Óscar Hahn y los norteamericanos John Giorno o Charles Simic; textos que logran sacarnos exactamente esa sonrisa que saca el mimo y que tiene la hondura de la lágrima. Como ejemplo, un texto de Simic:
Solitude
There now, where the first crumb
Falls from the table
You think no one hears it
As it hits the floor
But some where already
The ants are putring on
Their Quakers' hats
And setting out to visit you.
(“Soledad: Mira, ya se han caído/ las primeras migajas,/ crees que nadie las oye/ golpear las baldosas// pero en algún lugar/ las hormigas se calan/ sus sombreritos cuáqueros,/ salen a visitarte.” Desmontando el silencio, Ed. Cuatro Estaciones, España, 2003. Traducción de Jordi Doce.)
Pero a pesar de esto, no es común ver poetas capaces de incorporar el humor en sus textos, quizá porque nuestro oficio conserva desde hace mucho la errada visión de que la palabra dicha por el bardo es no sólo verdadera, sino providencial, omnipotente, cosa de gente “seria”.
No estaría mal, así como es importante más que buscar la felicidad, luchar contra la infelicidad, que nos fuéramos dando cuenta de que la seriedad no es un fin en sí misma ni tampoco una cualidad y que un poco de humor, del bueno, del sarcástico, del írónico, incluso del cínico, en su justa medida potencia el poema y la obra de arte en general, puesto que, sin caer en la referencialidad, sino que justamente transgrediéndola, nos acerca a los lectores, sirviendo como puente entre el discurso del canon y el discurso poético.
Para ir terminando, es lógico que, en el caso de haber existido, el poder imperante haya hecho desaparecer el segundo tomo de la Poética, más aún si unía en un sólo libro comedia y poesía, ya que si por separado son de temer, juntas se pueden transformar en un instrumento peligroso para reyes, prelados y políticos, que no hay cosa que teman más que la palabra usada libremente.
Lo importante, en todo caso, no es el discurso ni este ensayo, que al final se me puso demasiado serio, lo reconozco, sino intentar dar el paso hacia el humor sin caer en el burdo chiste de colegio y entendiendo que es, en el lenguaje de la física, una medida de fuerza para lograr el objetivo final del arte que no es más que la transgresión del canon para mostrar qué hay tras el mismo. Y quizá para lograrlo no debamos mirar mucho más allá de nuestras narices. Al fin de cuentas la seriedad de este ensayo no hace más que darles la razón a esos señores encorbatados que tanta rabia le daban a mi amiga. Sería bueno comenzar riéndonos de nosotros mismos y coger estas hojas, arrancarlas de la revista, hacerlas una bola y tirarla a la papelera para matar todo atisbo de seriedad definitivamente.
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* Julio Espinosa Guerra es chileno y ha publicado un puñado de libros, entre los que destaca NN, ganador del Premio Hispanoamericano de Poesía Sor Juana Inés de la Cruz el año 2007. Practica su buen humor esperando que algún día, tal cual señalaban las bases del concurso, sea editado por CONACULTA.