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ALCANCES DE LA REFLEXIÓN
A PROPÓSITO DE TRES POEMAS ESCRITOS EN CHILE

Por Juan Espinoza Ale


Así, se han escrito muchos libros inútiles: diarios de vida de colegiales aficionados a la  cerveza, recuerdos de provincia, poemas para álbumes, conversaciones con amables fantasmas que, demasiado habituados a la vida de ultratumba, no tienen, finalmente, nada que decir.

(Enrique Lihn. Definición de un poeta.)

I.

La eventual utilidad de la poesía es un asunto que ha dado para muchos escritos de variada profundidad, y por supuesto, diversas conclusiones que estarán siempre determinadas por el alcance que se le quiera dar a los conceptos. Claramente Lihn en la cita no emplea el mismo sentido que cuando espeta “la poesía no sirve para nada”, y no es sólo una diferencia anímica la que separa ambas visiones.

Para quienes se interesan en la poesía resulta inevitable preguntarse si este “respirar en paz para que los demás respiren” tiene alguna utilidad hoy, y cuál sería. Es evidente que no encontraremos una sola respuesta, pero lo que no podemos hacer en el presente, es sobrestimarla y mucho menos darla por sentado sin intentar a lo menos discutir sobre el asunto y el estado de la cuestión.

Vivimos en tiempos en que el valor social de la poesía es poco más que nulo, las razones para ello son complejas, como todo, y por lo mismo resultan un tanto absurdas algunas elucubraciones sobre la idiotez progresiva y generalizada de nuestra población, sólo porque ha dejado los libros de versos a un lado, a cambio de otras formas de cultura o entretención[1] . El ejercicio poético postdictadura ha pasado de ser un espacio de comunicación, “religante” de una comunidad agónica, a una serie de manuales esotéricos para cofradías de diversa calaña. A eso debemos sumar una prensa conformista-cómplice, un mercado editorial relativamente amateur, en donde no hay punto medio entre el amor al arte financiado por amigos, familia o el gobierno, y el hambre sin medida de dinero que no pone siquiera atención en la calidad del producto, monopolio de la distribución y los gastos institucionales en papelería, carreras universitarias diseñadas por estafadores y que en el mejor de los casos postulan un estudiante que no sepa una pulgada más allá del ámbito de su futura profesión o, peor aún, fomente el adoctrinamiento por sobre la libertad del conocimiento y el pensamiento crítico. Así, tenemos la mixtura perfecta para lograr el estado actual de cosas: conciencias plácidamente dormidas frente a la TV, frente al espejo, frente a frente. Esto queda aún más claro cuando contamos con ejemplos de países vecinos o lejanos, que nos llevan varios kilómetros de ventaja en ese aspecto, y que también tuvieron dictadura, que también miran tetas y culos antes de dormir, en fin.

En ese panorama buscamos la respuesta, en un país cuya población no es tan idiota como se esfuerza en aparentar, ni tan inteligente como cree mirándose el ombligo. Y puestos en el papel de agoreros, un pueblo que no lea poesía no debería asustarnos tanto como la perspectiva de un pueblo analfabeto, un pueblo que no reflexiona y que obedece: un pueblo con uniforme.

“La poesía está ahí para que el árbol no crezca torcido”, se decía, pues bien, hoy el árbol pareciera volcado a sus raíces. Cruzarse de brazos sería tan infantil como pensar que a fuerza de buenas intenciones la cosa pueda variar. Sin embargo, ayudar a torcerlo aún más es un lujo que nadie está en condiciones de darse, salvo ciertas psicopatías de por medio, que nunca faltan, al tiempo que el deseo voraz de cortar una tajada más o menos grande en el proceso de la degradación, hay de todo, ya hemos visto.

Vivimos tiempos rápidos, sin duda, en los que la reflexión brilla por su ausencia, desde las cúpulas del poder hasta las paradas de los buses. La poesía quizás tenga algo que decir al respecto, a su manera, con sus herramientas. Sólo en la medida en que despierte algún tipo de reflexión en el sujeto-lector, un poema, un libro, puede considerarse útil en los días que corren, ojalá, hacia algún lado.

Entiendo por reflexión aquello que media entre la vivencia o la percepción pura y la asimilación de la misma, es decir, el proceso mediante el cual el sujeto da forma a lo vivido o percibido y lo transforma así en experiencia, en algo útil que supera la mera sensación del instante. Esto que parece tan obvio no resulta tanto al contemplar algunos versos que no superan lo puramente confesional, así como otros que intentan reproducir mecánicas objetivistas y ni siquiera logran parecer una buena traducción de sus modelos anglosajones. En poesía, como en todo, hay técnica operando entre el corazón y la cabeza, también entre la cabeza y el papel, y no es necesario ser un experto en retórica para intuir algunas de las muchas posibilidades que el hacer poético y su lectura despliegan. Es por eso que quisiera centrar la mirada en tres poemas que a mi juicio proponen, escenifican o retratan la reflexión, persuadiendo al lector y no obligándolo a aceptar que lo escrito es interesante o conmovedor por la sencilla razón de estar en letras de molde. Son poemas que están lejos del chantaje emocional o la pirotecnia verbal que no hace más que sacarle brillo al vacío que la compone. Ahora bien, toda buena poesía es valiosa, útil si se quiere, y no es mi intención plantear que estos textos sean los únicos tipos practicables hoy, para eso ya tenemos las semanales tablas de la ley de los tantos montes que componen nuestra geografía literaria actual. De lo que sea que hablemos, aquello denotado y connotado, sin duda nos supera, siempre.

He escogido estos poemas pues considero que han tenido una recepción escasa o al menos no han recibido la atención que merecen. “Aerogramas 4”, de Edgardo Anzieta, que es parte de su libro Ideario de un territorio (1994), que sólo recientemente ha tenido alguna repercusión crítica entre los lectores más jóvenes, lo que sólo es posible justificar con una mala distribución en los inicios de la editorial LOM. El segundo es “Semilla”, de Diego Alfaro, que abre su primer libro Paseantes (2010), reseñado rápidamente por varios lectores con dudosa intención, escaso tiempo o nula capacidad analítica. Y por último, “Invisión” de Eduardo Llanos, un poema breve y de aparente sencillez que resulta injustamente eclipsado por otros poemas más reconocidos de su Contradiccionario (1983).

II.

AEROGRAMAS
4.

Una gaviota en el cielo
pasa a ser LA gaviota necesaria del mundo:
recién ayer parece, recién ayer parece
y sin embargo, sus alas cargan el solo rumor
de las sabias conversaciones con Odiseo, el astuto.
Una gaviota en el cielo
. .. . . . parece,
ya no es pluma, ya no es oxígeno,
ya no es mar apretada y blanca, y
ella siembra semejanzas por las costas del alma
. .. . . . y uno dice
por qué no podrá ser dios cosas tan sencillas.

El poema inicia no con la descripción, sino con la aparición de un ser vivo. El punto de partida del texto es romántico y su desarrollo lo corrobora en un plano superficial y también en la exposición de su reflexión y lectura más profunda. Digo romántico refiriéndome al modo en que se expone el acercamiento al objeto y no por lo que comúnmente se alude con dicho término entre los autodenominados eruditos [2]. En esa misma dirección, hay que agregar que el supuesto desdén por la inteligencia por parte de los románticos merece ser matizado, y este texto lo deja bastante claro, si bien el modo de conocimiento es la intuición, ella no se encuentra cerrada sobre sí, sino que comprende, en el amplio sentido de la palabra comprender, tanto la totalidad del sujeto que observa como la totalidad del objeto observado. En dicha amalgama es que la gaviota se humaniza, o se hace cultura a través del tiempo y puede cargar en sus alas las conversaciones con aquél héroe clásico, conversaciones que rapsodas no pudieron relatar, entre el hombre al desnudo y la inmensidad, entre la mortalidad consciente y la representación terrestre de la infinitud.

Dicho ser vivo, parte de la naturaleza, desconectado aparentemente de lo humano, pasa a ser, en el poema, y por la mirada del hablante, la encarnación de la cultura, el testimonio de la lucha del hombre contra el destino, es decir, del hombre que vive o intenta vivir humanamente. Esto es la contemplación de lo humano por lo humano, el ansia romántica de alcanzar un conocimiento intuitivo a través de la empatía con el medio. En ese momento en que la gaviota deja de ser lo que es, y comienza a simbolizar, es decir, cuando se humaniza, pasa a representar un lugar en el universo interno del hablante y, como toda epifanía, no requiere explicación del enfoque logrado entre el objeto y la mirada, sino que la comprensión es el enfoque en sí, la sintonía.

Dentro del libro al que pertenece, este poema cumple una función de suma importancia, es, creo, una matriz de sentido de una de las líneas dominantes. Por otra parte, dentro de una obra de largo aliento y con intenciones épicas de lo sencillo o cotidiano, encontramos un quiebre con la forma y una concentración en el contenido; es por esto que me parece interesante abordar el modo de conocimiento que muestra, pues permite lanzar luz sobre dicho mecanismo que se encuentra presente a lo largo de todo el libro pero de manera más solapada. Así, el pájaro común se transforma en un símbolo necesario, al intentar con sus alas abrazar lo ilimitado, aspiración humana por lo demás, la de hacerse del mundo, transformarlo en la medida que se transforma a sí mismo, es un ejercicio de conciencia, que no puede evitar traer consecuencias en lo práctico.

El sembrar semejanzas nos evidencia lo anterior, la gaviota simboliza, sin dejar de ser lo que es: al ser un animal, que no existe para su contemplación pero que por la mirada logra portar lo humano, tiende puentes entre la voz y la naturaleza, abre puertas y es en sí misma un umbral hacia la comprensión de un mundo material del cual el hombre, lo quiera o no, forma parte. Hay, en definitiva, integración sin dogmas.

La gaviota, según el poema, transita las fronteras del alma, de aquello puramente humano, que sin dejar de serlo tiene acceso a la experiencia del todo, no como un arrobo místico, sino en una epifanía intelectual en que sujeto y objeto sintonizan. El objeto es el todo externo y el sujeto es el individuo pero también la comunidad humana, con sus alturas y crisis.

El último verso remarca, con la cursiva, nuevamente el sentido y a la vez abre la lectura hacia un plano más crítico de la cultura como fruto de la experiencia colectiva. La gaviota, en el insight, cumple una función compleja mas no rebuscada dentro de la empatía como forma de conocimiento, y la idea oficial de dios no permite dicho acceso debido a una supuesta complejidad en el entendimiento del concepto, se opone por tanto a lo que la gaviota simboliza, no es posible establecer a través de dicho constructo cultural una conexión efectiva y afectiva con nuestra conciencia.

El poema, en definitiva, estimula la reflexión del sujeto lector sobre sí mismo, pero añadiendo al entorno como parte de su interioridad, por tanto es una sutil invitación a establecer relaciones con una totalidad no divina sino profundamente humana. El lector se ve envuelto en una dialéctica con la cultura, con la naturaleza concreta y su relación con los otros, tan indispensable hoy como lo será siempre, mientras exista una humanidad digna de salvar.

III.

SEMILLA

En la ventana de un bus
empañada por el cansancio de un viaje
un niño, sus ojos
sin disculparse, casi como un relámpago,
trazó con uno de sus dedos
la solución al enigma.
Observando su obra,
la conjunción de números y letras,
empuñó -sin gesto- la manga de su chaleco
despidiendo la bruma y sus vacíos
para así admirar el paisaje.

Por alguna razón digna de otro artículo y otro siglo, algunos “lectores” califican de prosa a ciertos poemas por el simple hecho de tener un tono objetivo, sin poner la más mínima atención en las estrategias retóricas que justifican dicho tono, y menos a la regularidad rítmica, que es, hoy por hoy y hace bastante, la diferencia sustancial entre un escrito en prosa y uno en verso. Lo primero parece ser capricho mezclado con ignorancia, y digo esto pues basta mirar un corpus limitado de críticas para constatar que lo que allá es alabado sin argumentos, acá se condena de la misma manera. A la lista entregada por Lihn en el comienzo podemos agregar entonces una extensa nómina de textos que se quedan en el remedo de poemas anglosajones traducidos, y mal traducidos además, pues no se traduce a nuestra lengua real (con sus giros y cadencias) ni se traslada el subtexto cultural que se puede rastrear en toda poesía que no apueste únicamente a la impostura. Lo segundo ya es otra cosa, a la que estamos tristemente acostumbrados, es decir, pensar que la lectura debe centrarse única y exclusivamente en el contenido, y entender el enfoque en la forma como algo puramente superficial. Así, la crítica se ha permitido celebrar poemas, libros y hasta obras completas sustentadas en poco más que el chantaje emocional, en la supuesta transmisión sin mediaciones del dolor por tal o cual acontecimiento, la aparición de referentes sacados de las noticias del día de ayer o peor, de manuales de teoría europea de hace cuatro décadas, en fin.

No hace falta saber lo que es un anfíbraco para percibir la regularidad rítmica que se va afianzando verso tras verso en “Semilla”, un poema que si bien no tiene su punto más fuerte en la belleza formal, no hay un descuido de ella y es precisamente en el ritmo, más que en las aliteraciones o rimas internas, donde la forma tiende un puente hacia el contenido.

“Semilla” es un poema con un evidente cariz descriptivo, se podría decir que es hasta distante en el tono, pues el foco es el de un espectador que reserva sus juicios hasta el último verso que reinterpreta el poema en tu totalidad. Encontramos un poema sin ese compromiso emocional excesivo que a veces nos lanzan a la cara poetas algo ansiosos por mostrarnos lo sensibles y sensuales que son, un poema carente de pirotecnia violenta para con lo relatado, un texto que invita al compromiso del lector y no que invade como única posibilidad de comprensión.

Ahora, se habla de tono y por tal entendemos en términos sencillos la posición o actitud que adopta el hablante del poema en relación con el oyente, esto obliga al hablante que desee ser eficaz a escoger y disponer sus palabras teniendo presente en todo momento el efecto que pretende provocar. De no tener en cuenta esto, es decir, si lo relatado no encuentra el tono adecuado, el hecho a ojos del lector no comprometido con la persona que escribe, no resultará plausible [3]. Así, el tono de Semilla desde el primer verso nos obliga como lectores a observar sin cuestionamientos, a contemplar lo relatado sin poner abiertamente nuestra sensibilidad personal en juego con los versos.

No se nos explica lo que ocurre, los versos se sustentan a sí mismos, en lo concreto y contundente del cuadro dibujado, y toda traducción en prosa del suceso sólo podría degradarlo. Somos, en tanto lectores, espectadores y partícipes de la escena, pues en dicho tono descriptivo, el contenido de los versos nos acerca, sin obligarnos ya decía, a una situación cotidiana, a un lugar común en el buen sentido de la expresión, frente a una ventana de un bus cualquiera en la que tantas veces en nuestra infancia dibujamos saludos o sonrisas, extasiados por nuestra capacidad de modificar lo que tenemos ante nuestros ojos, que es, como el poema nos dice, poco más que el cansancio de un viaje condensado en el cristal. Esto no es casual, la estrategia que el hablante utiliza para persuadirnos de que dicho hecho puede tener algún valor para nosotros, es decir, para cualquiera, se nos evidencia como eficaz al llegar al verso 6, en donde “el enigma” no está cargado de la grandilocuencia propia del bate o del profeta que fustiga al oyente para que crea en su palabra, simplemente porque es su palabra, la de las musas, la de dios, o lo que fuere.

El enigma y su solución afloran con naturalidad, como parte del discurso que se viene desarrollando, por tanto, no es un golpe de efecto con la intención de aturdir al lector, sino que se presenta como parte de un continuo cotidiano. El enigma, y también su solución, a pesar de que ambas cosas las ignoramos, son parte de la vida del lector, así como el bus, el vapor, la ventana, el cansancio, el niño que juega sin disculparse, etc.

En dicho tono desplegado a través de dicha regularidad rítmica, que es eso exactamente y no monotonía, nos encontramos con los dos endecasílabos plenos que entregan o sugieren el material que compone el enigma. La conjunción de números y letras es al mismo tiempo la cristalización de la bruma y sus vacíos, un intento de la conciencia por conceptualizar la entropía y por tanto conjurarla, ordenar el caos que media entre el sujeto y el paisaje: velo de Maya, trampa de la conciencia.

Así, el ritmo de “Semilla” invita a la comprensión tranquila, y es la forma perfecta a la vez que el fondo preciso del texto. Su forma y contenido modelan al fin respiración y pensamiento, y aflora la poesía, incuestionable, más allá de enigmas resueltos o por resolver, aflora la belleza del paisaje humano terminada la lectura. Al comprenderlo, el paisaje es el mundo y también la interioridad del lector.


IV.

INVISIÓN

Solloza mi sobrino en la noche
y yo acudo a mecerlo en la ventana,
hasta que de espaldas a la luna él retorna a su sueño.
Y quedo ahí, de cara a las estrellas,
anhelando que baje un dios a consolarme,
porque también soy un niño que solloza en la noche.

Hablábamos antes de comprensión, de situaciones cotidianas, de reflexión. Este poema de Eduardo Llanos sintetiza en buena medida estos conceptos. La aparente sencillez de la situación descrita como escenario del insight o invisión en los tres primeros versos, es la manera en que el poema nos persuade para instalarla, para aceptar nuestro papel dentro de la escena sin cuestionamientos. Ello ocurre pues en la situación planteada hay conexión con la cotidianidad además de verosimilitud. Hasta ese momento se nos presenta poco más que una anécdota, pero el titulo nos obliga a avanzar a la espera del destello de la conciencia lectora. El sujeto descrito no se ve enfrentado a un kōan u otra estrategia intelectual o emocional ante la cual captar una verdad trascendente, es decir, quien habla nos plantea una contingencia común, humana en toda su limitación, a partir de la cual, presumimos hasta ese momento, surgirá un autoconocimiento profundo.

El uso de la primera persona puede engañar a más de alguno. Una cosa es el uso de la primera persona como estrategia retórica complementaria de variantes más neutras o usos de la función apelativa, no puede ser inmediatamente identificado con el abuso de la persona confesional. Si la primera persona es el punto de partida, el fin es la reflexión del lector frente al resultado de una epifanía, en la que la conciencia del sujeto sintoniza con su situación concreta y nos muestra que el ser humano es lo que hace, pero mucho más también. De esta manera la situación concreta se despersonaliza sutilmente, sin necesidad de exponerse de manera objetiva explícitamente. La vivencia siempre es personal y por lo mismo limitada (ya lo decía Lihn al comienzo, refiriéndose a los diarios de vida), pero lo personal adquiere carácter colectivo en el poema sin necesidad de nombrar el mecanismo y menos aún de referir directamente a un otro. Esto no es negar al individuo, sabemos que sin él no hay voz que nos dirija la palabra ni el pensamiento en la lectura, el individuo es sólo la base, pero es la base a partir de la cual, reflexión mediante, podemos llegar a vislumbrar la experiencia. La primera persona en el poema es una construcción, como todo lo demás [4].

El poema en términos de contenido parece sencillo, la naturalidad con que se despliegan las aliteraciones provocan el efecto de estar frente a una estructura espontánea, una construcción casual, y es precisamente ésta una de las virtudes del texto: la aparente sencillez del contenido y de la forma. Esto no debería pasar inadvertido, sin embargo, una suerte de obsesión por el puro contenido que a veces resulta en conceptismo malsonante y otras en la mera declaración de buenas intenciones, nos ha dejado el oído acostumbrado a escuchar muchas matracas, que aunque tengan lo suyo, no pueden ser la única manera o forma en que un determinado contenido se exprese. Esto no quiere decir que lo deseable sea lo contrario, que debamos postular una especie de formalismo sin sentido. Las ideas pueden ser la base, pero la poesía se sigue haciendo con palabras.

Ahora bien, es el sentimiento de orfandad lo que expone en su último verso este poema: si el sobrino solloza y es el arrullo de espaldas a la infinitud lo que permite su sueño, el hablante presuntamente adulto reconoce su angustia ante la incertidumbre, ante la inmensidad y su sinsentido en términos humanos, y el poema no entrega una respuesta, no baja un dios de ninguna clase a consolarlo.

La incertidumbre, tenemos prueba de ello cada día, genera “sistemas” de creencias que aportan consuelo y seguridad en igual medida, falsas ambas también, en igual medida. El poema nos sugiere las dos formas de afrontar el universo: como lo que es, y como lo que desearías que fuera; el hablante no cae en la tentación de ser tajante, nos persuade para reflexionar sobre nosotros y el asunto en cuestión, no para revelar un dogma. Es un niño el que solloza en la noche ante la evidencia de que sólo en otros seres humanos, muy concretos y bastante limitados, podemos encontrar una precaria tranquilidad y un limitado consuelo, la nostalgia divina sin duda está, pero está al mismo tiempo que la conciencia clara de su falta de fundamento.

El poema sin duda puede tener una lectura más piadosa, digo, que se limite a exponer el deseo de contactar con la divinidad, que observa con su infinita distancia al creyente agónico. Esto constituye también un mérito del poema, al no ser explícitamente taxativo y así dejar un espacio para que el llamado “sujeto con inquietud espiritual”, en su papel de lector, encuentre una salida que le permita reflexionar de igual manera sobre su marco de creencias, sin sentir que el poema lo ataca abiertamente. Es claro que esta lectura no llama demasiado nuestra atención, pues no va mucho más allá de lo que el poema denota, es decir, no provoca una reflexión demasiado profunda sobre los posibles sentidos connotados.

El deseo de estar en conexión con el universo y su carácter divino, nos entrega una posibilidad, aunque irracional, no menos importante en nuestro ser concreto, de pensar que algo de divino hay en nosotros también. Dicha afirmación, que va más allá de pensar que estamos constituidos por los mismos materiales, es sin duda un deseo muy humano y el poema lo incluye, pero es un deseo frustrado al entender las estrellas humanamente, comprenderlas en un sentido menos místico, como manifestaciones de una inmensidad que no podemos abarcar, y es su distancia al tiempo que su existencia inescrutable lo que nos afecta. Así, dios puede ser para el sobrino algo bastante más sencillo, y para el hablante, una ausencia que permite la emergencia de la epifanía. Cuando no hay verdadera reflexión, la incertidumbre frente al aparente caos genera dioses, como el sueño de la razón engendra monstruos. Esto es, entre otras cosas lo que afronta este poema, y resulta bello y útil desear, como un buen punto de partida cotidiano, si queremos que nuestra humanidad esté alguna vez a altura de sí misma, que dicha crítica, dicha reflexión, sea un movimiento permanente.

V.

Para terminar, debo agregar que no somos, en el diario vivir, conscientes de los procesos que nos llevan a configurar, ordenar y jerarquizan nuestra vivencia, por tanto, nuestra conciencia. La reflexión implica una amenaza a un sistema que propicia lo banal o la ignorancia no sólo en cuanto a literatura se refiere, es un detenerse sobre el instante para buscar un sentido nuevo y de alcance universal, es decir, humano.

En un momento en que, no sólo en poesía, se privilegia la imagen con efecto inmediato y pasajero, y el sentido es un asunto que se da por sentado, como si fuera de la reflexión humana los hechos debieran tener un sentido, no es de extrañar que sean poemas como los aquí reseñados los que provoquen una tensión tan necesaria para el así llamado pensamiento crítico de un sujeto que se presume pensante, un temor y un temblor frente a cómo llegamos a constituir una experiencia que bien o mal justifica nuestro actuar.

En tiempos de mentiras, estos poemas son entonces, entre muchas otras cosas, un cuestionamiento, pero también un testimonio de sentido, cuya veracidad, al ser poesía, no es posible cuestionar.

 

* * *

NOTAS:

[1] Para tener una visión más amplia del asunto, puede resultar productivo dejar de lado el Apocalipsis de San Juan y darle un vistazo a la serie de conferencias tituladas “El futuro del hombre” (1959), de Peter Medawar, no sólo por la vigencia de sus postulados, sino para ver cómo en medio de la guerra fría, los hombres con real espíritu humanista (un científico en este caso) no se echaron a morir, mientras eran otros los que morían, no precisamente de ignorancia.

[2] Robert Langbaum. La poesía de la experiencia.

[3] Pere Ballart. El contorno del poema.

[4] Alvaro García. Poesía sin estatua.


 

 

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