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MAÑANA
Jorge Edwards
Publicado en La Segunda, 30 de junio de 2017
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Regreso a Chile, que no es tan horroroso como decía el poeta Enrique Lihn, ni tan deprimente como sostienen algunos amigos; pero que en el proceso de su modernización ha perdido algunas plumas. Todos están obsesionados por el fútbol, hasta el punto de que los operadores políticos temen que el partido de final de copa del domingo provoque una inevitable baja de participación en las elecciones primarias de la misma fecha. Pues bien, el deporte no se contrapone en nada con la vida de una sociedad democrática, como ya se demostró en los tiempos de la antigüedad clásica, pero la obsesión enfermiza, el histerismo colectivo, sí se contraponen: con la democracia, con la cultura, con el desarrollo íntegro de los seres humanos.
No tuve la posibilidad de mirar el partido entre Chile y Portugal. Se transmitió al final de una mañana, y yo, en mi calidad de viejo escritor reincidente, dedico las mañanas, sin excepción alguna, a leer y escribir. Pude comprobar después que el triunfo se debió al buen manejo de todo el equipo, pero que la actuación decisiva fue la del portero Claudio Bravo al atajar los tres primeros penales.
En mi juventud, el portero legendario del fútbol chileno era Sergio Livingstone, el Sapo. Yo ingresaba a la tercera preparatoria del Colegio de San Ignacio y el Sapo salía del sexto año. Como aficionado al fútbol, fui socio del club deportivo de la Universidad Católica y vi al Sapo muchas veces en el estadio de Santa Laura y en el Nacional. Atajaba una pelota difícil y después la dejaba caer por la espalda, la recogía con las dos manos y jugaba con ella en una forma que demostraba dominio, sentido del juego; picardía. Puedo confesar ahora que uno puede cambiar de teorías, de creencias, de adhesiones, pero no de equipo de fútbol. Me gustaba en España el equipo de Valencia con Carlos Caszely en la delantera, luchando para salir de la segunda división, pero siempre que sabía de un gol de la Católica sentía una satisfacción íntima que a veces; por razones de aparente corrección política; era preferible disimular.
Pues bien, encuentro una diferencia profunda entre el Chile de Livingstone y el de Claudio Bravo. Uno podía leer en la mañana la crónica literaria de Alone; y asistir en la tarde a un partido en el Estadio Nacional. No había incompatibilidad de ninguna especie. El Chile de Livingstone, del Chuleta Prieto, de Medina, que le metió un gol arrastrado; desde el suelo, a la selección argentina, era el mismo Chile de Alone, de José Santos González Vera; de Pedro Orthous y María Maluenda. El de ahora es un país más pobre, más aburrido, de espíritu más frágil; y que parece no tener conciencia de esta fragilidad. Alguien me dice que tenemos la primacía de América Latina en materia de consumo de drogas; y no me extraña nada. ¿Por qué? Porque convertimos el futbol y el tenis, y hasta la literatura y la política; en droga.
Las consecuencias de ello son notorias, penosas. A juzgar por sus declaraciones; la candidatura del señor Guillier es a la vez partidaria de Emmanuel Macron y de Nicolás Maduro. Guillier declara que en Francia votaría por Macron, pero la portavoz de su campaña dice que Maduro es un demócrata, perfecto, puesto que su gobierno se originó en elecciones populares, como el de su antecesor, Hugo Chávez. Y como el de Adolfo Hitler, agrego yo. Después leo los resúmenes de los debates de los precandidatos de centroderecha y me quedo asombrado. ¿Cuál fue el propósito del debate, me pregunto, ahuyentar a los posibles electores? El candidato Ossandón, para colmo, pierde una buena oportunidad de quedarse callado y anuncia que fue el ganador del encuentro, que sólo tuvo a tres perdedores. Sebastián Piñera, por lo menos, con sentido común, hizo una autocrítica y prometió no reincidir en estas sorprendentes discusiones.
Me hago preguntas variadas, y quedo insatisfecho con las respuestas. Creo que la defensa en el Chile de hoy de la democracia liberal es de urgente, de evidente necesidad. La alternativa entre derecha e izquierda es ilusoria, engañosa. El guillierismo es al mismo tiempo de derecha, de izquierda y de extrema izquierda. La alternativa de fondo es la misma que formulaba Domingo Faustino Sarmiento a mediados del siglo XIX: civilización o barbarie. Si alguien nos cuenta que Nicolás Maduro representa a la izquierda, debería comprender que ha encontrado una manera infalible de desprestigiar a la izquierda.
Observo con interés que Andrés Velasco ha logrado instalar en el sistema político, dentro de las normas del Estado de derecho, un partido de tendencia de centro liberal. El porvenir consistirá en que exista una coalición sólida, bien pensada, no autoritaria, no populista, que defienda una democracia liberal renovada, moderna. Los problemas son enormes, sin duda, pero estoy seguro de que son superables. Podemos llegar a una situación en que nos levantemos temprano para votar y en que tengamos tiempo para seguir después un partido de fútbol y leer un relato de Juan Carlos Onetti. Si ustedes me dicen que estoy loco, estoy de acuerdo. Para sobrevivir, para continuar en la penumbra, un poco apartado de la excitación general, conviene estar medio loco, y que la distancia, la ironía, el humor, no fallen nunca. Ahora me despido para seguir leyendo la "Crónica literaria francesa" de Alone, reeditada hace poco. Y mañana o pasado mañana, cuando la termine, leeré una novela de Gonzalo Contreras que se titula, precisamente, "Mañana".