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INSTANTÁNEAS (esto ha sido), de Juan Eduardo Díaz

Prólogo

Por David Bustos




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En término escriturales, trabajo
con un doble simbólico: el autobiográfico el objetual,
uno donde soy sujeto y otro como objeto.
Gonzalo Millán

Las placas de Daguerre eran placas expuesta a la luz en una cámara oscura, cada objeto extraído del proceso técnico era único y adquiría un valor de época inalcanzable. La velocidad con que evolucionó este medio técnico hizo que la fotografía tuviera una voluminosa historia, en que el fotógrafo se ve forzado, según Benjamín, a aproximarse a la minúscula chispa del azar.

Es en la magia de la continuidad congelada y en el espacio de elaboración de la conciencia donde emergen los trozos astillados de la realidad. Este libro de Juan Eduardo, despega con la intención del retratista que busca la fisonomía espiritual del detalle, usando lentes y sonidos, que muestren un sistema familiar e íntimo. Su infancia en San Bernardo, la década de los 80, Valparaíso, Las Cruces, etc. Sin embargo este abanico biográfico que puede ser la infancia, y el festín del recuerdo, vuelve tantas veces sobre sí mismo, sobre el yo, que termina desplegando otra complejidad: la de una subjetividad visible.

“Llorar toda una tarde y luego de la noche sonreír/todo el amanecer”

La relación entre la fotografía y la poesía, podría estar integrada en la imagen, donde el objeto se abre a la exposición. La imagen  como un complejo intelectual y emocional en un instante del tiempo, dice Pound. Pero el poeta fotógrafo al situar y sitiar la imagen avanza involuntariamente hacia el quiebre de los marcos que el mismo ha impuesto. Si bien este libro se obsesiona con los objetos materiales de una época, también en el desarrollo dialógico entre el epígrafe y el poema, se juega un contexto, una memorabilia infantil y borrosa.

“La reflexión se realiza con la imagen más antigua/ encriptada en la retina mirar a lo lejos.”
“Por qué los objetos poseen esa memoria que dejamos de lado/ polvorienta y cadavérica”

El poeta se obsesiona y escarba en el álbum de familia para encontrar su hilo de Ariadna, como si la revisión del documento pudiera configurar y confirmar un sujeto familiar.  La particularidad de lo íntimo. En ese sentido, podríamos relacionar este texto con el de Juan Manuel Silva Barandica y su Trasandino, ambos geográficamente distantes, pero unidos por la misma obsesión. En Trasandino hay una épica, en Juan Eduardo en cambio, hay una historia mínima, menos aparatosa y seductora. Un chico de clase media criado a las afuera de la ciudad que busca rastros de su vida anterior.

Dada la orgánica del sujeto y su situación de margen es casi imposible no establecer una relación con la brillante novela de Zambra, Formas de volver a casa, donde la realidad política es un ruido de fondo que se cuela por la infancia.

Los epígrafes que encabezan los poemas de Díaz, son objetivamente situacionales/situacionistas, se filtra la ciudad, la moda de época, el slogan, el desarrollo del país en detalles peculiares, y la radio, sintonizando casi siempre alguna canción:

“Los troles de Valparaíso son uno de los grandes atractivos turísticos de la ciudad. Calle Edward, entre la catedral y la plaza Victoria. De fondo no puede ser otra que Valparaíso de Osvaldo “gitano” Rodríguez.”

Es tentador relacionar a Juan Eduardo con otro poeta que trabaja en el ámbito de la imagen y la fotografía, pienso en el poeta Raúl Hernández, que ha desarrollado una obra destacada, que también tiene variados vasos comunicantes con estos mecanismos “objetivistas”. La ingeniería del ojo que piensa.

En este libro el poema logra por momentos desestabilizar el cliché de la memoria, desenvolviéndose en la imagen dialéctica que aspira  a ser más que el clip oxidado de la nostalgia y su cancionero de moda. Digamos que la organización espacial en la apertura de ambos textos enfrentados manifiesta de manera latente el tema del libro. Es en la distancia entre la memoria y la poesía que estas Instantáneas develan la musculatura del sujeto; sujeto expuesto que atenta con la acumulación de materiales. Forcejeo entre la cristalería del recuerdo y las visibilidades del yo, que se pierden en prácticas autorreferenciales.

Finalmente estos poemas nos insinúan que donde vive la memoria también lo puede hacer la intemperie de la imaginación. Hablo de la ficción de la vida, la expropiación del detalle que nos hace sentir filiales y parte de un todo que nos identifica.

Si Juan Eduardo Díaz con su libro anterior Claveles, anunciaba seriedad y compromiso con el oficio, este libro confirma a este poeta afincando en Punta de Tralca, como una voz a tener en cuenta.

Bien por él y sus futuros lectores.

Septiembre 2013



 



 

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