El
día que fue ayer
Novela
de Julio Espinosa Guerra
Mago Editores (Santiago
de Chile), 2006
Por
Alfonso Ruiz de Aguirre
www.literaturas.com
El
reciente fallecimiento de Augusto Pinochet ha despertado en Europa los fantasmas
que nunca duermen en Chile. Los fantasmas de la tiranía, de la tortura,
del miedo, de los desaparecidos, del asesinato y de los supervivientes. Tristes
supervivientes. Todos ellos han tenido que pactar: con el olvido, con la delación,
con la distancia. Todos ellos han tenido que dejarse la dignidad en la huida para
sobrevivir.
Nos llama la atención, al hojear el texto,
la juventud de su autor, al que conocíamos hasta ahora por
el verbo seguro de su poemario La metamorfosis de un animal sin paraíso:
apenas 26 años cuando terminó de escribir esta novela. Pero no es
menos cierto que Mario Vargas Llosa sólo tenía uno más cuando
revolucionó la literatura del siglo XX con La ciudad y los perros,
y que la carta de presentación de El día que fue ayer (semifinalista
del Premio Herralde en 2005) nos invita a acomodarnos sin demasiados recelos en
su mundo.
Algún lector mal avisado se asustará
de una novela que promete en su cuarta de cubierta que durante “la escasa media
hora que dura la visita de Juan” a su amiga Ana, “múltiples narradores”
evocarán su vida durante la dictadura militar. Muchos narradores, quince
años de dictadura en sólo media hora… Lectura peligrosa, dirán,
lectura de difícil digestión, imposible enterarse en el Metro, acosados
por los empujones y el olor tremebundo de los mal duchados. No negaremos que la
obra de Espinosa reclama la colaboración del lector para reconstruir un
rompecabezas de pasiones y vidas cruzadas, sin embargo, conviene señalar
que, una vez que la historia comienza a fluir, el libro se lee con facilidad y
los personajes van encajando solos en una trama que pronto se vuelve familiar
y envuelve con sus guiños al lector.
A partir de la
visita de Juan al manicomio, donde su amiga Ana, a la que no ve desde hace quince
años, purga su conciencia a fuerza de locura, la memoria y la voz se remontan
en un flash back al pasado. A aquel lejano pero siempre inmediato 11 de septiembre
de 1973, cuando Chile se estremeció, y algunos chilenos descubrieron los
demonios que les vivían dentro. Unos descubrieron que sabían matar,
otros el placer de torturar, otros, los protagonistas de esta novela, que cuando
alguien se enfrenta al mal, al mal absoluto y omnipotente, sólo queda sobrevivir
a toda costa, y hay que pactar con el diablo y venderle baratos los jirones de
nuestra dignidad. Ana, Juan y sus amigos alquilan sus conciencias, traicionan,
escapan, se desentienden, en definitiva, intentan sobrevivir. Unos lo logran y
otros nos cuentan su fracaso. Julio Espinosa nos presenta un Chile dolorido, confuso,
recién salido de una unidad de cuidados intensivos. Pero no se recrea en
el rencor, ni si ceba en unos ejecutores que a menudo aparecen en su debilidad
de animal ignorante o de víctima. Inmerso en este paisaje atroz, hubiera
resultado sencillo zambullirse en la truculencia de las torturas, pero el autor
prefiere ahondar en el alma de sus personajes, en la truculencia de su sufrimiento
interno, en su desesperación, su miedo y su locura. En esa locura de Ana,
que es la metáfora de la alienación de un país entero. Seguramente
uno de los mayores triunfos de Espinosa consiste en internarse en el complejo
mundo de cada personaje y saber concederle la voz que necesita, una voz singular
en cada caso, que le ayuda a salir airoso del duro trance que supone alternar
a narradores tan dispares.
Merece la pena leer esta novela,
que nos muestra cómo puede descubrirse el amor en mitad del suplicio, cómo
más allá del sufrimiento es preciso rehacer la vida, porque el espectáculo
sigue, y en el gran teatro del mundo, por mucho dolor que experimentemos, somos
simples actores. Merece la pena permitirse un paseo por el horror para comprender.