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«A fuego eterno condenados» de Roberto Rivera Vicencio
Notas de lectura

1era edición: Ediciones Balandro, 1994, 407 páginas
Reedición: Editorial Fondo de Cultura Económica, Año: 2017, 340 páginas


Por Jorge Etcheverry
Publicado en escritores.cl


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En la producción literaria que podríamos denominar, con cierta ligereza, de la dictadura, por tomar dicha situación o período como tema, la novela A fuego eterno condenados, del narrador Roberto Rivera Vicencio, publicada en Ediciones Balandro en 1994, ocupa y ocupará un lugar especialísimo. Como afirma Ernesto Langer, resumiendo el acontecer de esta novela, “El ambiente en que se desarrolla la trama de esta novela es el Chile de la dictadura, con su atmósfera enrarecida y peligrosa...Es un Chile apocalíptico, donde la gran bestia es una enorme y asquerosa gorda emprendedora y su hijo... que dominará... sobre el Chile de entonces a punta de garrote”. No se trata de una novela bestseller, ya que no es una obra de fácil lectura, como tanta producción en prosa chilena reciente, algunas veces merecedora de variadas ediciones internacionales. Lo que sí sucede es que una vez empezada su lectura es difícil dejarla de lado, pese a su singularidad, y quizás a su dificultad, por el desafío que le plantea al lector después de picarle la guía. Podría decir que a la vez atrae al lector y provoca su rechazo. Se trata de una obra muy anfibológica.

Uno de los elementos que la hace atractiva es el carácter inusual de la combinación entre lo que podríamos llamar sus elementos realistas y la presencia de otros muy distanciados, en términos tanto de contenido como de lenguaje. Pero esto que sorprende en primera instancia, a la vez intriga, porque choca con las expectativas y suposiciones del lector y arrasa con las convenciones que podríamos denominar morales y estéticas. Se trata de una novela bastante complicada, ya que sigue por lo menos esas dos secuencias narrativas, que se enfrentan, se siguen en forma paralela, o se combinan y mezclan: por un lado tenemos el desarrollo de la vida de Nicomedes, el antihéroe protagonista, y sus diversas vicisitudes, bajo la dictadura, y por otro la presencia de esa serie distanciada que básicamente es una parodia, representada a veces de una manera casi teatral, de la vida nacional centrada en la figura del Minotauro —que obviamente es Pinochet. Esta serie que muestra lo que podríamos llamar en sentido general un “Hiperrealismo grotesco”, es una representación de figuras que encarnan y simbolizan personajes, tipos humanos y sociales, rasgos por así decir nacionales evidentes y significativos para la coyuntura o situación del momento, pero que a nuestro parecer rebasan hacia características de una especie de esencia de la chilenidad, hacia un inconsciente colectivo de pesadilla, lo que explicaría en parte la inquietud que provoca esta novela.

Así, al comienzo el lector se encuentra con aspectos no convencionales —no esperados— en esta novela. Por un lado existe en la lectura un predominio inmediato de lo que podríamos llamar formal, ya que la diferencia respecto al lenguaje narrativo común nos llama inmediatamente la atención. Además está la presencia de elementos ‘distanciados’, seres monstruosos entregados a actividades extremas y grotescas, que son distintos a los acontecimientos, secuencias, personajes y conjuntos objetivos ‘normales’. Pero la materia misma del lenguaje utilizado, y por tanto la representación de lo ‘real’ en esta novela, es sumamente concreta, y se afinca tanto en la realidad mostrada como en el lenguaje, que utiliza múltiples registros, donde cabe como uno de los más importantes toda la riqueza, y si se quiere la abundancia del habla popular chilena, llegando casi hasta el idiolecto. Si hubiera que situar el ámbito social y el espacio de esta novela, —que narra las vicisitudes de Nicomedes, un músico ocasional urbano pobre, aquejado por la amnesia, la debilidad y el aturdimiento—, sería lo marginal. Las barriadas periféricas de Santiago, los jóvenes militantes de la población y sus delincuentes, a veces coludidos, que cubren la ciudad de una red resistente frágil y flexible, basada en el contacto y la solidaridad, digámoslo, de clase.

Esta novela es además impredecible, por su misma factura e intención. En la parte “0”, que el lector puede considerar como un prólogo o una introducción, queda de manifiesto el carácter de aventura de esta narración: “lo encontraron a medio camino, sin punto final, sin saber adónde llevaba esa narración, esa novela, ese capítulo perdido en La Pradera...”. Esta frase se refiere al personaje central, Nicomedes, pero anuncia de entrada una característica de la novela, que gira y deambula y que, nos parece, podría haber seguido dando vueltas en torno más o menos a lo mismo más allá de su final, que no cierra nada, ya que el Minotauro sigue en el escenario y Nicomedes hace una ofrenda de “La impotencia —el hambre, el desengaño, la desolación”. Quizás, se podría dar otra vuelta de tuerca y llevar esta vez al libre mercado, de abundante presencia en la novela, al escenario, encarnado de alguna manera, para regir en un nuevo avatar esta pradera que es Chile, vitoreado desde la platea por la muchedumbre carente y alienada : “Comprar.... Vender. Hasta vencer”.

Volviendo al impacto inicial al leer esta novela, puede que haya lectores que retrocedan ante el título del primer capítulo, que parodia la letra de una canción antigua y conocida: corre que te pilla la araña peluda --Corre que te pilla la zorra peluda--”, y que se inicia con la recolección de una pantagruélica masturbación mañanera del personaje principal. Así se inicia la primera parte, “Infiernos eran los de antes”, que indica que, así como no tiene final, el universo angustiante y degradado que se representa tampoco tiene principio.

Algunos de los personajes marginales de la novela, que aparecen en su aspecto narrativo ‘realista’, puede que tengan un antecedente, no un origen, en personajes como los mendigos que aparecen en algunas obras de Donoso, como por ejemplo la red de marginales resistentes de La desesperanza, o los portadores del caos —desde una sensibilidad ‘burguesa’, de Los habitantes de una ruina inconclusa, pero también, como en el caso del personaje principal de la novela de Rivera, nos vienen a la cabeza personajes de Beckett, no tan diferentes de los anteriores, pero de más alcance por así decir ‘universal’.

El grotesco omnipresente está centrado alrededor de la figura del Minotauro, figura central de la serie hipergrotesca de la novela, que obviamente en un primer plano representa a Pinochet, rodeado de su corte y sus vasallos, de la sociedad chilena institucional y pública. Pero en otro plano esta es una figura mítica que encarna ciertos aspectos de la voluntad de poder en general y de su concreción chilena en particular, más allá, pensamos, de sus determinaciones circunstanciales, lo que se entrega al lector sobre todo en expresiones, actitudes y maneras de decir. La contrapartida femenina madre/pareja de esta figura con cabeza de toro, su consorte y a veces superior, es un poco más compleja de explicar en relación a una realidad sociopolítica determinada sin salirse de los márgenes de lo que por aquí se llama ‘políticamente correcto’. Ambos, el Minotauro y su compañera son los dioses de una hierogamia de la degradación. El perenne espectáculo que representan es un Misterio corrupto e impuro.

Este espectáculo que se representa en un estrado de concreción y dimensiones variables, frente a la ‘pradera’ que es Chile, constituye una ceremonia degradada, conducente a la desiniciación de aspirantes a la desacralización total, en una inversión gnóstica de los misterios eléuticos. Uno de los modos manifiestos de la degradación presente en esta serie simbólica de la novela, este friso que en última instancia representa al Chile ‘institucional’, es la sexualidad extrema y exagerada, que se supera en sus manifestaciones en forma exponencial: cuando ya no se espera que pueda haber otro nivel de obscenidad y procacidad, ahí aparecen, entremezcladas con la exacerbación de una violencia ligada al ejercicio del poder, la abyección de los comparsas, etc. en una combinatoria que nos recuerda la de los cuadros sexuales que se suceden en algunas obras del Marqués de Sade.

Esta novela es una gran experiencia de lectura y pienso que apunta de alguna manera a una identidad nacional y social que muchas veces se asoma desde lo implícito o no verbalizable, desde los márgenes de lo grotesco. Problemática que, junto al retrato expresionista de la dictadura, pudo haber sido una motivación del autor al escribir esta novela.


 

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