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El ángel de la muerte
La fría piel de agosto. Julio Espinosa G. Alfaguara, 2013, 180 páginas
Por Juan Manuel Vial
La Tercera, 22 de junio de 2013
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Julio Espinosa Guerra, escritor chileno que reside en España desde el año 2001, ha recibido varios premios por sus libros de poesía y en 2005 una novela suya fue semifinalista del Premio Herralde. Reconocido en Chile como poeta, Espinosa nos presenta ahora una novela que detalla en profundidad la existencia de dos personajes dañados, seres que cargan, de manera opuesta, es decir, en calidad de víctima y de victimario, con el estigma omnipresente de la muerte sobre sus tortuosas existencias.
Dividida en dos partes que narran ambas versiones de un mismo encuentro (la primera dedicada a ella, Olga, y la segunda a él, Andrés), La fría piel de agosto se inicia desde la perspectiva de Olga, quien observa detrás de las persianas permanentemente cerradas de su ventana el momento en que a su edificio, ubicado en un barrio popular de Madrid, llega un nuevo ocupante. Se trata, a juzgar por las telas y bastidores, de un pintor, un tipo calvo de anteojos que se establecerá en el departamento contiguo al suyo.
Transida por el dolor que le han causado la muerte de su marido y del hijo que llevaba en el vientre a causa de un accidente automovilístico, Olga se encuentra en un estado deplorable. Mujer que fue bella y sofisticada, no hay nada en su condición actual, sin embargo, que permita adivinar su situación anterior. De hecho, vive rodeada de podredumbre en un ambiente cochambroso que se extiende hasta su propio cuerpo desaseado y maloliente. El acto de espiar los movimientos de su vecino es lo único que parece sacarla del sopor ennegrecido en que patéticamente subsiste.
Cuando Olga decide salir de su encierro pestilente para ir a comprar ropa, vive un primer momento de felicidad al reparar en la gente pobre que la rodea en el carro del Metro: “Los pulmones le van a reventar de satisfacción. Ni siquiera la primera vez que vio La Victoria guiando al pueblo se había sentido tan bien. Los abrazaría si fuera más osada, si no le hubieran enseñado tantos buenos modales en ese colegio de monjas al que fue”. La imagen bordea la cursilería, claro que sí, pero Espinosa está consciente de ello y no les teme a las consecuencias: en su sólido plan narrativo, tiene que haber espacio para algún sentimentalismo desbocado.
La escritura de Julio Espinosa es sumamente segura, sin traspiés, sin vacilaciones, sin grasa inútil, y agradable de seguir. El autor maneja recursos variados que no son fáciles de administrar, pero siempre llega a puerto con éxito. La estructura de la novela, además, permite espacio a lo incierto: todo lo que en un primer momento le parece definitivo al lector, no lo será tanto una vez que éste acceda a la segunda parte del libro, la de Andrés. Los mismos episodios que en su momento relata un narrador omnisciente teniendo a Olga como protagonista, ahora se despliegan bajo el punto de vista del pintor, quien dista de ser el tímido buen samaritano del que Olga parece enamorarse.
Otro mérito de La fría piel de agosto es el impecable tratamiento que reciben las escenas sexuales, algo que no es común entre los prosistas chilenos (ya sea que estén avecindados en España o no). La tensión erótica de la novela se despliega a la par que el descubrimiento del pasado infame de Andrés, y a través de un desenlace certero, el lector puede llegar a suponer que su figura no puede ser otra que la del mismísimo ángel de la muerte, metáfora ambivalente que en este caso, gracias a la calidad del relato, llega a ser aún más perturbadora que en las acepciones típicas.