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Sabiduría olvidada
Por Jorge Edwards
Publicado en La Segunda, 24 de abril de 2020
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Me llama de Barcelona una amiga de toda la vida, catalana por los cuatro costados pero no catalanista, porque no es persona aferrada a los “ismos". Me dice que no hay flores ni libros en las ramblas de Barcelona. Aquí, le comento, hay pocos libros y una que otra flor en balcones olvidados. Siempre les digo a mis amigos españoles que deben mirar la historia de América como parte de la historia de España. Pedro de Valdivia, soldado extremeño y fundador de Santiago del Nuevo Extremo, le escribió al emperador Carlos V un conjunto de cartas chilenas que no sería malo recordar en el Dia del Libro (y de San Jordi).
Hace un par de años hice una excursión desde el norte de España a la ciudad de Oña, de donde venía la familia del primer poeta chileno. Pedro de Oña, autor de "Arauco domado”, poema épico escrito en octavas reales tan buenas y bien construidas como las de don Alonso de Ercilla en "La Araucana". En Oña había una calle medieval, una iglesia de un gótico tardío con una amplia explanada al frente donde los fieles se reunían a rezar y cantar. La familia del poeta, que fue a nacer en la ciudad inverosímil de Angol de los Confines, debe de haber rezado y cantado en esa explanada.
Uno de los cantos del “Arauco domado" describe una sesión de magia y adivinación en que los brujos de una tribu Interrogan a un "Imbunche", un joven monstruo preparado por su tribu en las artes de la adivinación. Después he llegado a la conclusión de que el "imbunchismo", tan estudiado en la historia chilena, fue una invención de Pedro de Oña, porque él había sido niño en Angol en años prerrepublicanos y les tenía miedo a las tribus de Arauco, que llegaban y lo incendiaban todo, como nuestros jovenzuelos rebeldes de hace algunas semanas. ¿Somos invenciones del espíritu destructivo, del tan chileno "antitodo"?
De repente dudo de todo y me digo que hasta el coronavirus, que nos tiene paralizados, bloqueados, es una invención nuestra dirigida en contra de nosotros mismos. Angela Merkel, entretanto, les dice a los alemanes de ahora que tienen que proceder despacio, con mesura, sin creérselo todo. Tuve síntomas de resfriado esta madrugada y tomé las medidas siguientes: abrigarme, tomar una aspirina y un poco de limonada. El resultado de mis medidas fue excelente y me pregunto si estamos amenazados por el coronavirus o por alguna forma de histeria o de locura colectiva. Pero no tengo respuestas claras y me digo que saber un poco de Pedro de Oña, y recordarlo en el Día del Libro, no nos hace ningún daño.
Me entero al final de que los españoles, para salvar la bonita costumbre de regalar un libro y una flor en un día del año, optaron por cambiar la fecha y que la vida continúa. Es una sabiduría que olvidamos y que necesitamos, y estoy plenamente de acuerdo. Y brindo por "La Araucana" y por “Arauco domado", que nadie ha domado y que, como dijo Ercilla, ha sido por nación extranjera jamás vencida. Ahora me pregunto si las precauciones contra el virus van a terminar por matarnos a todos, y me digo que una flor y un libro son mejores que una aspirina y menos feas que una mascarilla. Y me digo que el sentido común y la sabiduría de los antiguos chilenos deben ser rescatados, y que el imbunchismo de muchos de nuestros gobernantes actuales es una patraña exagerada y un tanto anticuada. Viajé de Comillas a Oña con el conde de Orgaz actual, descendiente directo del enterrado en el célebre cuadro de El Greco, que se encuentra en un rincón de la catedral de Sevilla, y me digo que la vida vale la pena para hacer viajes como ese.