El girasol y los escombros
sintaxis asfalto, de Julio Espinosa Guerra
Premio de Poesía Isabel de Portugal, Reina de Aragón, 2010
Zaragoza, Olifante, 2010
por pilar martín gila
En Revista Nayagua, nº 17. Madrid. España. 2012
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Nunca hasta la época moderna, el paisaje ha aparecido tan desarraigado de una tierra concreta, los lugares se reproducen a escala global, desprovistos de su singularidad y por tanto de su capacidad para remitirse o evocar otros paisajes desde el momento en que todos son el mismo. Un tendido eléctrico es algo muy similar en cualquier espacio de los llamados modernos; los escombros, al contrario de lo que ocurre con las ruinas, no tienen una historia, son restos del presente, fragmentos de albañilería que igualan las afueras de cualquier ciudad; y una carretera es una larga extensión de asfalto cuyo fin es que transiten los vehículos de un lugar a otro.
Sintaxis asfalto comienza su viaje en las afueras de la ciudad, en uno de esos límites en que ya no hay ciudad propiamente dicha pero tampoco hay otra cosa, no es exactamente un lugar, sino más bien una combinación entre resto y proyecto. Un autobús toma la carretera Madrid-Zaragoza que es igual a cualquier carretera de nuestro entorno, nada en ella significa, las cosas son sólo lo que muestran, tejidos opacos, sin voz, que conforman el espacio del mundo desarrollado. “Andamios grúas / overoles blancos / la planicie / cortada por cemento / cables de alta tensión…”. Bolsas, botellas y briks son las basuras de la prosperidad, los objetos usados que tras el reciclaje pasarán a ser otros objetos similares que también regresarán a la basura porque su diseño los destina a un constante retorno del uso al desperdicio. “Polígonos industriales / bolsas botellas briks usados / a uno y otro lado del sistema / lingüístico / Y un girasol silvestre / que crece en medio / de sus
escombros”.
Para convocar un significado en este paisaje moderno, podemos interpretar que aquí, Julio Espinosa ha acertado inteligentemente con un principio común que reside precisamente en esa carretera tan parecida a otras carreteras, y que está articulando los elementos constituyentes del espacio en un ámbito de sentido, un sistema de señales que puntúa el irreductible bosque de signos del viaje. “Lo que para la noche / es el silencioso ruido / de los búhos para el asfalto / es el ensordecedor grito / de las señales de carretera”. La señal del búho, la señalización de la carretera. Sintaxis asfalto produce la transformación de un objeto en lenguaje, un objeto, esa carretera que a la vista se daría en una sola palabra, es desplegado en sistema articulatorio. El lenguaje es concebido como parte de lo real y participa de sus mismas cualidades. Así, la misma escritura es correlato de esa carretera y construcción del recorrido; las palabras tejen una combinación precisa de sus relaciones sintácticas, sin más conexiones que las necesarias, de las que emerge por momentos ese tiempo verbal en presente sugiriendo una síntesis de todas las presencias del espacio, de todos sus “ahoras”, de alguna manera todo lo que se dice está ante nosotros. “Sólo queda una columna / Orgánico elemento de fuego y humus / que un día fue girasol / Ahora ciego”. El paisaje es una forma de la exterioridad a la que el lenguaje da su propio sentido que, como escribe Foucault, “no es el que despliega la vista sino el que definen las sucesiones de la sintaxis.”. Así, Julio Espinosa, en este libro, no está realizando un mero desplazamiento de una ciudad hasta otra por una carretera insignificante, sino un viaje (del que también habla Jordi Doce en la solapa de la edición), es decir, un sentido que liga el espacio, y un tiempo que lo ordena, o en definitiva, una experiencia del lenguaje, que consigue llevar al lector por esa carretera, hacer de algún modo que llegue a sentirla o a darse sentido en ella.
Sin embargo, al tratar de decir el paisaje, de atraparlo y darlo en el lenguaje, nos encontramos sólo con retazos verbales, una guía enunciativa que es a la vez nuestro único acceso al mundo y los límites que agotan su realidad irreductible o, por decirlo con Merleau-Ponty, “todo esfuerzo para cerrar nuestra mano sobre el pensamiento que habita en la palabra no deja entre mis dedos más que un poco de material verbal”. Queda entonces el viajero confinado en su fantasía como parte y límite de las cosas, encerrado en esa red de relaciones de la lengua, donde el sentido de una palabra siempre es otra palabra. “… Pequeños mojones / Roca y muro / Arboledas / delimitan propiedad / Sintaxis / que enuncia el paisaje / hasta consumirlo”.
Cuando hablamos de paisaje, entendemos un escenario por donde pasan las personas y se producen las historias, un lugar atravesado por el hombre; pero lo cierto es que el paisaje no nos necesita, es exterior a todo sentido, es indiferente a la lengua, y por tanto insensible a nuestra representación. El paisaje es mudo a nuestras historias. La carretera Madrid-Zaragoza de este trabajo poético guarda silencio ante el hombre, por ella no pasan personas ni sucesos, sólo el autobús abriendo una visión que se hace reflexiva en su ventanilla y deja al sujeto entrañado en su propia imagen. “El cristal / de este coche / no muestra los campos / proyecta los ojos / del viajero”. El viajero de este autobús se hace presente en las cosas que están ahí, y toda presencia está repleta de ausencias, huellas, marcas de relato del hombre implicado en esa relación con el mundo no completada que expresa el uso del gerundio como vínculo entre el pasado y el presente, lo que se está haciendo, lo inacabado, el paisaje transformándose, el viaje recorriéndose. “Trabajos en la carretera / ampliando el margen / de la hoja”. Formas verbales sin tiempo ni persona, como esos infinitivos también recurrentes en el texto, en cuyo interior anida el nombre, y que son casi un deseo sin sujeto, o tal vez acciones puras, sin accidente, un enunciado sin rumbo en el que no estamos sino en los bordes. “Volver a mirar / maleza / intemperie / Salir del arcén / Sacarse los zapatos / calcetines / Quemar la planta / del pie / en el pedrusco”.
Pero “La carretera / no es / el camino”. La carretera se construye con el fin de establecer un paso, mientras que el camino se hace pasando por él. Si la lengua encauza, da orden y sentido al mundo, entonces hay en ella un principio de imposición y reducción; la realidad sería el desorden, lo insensato, un deseo inevitablemente frustrado para el hombre, que sólo puede representarla. Sintaxis
asfalto no parte de un origen, así que no tendrá un destino, comienza en las afueras, en los restos de la urbe o lugares de planificación, el viaje comienza por tanto ya en marcha (de igual manera que el hombre se incorpora a una historia anterior él), pero si no tiene un destino sí tendrá un anhelo, una añoranza de lo real: salir de la carretera, un vuelco de liberación, una fractura en el lenguaje que nos permita estar en la superficie, en las sensaciones donde la vida se basta a sí misma, y donde la palabra no alcanza a decir su respuesta; paradójicamente esta liberación se sitúa en la muerte, la muerte si es preciso, un silencio que ya no pertenece al lenguaje, lo real que de ninguna manera se puede representar. “Acelerar / en la curva peligrosa / Salirse / de la calzada / Sentir el olor a tierra / a sangre / colándose por la nariz / Y olvidar / el asfalto // Morir / si es preciso”.