El exilio poético chileno, una aventura en curso
Por Jorge Etcheverry Publicado en SIMPSON7, N°10, 2023
Dossier "Escrito en dictadura" a 50 años del golpe de estado.
Puede decirse que la literatura chilena y dentro de ella, su poesía, se internacionalizó después del golpe militar de 1973. Es cierto que desde mucho antes Chile gozaba de renombre mundial por sus poetas; Gabriela Mistral y Pablo Neruda, ganadores del Premio Nobel, y en un menor grado, Vicente Huidobro y el Creacionismo y más recientemente Nicanor Parra y la Antipoesía. Pero la presencia literaria de Chile en el mundo asumió otra dimensión desde septiembre de 1973. El golpe forzó a gran parte de los escritores establecidos y emergentes, jóvenes y viejos, al destierro, lo que estuvo cerca de producir un vacío literario y poético, que fue un elemento más de un apagón cultural en el país —sin menoscabar la resistencia cultural y poética en el “interior”, y el insilio que la acompañaba—. A poco andar, escritores e intelectuales exilados produjeron en el extranjero una red de revistas y editoriales destinadas a conservar el entramado de la cultura literaria chilena y a la denuncia de la situación en el país bajo la dictadura. Surgieron revistas como Araucaria en España, Literatura chilena en el exilio en California, América Joven en Holanda, en tanto que Ediciones Cordillera en Canadá, y LAR y Ediciones Michay, en España, se contaban entre las editoriales. Dentro de lo que conozco y me acuerdo, hubieron antologías como "Poesía de la resistencia y del exilio”, compilada por Omar Lara y Juan Epple; “Los poetas chilenos luchan contra el fascismo” con selección y prólogo de Sergio Macías. Hubo iniciativas en los medios virtuales, que comenzaban su expansión exponencial, como por ejemplo la antología en línea de escritores chilenos residentes en el extranjero, de 2003, en el ya histórico portal virtual Escritores.cl, cuyo compilador fue Ernesto Lánger, que había estado exilado de Francia, o una nota del poeta chileno radicado en Panamá Rolando Gabrielli, “Poetas de la diáspora chilena”, publicado en la revista venezolana virtual Letralia, en 2008. Los trabajos de Soledad Bianchi, especialmente en “La memoria: modelo para armar: grupos literarios de la década del sesenta en Chile” (1985), que presenta entrevistas a esos poetas, así como el primer tomo de la antología de la poesía chilena contemporánea, dedicada a la promoción o generación nuclear del exilio poético chileno “Antología de poesía chilena I. La generación de los 60 o la dolorosa diáspora” (2012), compilada por Teresa Calderón, Lila Calderón y Thomas Harris, me parecen libros fundamentales a este respecto. Entonces, desde ese septiembre negro, la poesía chilena se despliega por el mundo como una doble, anfibológica corriente que a la vez que padece la experiencia del exilio, no puede evitar enriquecerse con él, en una dolorosa alquimia que convierte al sufrimiento personal en un nuevo y refinado metal poético. No faltaron poetas que salieron al exterior luego de estar internados en campos de concentración, como fue el caso del narrador y poeta Hernán Valdés, que testimonió esa experiencia en la obra testimonial Tejas Verdes (España, 1974). A su vez el poeta Jorge Montealegre, inicia su carrera poética muy joven, nada menos que en el campo de concentración Chacabuco, luego se exilia en Roma y después retorna a Chile.
Así, los efectos y el trauma de la sangrienta alteración histórica del golpe se combinaban con la promesa de nuevos horizontes vitales y creativos. En esta poesía podemos ver la presencia de la solidaridad y la denuncia, la expresión lírica de las vicisitudes humanas ligadas a la memoria, la nostalgia, la incertidumbre existencial, cultural y lingüística, ligada a los procesos de adaptación y articulación en la nueva sociedad y cultura, y por supuesto los problemas identitarios —de alguna manera resultantes de todo lo anterior— todas vertientes temáticas, vitales y afectivas que irrumpen en esta poesía. Coexisten en este ámbito diversas generaciones de poetas, en general imbricados en esos nuevos espacios de acogida, que a veces pueden ser tránsito hacia otros o un preludio al retorno. A eso se debe agregar el elemento por así decir “formal” de una tendencia a veces concretada hacia el distanciamiento y la experimentación lingüística, nacidos de la relativización del idioma castellano en ámbitos muchas veces alófonos o pluriidiomáticos. Las circunstancias de estos nuevos lugares de residencia, su entramado económico social, su historia y sus contradicciones no dejan de hacerse presentes en esta producción poética, que así —y pareciera que en general— asume posiciones frente a las alternativas a que se ve enfrentado cada país y al contexto político latinoamericano y mundial. Hay ocasiones en que los autores de esta diáspora se gestan y desarrollan en el seno de comunidades exiladas, como es el caso de Silvia Cuevas Morales, que se inicia escribiendo poesía en inglés en Australia y luego pasa a España, siempre vinculada a las luchas sociales y culturales de su entorno, pero sin que Chile deje de estar presente en su poesía y su activismo.
Hay casos de autores como Pablo Poblète, que definitivamente pasa a ser un autor y gestor cultural reconocido de la francofonía, pero que no deja desaparecer a su “lado” chileno. Como se verá, creo que hay que dejar constancia de ese carácter bastante generacional de la poesía chilena exilada chilena inicial, cuyo núcleo es la “generación del golpe o de la dolorosa diáspora”, o está compuesto por la mayoría de quienes forman las “promociones emergentes” de que hablaba Gonzalo Millán. Pero es necesario además destacar la pluralidad por así decir etárea de ese exilio poético, que pasa a incluir a autores en diversos períodos de su producción, a figuras que no forman parte de los movimientos o agrupaciones más perfilados, a autores que se inician en el exilio. Este exilio con los años se convierte en una diáspora, que mantiene niveles de comunicación a nivel mundial, y con Chile, y que entonces crea un entorno no localizado territorialmente, un tejido conjuntivo que puede cobijar, como se decía, a autores emergentes y aislados que al desarrollar su escritura y contar con un cierto espacio pasan a hacerse miembros, de una u otra manera, de esta flexible y elástica cofradía, y posibilita—al menos en teoría—una poesía exilada o diaspórica de segunda o tercera generación. En Canadá, ejemplo que conozco de primera mano, este entorno permite y estimula la especialísima escritura de Luis Lama, y motiva a escribir poesía a Luciano Díaz, incorpora a Ludwig Zeller, llegado al país unos años antes, a actividades y publicaciones gestionadas por los escritores y poetas exilados. Con el tiempo, hay autores que cambian de país, retornan, y otros que salen del “interior” y se establecen definitiva o momentáneamente “afuera” donde se deja sentir la presencia y hasta cierto punto el apoyo de esta red del exilio cultural, y en este caso poético. El que se vincula de manera variable con las comunidades chilenas exiladas u otras locales o afines, y con el interior, proceso que se acentúa en tiempos en que el viajar se ha hecho más frecuente y expedito, así como las transhumancias y migraciones. Todos elementos que vienen a enriquecer al exilio original.
El exilio poético incluyó desde sus inicios a una sección transversal de poetas de todas las tendencias escriturales y temáticas presentes en Chile en ese momento, pero especialmente a una generación. Esos autores han sido objeto de antologías y estudios—ya mencionábamos el primer tomo de la antología de Teresa Calderón, Lila Calderón y Thomas Harris. La lista de los integrantes de “promociones emergentes” que sentó Gonzalo Millán en Posdata también mayoritariamente incluye a poetas exilados y trasplantados, pero no establece este hecho explícitamente y entonces evita hacer una división en la poesía chilena entre los poetas exilados y los del interior, que por otro lado tiende a darse invariablemente. Existe este encuentro/distancia entre el “afuera” y el “adentro” que aparecen o están implícitos no tan solo para la poesía y que se da en todas las situaciones de exilios políticos y culturales. Hubo instancias en que agrupaciones poéticas más o menos programáticas se asentaron en un mismo país, como es el caso de la llegada a Canadá de tres de los cuatro miembros de la Escuela de Santiago; el que escribe, Nómez y Martínez—Julio Piñones, el cuarto miembro de la Escuela, se exiló en España. Roberto Bolaño y Bruno Montané mantienen una posición más programática del infrarrealismo, primero en México y luego en España. La Escuela de Santiago no elaboró poéticas ni manifiestos en el país de acogida, pero sus miembros participaron en el activismo cultural y también político, y en el campo editorial. Y me refiero a este ejemplo de primera mano, debido a mi familiaridad con el exilio literario en Canadá. En 1978 se creó la editorial Cordillera, nacida del esfuerzo conjunto de la comunidad chilena residente en la ciudad de Ottawa, con participación, aparte de otros escritores, de los poetas de la Escuela que residían en el país, incluyendo a Gonzalo Millán. “La novela del golpe” (2014) del poeta de la generación diaspórica José Ángel Cuevas —pero que no salió del país— tematiza el exilio de las agrupaciones poéticas mediante el periplo al extranjero de un personaje para averiguar el destino del Grupo América, agrupación poética de los sesenta de la que formó parte.
En el caso de Ediciones Cordillera, como en muchos ejemplos en el mundo, la poesía chilena exilada y sus iniciativas está imbricada con la comunidad que se organiza en torno a la solidaridad y a la denuncia del estado de cosas en Chile. No es novedad que para las izquierdas y el progresismo, la cultura es una parte integrante de su vida política. Así es como se da la práctica literarias exiladas en el seno de la comunidad chilena residente. La Asociación de Chilenos de Ottawa crea Ediciones Cordillera y realiza diversas actividades de financiamiento, junto al Latinoamerican Children’s Fund—organización de chilenos, latinoamericanos y canadienses que apoyaba al MIR—y La Ciudad (1979), de Gonzalo Millán, es publicado por una editorial del MIR en Montreal. Tito Alvarado, desde Montreal desarrolla el Taller Cultural Sur y se involucra como organizador en los festivales de poesía de Cuba. Elías Letelier, pionero de la poesía en el mundo virtual, desarrolla una actividad editorial plurilingüe y gestiona la participación poética, no tan solo de chilenos, en eventos solidarios en diversos países.
No faltan casos de poetas involucrados en la actividad editorial local, como Mariela Griffor en Estados Unidos, Gustavo (Grillo) Mujica, poeta, editor y activista cultural reside a su vez en Francia. Más recientemente, el poeta chileno Patricio Sánchez Rojas, también traductor, como los autores anteriores, publicó en 2021 una antología bilingüe de poesía chilena en Francia. Pero además, se da de manera natural y como parte del proceso de aculturación del poeta exilado a su nuevo entorno, la inserción de los autores en la problemática socio cultural y política de la tierra de acogida. Para citar un ejemplo, el poeta Juan Garrido, desde los inicios de su residencia en Australia, se ha preocupado del neocolonialismo y la reivindicación de los pueblos autóctonos. Este proceso se realiza de forma natural en la biografía social de los poetas, ya que es una expansión del quehacer poético original, que muchas veces se insertaba en la actividad política, incluso militante, en el país de origen, sin que eso se viera por fuerza reflejado en el tipo de elección escritural o la afiliación a agrupaciones poéticas. Claro que el exilio de primera oleada un poco se yuxtapone a la poesía de los sesenta o gran parte ella, que se desarrolla al interior de los parámetros plurales de la escritura poética de ese entonces, amplios e incluyentes dentro del antisistemismo básico que acompañó a este único período pre revolucionario de la historia de Chile y que terminó tan trágicamente.
En general, el emisor poético exilado se nos va descubriendo como un exilado/ trasplantado quintaesencial. En un proceso que lo van despojando de su identidad inicial. El exilio se puede resolver en una transhumancia perenne. En palabras de Oliver Welden, el poeta se convierte en un “pasajero sin punto de origen ni arribo”, del poema inicial de Los poemas de Suecia/ The Sweden Poems de Oliver Welden (España, 2014). Allí se nos muestra también la pérdida del carácter único del idioma originario, un distanciamiento u objetivación del idioma materno: “aprendí cientos de idiomas” “fui hábil maníglota y corazonauta”, nos dice el emisor poético en ese mismo poema inicial. Lo que está presente también en La Ciudad de Gonzalo Millán, lo que le posibilita la exploración y hasta cierto punto experimentación del idioma castellano que origina ese extraordinario poema referencial del golpe. El carácter exploratorio distanciado del idioma y el compromiso en sentido amplio se dan también, por ejemplo, en Sergio Infante Reñasco, otro de los poetas que estuvo exilado en Suecia, núcleo que fue tan fructífero para el exilio poético chileno y el desarrollo de la poesía contemporánea del país. Su libro “Las aguas bisiestas”, (Chile, 2012), nos entrega, por así decir, una “doble militancia”, siendo una exploración y homenaje al idioma castellano, y en términos de su temática, está abanderado con la preservación, denuncia y representación de un medio ambiente en degradación. Esta obra se centra en uno de sus elementos constituyentes más frágiles, abarcadores y amenazados del medio ambiente planetario, que es el agua. La multiplicidad de seudo o cuasi enraizamientos del autor en esos otros territorios —en los que tiene que armarse una vida concreta y creativa— trae consigo la inevitable participación en la cultura y la poesía locales, la adquisición de elementos culturales del país e incluso el ejerció de la influencia a nivel local. Un efecto de este exilio es una cantidad importante de traducciones de autores alófonos y su difusión en Chile, y su eventual incorporación a la cultura nacional chilena. Volviendo a mi ejemplo de Canadá, en 1985, una editorial canadiense publica Homage to Victor Jara, un libro poema, en edición bilingue inglés español, cuyo autor, el poeta Patrick White, fue el poeta laureado de Ottawa, la capital de Canadá.
La última instancia que convocó a poetas de la diáspora chilena, con su cuota obligada de autores de la generación “de la dolorosa diáspora” fue un evento organizado por José María Memet —ahora de vuelta en Francia, país donde había estado exilado— y Raúl Zurita, el año 2005, “encuentro poético Región XIV”, patrocinado por la organización Chile-Poesía, en Santiago de Chile, entre cuyos 20 invitados iniciales se contaba por ejemplo a Alejandro Jodorowsky. A veces existe una actitud un poco negativa de los poetas de la diáspora/exilio respecto a su aceptación en el territorio, que en general y pese a los desplazamientos geográficos cada vez más frecuentes, y no solo de individuos, sigue siendo el terreno sólido histórico y cultural que legitima las literaturas nacionales. Me permito reproducir un poema mío referente de manera humorística a esa situación.
Poetas y pungas en la Región XIV
En la metrópolis moderna
Llámese París, Roma, Estocolmo
uno tiende a perder la identidad
y más aún si es inmigrante
La alienación es más común
que los porotos con arroz
en el Caribe
En esto de hacerse un lugarcito
para existir, ser algo
uno estudia, se hace comerciante
Otros se ponen a escribir
(en general poesía
porque al fin somos chilenos)
Y si baja la nostalgia o no va bien
en el país anfitrión
siempre nos queda la Región XIV
Pero momento
si lo que busca en el país natal
es reconocimiento
por favor, no se haga poeta
Hágase punga
Y si le va
profesionalmente
bien
Puede que hasta lo entrevisten
en el canal 13.
(Cronipoemas, Ottawa, 2010)
La relación con el país territorial de la diáspora que hereda y engloba al exilio literario y poético es fluctuante, tiene sus momentos de apertura hacia el exterior, pero sigue las pulsiones centrífugas y centrípetas que forman parte de los contextos sociales, económicos y políticos de los países que se debaten entre la afirmación nacional y la inevitable globalización. Existe actualmente la posibilidad tecnológica de la intervención virtual de integrantes de la diáspora a eventos en Chile, lo que relativiza el contacto material, presencial. La estadía temporal de los autores en Chile, o su regreso, que acentúan este carácter fluctuante de la diáspora poética, se combina con la participación de poetas chilenos en eventos internacionales. Hay cierta presencia fluctuante de autores chilenos del exterior en medios virtuales e impresos en Chile. Lo que es insuficiente, manifestaba el cantautor y nobel autor chileno afincado en Montreal, Cristián Rosemary del Pedregal, en esta otra mención de mi ejemplo “de primera mano”, Canadá, donde, Jaime Serey, por ejemplo, escribe poesía según pautas chilenas, y Claudio Durán, que pasa su tiempo entre Canadá y Chile, publicó no hace mucho antología bilingüe español, inglés, en Chile. Javier del Cerro, poeta residente en Uruguay, visita Coquimbo, que lo ha convertido en hijo ilustre.
Pero el concepto de diáspora sigue existiendo, y no de manera vestigial. Esto porque el desplazamiento, la permeabilidad de las fronteras, el mundo virtual, la misma globalización y tendencia a la uniformidad en curso, hacen que el ansia de identidad acentúe las pertenencia a colectivos, naciones, cofradías, etc. Identidad y comunidad pueden ser palabras clave para entender la sobrevivencia de la diáspora. Se trata de una cierta comunidad de alguna manera valórica, con un importante componente político, pero que abarca diferentes modos de escritura poética y de inserción cultural en el territorio de que se trate, por ejemplo en España, coexisten Sergio Macías Brevis, la poeta y activista feminista Silvia Cuevas Morales, ya mencionada y el poeta Andrés Morales, no hace mucho de vuelta al país. Es una diáspora que incluye a Juan Armando Epple, a Ariel Dorfman y a Cecilia Vicuña, y en el otro extremo del continente al poeta y narrador Jorge Carrasco, residente en Argentina, que recientemente viajó y leyó en Chile. Por supuesto que hemos mencionado nombres, casos y territorios que no agotan la proliferación y, podríamos decir, riqueza del exilio-diáspora chileno, pero que tiene los barruntos de una hermandad o comunidad medio mítica, medio un constructo, que nacida del golpe del 73, enmarca el desplazamiento y residencia temporales de poetas chilenos en otros países, en momentos en que el viaje se hace cada vez más habitual y que diversos contextos mundiales hacen que gran parte de la literatura de los diferentes países se haga en el extranjero. La entidad cultural exilo-diáspora de alguna manera está presente, esa aventura continúa y se trasmuta y sigue denotando al colectivo, quizás algo ficticio, de prosistas y poetas chilenos que viven en esa dimensión externa, a veces atractiva, a veces amenazante y sospechosa, que se percibe de manera variable, que oscila entre la aceptación y el rechazo desde un Chile globalizado, pero con tremendas desigualdades, y que de alguna manera ya no es tanto el Tibet de las Américas.
www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com El exilio poético chileno, una aventura en curso.
Por Jorge Etcheverry.
Publicado en SIMPSON7, N°10, 2023.
Dossier "Escrito en dictadura" a 50 años del golpe de estado.