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El arte de la reconcilación
Por Jorge Edwards
Publicado en La Segunda, 21 de agosto de 2020
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En una época de comienzos literarios hablaba con el joven Vargas Llosa y con Carlos Fuentes, que pasaba varias veces al año por París y tenía la divertida costumbre de bailar solo un promedio de dos horas diarias, a los sones y ritmos modernos de los Beatles, de Bob Dylan y de otros músicos de avanzada. Había un galpón en la subida de Montmartre, el Bus Palladium, donde solíamos encontrarnos y engranar conversaciones. Un ídolo literario de esos años era Octavio Paz. Neruda tenía un lugar aparte, quizá más tosco y menos refinado. Vicente Huidobro vivía en los altos de Montmartre, en la famosa calle Víctor Massé, y era el poeta del aire y de los parasubidas. Octavio ya lo había definido en términos aproximados. Algunos pensaban que la distancia entre Paz y Neruda era insalvable, pero mi experiencia personal me llevó por otros lados.
Octavio Paz pasó por Barcelona y le dijo a Carlos Barral, que se había instalado con su Barral Editores después de su ruptura con Seix Barral, que quería verme, y nos contó que nadie en México se atrevía a escribir sobre "Persona non grata". Discrepar con Fidel Castro era un pecado que provocaba la excomunión política. Poco tiempo después salió un número de la revista "Plural" manejada por Octavio, con formidables ensayos en defensa de mi libro: de Mario Vargas Llosa, del gran crítico uruguayo Emir Rodríguez Monegal, y otros.
Eran años de fuerte polémica, de polarización completa. Adherir a un lado o al otro era comprometerse o denunciarse. Los cantos de amor a Stalingrado escritos por Pablo Neruda cuando era cónsul de Chile en México habían determinado su separación de Octavio, a quien calificaba de joven "adobado de tinta y de tintero". En la estación del Norte, por la que entraban a París los que viajaban de América, Neruda fue a recibir a la delegación mexicana que llegaba al congreso prorepublicano de Valencia, todavía en los años de la guerra de España. Ahora se sabe que preguntó: ¿Quién de ustedes es Octavio Paz? Pablo había leído y había respetado el trabajo de Octavio. La política y el estalinismo general los mantuvieron separados durante toda la vida.
Ahora ya puedo contar algo sobre una reconciliación muy poco conocida. En años recientes, Octavio y Pablo, con sus respectivas mujeres, se encontraron en un hotel de Londres, en días de un congreso internacional de poesía. ¿Cómo es posible que nuestros hombres no puedan verse?, le dijo Matilde a Mary Jo, la mujer francesa de Octavio. Pablo está en el segundo piso y estaría feliz si ustedes suben a visitarlo. Todos subieron entonces por la escalera. Matilde se acercó a Pablo y le dijo al oído: ¿sabes quién está aquí? Después le dijo, Octavio Paz. Pablo entonces se volvió con los dos brazos abiertos, y lanzó la exclamación de afecto más chilena que uno se pueda imaginar "¡Mijito lindo!" Los dos poetas se reconciliaron ahí mismo y para siempre.
Silvia Lemus, mujer de Carlos Fuentes, me hizo una larga entrevista en París para la TV mexicana y me lo confirmó todo. Y para mí se confirmó el amor de Neruda por México, sus mercados, sus colores, sus gentes. Poco después me encontré con Octavio en los jardines del Hotel Camino Real. Fue un encuentro dramático, porque él estaba acompañado por un enfermero y vestido de blanco. Nos sentamos en un rincón. Octavio se protegió con furia de unos fotógrafos y enfermeros, y me habló de novelas, género no preferido por él. Desmintió que él tuviera, corno se pensaba en general, alguna clase de distancia con respecto al género novelesco. Me parece que mencionamos a Proust, a Flaubert y a Stendhal, y no recuerdo si a Fuentes.
La furia del poeta mexicano al verse fotografiado en condición de enfermo terminal pasó pronto, y me confió que podía estar instalado en ese hotel de lujo gracias a la generosidad del presidente de la república. Me quedé pensativo sobre el tema de la generosidad presidencial y hasta me tomé dos whiskies dobles de calidad superior en el Café de la Opera, con Gabriel García Márquez, donde no nos quisieron dar una mesa porque era para más de cuatro. Consumiremos por más de cuatro, le dijo Gabo al mozo, y un señor del público entendió lo que ocurría y le dijo al mozo que no fuera tonto. Gabo pidió dos dobles de Johnny Walker etiqueta negra y estuvo firmando autógrafos durante una hora. Dos encantadoras profesoras de letras me pidieron autógrafos a mí. En resumen, doy testimonio aquí de que Neruda, el supuesto estalinista, y Octavio Paz, el poeta liberal o neoliberal, murieron reconciliados. Me parece que en estos días de pandemia en Chile se han producido rupturas y distanciamientos enconados. Recordar una reconciliación clásica, con besos y abrazotes, no está mal, y estudiar el arte de la reconciliación nos podría convenir a todos.