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A favor del tiempo, de Juan Malpartida

Por  Julio Espinosa Guerra
LetrasLibres.com, mayo de 2008

 

Juan Malpartida (Málaga, 1956) ha puesto en duda desde el comienzo de su obra que el lenguaje sea aquello a lo que hace referencia o, peor aún, sea todo lo que hay más allá de él. Este hecho no es menor, especialmente si recordamos el panorama de la poesía española el año en el que aparecen sus dos primeros libros, Espiral y Gravitación (1990), cuando predominaban autores anclados en el discurso referencial.

Ya en Espiral, donde se ve con claridad el influjo de Paz, Juarroz, Guillén y Valente tal como señala Jordi Doce en su prólogo, encontramos: “Escribir/ como quien se despide,/ el que zarpa en la noche/ con la memoria incendiada/ de su cuerpo./ Y sin embargo, después de todo,/ seguir aquí, /en la mesa puerto,/ en la mesa límite,/ sin Ítaca ni paraíso ni solución,/ oyendo, acariciando/ el fulgor de la derrota.” Este fragmento, V de “Reconstrucción del tiempo”, nos entrega otras dos claves de lo que será, en su urdimbre, la obra del autor: por un lado, el acercamiento al hecho poético más como una lectura de mundo desde la percepción que desde el entendimiento, y por otro, la visualización de la escritura como un fracaso.

En Gravitación surge otra de las características más importantes de la poesía de Malpartida: el acercamiento al poema como si fuera un lugar más que un objeto, donde el lector puede pasearse, escudriñando rincones antes no visitados que desasosiegan y perturban, tal como se ve en “Niño”: “El viento abre una puerta,/ no en mi memoria ni en tu casa/ (bosque de sílabas, árbol inmenso):/ en las ramas, el tiempo detenido/ hace preguntas que no entiendo.”

La preocupación por la escritura, como visión y ceguera, vida y muerte, Eros y Tánatos de lo real, se transforma en una constante de su poética, volviendo a aparecer en “Casa”, primer poema seleccionado de Bajo un mismo sol (1991), donde el autor presenta la memoria como un hecho de escritura del recuerdo y, por tanto, tan falso como verdadero en su representación lingüística. Además, en este libro se seguirá profundizando en la concepción de la imagen poética como principal medio para llegar a aquello que no alcanza el lenguaje referencial, tal como se ve en el tercer fragmento de “Pasos”: “Pasos en el oído:/ la lengua craquelada del otoño/ en un instante de sangre.”

Estas características, entendidas como unidad, conforman una red de sentido que se plasmará en textos pertenecientes a sus diferentes libros, como “Diario de bitácora”, “Persona”, “Para oír su voz”, “Fragilidad”, “Metáfora” y “Del otro lado”, lo que hace de su discurso un territorio donde el lenguaje se muestra como la esencia de todo lo que rodea y conforma al ser humano.

En El pozo, último libro de poemas publicado por el autor, además de aparecer algunos de sus mejores poemas largos, encontramos un desdoblamiento del yo poético en otras voces, lo que permite ampliar la capacidad de decir lo real. Lo vemos en “Cordialmente suyo” y especialmente en “Sin semejantes”, poema que, utilizando la técnica del pastiche, desplaza de lugar un texto periodísitico, dotándolo de nuevo significado dentro del libro de poemas.

Pero el principal hallazgo de este libro es la reunión de todas las características de la escritura del autor en la imagen evocativa e interior del haikú. Malpartida comprende que la lectura del mundo requiere, antes de plasmar impresión en (re)escritura, que el bambú germine y crezca en el interior, tal como lo refleja “Remedio”: “Sonora enredadera:/ la risa que canta en el patio/ ya corona mi frente.” Es así como logra transformar lo que inicialmente era inquietud por el lenguaje en una reescritura personal y más afectiva que cognitiva, donde el estremecimiento y el goce están por encima de la razón. Esto se vislumbra con claridad en “Método”: “Del pozo arriba, la sombra/ y su desfondado rostro,// voz que en espiral asciende/ hasta el brocal del ahora.// Caminé por un reflejo,/ resuelto en piedra, ya polvo:// Resucitada presencia,/ no por el hábil esguince// del agudo silogismo/ y su trampilla de viento,// por un olor de acederas,/ por un sabor de frontera/ que se agita desde el fondo.”

Quizá éste es el motivo por el que sus inéditos son fundamentalmente haikús y otros poemas breves. En ellos es donde la fugacidad y fragilidad de lo perecedero, de aquello que no se signa, que no cabe en un concepto, pero es esencia de mundo, mejor se puede decir. “Ver”, texto final del libro, lo expresa con claridad en su aparente contradicción: por un lado, evidenciando la ceguera provocada por el pliegue de lo real que es el lenguaje; por el otro, dando con una respuesta válida para transformar dicho pliegue en pliego, esto es, dando con el quiebre al sesgo lingüístico, transformándolo en una invitación al deslumbramiento, a sacarnos la pesada grafía de los ojos, mirando el universo desde la sensualidad y la percepción: “Abrir los ojos/ y ver pasar las nubes/ por este mundo.”

Esta antología, que se plantea como un trayecto que va desde la entrada al laberinto del lenguaje a su salida, nos muestra cómo Juan Malpartida hace del material de su oficio, la idea esencial de su creación. Al ser éste la palabra, la escritura misma en su fracaso, al dignificarlo, al sublimarlo, lo dota de nuevo sentido, cuestión que nos permite ver más allá de su forma conocida, sentir más allá de su textura cotidiana, presentir, al fin de cuentas, algo que su concepto convencional oculta.

 

 

 

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