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Jorge Edwards, el santo y el hereje

Por Óscar Hahn
Publicado en Revista de Libros de El Mercurio, 10 de febrero de 2103



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Las memorias de Jorge Edwards, Los círculos morados, se abren con el siguiente epígrafe de Montaigne: "Así, Lector, la materia de mi libro soy yo mismo: no hay razón para que emplees tu tiempo libre en un tema tan frívolo y tan vano". Eso es lo que dice el epígrafe, pero las páginas que se suceden frente a los ojos del lector dicen otra cosa, porque el libro no tiene nada de frívolo ni de vano. Jorge Edwards cuenta la primera etapa de su vida, pero también piensa, critica, reflexiona, saca lecciones, mientras explora su pasado varias décadas después, en busca de las claves para entender su presente. Y las encuentra: en su familia, en su niñez, en sus lecturas de Joyce, en su relación con Neruda y con algunos escritores de su generación. Pero, sobre todo, en sus vínculos con el clérigo Alberto Hurtado, que llegaría a ser canonizado por la Iglesia, y en los ensayos de don Miguel de Unamuno, que llegaría a ser condenado por la Iglesia. Curiosa dupla. Creo que ahí, en esa coincidencia de los opuestos, está la esencia del pensamiento y de la conducta política de Jorge Edwards que se manifestarían muchos años después.

Según relatan las memorias, el niño Jorge Edwards le pregunta a su profesor, el padre Alberto Hurtado, qué piensa sobre don Miguel de Unamuno. Su airada respuesta es ésta: "¿Unamuno? ¡Blasfemo, ateo, enemigo de la Iglesia!". Todos estos epítetos no son simplemente la opinión personal del sacerdote de un lejano país llamado Chile. Ellos representan cabalmente la posición de la Iglesia de Roma sobre el filósofo de La agonía del cristianismo. Podría citar aquí una serie de textos doctrinales que refrendan lo que digo, pero bastará con traer a colación la carta pastoral del teólogo y obispo de Canarias Antonio de Pildain que se titula "Don Miguel de Unamuno, hereje máximo y maestro de herejías". En ella enumera 14 dogmas de la religión católica y 45 puntos capitales de la doctrina de la Iglesia que son negados o cuestionados por Unamuno a lo largo de su obra, por lo que lo declara "el mayor hereje español de los tiempos modernos". Así que aquí estamos frente a dos extremos: el ortodoxo, San Alberto Hurtado, y el apóstata, don Miguel de Unamuno. ¿Cómo es posible entonces que dichos polos hayan definido el pensamiento de Edwards? Lo que sucede es que estas figuras no son ni planas ni unidimensionales: hay un punto en el cual convergen. El padre Hurtado era perfectamente capaz de entrar en conflicto con el poderoso sector conservador de la Iglesia chilena y de apartarse de la ortodoxia de la clase alta, a la cual pertenecía su familia. Realizaba una extraordinaria labor social en las poblaciones más pobres de Santiago y recogía a los niños desamparados de la calle, denunciando al mismo tiempo la vergonzosa distancia que había entre la riqueza de las familias acaudaladas y la miseria reinante en el país. Por todo esto y algunas cosas más llegó a ser llamado "el cura comunista". El ejemplo del padre Hurtado despertó la conciencia social del joven Edwards. Nada de esto, pues, entraba en conflicto con el pensamiento humanista de Unamuno, quien también fue acusado de comunista por declaraciones que el sacerdote chileno habría suscrito: "Hay que fomentar el santo sentimiento de solidaridad frente al brutal individualismo egoísta de los hartos".

Un artículo de don Miguel publicado en Santiago en 1907 resume otras ideas suyas. Se titula "Mi religión". Pronto queda claro que su religión no corresponde a ninguna de las creencias institucionalizadas, sino que puede resumirse en las siguientes palabras: "Mi religión es buscar la verdad en la vida y la vida en la verdad, aun a sabiendas de que no he de encontrarlas mientras viva". Ignoro si esa es también la religión del autor de Los círculos morados. Estoy seguro, en cambio, de que comparte estas ideas de Unamuno: "Tanto los individuos como los pueblos de espíritu perezoso propenden al dogmatismo. La pereza espiritual huye de la posición crítica o escéptica".

Del padre Hurtado obtiene la preocupación social; de Unamuno, el rechazo del dogmatismo. En el artículo citado hay una frase que parece haber sido hecha a la medida de Jorge Edwards: "Nadie debe cuidarse de lo que piensen los tontos, sean progresistas o conservadores, liberales o reaccionarios". Este es el camino más corto para ser declarado persona non grata, de izquierda a derecha. Jorge Edwards lo sabe muy bien, pero para conocer los detalles tendremos que esperar la publicación del segundo tomo de sus memorias.

 

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Jorge Edwards: "O te quitas el pudor o no escribes"

(El País, 22/01/2013)

 

Jorge Edwards ha publicado "Los círculos morados", primer tomo de sus Memorias. Acá comparto una pequeña selección hecha por Juan Cruz del diario El País de España

Pudor. “Es un sentimiento muy juvenil; de viejo uno se vuelve impúdico. Es natural y preerótico. Aquí hay mucho pudor, pero lo rompí. No se pueden escribir memorias auténticas si eres demasiado púdico. O dejas a un lado el pudor o dejas de escribir. La sociedad chilena a la que pertenezco es muy cursi, muy siútica; en ella el qué dirán es paralizante, hay demasiado sentido del ridículo, demasiadas modas imperativas. Pero era también una sociedad llena de excéntricos que rompían la norma. Decía Pablo Neruda que había que guardarlos en alcanfor. En ese ambiente era difícil escribir memorias como estas, así que las he escrito de viejo, cuando ya no hay pudor. Me hizo bien escribirlas a 10.000 kilómetros de distancia, en París, donde soy embajador de mi país”.

Memoria. “Otra vez con las memorias. Las memorias tienen límites y trampas; yo invento personajes, dejo que el lector vaya para un lado cuando yo estoy ya en el otro extremo. La memoria es un invento y un arte, tienes que romperla en pedazos, porque la memoria absoluta te vuelve loco. El secreto de todo es escribir: la escritura te libra incluso de la memoria, y eso es lo que hago, escribo, aunque parezca que hago memoria. Aquí he sido capaz de contarme con mis limitaciones. Ahora por lo menos soy un personaje de mi memoria, no sé si salgo bien o mal parado. ¿Es digno mi pasado? ¿No lo es? No nos metamos en honduras”.

Edwards. “¿Que quién es este Edwards que sale en el libro? El que se ha salvado por la escritura de la memoria. La escritura te permite ir conquistando una serenidad, consigues con ella exorcizar unos defectos: he sido muy tímido, muy limitado, muy testarudo, muy obstinado. Siempre veo en los otros perfecciones de las que carezco, son mejores lectores, mejores deportistas… A veces me da rabia haber sido escritor, ¡tendría que haber sido futbolista! A veces no sé qué hago en ningún sitio”.

Curas. “Aún siento el revoloteo de sotanas de los curas jesuitas a los que me llevó mi madre después de haber hecho la primaria en un colegio mixto. En el mixto pololeaba con las chicas. En el de curas había un jesuita que tenía ojos de uva (lo llamábamos Diuva). El padre Lorenzo. Sombrío, imperaban las normas. Preguntaba: ‘¿Cómo está tu pureza?’. Uno que se llamaba Jaramillo le preguntó, a su vez: ‘¿Y la suya?”.

Sexo. “Ahí lo cuento. Un cura llamado Cádiz, al que luego sacaron de la compañía, se aficionó, me buscaba. Lo cuento porque ya está maduro para ser contado. No quería explayarme ni montar un escándalo, ni eso es tan importante en el libro, porque no lo es en mi memoria. Me quedaron algunas secuelas, miedos, angustias, incertidumbres…, pero ya no, ya pasó. Es mi prehistoria de escritor, no significa nada. Lo que sí ocurre es que me paran muchos en Santiago: ‘A mí también me pasó, a mí también me pasó…’. ¡Caramba, a cuántos les pasó!”.

Enamoramientos. “Hubo muchos, no todos están en el libro. Hubo platónicos, con amigas de mis hermanas. Hubo amores muy escondidos, con mucho miedo. En la adolescencia me atreví más, y tuve que aprender boxeo para defenderme de algunos celosos. Pero el médico me dijo que yo no debía boxear, así que paré un poco. Había un poeta inglés que decía que él había creído que el sexo acababa a los 40, luego pensó que a los 50, y así hasta los 80. ¡Y no se acaba nunca! No se acaba nunca, doy fe. Eso decía también un cura jesuita que revolucionó el colegio; era norteamericano, se bañaba con tanga, imagínate. El problema sexual, decía, no tiene cura, ni casándote, ni siendo cura, ni haciéndote maricón (marricconn, pronunciaba)… Y nos aconsejaba: ‘Tiren (follen, en el argot chileno), pero tiren con condón…’. El condón era anatema entre los curas, claro”.

Unamuno. “Lo descubrí en la adolescencia; me gustaba que estuviera en contra, que discutiera. El padre Hurtado, al que luego hicieron santo, puso el grito en el cielo: ‘¡Es un hereje!’. Lo hicieron santo a Hurtado. Un día me escribió el cura Bernardino Piñera, que tiene 96 años y es sobrino del presidente chileno. Le había interesado la figura de Hurtado en mi libro. Era un verdadero santo, me dijo, pero no tenía ningún gusto literario. No es justo: no tenía gusto, pero sabía por dónde debía ir la literatura católica. Me hizo leer a Maritain, a Claudel. También leí a Azorín, lo imitaba”.

Neruda. “Sí, se rió de mis versos. Le había gustado, dijo, un libro mío de relatos, El patio, así que un día le llevé un soneto. Se lo leí. No dijo nada, mantenía sus manos en la panza, mirándome. ‘¿Qué, Pablo, te gusta?’, le dije. ‘Eres mejor prosista’. Él estaba harto de que le leyeran versos; un tío iba a leerle poemas hasta cuando él estaba sentado en el trono del excusado”.

“Y a menudo me desencanto”. “Sí, eso digo de mí mismo en el libro. Por lo general soy de temperamento optimista, recupero la ilusión con cualquier cosa. Por ejemplo, me acaban de llamar para decirme que una mujer muy guapa quiere conocerme, y eso me ha puesto contento”.



 

 

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