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Pablo Neruda y Octavio Paz

Por Jorge Edwards
La Segunda 16 de diciembre de 2016



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En los días que corren, hablar de Pablo Neruda y Octavio Paz, dos de los mayores poetas de la lengua en el siglo XX, puede parecer anticuado, desfasado. A fin de cuentas, hemos entrado de lleno, para bien y para mal, en el siglo XXI. Pero si podemos hablar de Homero, y de Shakespeare, y de Miguel de Cervantes, también podemos hablar de poetas que estaban vivos hace pocas décadas. Además, sólo quiero comentar un punto que conozco más o menos bien: el distanciamiento y la reconciliación entre el gran chileno y el gran mexicano. Es, a pesar de los sectarismos de una época, un caso de respeto, de humanidad, de cultura. Cada crónica mía es un fragmento de memoria, y como pienso concentrarme ahora en la escritura del segundo tomo de las memorias mías, mis desconocidos, improbables, enigmáticos lectores tendrán que resignarse a mi transitoria desaparición como cronista. Amo la tradición y la perseverancia, pero necesito el cambio. Siento, a mis avanzados años, la necesidad imperiosa de cambiar. Mi segundo tomo será literario, novelesco en alguna medida, un tanto indiscreto, como fue el primero, "Los círculos morados". Tendré desafíos importantes, de recuerdo, de reconstrucción de personajes y episodios, de escritura, y me siento rejuvenecido por el desafío, por el nuevo compromiso.

Ahora paso al tema anunciado. Neruda leyó los primeros versos del joven Octavio Paz allá por 1935, 1936, quizás un poco más tarde. Su amigo Rafael Alberti conocía bien esa obra incipiente y es probable que le hablara de ella a Neruda, que en esos años estuvo en Madrid. Creemos que el poeta chileno reconoció de inmediato el talento del mexicano. En 1937, cuando la guerra española ya había estallado, Pablo Neruda y Louis Aragon acudieron a una estación de París a recibir a la delegación de escritores mexicanos que viajaba al congreso republicano de Valencia. Se sabe que Neruda preguntó: "¿Quién de ustedes es Octavio Paz?".

Algunos años más tarde, en agosto de 1940, Neruda, acompañado por Delia del Carril, llegó a México para hacerse cargo del Consulado General de Chile. Neruda todavía no militaba en el Partido Comunista, pero era un admirador fervoroso de José Stalin. Delia compartía esa convicción todavía con más entusiasmo. "La comunista era ella", me dijo Alberti en Madrid en los años noventa. Seguir los detalles de la relación del chileno con Octavio Paz es difícil, pero los hechos saltan a la vista. Octavio sentía una distancia cada vez más profunda con respecto al estalinismo; en esos años dramáticos, de derrota de la República Española y de comienzos de la Segunda Guerra Mundial, se había acercado al trotskismo y al André Breton del surrealismo. En años en que Trotsky ya había sido asesinado por órdenes de Stalin y en que Neruda ayudaba a los estalinistas de México, David Alfaro Siqueiros, el pintor muralista, entre ellos, tuvo un encuentro bien conocido con Octavio Paz. Octavio, juvenil, de buen aspecto, iba vestido con una camisa blanca impecable. "Tu camisa, Octavio, le dijo Pablo, es más blanca que tu conciencia". El concepto de conciencia, en esos años, y quizás en los nuestros, era perfectamente relativo. Dependía de la facción política en la que uno participaba o militaba.

Pablo Neruda ingresó después formalmente al Partido Comunista chileno, escribió su gran poema a las ruinas de Machu Picchu, numerosos versos de intención social y una Oda a Stalin con motivo de su muerte en 1953. Después tuvo mucho tiempo para reflexionar y cambiar de perspectiva. "He leído tantos versos sobre el primero de mayo, estampó en su Memorial de Isla Negra, que a partir de ahora sólo escribiré sobre el día 2 de ese mes".

Dentro de este cambio de actitud tenemos que mencionar un reencuentro tardío con Octavio Paz. Ocurrió en un Festival de Poesía en Londres a fines de 1971. Los poetas se hospedaron en el mismo hotel. Un día, Matilde Urrutia se encontró con Octavio y con Marie Jo, su pareja, y se saludaron en forma amistosa, a pesar de que no se conocían. "Arriba está Pablo —dijo Matilde—. Salúdalo, Octavio, le dará un gran gusto". Matilde, Octavio y Marie Jo subieron a una sala donde el poeta chileno daba una entrevista. La entrevista fue interrumpida sin mayores formalidades. "¿A que no sabes, Pablo, quién está aquí?", preguntó Matilde. "¿Quién?", preguntó el poeta. "Octavio Paz", contestó Matilde. "¡Hijito mío, tan querido!", exclamó Neruda, y se abrazaron.

En los años de la discordia, Octavio Paz siempre decía que Neruda era "su enemigo más querido". En su larga enfermedad, el mexicano, lector de franceses, ingleses, alemanes, rusos, decretó que en sus últimos días sólo leería a Neruda y a Quevedo. Tomo estos datos de diversos libros, de la biografía de Octavio Paz publicada hace un par de años por Christopher Domínguez Michael, miembro del equipo de la famosa revista Vuelta, y de una conversación mía con Silvia Lemus, esposa del ya fallecido novelista y ensayista Carlos Fuentes. La reconciliación es un arte refinado, pero la enemistad con afecto, con nostalgia, es un caso todavía más complejo. Algo significa, me digo. Tenemos el más perfecto derecho a interpretarlo.


 

 

 

 

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Por Jorge Edwards.
La Segunda 16 de diciembre de 2016