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Pablo Neruda: el último poeta nacional

Por Jorge Etcheverry



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Quizás habría que preguntárselo, pero pareciera que Pablo Neruda fue el último poeta nacional en el caso de Chile. No parece que ahora sea posible que una voz poética individual pueda tematizar los aspectos, circunstancias y vigas gruesas históricas del país en sus diversas encarnaciones. Además, es dudoso—y a lo mejor no es necesario o ya no tiene vigencia— que el estado de cosas social, político y cultural vigente posibilite o haga necesario el surgimiento de otro u otra poeta nacional, que se reconozca indiscutiblemente y por consenso en el territorio nacional y cuyo nombre se reconozca mundialmente y se asocie al nombre del país de que se trate, en este caso Chile. La otra poeta chilena que lo fue, es indiscutiblemente Gabriela Mistral, en cuyo caso, como sucede con Neruda, no es tan solo la poesía lo que se celebra, sino sus ideas sobre la realidad histórica contemporánea chilena y mundial, e incluso sus avatares biográficos, aunque puedan ser objeto de controversia. Vicente Huidobro, cuya producción poética abre caminos en la poesía en tanto escritura, es sobre todo una figura innovadora, restringida más bien a lo que podríamos denominar las élites, sin que su poesía pasara a ser universal incluso dentro de Chile. Él no tuvo la resonancia mundial de los dos anteriores, aunque se lo ubique como un hito en la historia de la poesía contemporánea, en términos de su escritura, e ínsito en los ismos y las vanguardias que le impusieron el canon metropolitano occidental a la poesía, nos guste o no. La aceptación en nuestro país de Pablo de Rokha fue relativamente limitada en comparación con los ya nombrados y su poesía es aún bastante desconocida en el extranjero. Su obra, a veces monumental, fue caótica y, según algunos, desigual y un tanto repetitiva. Intergenérica y tendiente al poema largo, sería difícil encontrar en él poemas individuales que fueran distintivos, universales, escritos en el formato de la lírica tradicional, accesibles al así llamado público en general y enseñables en las escuelas. Por otro lado, las voces a veces coincidentes de la Mistral y Neruda ya habían ocupado un segmento central del espacio poético y la cultura en el país y en el mundo y contaban con mayor apoyo institucional. Después de Neruda, la figura de Nicanor Parra es sin lugar a dudas la que más se hubiera prestado a llevar el cetro de poeta nacional. Fue la máxima figura poética de Chile durante décadas, introdujo una nueva manera de hacer, o deshacer, poesía, su estatura latinoamericana e hispánica en general lo pone incluso a la cabeza de Ernesto Cardenal y hubiera sido un digno merecedor del Premio Nobel. Contra él conspiraba el hecho de que un poeta nacional, por lo menos en la América hispánica, tendría que tener una dimensión política, idealmente épica y comprometida. Es impensable que el gran antipoeta pudiera haber sido el poeta nacional de un país como Chile, escindido por conflictos sociales no resueltos, más bien serio y bastante tradicional, y parte del cual nunca le perdonó algunas actitudes respecto a la dictadura de Pinochet. Aunque recientemente, y frente a la situación actual, se mostró cuasi profético en su artefacto de 1972, que dice que “La izquierda y la derecha unidas/jamás serán vencidas”.

Otros poetas nacionales sin discusión en América Latina son Nicolás Guillén, en Cuba, Roque Dalton, en El Salvador y Ernesto Cardenal en Nicaragua, quizás Otto René Castillo en Guatemala. Los elementos que explicarían la significación del poeta nacional mexicano Octavio Paz se pueden atribuir a los demás poetas nacionales latinoamericanos, con las modificaciones contextuales pertinentes, “Hay varias razones que explican por qué Paz aún exige el respeto y la admiración del país. En primer lugar, logró transmitir en su escritura aspectos importantes de la vida y la cultura de México. En segundo lugar, era un intelectual transnacional, verdaderamente mexicano, un pensador que trascendía el localismo y navegaba por el mundo para comprender el carácter del mexicano. Tercero, era pluralista en lo que fue, en su vida, un país autoritario. Cuarto, produjo una cultura exquisita en un país pobremente educado. Y, finalmente, fue un hombre valiente que condenó los abusos de autoridad cuando el gobierno reprimía la denuncia”. (Jesus Velasco 9:50 PM on Mar 30, 2014 Dallas Morning News)

Aunque carecen de la dimensión decididamente universal de Neruda, Guillén, en Cuba, Roque Dalton, en El Salvador y Ernesto Cardenal en Nicaragua, son figuras continentales. Se hace evidente en la obra y biografía de estos poetas—Guillén, Neruda, Dalton, Cardenal y Castillo—la asunción de un proceso que puede llamarse revolucionario y que, en el caso de Dalton, Castillo y Cardenal, se ve acompañado de una militancia armada. El compromiso se lo plantea Neruda cuando se pregunta a sí mismo y se responde, en sus memorias: “¿Puede la poesía servir a nuestros semejantes? ¿Puede acompañar las luchas de los hombres? Ya había caminado bastante por el terreno de lo irracional y de lo negativo. Debía detenerme y buscar el camino del humanismo, desterrado de la literatura contemporánea, pero enraizado profundamente a las aspiraciones del ser humano. Comencé a trabajar en mi Canto general”. El Canto no tuvo dificultad para extender su concepción mítica e histórica de América Latina más allá de Chile. Según el autor Philip Potdevin, “Sólo hay dos poemas auténticamente épicos latinoamericanos: La araucana de Alonso de Ercilla y Canto General de Neruda,  Philip Potdevin (Gaceta, del diario El País de Cali,22 de septiembre de 2013).

Neruda sería el poeta nacional de Chile, porque parece dar cabida a los diversos ámbitos temáticos y escriturales que lo referencian, desde lo lírico y popular de los Veinte poemas hasta lo épico del proyecto social histórico del Canto general, a la vez que elabora una ontología poética del país, como en Arte de pájaros o Las piedras de Chile. Una parte de su obra es popular y sinónimo de accesibilidad para el público en general, y hay otra que incorpora a la poesía chilena elementos del vanguardismo, patentes sobre todo en la primera Residencia en la tierra. Entonces, reproduce una oposición paradigmática quizás inabolible, en Latinoamérica y Chile: el conflicto campo ciudad, es decir lo popular, accesible, boediano, frente a lo vanguardista, experimental, torremarfilineo, florideano- El poeta, concretiza de manera ejemplar y en etapas sucesivas de su producción poética, esa concepción binaria, dualista de la poesía y literatura que tienen las sociedades contemporáneas (o quizás no tanto) y que revela una base existencial y económica universal. En esta confluencia o armonización, o quizás simple convivencia, de estos opuestos nos recuerda a otro poeta nacional hispánico, Federico García Lorca, cuyo abanico temático abarca a España y cuya escritura va del romance tradicional de Romancero gitano al vanguardismo experimental del Diván de Tamarit, por ejemplo. Lorca también se adscribió a un proyecto histórico nacional de realización equitativa en lo genérico, social y religioso en momentos de una encrucijada política e internacional. Pareciera que ese componente político fuera una constante en los poetas hispánicos más emblemáticos y relevantes. Y en esta vena podríamos también mencionar al poeta argentino Juan Gelman.

Así, en nuestro ámbito cultural, el compromiso con un proyecto histórico y la representación de los diversos aspectos discursivos y ontológicos del país e incluso del continente, serían los componentes más evidentes de nuestro poeta nacional. En la actualidad, Neruda no tiene heredero. Pero habría que decir que es posible ya no están dadas las condiciones para que surja un poeta que represente y encarne a un país cuya unidad misma como tal parece en entredicho. Ya lo mejor, ya no se necesitan poetas nacionales. El país parece haber recorrido una dinámica inversa respecto al proyecto que se abrió camino en la poesía de Neruda. Luego de la poesía de los sesenta y los primeros setenta del siglo pasado, la experimentación y la vanguardia abandonan a la poesía chilena, pero se reafirma la visión de los poetas más bien como portadores de grupos sociales, más acotados, que se yuxtaponen o comparten espacio con el ya tradicional “compromiso político”. La necesidad histórica y los imperativos sociales y culturales hacen que la voz poética se multiplique en poesía femenina, feminista, política, documental, testimonial, étnica, indígena, generacional, de las provincias y urbana, gay, transgenérica, del interior y el exterior, culta, poblacional, iniciática, ambientalista, etc., y sus combinaciones, instituciones y disidencias. Ya no hay sujetos unipersonales poéticos—ni creo que los haya en ninguna sociedad—que presenten una visión totalizadora “nacional”. Pero las diversas voces y discursos poéticos chilenos celebran a Neruda. Los adherentes a su proyecto histórico nacional y continental lo hacen con derecho pleno; las instituciones del país que representó como diplomático y premio Nobel, con el derecho que dan el poder y las institucionalidad; el mercado editorial como sempiterno best seller; el académico y el escritor lo saludan como un hito de la cultura chilena y humana y las comunidades chilenas del mundo como parte de su historia.



 

 

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