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Cartas a mí mismo

Por Jorge Edwards
Publicado en La Segunda. 30 de octubre de 2020


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En los tiempos de mis abuelos, los libros servían para esconder billetes de banco. Ya pasó, eso si, la época en que las bibliotecas eran cajas de fondos. Ahora, en cambio, esconden tarjetas de visita, con nombres olvidados y direcciones de otros barrios y hasta de otras ciudades. Nos dicen algo, de todos modos, y me digo que es lo que nos dicen: son cartas que hemos guardado en archivadores equivocados.

Para mí, algunas grandes correspondencias son lecturas apasionantes. Por ejemplo, las cartas de Gustave Flaubert, las de Lord Byron, y las de don Alberto Blest Gana desde el París de fines del siglo XIX. Pueden ser tan amenas y tan interesantes que es como si nos las hubieran escrito a nosotros. Un detalle importante es que no nos permiten sacar conclusiones. Don Alberto nos habla de implementos para los uniformes de los soldados de la Guerra del Pacífico, sin pensar que los manifestantes de ahora en la Plaza Italia, que antes llamábamos Plaza Baquedano, solo piensan en destruirlos.

La tontería consiste en querer sacar conclusiones, escribía Gustave Flaubert en una carta de alrededor de 1850, poco antes de meterse en la escritura de "La educación sentimental". En la literatura chilena, creo que el escritor más escribidor de cartas fue Pérez. Rosales, y el que le sigue, años más tarde, es Pepe Donoso. Conservo un frasco azul, escribe el joven Neruda, dentro de él una oreja y un retrato. Sigan ustedes por esta línea y no estoy en condiciones de darles garantías sobre el punto de llegada.

Un fenómeno frecuente era el de las señoras chilenas que buscaban ropa usada para vender a su regreso a Santiago, negocio que equivalía más o menos a cambiar plata por plata.

Don José Toribio Medina descubrió los papeles de la inquisición en América en el cubo del obispo, que se encontraba en los alrededores de Madrid, me parece que en el castillo de Simancas. Don Patricio Lynch, en pago a sus servicios en la Guerra del Pacífico, había sido nombrado ministro en Madrid y había tenido la buena idea de llevar como secretario de su misión a don José Toribio. Visiten ustedes la Sala Medina de nuestra Biblioteca Nacional y podrán entretenerse un buen rato.

Los papeles descubiertos por don José Toribio son novelas negras que deberíamos tomar en cuenta. Cuentan historias de grupos de heresíarcas santiaguinos que seguían a la Quintrala y practicaban el amor libre sin mayores escrúpulos. Las hermanas Salas Subercaseaux, que escribían bajo el seudónimo común de Violeta Quevedo. escucharon hablar de estos delicados asuntos y dejaron su testimonio escrito, puesto que eran apasionadas escribidoras, en páginas escondidas.



 

 

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Cartas a mí mismo
Por Jorge Edwards
Publicado en La Segunda. 30 de octubre de 2020