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Un chileno varado en la ciudad

Por Sergio del Molino
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No sé si he mencionado aquí alguna vez a Julio Espinosa, un poeta chileno que se ha hecho un hueco en esta dura Zaragoza en la que ha recalado por amor. Es un tipo sorprendente dentro del mundo literario, porque cuando hablas con él lo que más le interesa es la literatura, algo muy poco común entre los letraheridos. A Julio le interesan las palabras, el estilo, los significantes ligados a los significados y la capacidad de un texto para emocionar y provocar espasmos de rabia o de placer en el lector. Y eso es muy raro, porque cuando los escritores alternan suelen hablar de:

a) otros escritores a los que ponen a caldo.

b) los editores, en tono laudatorio o increpante, según el trato que hayan recibido por ellos.

c) de sí mismos, de su mismedad, de su grandísima mismedad y de su gloriosa y genial mismedad, que les lleva a descoyuntarse el cuello en un empeño por tener siempre en la punta de la lengua la frase más ingeniosa, la maldad más refinada o la broma más atrevida, todo sea por dejar claro quién merece todas las miradas.

d) de sus amigos, que tanto les quieren y tanto amor reciben, y tantas copas pagan.

e) si hay un periodista delante, de los medios que no aprecian y maltratan la literatura (es decir, que no aprecian y maltratan "su" literatura y la de sus amigos) y de los periodistas que sacan de contexto sus frases y hacen preguntas estúpidas en las entrevistas ("no lo digo por tí, querido", añadirán).

(Para ser justos, deberíamos anotar que esto es un cliché de trazo muy grueso y que gallos de corral hinchados de plumas los hay en todas partes y en todas las profesiones, pero ser justos es un rollo. Pongan ustedes nombres propios a las excepciones a estas normas que me acabo de inventar. A mí, sin pensarlo mucho, se me ocurren una docena).

De literatura, se habla poco. A alternar se va a hacer negocios, a engatusar a un editor, a colocar a un amigo en tal sitio, a asegurarse una buena crítica... Son agotadores, porque están trabajando constantemente, evaluando cada frase que se pronuncia, calculando los réditos que se le puede sacar a una conversación, viendo si pueden salir de la velada con un trabajito o con alguna promesa. Como todos los juegos de seducción, cansa mucho al seductor y al aspirante a seducido, por eso, para las personas que tendemos a la asociabilidad y no sabemos nadar en esas aguas, entablar amistad con gente como Julio es muy gratificante.

Julio tiene un alma despreocupada. No es, ni mucho menos, un bohemio, pero vive ajeno a las preocupaciones pequeño-burguesas que nos afligen a la mayoría. Desde que dejó un seguro, cómodo y bien pagado puesto como profesor de literatura en Chile, no persigue el oro y tiene un cierto aire de asceta. Sus ambiciones no son pecuniarias, sino exclusivamente literarias. Más que vivir "de" la literatura, aspira a vivir la literatura, aunque eso implique algunas renuncias. Quiere triunfar en las letras, pero eso no quiere decir que persiga un reconocimiento rápido ni escalar los puestos de ventas. Lo que quiere es más sutil, más complejo y más difícil de conseguir que una cuenta corriente holgada: quiere desarrollar su obra con libertad.

Por eso, en 2001, aterrizó en Madrid sin papeles, con todos sus ahorros, un libro de poemas publicado, una novela manuscrita sin publicar -que escribió con 22 años y nadie lo diría- y el propósito irrenunciable de hacerse escritor. Ahora vive de los aledaños de la literatura (fue lector en Tusquets y ahora dirige la delegación zaragozana de la Escuela de Escritores), pero antes publicó la novela, El día que fue ayer, que llegó a ser prefinalista del Herralde, y sacó unos cuantos poemarios. Hace poco estuvo en Chile y en Perú presentando la edición chilena del último de ellos, NN. Desde hace cosa de un año, el amor le ha dejado varado en esta ciudad pre Expo, y unos cuantos privilegiados hemos podido disfrutar de su conversación y de su sapiencia.

Hay tres cosas que me gustan de su poética y de su obra en sí: su pulcritud y precisión léxicas, su odio visceral por el lugar común y su empeño por ahondar en el significado profundo de las cosas, sin concesiones a la "literatura de señoras que toman té", como él dice. En muchos aspectos, es casi juanramoniano, pero a la que te descuidas aparece Bukowski.

La novela El día que fue ayer, publicada por una editorial chilena en 2006, tiene todas esas cosas. En ella lucha con los fantasmas de la memoria doliente de su país con una estructura casi coral, polifónica, sin derivaciones nostálgias, que va directa al corazón de la frustración y del dolor. El reverso tenebroso de Isabel Allende, una reflexión sobre la dictadura y la violencia sin el espectro de Víctor Jara.

Puede que Julio tenga poco que hacer. A un lado, tiene a Dan Brown y las novelas de templarios que dominan el panorama editorial, y en el lado "esteta" o cool, la "generación Nocilla", para cuyos miembros, las preocupaciones estéticas y éticas de Julio suenan a chino cantonés. Quizá es mejor así. Puede que siendo un outsider consiga hilvanar su obra sin prisas ni tejemanejes. Al fin y al cabo, Julio es de esos literatos que entienden que un escritor, básicamente, se dedica a escribir.

¿Que por qué este largo homenaje a Julio? Porque, aparte de todo lo que llevo dicho, que no es poco, es un tipo generoso, que me ha ayudado bastante y me ha dado algunas claves que, quizá, por mí mismo jamás hubiera encontrado. Hay que ser agradecido con quien te enseña caminos que no sabías que pudieras recorrer.

 

 

 

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