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Jorge Etcheverry, Apocalipsis con amazonas, Toronto, Antares, 2015

Por Gabriela Etcheverry de Larson


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Impresiones de lectura

Fantasías de todo tipo surgen de las páginas de Apocalipsis con amazonas de Jorge Etcheverry, colección nada convencional de literatura de fantasía, horror, imaginación, ciencia ficción, crimen y misterios, comparable en algún sentido a lo que en los juegos digitales llaman realidad aumentada. Súcubos, íncubos, bestias al estilo de H. P. Lovecraft coexisten con dioses al estilo de Miguel Ángel o seres extraterrestres. Etcheverry se encarga de que el lector entre a esos mundos y se deje asombrar por esas obras de imaginación, usando a veces un lenguaje poético y una buena dosis de humor que nunca llega a ser mordaz. Nos recuerda más bien el humor de Woody Allan, que se desgrana en frases cortas al pasar, ya sea para desmentir aseveraciones cotidianas o darle un vislumbre irónico o satírico a sus propias elucubraciones. Así va creando entornos que pueden ser tan reducidos como el pubis de una mujer y tan vastos y degradados como los del cuento “Apocalipsis con amazonas”. 

Etcheverry crea paisajes internos y externos. El planeta en general y la tierra, el suelo en particular (con las manos en la tierra) llama a consumar el deseo sexual en un acto de entrega total, que el lector interpreta como una muerte liberadora de un presente y futuro distópicos donde no hay comida ni abrigo y los habitantes que se atreven a salir a la calle deambulan como desperdicios humanos sin perspectivas de dirección ni destino. Contrario al mito de las amazonas como mujeres fuertes, en el cuento elegido para el título del libro, “Apocalipsis con amazonas”, el lector se enfrenta a la nueva especie de jóvenes amazonas escuálidas que, pese a esa merma en su aspecto físico y mental, todavía son capaces de sobrevivir y quizás asegurar la continuidad de su especie recibiendo exaltadas y jubilosas al narrador- personaje que se ofrece voluntariamente para saciarles sus hambres (comida y sexo). En otras ocasiones, asistimos a metamorfosis que van ocurriendo a través del hilo de la acción hasta llegar a un final muy distinto del que prometían los indicios iniciales. En el caso de los personajes, casi siempre es la mujer la que está sujeta a cambios físicos que a la postre revelan su verdadero ser, incluso oficiadora de ritos de muerte como en “La trampa”. En otros casos, los espacios en que se desenvuelve la acción están condicionados por el clima de opresión en que se mueve el narrador-personaje, de algún modo atormentado por fuerzas externas o internas (presencias extrañas, incluso aterradoras, dentro de sí mismo).

Lo más sorprendente a mi ver es la capacidad del narrador de estar metido físicamente en los acontecimientos que narra y al mismo tiempo situarse fuera de ellos, llegando al caso extremo en el cuento “Tarde en la playa” donde prácticamente ejecuta y dirige acciones violentas como en un sopor, desconectado del plano real en un entorno físico casi estático apenas reconocible, deslumbrante de sol y arena, con embriagantes emanaciones de sales marinas, sexo y muerte. Más que la acción en ese cuento, es ese narrador esquizofrénicamente disociado y calmo, lo que provoca en el lector un profundo desasosiego, rayano en el malestar del ser en el mundo. Desde ese hueco que crea la realidad distanciada o distorsionada y la percepción que de sí mismo y del mundo presenta el poeta o narrador de cada cuento de esta colección, el lector confronta y a veces cuestiona su propia realidad, incluso la angustia de su ser en el tiempo, en ese todo muchas veces incomprensible y caótico que es el universo.

En el marco de la literatura del exilio chileno este libro es único. Aun en los casos en que tenga algún punto de contacto con lo que se ha hecho o se está haciendo, los temas clásicos de identidad precaria, hibridez, violencia y otredad forman parte de un sustrato indiscutiblemente integrado que no necesita explicitarse pero al que se alude tangencial o indirectamente porque de algún modo coexiste con, o incide en, el mundo narrado. No falta lo que parece ser una constante en la literatura diaspórica, el regreso al lugar de origen como un acontecimiento teñido de temores indiferenciados, según el crítico Homi Bhabha en sus estudios sobre literaturas diaspóricas. Este tópico es llevado al extremo en “El horror austral”, que lleva el mismo nombre del cuento del maestro del horror Howard Phillys Lovecraft y está dedicado a él. El tono circunspecto y casi festivo, recreativo, del personaje que vuelve a Chile y viaja por tierra en una gira literaria admirando la riqueza caleidoscópica del país va cambiando paulatinamente a medida que se van adentrando hacia el Sur desde una vaga aprehensión hasta el horror cuando la compañera de una de las escritoras invitadas al recital desaparece sin dejar rastro.

Es raro encontrar una colección de este tipo con tal variedad de temas y tratados de manera tan novedosa. En la mayoría de las obras de literatura fantástica la realidad aparece distorsionada en una visión apocalíptica con el fin de exponer los problemas de nuestros tiempos e impedir el caos futuro. Aunque en esta colección encontramos muchas de las posibles dimensiones del deterioro del medioambiente, no hay enfrentamientos entre buenos y malos ni un deseo de convencer al lector de la necesidad de cambio porque todo ya ha pasado. Tampoco parece haber una búsqueda metafísica porque no hay adónde ir, se ha llegado al final del camino. La naturaleza de nuestros problemas físicos y síquicos de la vida diaria ha cambiado tan radicalmente que ya no se necesita nuestro compromiso para impedir el caos. La nueva realidad es aceptada por los personajes y, por extensión, por el lector, como la nueva normalidad. La meta es sobrevivir día a día lo mejor que se pueda. El narrador de Etcheverry está lejos de ser un predicador que pontifica sobre las consecuencias del bien y el mal. Asume en muchos casos el papel de un rapporteur distanciado que va contando lo que ve con una buena dosis de poesía, humor o leve sátira. Incluso el personaje de “Metamorfosis II”, dedicado a Kafka, no es un hombre angustiado al que le falta el coraje de rebelarse contra su situación absurda. Aquí encontramos huellas de Borges, su estilo económico, breve, pulido y sugerente, los elementos culturales interpretados o parodiados.

En última instancia y además de todas las evocaciones que nos provocan estos relatos, los que conocemos la poesía de Etcheverry lo vemos remontar como salmón río arriba y no podemos dejar de pensar en el título de su primer libro de poemas: El escapista/The Escape Artist. Mirando el mundo por el ojo de una cerradura, desde mundos paralelos, o desde su propio ser desdoblado figurativa o literalmente, al igual que Jacobo del minicuento “Luna” de Anderson Imbert, Etcheverry se arroja de cabeza deslizándose por la luz, agarra la torta y remonta aire arriba escalando los rayos de la luna.

Gabriela Etcheverry de Larson

 

GABRIELA ETCHEVERRY. Escritora, traductora literaria y promotora cultural, doctorada en literatura. Dirige la revista literaria electrónica Qantati. En 2007 publicó su novela Latitudes en español y en 2011 en francés. Añañuca apareció en 2010 y las versiones francés-español e italiano-español, en formato electrónico en 2011. El árbol del pan y otros cuentos salió en 2011 y al año siguiente Editorial Antares publicó esta colección en inglés y francés. Uno de sus cuentos ganó el primer premio en el concurso nacional “Nuestra Palabra 2008” (Toronto). Cofundadora de Qantati Junior, editorial dedicada a obras para niños y de la Red Cultural Hispánica.


 

 

 

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Jorge Etcheverry, Apocalipsis con amazonas, Toronto, Antares, 2015
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