Dejando hablar al vacío
Por Julio Espinosa Guerra
http://www.elnortedecastilla.es/
10 de agosto de 2011
Quienes conocemos y seguimos la obra poética de Eduardo Scala (Madrid, 1945), sabemos que pertenece a esa estirpe de creadores que muy de vez en vez aparecen en el panorama literario.
La doble exposición que se presentó en el Colegio de Arquitectos y la Fundación Gaya Nuño en Soria en el mes de abril y mayo con motivo de la IV edición de Expoesía, 'Cántico de la Unidad', recoge parte fundamental de la obra del poeta y da muestra de esa búsqueda particular que, con la palabra, va más allá de la palabra en múltiples soportes: hologramas, libros vacíos, retratos escritos, rollos de papel continuo, proyecciones -'Machadofanías' sobre los muros de Santa María la Mayor- que ocupan el espacio casi sin ocuparlo, tal cual lo llena el misterio del signo hablado y escrito, colmado, de la cotidianidad que, «estando allí», no está: juego de magia, de alquimia que hace del plomo, oro y de la sílaba, realidad.
Estos espacios, estas imágenes entregadas por Scala parecen nuevas y a veces hasta tecnológicas, pero en realidad pertenecen al espacio de lo primigenio, de lo inaugurador: están más cerca del arcano del origen que del fuego de artificio y, junto con desentrañar el mito, lo vuelven a crear. Es por eso que cuando uno entra a esos espacios blancos, «llenos» de su obra, se siente como en un templo, donde la palabra vuelve a ser mística y creadora de todo lo circundante, pero al mismo tiempo, como la sombra misma de quien camina por los pasillos y observa las proyecciones de nombres que no son más que una red tejiendo, configurando el mundo.
Hay en Eduardo Scala una contemplación del lenguaje. Ya en su repetición de sonidos, semejantes pero nunca los mismos, se encuentra una especie de mantra que geométricamente sostiene lo que existe. Es esta palabra desnuda, palabra-poema, constituida en una relación causal, la que nos lleva de vuelta a la mística del lenguaje, hasta llegar a sentir a veces que tocamos en su repetición y su ausencia, el verbo originario, la primera semilla semántica perdida en el origen.
Hay algo que guardan los sonidos, un secreto en el apelativo de las cosas, que hemos olvidado y que Eduardo Scala, renunciando a su propia dicción, vuelve a encontrar para regalarnos. Aquella reverberación mágica que queda en el aire una vez susurramos los signos conocidos y que nos constituye ya no sólo como seres de carne y hueso, sino como seres espirituales, con una conexión directa a la música del uni-verso, que de tanto decir, hemos terminado des-diciendo. Visitar la obra de este creador excepcional, es volver a presentirla.