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Siúticos

Por Joaquín Edwards Bello
Publicado en EL MERCURIO, 26 de julio de 1964



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Extranjeros y nacionales suelen preguntar: ¿Qué significa siútico?

He leído no pocas versiones, y una interesante y próxima, de Alone. Voy a decir algo de lo que sé. No creo que el siútico sea una persona perteneciente a una porción diferenciada de la sociedad ni que haya de ser forzosamente chilena. La siutiquería es una conducta y no siempre despreciable o ridícula. He conocido siúticos sublimes, aquí y en otras partes. Los de Chile son, a veces, los últimos representantes del romanticismo y de los tiempos galantes. Don Diego Portales ridiculizó a un primo suyo, don Pedro Palazuelos Astaburuaga. Hoy le hubiera llamado siútico. El primo era redicho. Enfloraba la frase. En 1832 regresó por mar a Chile. Cuando puso el pie en el muelle hizo alto por un gran rato, levantó los ojos y los brazos al cielo y exclamó:

—¡Santo Dios! ¡Cara patria! Feliz el que te pisa. Este solo gusto es bastante para borrar todas las amarguras pasadas mientras estuve apartado de ti. ¡Te veo y te gozo y no creo que sea verdad! ¿Es sueño de la fantasía? ¿Delirio?

Todo esto lo dijo en alta voz y en actitud teatral. Si oyera ese lenguaje exaltado una personita joven de ahora es seguro que diría, con amortiguada ironía y despecho:

—¡Qué siútico!

Hay partes de Chile en que el estilo de vida siútico se conservó. Así tuvimos ocasión de gozarlo en ciudades del Sur, cuyo encanto mayor consistía precisamente en cierto preciosismo verbal, muy vivo en la costumbre de brindar la copa de amistad con el forastero. Fórmula del brindis antiguo, con oferta, réplica y contrarréplicas, es el siguiente:

—Se la hago.

—Está en buena mano.

—De buena pasa a mejor.

—No se puede mejorar lo que mejorado está.

Esto es preciosismo. Aseguré en otras crónicas que la palabra siútico o pisiútico, proviene de la manera engolosinada de decir precioso a un crio, a un objeto de arte, o a un amante. Imaginemos a la mujer enamorada, cuando aprieta los labios y pone la boca en forma de U para decir precioso. Poco a poco, a manera de alfeñique verbal, va saliendo el pichoso, piciuso, pisiútico. Así, deslizándose salivosamente de la boca femenina, nació la expresión siútico o pisiútico.

He leído interpretaciones equivocadas. La cantidad de juicios equivocados es asombrosa.

El preciosismo nacional nació así en la época romántica. En el Club de Señoras de primera etapa era fácil encontrar a las précieuses ridicules redivivas. El conde de Keyserling se asombró cuando descubrió en este último rincón a las femmes savantes de Moliere. En cierta ocasión nuestra sublime doña Delia Matte se creó, para ella, un lenguaje quintaesenciado, casi ininteligible para un profano. Despidiéndose de un argentino ilustre expresó, danzando de la punta de los pies hasta el penacho de su sombrero:

—Le suplico que nos deje su diapasón azul y oro.

Hay siutiquería escalonada, de lo exquisito hasta lo vulgar. En política, Ismael Edwards Matte, el más honesto e implacable, fue algunas veces siútico de gran estilo. Recuerdo el discurso, en su mansión, al literato mejicano Alfonso Reyes. Presentes estaban, en mi recuerdo, los señores Ernesto Barros Jarpa y Aníbal Jara. Mi gran primo Ismael levantó una copa larga de champagne e inició el brindis desde un púlpito antiguo auténtico que tenía en la antesala. Su manera de tomar la copa con dos dedos es inolvidable. Dijo:

—Levanto este vaso cordial para honrar al epónimo aeda azteca. Voces y arpegios se apagan ante el arpa eólica del cantor del Popocatepetl.

Hay aquí una sombra de fantasía bromista. Era Ismael un político totalmente superior. Por lo mismo indeseable en la Cámara. Deseable para los amigos de la verdad y la justicia. Su acento y su idioma eran bellísimos. No temió a nada. Ni al ridículo, el eterno cuco del chileno.

En política el preciosismo se parece al vargas-vilismo. Y es contagioso.

Dijo un celebrado líder ex candidato a la Presidencia:

—El pueblo chileno tiene olor a noche y a sol.

En la sección Vida Social de ciertos diarios en naciones calientes encontré párrafos deliciosos e ingenuos como las tarjetas postales con palomitas en el aire portando la felicidad en letras floridas y doradas.

Así por ejemplo he leído lo que sigue en El Sol de Panamá:

"Cumpleaños"

"Cumple hoy veinte años la señorita Catalina L, graciosísima margarita del florido vergel tabogano, toda fragante y gentil, de corola delicada con dulcísimo néctar divino, exquisito licor dorado que a libarlo a porfía acude un enjambre de abejas reinas y de raras mariposas".

En Río de Janeiro leí otro mejor:

"Ao despontar da aurora de hoje os passarinhos vão beijar a encantadora boca da gentil senhorita Adalgina Duarte Carneiro".

Confieso que leer cosas así me llena de encanto y del perfume que escapara de un paraíso soñado. Es idioma bellísimo y moribundo. Muy pronto no lo entenderemos siquiera. Así, ciertos exploradores encontraron un loro centenario que repetía la canción ininteligible de una tribu exterminada.

La siutiquería dosificada, o gotificada, es tónico de vida y belleza.

Existe lo negativo en el concepto de siútico y en el concepto de roto. Es lo más corriente. En la Fiesta del Roto Chileno, en la lejana y provinciana Plaza de Yungay, escuché una noche a cierta muchacha que defendió su pudor retando a un insolente:

—¡No sea roto!

Es el revés del asunto. En el Parlamento, algunos años ha, don Joaquín Walker Martínez llamó siútico a don Eliodoro Yáñez. Con una voz sibilina don Eliodoro, encogido y sonriente, respondió:

—Si lo oyera su suegro

Don Patricio Larraín Gandarillas, suegro del señor Walker, llevó el penacho del clan más orgulloso de la nobleza colonial. Se había opuesto a darle la mano de su hija al seductor de Copiapó. Todo lo genial y buen mozo que quieran, pero "nuevo" en la capital.

Constante cuidado de damas y de señoritas casaderas ha consistido en "no ensiuticarse". La sociedad se define como cuadro estudiado de clases, de sitios, de jerarquías. En Viña del Mar el cuidado de no ensuiticar dio vida a tres órdenes de paseos en las playas, como lados de la antigua Plaza de Talca. Una playa llamada Zapallar pertenece al ancien régime, o nobleza. No se permiten siúticos. Ensiuticarse es declinar.

Se dice que el siútico es el más exigente para escoger amistades, barrios, colegios, restorantes. Conozco damas de alto coturno que no pisan las calles de Huérfanos o de Ahumada. Son siúticas. No subirían en micro. Hace barato.

Típica fue la exclamación de la viuda doña Victoria Subercaseaux cuando el sacerdote fue a consolarla. Había fallecido el gran don Benjamín Vicuña Mackenna. El sacerdote fue a recordar mansamente a la viuda:

—La Virgen Santísima pasó por un trance parecido cuando perdió a San José.

Doña Victoria respondió, apasionada:

—¡Cómo puede comparar a ese carpintero siútico con mi Benjamín!

Siútico es, además, en el criterio del gran mundo, la persona alambicada, toda prejuicios. No se les puede enviar un pésame por la muerte de su madre. ¡Nunca se sabe cómo lo tomarán!


 

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Publicado en EL MERCURIO, 26 de julio de 1964