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Rescates necesarios

Por Jorge Edwards
Publicado en La Segunda, Viernes 22 de Septiembre de 2017


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Me parece interesante el rescate de autores chilenos de un pasado reciente, como es el caso de Marta Brunet y de María Luisa Bombal. No se trata de que sea literatura femenina. Existen detalles, rasgos, aspectos autobiográficos, que pueden revelar que un texto está escrito por una mujer, pero el diagnóstico no es seguro. Hay prosas delicadas, sensibles, de atmósfera, por decirlo de algún modo, que provienen de manos masculinas. El rescate de autores, femeninos o masculinos, nos lleva al pasado, y es, en forma paradójica, un ejercicio esencialmente moderno. Lo moderno, y en especial lo posmoderno, supone revisión, relectura, recuperación de temas. Se da un paso más en la historia y en la crítica, se descubren matices nuevos de lo viejo. La buena novela es historia y la buena historia es novela, ficción narrativa, como le decía hace poco a mi amigo Enrique Krauze. Leo una novela que podría parecer anticuada, incluso ilegible para mentes actuales, "Os Maias", de Eça de Queiros, y después me meto en un novelón de estos días. La novela de fines del siglo XIX tiene toda clase de rasgos de otra época: es romántica, galante, de revolucionarios liberales, lectores de poetas avanzados en su tiempo. A pesar de eso, es fresca, actual, divertida. Y es historia de primera línea. Uno puede comprender lo que era una monarquía de la periferia europea, con sus esnobismos, su aristocracia de imitación, sus exaltados revolucionarios, que intentan reproducir el clima político de los años del terror en la Revolución Francesa. Es patético, es anacrónico y es una prosa soberbia, de manera que cuesta abandonar la lectura. Es una mirada de dos siglos atrás y a la vez cercana, incisiva, verdadera. El mamotreto del siglo XXI, en cambio, no carece de interés, pero exige una lucha en cada página, y al final se cae de las manos.

Me olvido de Eça de Queiros, de Fernando Pessoa, de mis viejas aficiones luso-brasileñas, y vuelvo por un rato a Marta Brunet, a María Luisa Bombal, a Eduardo Barrios y Pedro Prado. Al publicar mi primer libro, en el remoto Santiago de 1952, fui acusado de afrancesado, de tener un "olímpico desdén por lo nacional", porque declaré textualmente que mis autores preferidos eran "Vicente Huidobro, Pablo Neruda y María Luisa Bombal". Los tres eran perfectamente nacionales, chilenos de Parral y Temuco, de Viña del Mar, de Santiago y Cartagena, pero los críticos, salvo escasas excepciones, eran prejuiciados, intolerantes, académicos hasta la médula de los huesos. Mi apasionado defensor, el defensor de mis derechos a una lectura libre, abierta, fue Ricardo Latcham, y me gusta recordarlo ahora. Latcham era antiguo y moderno, era un conocedor a fondo de la literatura hispanoamericana, desde argentinos, uruguayos, venezolanos y chilenos, hasta españoles e italianos. El primero que habló entre nosotros sobre escritores como Juan Carlos Onetti y Felisberto Hernández, desde su punto de observación en Montevideo, en una época en que nadie los conocía en Chile, en que muy pocos los conocían en el mundo de la lengua, fue él. Ahora conviene que tomemos nota. Yo empecé a leer y releer a chilenos, desde hace décadas, sin excluir a Marcel Proust, a Ernest Jünger, a William Faulkner, a tantos otros no chilenos, y reuní ensayos en un libro, "La otra casa", que es uno de los libros más escondidos por su editor, menos promovidos, que he publicado nunca. Uno se defiende con obstinación, desde una trinchera que mira a las alturas del cerro Santa Lucía o de la calle del General Castaños y de la madrileña Plaza de la Villa de París. Uno encuentra en Marta Brunet, en "María Nadie", en "Bestia Dañina", en "Aguas Abajo", una literatura de la provincia, de la aldea, de personajes primitivos. No son, sin embargo, personajes ingenuos. Alguien declaró en estos días que la obra de Marta Brunet fue precursora de José Donoso. No sé, pero es posible. No pretendo hacer teoría literaria: sólo transmitir impresiones de lectura. En la prosa de Marta Brunet encontramos un aire, una poesía tosca, un anuncio de algo. Algunos personajes se parecen, en efecto, a los de "Veraneo", el primer libro de cuentos de Donoso.

María Luisa Bombal, conocedora de la vanguardia estética europea, amiga del Pablo Neruda de Buenos Aires, de los últimos poemas de "Residencia en la tierra", del Borges de la década de los treinta, de Victoria Ocampo y otra gente de la revista Sur, iba, quizás, un poco más lejos. El personaje de "La amortajada" cuenta su vida desde la perspectiva de la muerte. Nuestros críticos locales quedaron perplejos y dijeron vaguedades. El trabajo de María Luisa, que había pasado algunos años de su juventud en Francia, no era ajeno al surrealismo y a sus antecesores en la literatura de fantasía pura: Marcel Schwob, Aloysius Bertrand, Gérard de Nerval. Hace largos años, Pepe Bianco, que había sido secretario de redacción de Sur, me dio un testimonio único. Juan Rulfo, mucho antes de escribir "Pedro Páramo", le había comentado con entusiasmo su lectura de "La amortajada". Había vasos comunicantes, misterios compartidos. Piensen ustedes en un ensayo de literatura comparada que quizá no tendré tiempo de terminar: "Sólo la muerte", el poema de Neruda; "La amortajada", de María Luisa; "Pedro Páramo". No son coincidencias ni accidentes. Son fragmentos medio enterrados y a veces deliberadamente olvidados de nuestro mundo.



 

 

 

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