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Tirios y Troyanos

Por Jorge Edwards
Publicado en La Segunda, 7 de Diciembre de 2018



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No me parece que el Chile de hoy se pueda dividir en nerudianos y mistralianos. No es el gobierno platónico de los filósofos ni la situación más literaria del mundo contemporáneo, con un personaje de las espaldas intelectuales de André Malraux a cargo de la Cultura, y qué es eso de la Cultura, pregunta otro por ahí, y por qué se escribe con mayúscula.

 Pablo Neruda fue un San Pedro equivocado y un San Pablo fulminado. Gabriela tiene algo de la severidad y del genio de Santa Teresa de Ávila y tenemos que entenderla con sumo cuidado. El entonces joven Neruda llegó a México en 1940, recién nombrado cónsul general de Chile, poco después del asalto armado de David Alfaro Siqueiros a la residencia de León Trotski. Poco después le dio visa chilena, sin autorización del gobierno del Frente Popular, que ya mandaba en Chile, al mismo Siqueiros, y su falta de disciplina administrativa fue sancionada por las autoridades chilenas.

Estuve en el Hotel Habana Libre de La Habana, en enero de 1968, y me tocó ser testigo de la siguiente curiosa escena. Pasaba Siqueiros en persona, raudo, desmelenado, y un grupo de surrealistas de la región, comandado por el pintor Roberto Matta, le daba patadas en el esmirriado trasero. Las mujeres que lo pateaban, gritaban, a cada golpe: ¡Por Trotski, por Trotski! Nicolás Guillén, poeta oficial cubano, organizó un acto de desagravio al muralista mexicano. Neruda no había escrito todavía un paréntesis extraordinario de sus memorias en prosa, "Guillén (el español, el bueno)". Me encontré en otro lugar inconveniente durante una entrevista a Neruda, en vísperas de la reunión de la Academia Sueca que iba a decidir sobre su premio Nobel. La entrevista tenía lugar en el tercer piso de la Embajada de Chile en París, en el número 2 de la avenida de la Motte-Picquet. El entrevistador era Edouard Bailby, periodista de centro liberal, y las preguntas sobre Siqueiros, Trotski y la oda nerudiana a Stalin acorralaban a nuestro poeta, hasta que exclamó, agobiado: "Je me suis trompé", me he equivocado. Todavía resuena en mis oídos esa insólita exclamación. Era como llegar a decir, puedo equivocarme y puedo llegar a comprender las razones de ustedes.

En esos días, el poeta, enfermo, pensativo, recordaba con frecuencia los comienzos de la guerra de España y repetía a cada rato que había que evitar a toda costa una guerra civil en Chile. Si se leen con atención sus memorias en verso, "Memorial de Isla Negra", que son más reveladoras que sus memorias en prosa, se puede comprobar que Neruda tenía plena conciencia de sus errores. En su poema "La verdad" escribía que amaba el idealismo y el realismo, y que era "decididamente triangular", es decir no bilateral ni partidario de la división Jacobina en buenos y malos ciudadanos.

Pocas horas después de la entrevista, los primeros amigos en llegar a felicitar al poeta recién laureado fueron un abogado conservador, Mariano Puga Vega, y un poeta francés comunista, Louis Aragon. Eran visitas contrapuestas, simbólicas, y cuando Neruda se presentó en la sede de la Unesco, en un homenaje a él, leyó en el escenario los más grandes poemas de Gabriela Mistral. Fue un momento conmovedor, único. Hacía largas décadas, Gabriela, directora del Liceo de Niñas de Temuco, había recibido la visita de un niño que se llamaba Neftalí Ricardo Reyes Basoalto, que le había entregado sus primeros poemas, y ella le había prestado libros, porque el niño poeta estudiaba en el Liceo de Hombres, frente al de Niñas, y estaba sediento de lectura. Ella, que no se equivocaba, supo de inmediato que ese niño era poeta, y todos los que tengan acceso a la correspondencia de Gabriela comprenderán que fue nuestra mejor americanista, y que entendió mejor que ningún otro a los grandes personajes hispanoamericanos de su tiempo: José Vasconcelos, Alfonso Reyes; el padre Alberto Hurtado, el Presidente del Frente Popular, Pedro Aguirre Cerda, y Eduardo Frei Montalva. Propongo que no nos equivoquemos ahora y tratemos de practicar el arte difícil de tomar decisiones decididamente triangulares, para adoptar las palabras del poeta en "La verdad", donde confiesa que ha escrito tantos poemas sobre el Primero de Mayo, que a partir de ese instante sólo escribirá "sobre el día 2 de ese mes". Era una consecuencia directa de ese "Je me suis trompé" que los nerudólogos autodesignados serán siempre los últimos en entender. Y me permito agregar que los nombradores de aeropuertos estudien estos complicados asuntos con la debida calma, y sin necesidad de cargar con la razón a cuestas, como nos sopla el poeta al oído. Porque el poeta se equivocaba, como la paloma de Rafael Alberti, y Gabriela, severa, digna, con mirada más alta, de más largo plazo, no se equivocaba casi nunca.

Si el voto, en esta extraña elección de nombres, fuera secreto, yo ya sé por qué nombre votaría, sin la más mínima duda. Gabriela fue una gran precursora del feminismo. Fue la poeta de la maternidad y de los niños americanos. En otras palabras, la gran poeta del futuro, precursora de los espacios de libertad de nuestros mundos marginados y mal interpretados.



 

 

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Tirios y Troyanos
Por Jorge Edwards
Publicado en La Segunda, 7 de Diciembre de 2018