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90 años de Jorge Edwards:
Escritor de la ciudad, ciudadano del mundo

Por María Teresa Cárdenas M.
Publicado en Revista de Libros de El Mercurio. 25 de julio de 2021




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Gran conversador y gozador de la vida, el escritor chileno ha cultivado, junto con la literatura, el arte de la amistad, traspasando con ambas vocaciones las fronteras de su país. Así lo prueban las numerosas ediciones y traducciones de sus libros: los altos honores que ha recibido, como el Premio Cervantes 1999, y los numerosos amigos que ha cosechado en el mundo. En tiempos de pandemia, algunos de ellos lo saludan a través de estas páginas: el Premio Nobel peruano Mario Vargas Liosa; César Antonio Molina, exministro de Cultura de España, y los escritores chilenos Óscar Hahn y Carlos Franz.


Pocos días antes de cumplir 90 años —este 29 de julio—, Jorge Edwards saluda con entusiasmo e invita a pasar directamente al comedor de su amplio departamento de la calle Santa Lucía, en el quinto piso del edificio modernista conocido como El Barco. Son las once de la mañana, por lo que en la mesa no están dispuestos el desayuno ni el almuerzo, pero sí lo que ha nutrido su vida y le ha dado sentido a su existencia: desplegadas, y unas encima de otras sin orden aparente, las numerosas ediciones de sus libros, incluidas las traducciones al inglés, francés, alemán, italiano, portugués, griego, japonés..., forman un conjunto armónico. Sumados algunos documentos y cartas, más fotografías enmarcadas que hará traer durante la visita, lo que Jorge Edwards comparte esta mañana es una síntesis de su trayectoria literaria, coronada por distinciones tan altas como el Premio Cervantes, que en 1999 recaía por primera vez en un escritor chileno —después lo obtendrían Gonzalo Rojas, en 2003, y Nicanor Parra, en 2011— y que recibió de manas del rey Juan Carlos de España.


Vocación sospechosa

Abogado de profesión y con una destacada carrera diplomática que culminó con su designación como embajador en Francia durante el primer gobierno de Sebastián Piñera, Edwards es autor de una treintena de libros: novelas, cuentos, ensayos, memorias y crónicas. Entre ellos, uno que le ha traído críticas y elogios, pero que no ha dejado a nadie indiferente. Incluso hoy, cuando vuelve a cobrar actualidad. "Lo que demuestra que el malestar existe todavía", afirma. Publicado en 1973 y con reiteradas reediciones y traducciones, "Persona non grata" revela su experiencia durante los tres meses y medio que pasó en Cuba desde fines de 1970, enviado por el presidente Allende a restablecer relaciones y abrir la embajada de Chile en La Habana. Sabido es que fue declarado "persona non grata" por Fidel Castro, e "invitado" a abandonar la isla.

Junto a las peripecias que relata, dramáticas, absurdas y a veces hilarantes, sobresale, después de todos estos años, una frase: ante el periodista de Granma que en su entrevista lo presenta como abogado y diplomático, Jorge Edwards aclara con convicción y tal vez algo de ingenuidad: "Antes que abogado y diplomático, soy escritor. Mi única vocación verdadera es esa". No midió entonces el alcance que podría tener para el régimen castrista, y particularmente para su comandante en jefe, esta autodefinición cuando poco tiempo después se desataría el "caso Padilla": el encarcelamiento del escritor cubano, acusado de acciones subversivas y contrarrevolucionarias, y su famosa "Autocrítica", tras ser liberado. Heberto Padilla era uno de los tantos amigos escritores e intelectuales que Edwards frecuentaba en la isla.

Pero no era la primera vez que la vocación literaria de Jorge Edwards despertaba sospechas. Lo vivió desde joven. "Por supuesto —dice—. Era prohibido por mi papá ser escritor". Más aun, el ejemplo que existía en la familia era el de Joaquín Edwards Bello, su tío, a quien todos llamaban "el inútil de Joaquín". Mirando en retrospectiva, reconoce que "ha sido mejor, a la larga, porque uno se esfuerza más". En el San Ignacio, sin embargo, hubo quienes lo alentaron en ese camino y así publicó sus primeras creaciones en la revista del colegio jesuita, del que egresó en 1949. De esos años recuerda, divertido: "Un cura se dio cuenta de que yo tenía algo de literario y me dijo por qué no escribes una cosa sobre la Iglesia Católica; yo lo escribí y les gustó, así que me subieron al proscenio para que lo leyera, y abajo estaba el cardenal Caro. Pero cuando estaba leyendo se echó a perder el micrófono y después mis amigos me decían 'oye, tú gesticulabas y no se oía nada'".


El patio y la ciudad

De sus experiencias de niño y adolescente de familia burguesa en Santiago se alimentarían los ocho cuentos de "El Patio", que escribió en gran parte mientras asistía a clases o se refugiaba en la biblioteca de la escuela de Derecho de la Universidad de Chile. Y es a ese libro, reconoce, al que le tiene un cariño especial. "Claro, el primer amor". Como es obvio, su padre no estuvo dispuesto a financiar la edición, por lo que el escritor debutante ideó un sistema de suscripción anticipada. Fue así como en 1952 se imprimieron 500 ejemplares en la editorial Cruz del Sur, de los hermanos españoles Arturo y Carmelo Soria. No todos los libreros le pagaron, pero se vendieron en seis meses y recibió elogiosas criticas.

Casi setenta años después, está feliz con una nueva edición, realizada en España bajo el sello Nana Vizcacha. Y pide que le traigan un ejemplar para autografiarlo. Sobre la mesa también se encuentra "Gente de la ciudad", su segundo volumen de cuentos, de 1961. "Esto es lo más simpático para mí —señala—, porque es la primera edición. La hizo la Universitaria, de la siguiente manera: me dijeron 'te podemos hacer una edición, pero no te la podemos pagar'. Muy chileno", cuenta entre risas. Al inicio se lee. "Con un realismo aparentemente impasible [Jorge Edwards refleja] las situaciones dramáticas o ridículas, los grandes y pequeños conflictos que aquejan al habitante de la ciudad moderna. De ahí el doble significado de este libro, como testimonio de la vida santiaguina y expresión de la crisis del hombre actual". Con él obtuvo el Premio Municipal de Literatura en 1962, el mismo año en que recibió su primera destinación diplomática, como secretario de la Embajada de Chile en París. Ciertamente, Jorge Edwards nunca más tendría que pagar sus ediciones y el mundo empezaría a abrirle las puertas.

Eran los años de gestación del boom latinoamericano, en los que conoció e hizo amistad con Mario Vargas Llosa, Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes, Julio Cortázar y el editor Carlos Barral, quien, en 1965, publicó su primera novela. "El peso de la noche", en la editorial Seix Barral. Al grupo se sumaría también su amigo José Donoso.


Censura de lado y lado

Después de su fallida experiencia diplomática en Cuba, Edwards fue destinado nuevamente a París, donde Pablo Neruda ocupaba el cargo de embajador. De ese reencuentro y de todos los años de amistad que los unían dio cuenta más tarde en su biografía literaria "Adiós, poeta...". Y aunque a veces Neruda intentó ser su consejero, Edwards optó por no hacerle caso. "Cuando me vine a Chile —recuerda—, Neruda me dijo 'Jorge, tú necesitas la protección de un gran partido'. '¿Cuál?'. 'El Partido Comunista'. '¿Y quién me va a proteger a mí del Partido Comunista?', le dije yo". Neruda también le sugirió que esperara unos años para publicar "Persona non grata", que Edwards había escrito precisamente en París. Y de nuevo ignoró su consejo. Sobre esa primera edición de 1973, en Barral Editores, una pequeña editorial que pertenecía a Carlos Barral, cuenta con humor una de sus tantas anécdotas: "Yo le entregué el manuscrito a Carlos, y lo perdió. Pero Mario Vargas Llosa me dijo 'esta es la policía cubana'. '¿Tú crees que la policía anda buscando manuscritos míos?', le dije yo". El libro dividió a los escritores e intelectuales latinoamericanos entre los que apoyaban la revolución y quienes empezaban a descubrir sus grietas. Pero las consecuencias no llegaron hasta ahí. Cuando Jorge Edwards regresó a Chile desde Barcelona, donde vivió cinco años tras el golpe de Estado, el libro solo pudo circular clandestinamente. "Mire, a mí me prohibieron una edición los milicos porque lo que decía, en el fondo, es que aquí estaba pasando lo mismo que en Cuba. Por eso me lo censuraron. Pero yo di la pelea hasta que llegué a la Corte Suprema". Finalmente, la censura para "Persona non grata" se levantó en 1982. Fuera de este, "el libro mío que más ha circulado es 'El museo de cera'", señala. La novela fue publicada en España en 1981 y también "tuvo mucho éxito en Francia", Sobre la mesa se encuentra una de las traducciones.

A inicios de los años 80, Jorge Edwards empieza a escribir con regularidad en la prensa. Aunque su primer artículo en "El Mercurio" es de 1957, sobre el portugués Fernando Pessoa, y en 1958 comentó la novela "Coronación", de José Donoso, es a partir de 1981 que publica semanalmente en este diario. Antes, lo había hecho en Tele/eXpres y La Vanguardia, de Barcelona. "No había edición, entonces lo único que le quedaba a uno era escribir en el diario", explica. Y presionar para que cambiaran las cosas. Fundó entonces el Comité por la defensa de la libertad de expresión y participó en diversas instancias que buscaban una apertura democrática en el país, incluido su apoyo a la opción No en el plebiscito de 1988 y a la candidatura de Patricio Aylwin, en 1989.

También compró una librería "chiquitita" que quedaba en Huérfanos, a la que llamó Altamira —antecedente de la Nueva Altamira del Drugstore, aún de su propiedad—. "Yo le hablé a la Matilde Neruda, ella me ayudó, me prestó una plata y yo simplemente compré una instalación que ya existía. Ahí establecí la idea de presentar los libros, que nunca se había hecho en Chile", recuerda. Mientras, su mujer, Pilar Fernández de Castro —fallecida en 2007—, echaba a andar la distribuidora que hasta hoy lleva su apellido y gracias a la cual llegaron a Chile los títulos publicados por Anagrama, Tusquets, Siruela, Lumen...

Y si bien las condiciones efectivamente cambiaron, la vocación de columnista de Jorge Edwards permaneció a través del tiempo, colaborando en diarios chilenos y europeos, como Le Monde, en Francia, y El País, La Vanguardia y ABC de España, donde ha sido reconocido por su contribución al periodismo con los premios González Ruano, de la Fundación Mapfre, y el ABC Cultural, ambos de 2010, el mismo año en que, además, se le concedió la nacionalidad española.

Y en que asumió la que sería su última destinación diplomática. Viajó a París y se instaló en la misma casona de Av. de La Motte Picquet que lo había albergado cuarenta años antes junto a Neruda. Edwards está atento a la realidad del país, y recuerda: "Cuando fui embajador, yo abría la cortina de mi dormitorio y veía un pelotón de gente en la plaza del frente, con pancartas, gente de izquierda indígena —con vestimentas típicas— que protestaba. La gente no se atrevía a pasar al lado. Y entonces yo bajé un día, vi el pelotón y me acerqué al jefe y lo invité a la embajada, y le dije explíqueme cuál es el problema. El tipo entró y conversamos. Yo le dije, claro, que lo iba a transmitir a Chile. pero acá no se hizo nada".


El país y la lengua

Miembro de la Academia Chilena de la Lengua y de la Real Academia Española, en 2019 Jorge Edwards asistió al Congreso de la Lengua en Córdoba, Argentina, y su plan era permanecer unos meses en Santiago y viajar a Madrid, como lo venía haciendo en los últimos años. A sus numerosos reconocimientos se sumó entonces la declaración de Hijo Ilustre de Santiago, "su" Santiago, el que lo vio crecer en la casona familiar de la Alameda de las Delicias, esquina Carmen; el de su colegio, al que en preparatoria llegaba en auto con chofer, despertando las burlas de sus compañeros; el de las campanadas de las iglesias; el que hasta hoy lo acoge en su departamento frente al cerro Santa Lucía. Después de ese acto en el edificio consistorial, Jorge Edwards tendría pocas ocasiones de salir nuevamente. La presentación de su nuevo libro, "Oh, maligna" (Acantilado), fue una de las escasas actividades culturales que se realizaron a fines de ese año, cuando el estallido social estaba en marcha y él podía verlo desde su departamento. Luego sobrevino la pandemia y desde entonces sueña con volver a Madrid, lo que al parecer podrá concretarse el próximo mes.

¿Qué significa España para él? "Bueno, España significa el español y significa mi juventud, y significa que en Madrid tengo una cantidad de amigos", afirma. Y le pide a su hija, Ximena, que traiga unas fotos... en una de ellas aparece con el rey Felipe, quien a veces lo invita a almorzar.


Los amigos que ya no están

Jorge Edwards continúa mostrando sus libros y haciendo recuerdos de los amigos que ya no están, como Enrique Lihn, protagonista de su libro "La casa de Dostoievsky", o Nicanor Parra, a quien conoció en los años 50: "Era vecino mío, vivía en la calle MacIver, en un departamento. También estuvimos en Isla Negra, porque él vivía arriba, y yo alojé ahí una vez. A Parra le preguntaron quién era el mejor poeta de Chile y él dijo 'con ser el mejor poeta de Isla Negra me quedo tranquilo'". O de su visita a Borges, en la que hablaron de Joaquín Edwards Bello y de Vicente Huidobro. O de Octavio Paz, a quien vio por última vez, ya enfermo, en un lujoso hotel de Ciudad de México y cuyo texto sobre "Persona non grata" aparece en la edición de 2006: "Su lenguaje es una amalgama de las virtudes más difíciles: la transparencia con la inteligencia, la penetración más incisiva con una sonrisa", se lee. O de Onetti, que en 1969, en un encuentro organizado por la Sociedad de Escritores de Chile y por el gobierno de Frei Montalva, lo alentó a seguir escribiendo y le dijo: "Oye, no te preocupes, porque los últimos serán los primeros".

También recuerda a Vinicius de Moraes, que "era íntimo amigo de Neruda, y una vez estuvo en la Embajada de Chile y ahí conversé con él, ya ni me acuerdo de qué hablamos, pero me acuerdo que tocó la guitarra y tenía una guata así —gesticula—, porque era el tipo que tomaba más whisky en la tierra, nunca se ha visto algo igual".

El humor es siempre una veta en la conversación con Jorge Edwards, quien tampoco ceja en su inquietud intelectual. Suele acostarse temprano, pero se levanta a las cinco de la mañana y se instala en su escritorio a leer, escribir, traducir. Y aunque reconoce que nunca aprendió alemán, dice que lo intenta con "Faustino", la traducción a ese idioma de su libro "El Anfitrión".

No hay falsa modestia en Jorge Edwards. A sus casi 90 años sus libros hablan por sí solos; él ha conseguido los más altos honores y ha tenido una vida plena de experiencias y amistades. Cómo no pensar entonces en el calorcito que debe sentir en el pecho al ver todos sus logros. "Mire, no, yo le digo la verdad: yo solo sentía un calorcito cuando era chico y terminaba un cuento bueno".



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MARIO VARGAS LLOSA
Premio Nobel de Literatura 2010

Conocí a Jorge Edwards hace muchos años, en Paris, cuando acababa de llegar a esa ciudad para ocupar un puesto diplomático. Nos hicimos amigos desde entonces y esa amistad no se ha visto nunca mellada por el desinterés o las intrigas. Creo que Jorge figura entre mis mejores amigos y uno de los escritores a quienes he visto crecer de libro a libro, hasta convertirse en uno de los principales novelistas y ensayistas del mundo latinoamericano. Todavía recuerdo los muchos viajes que hicimos en aquellos años de Paris donde solíamos dedicar los fines de semana a hacer visitas literarias, en los mundos de Flaubert y de Proust. Lamento estar lejos de Jorge en estos días para darle el abrazo por sus 90 años, tan fecundos y bien cumplidos. Creo que Jorge es un magnifico novelista. pero también un ensayista de primer orden Y no lo digo solamente por Persona non grata, un libro que provocó un gran estremecimiento literario en el mundo latinoamericano cuando se publicó, sino también por sus otros ensayos y sus magníficos artículos, hablando a veces de política, pero más frecuentemente de cosas literarias.

Con estas líneas le hago llegar mi afecto y admiración, y mis deseos de que siga escribiendo con la serenidad y la jerarquía con que lo ha hecho siempre.


CARLOS FRANZ
Narrador y ensayista miembro de la Academia Chilena de la Lengua.

Me gustaría celebrar los 90 de Edwards en una de esas fiestas bien regadas que él solía organizar. Pero, ya que ahora no se puede, opto por celebrarlo releyéndolo. Releo los primeros cuentos de Edwards, los de "El Patio", publicados hace 70 años. Encuentro la descripción de una primera borrachera contada con tanta destreza que marea y deja resaca. Los actuales narradores minimalistas podrían aprender más de algo en ese "patio". Releo páginas de "El peso de la noche" (1965): veo un Chile grisáceo, decadente, despreciado por jóvenes predestinados a repetir los vicios de sus mayores. Parece una novela premonitoria. Releo un capítulo de "El origen del mundo" (1996 ), gran novela sobre los celos resucitadores del amor cansado. Recuerdo mis impresiones de "El inútil de la familia" y "La casa de Dostoievsky", esas novelas de la vocación literaria y la poesía como búsqueda de un imposible santo grial. Junto con Bolaño, Edwards ha sido el narrador chileno que mejor ha representado el don y la maldición poéticos.

Durante 70 de sus 90 años Jorge Edwards ha celebrado la fiesta de la creación literaria, con buen humor, con vocación inclaudicable, matizada por un escepticismo irónico sobre obras ajenas y propias. Edwards es de aquellos escritores insatisfechos que describió Maupassant: "Aquellos que no se conforman, que todo les disgusta, porque siempre sueñan con algo mejor.

Jorge Edwards ha sido escéptico, pero soñador. Y por eso nunca amargo y, por lo mismo, bastante fiestero. Pero la mejor fiesta son sus libros. Y a ella todos sus lectores estamos invitados.


CÉSAR ANTONIO MOLINA
Escritor y exministro de Cultura de España

Desde los años 80, en que lo conocí personalmente en Madrid, Jorge Edwards ha sido una constante presencia en mi vida, tanto como un gran amigo como en su papel de inestimable y muy valioso colaborador en todas las instituciones públicas y privadas por las que he pasado. Fue uno de mis grandes colaboradores en el Suplemento Culturas de Diario 16, luego como conferenciante y referente en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, que igualmente dirigí. Y nada más llegar a la dirección del Instituto Cervantes le puse su nombre a la biblioteca de nuestro centro en Manchester. Jorge recorrió gran parte de nuestros institutos hablando de su importantísima obra literaria así como divulgando la literatura de ambas orillas escrita en nuestra lengua común. Fue, junto con Carlos Fuentes, Vargas Llosa, Alvaro Mutis o Francisco Ayala uno de mis asesores "espirituales" cuando fui nombrado ministro de Cultura.

Edwards siempre ha sido un caballero, de una gran dialéctica cultural y de una sabiduría inmensa. También es una persona con un enorme sentido del humor, algo muy de agradecer en estos tiempos de tanta ignorancia y violencia.

Enamorados de Chile y su literatura mi mujer, también escritora, Mercedes Monmany, y yo hemos viajado por Chile en su compañía varias veces. En uno de esos viajes, el más memorable, visitamos al poeta Nicanor Parra en su casa de Las Cruces. Todo esto lo conté en mi libro "Esperando los años que no vuelven". Un día extraordinario en el que los dos grandes escritores brillaron con su luz propia. Edwards es autor de obras fundamentales, como "Persona non grata", "Adiós, poeta..."; novelas como "Los convidados de piedra", "El museo de cera", a una de cuyas ediciones le hice un prólogo, "El sueño de la historia", "El inútil de la familia" o "La muerte de Montaigne", donde ha combinado magistralmente las tramas históricas, literarias y de ficción con un rigor incontestable y una sutil ironía, o la última citada, tornando como personaje al verdadero inventor del ensayismo moderno. Nos hemos vuelto a ver en muchas ocasiones en Madrid. Jorge Edwards es una de esas pocas y excepcionales personas que te has encontrado en el camino de tu vida, y sin ese azar tan casual y necesario, quizá no habrías podido llegar a tu destino.


ÓSCAR HAHN
Poeta y ensayista Premio Nacional de Literatura 2012

Un día de 1969 Enrique Lihn llegó a Arica con el fin de viajar a Arequipa, vía Tacna, donde debía participar en unas jornadas de literatura. Pasó a visitarme y yo mismo lo llevé en mi jeep a la ciudad peruana. Estábamos saliendo a la terraza del aeropuerto cuando vemos un avión que acababa de aterrizar. Se abre la puerta, bajan los pasajeros, y entre ellos, Jorge Edwards y Mario Vargas Llosa, que venían de vuelta de esas mismas jornadas. En el aeropuerto de Tacna, en medio de esa inusual reunión literaria, fue mi primer encuentro con Jorge Edwards y el comienzo de una amistad que perdura hasta hoy. En los duros años de la dictadura, Jorge Edwards fundó y presidió el Comité de Defensa de la Libertad de Expresión. Cuando mi libro de poemas "Mal de amor fue prohibido por el gobierno militar, Jorge protestó públicamente. No estaba solo apoyando a un amigo. Estaba siendo consecuente con valores que había defendido toda su vida, en cualquier lugar y bajo cualquier régimen. A mi amigo Jorge Edwards, persona gratísima, le dejó aquí un fuerte abrazo por cada uno de sus 90 años.


Foto superior Javier Salvo/La Tercera

 

 



 

 

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90 años de Jorge Edwards:
Escritor de la ciudad, ciudadano del mundo
Por María Teresa Cárdenas M.
Publicado en Revista de Libros de El Mercurio. 25 de julio de 2021