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Un libro de Edwards imposible de leer

Por Ignacio Vidal-Folch
Publicado en CRÓNICA GLOBAL, España, 3 de junio de 2023



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El recuerdo lleva al lector a querer recuperar a un autor, pero en las redes las referencias son tantas que
apenas se puede leer nada y menos un libro entero


Hace dos años, en Madrid, dos escritores amigos míos, Ernesto Pérez Zúñiga y Juan Malpartida, me invitaron a comer con Jorge Edwards y así pude reencontrarme con él, muchos años después de haberle entrevistado en el Avenida Palace de Barcelona, con motivo de la publicación de una de sus estupendas novelas, que creo que era El museo de cera. Aunque su libro más famoso sigue siendo Persona non grata, la memoria donde denunció la deriva totalitaria del régimen castrista en Cuba. Veinte años después, cuando almorzamos con Ernesto y Juan en el paseo de Recoletos, Edwards estaba, aunque animado, ya muy disperso, y la conversación fue amena e interesante pero tuvo inevitablemente un tono crepuscular.

Ellos lo conocían mucho más, lo veneraban y lo siguieron visitando, pero yo no. De vez en cuando me decían: “He ido a ver a Jorge, y…” Ahora que se ha muerto en Madrid he intentado, sentimentalmente, como homenaje privado, como recuerdo de aquella conversación en el Avenida Palace, ya borrosa salvo por la simpatía, como señal de respeto y despedida, leer su libro  Adiós, poeta, donde revisó su propia vida al hilo de su larga relación con Pablo Neruda, que fue muy decisivo para él.

Lo cuento por meras ganas de hablar y porque mis intentos de aproximación a este libro me han servido para comprender, por experiencia propia, lo que teóricamente ya sabemos todos: que leer libros se ha vuelto imposible, y la culpa la tiene el prodigioso caudal de información que proporciona internet, además de que tengamos la cabeza a pájaros, siempre interesándonos por la última cuenta de vidrio que lanza destellos al sol.

En sus primeros capítulos Adiós, poeta habla, entre muchas otras cosas, de que Neruda, militante comunista riguroso, se daba cuenta, sobre todo después del XX Congreso del PCUS, de que la política había dañado su obra poética, y trataba de enderezarla, volviendo al tono existencialista de sus comienzos y de su  Residencia en la Tierra. Habla también de un perezoso intento de reconciliación con Octavio Paz, con quien estaba enfrentado por sus respectivos y opuestos posicionamientos políticos.

Muerto Neruda, Edwards visitó a Paz, y éste, que era severo pero no sectario, le dijo que recientemente había estado leyendo por orden cronológico toda su poesía, por lo menos toda la que figuraba en su edición de las Obras Completas, y había llegado a la conclusión de que era Neruda, con diferencia, indiscutiblemente, el mejor poeta de su generación, superior a Huidobro, superior a Borges, a “todos los españoles”.

Edwards entonces le pregunta si ha leído su  Estravagario, un poemario tardío. No, Paz no lo había leído. Ni yo tampoco. De manera que tomé mi ordenador portátil y busqué en la Red  Estravagario.

Encontré cuatro poemas de Estravagario. Los cuatro los leí, y me parecieron correctos y a ratos bonísimos: “Van y vienen los pasajeros, / crecen los niños y las calles, / por fin compramos la guitarra / que lloraba sola en la tienda. // Todo está bien, todo está mal”.

Los reproduce, los encontré, en una página que la Universidad de Chile ha dedicado al poeta, donde, además de esos versos, hay también unas pestañas sobre su Curriculum vitae, sobre las Mujeres de su vida, etc. No puede abstenerme de clicar sobre Mujeres. Así me enteré de algunos dramáticos avatares de la vida de su primera esposa, María Antonia Hagenaar (1900-1965), también llamada Maryka o Marietje…, lo que me llevó a entrar en youtube para ver a Brel una vez más cantando la conmovedora canción Mareike, de Brel. Es algo de lo que no me canso nunca.

Luego volví a Hagenaar: era una holandesa a la que Neruda conoció siendo joven, en Java, y que parece que, cuando el poeta volvió con ella a Chile, fue mal recibida por la familia y los amigos de éste, salvo por una María Luisa Bombal, que fue hospitalaria y cariñosa.

Pobre señorita Hagenaar, con su hija Malva Marina, afectada de hidrocefalia, que moriría a los ocho años, abandonadas por el poeta. Me llevó tiempo enterarme de su triste peripecia, de la que da noticia Semprún en su Federico Sánchez se despide de ustedes.

 

 


Torpeza léxica

El nombre de María Luisa Bombal, la hospitalaria, me sonaba como el de una novelista con carácter. Consulté internet: en efecto, tal y como yo vagamente recordaba, María Luisa Bombal (1910-1980) fue una interesante escritora chilena. Su novela La amortajada impresionaba a Rulfo. Ella era de una extrema inteligencia pero algo desequilibrada, con una vida errabunda y pintoresca, que intentó asesinar de un tiro a un amante que prefería seguir con su esposa, única manera que se le ocurría de liberarse de su obsesión amorosa. María Luisa vivió en Buenos Aires, en Nueva York… En fin, un personaje fascinante, con su punto de enajenación…

Esto me recordó que Borges mencionaba en sus poemas a una Bombal. ¿Sería la misma? Como hay en la Red una página que se llama Comeencasaborges, donde está transcrito el diario de Bioy que reseña todos sus encuentros con Borges, que solía cenar en su casa (de ahí el título, pues casi cada entrada en el diario comienza con la frase Come en casa Borges), entré en la página, escribí en el buscador Bombal, y me salieron muchas entradas, que no pude menos que leer, o sea releer, porque ese libro me encanta.

Allí, en efecto, se menciona, entre otros Bombales, a María Luisa Bombal dos o tres veces, pero muchas veces más a Susana Bombal, también escritora, que creo que era prima de aquella, y a costa de cuya fastuosa vanidad y torpeza léxica Bioy y Borges gastan muchas bromas maliciosas.

En fin, cuando cerré el ordenador, habían pasado tres horas y sólo había leído de Adiós, poeta, dos o tres páginas. Tal como he dicho al principio, leer un libro se ha vuelto imposible. Éste, en concreto, ¡con tantos nombres!, me puede llevar toda la vida.

 

 


 

 




 

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