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Acercamiento preliminar a la representación de animales en textos poéticos chilenos
Jorge Etcheverry
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Antes de iniciar esta nota tentativa, habría que decir que indiscutiblemente los animales aparecen con frecuencia en el horizonte poético. Las estrechas concepciones que quisieran que la poesía y la lírica fueran sinónimos, hacen de los animales un elemento más de los correlatos objetivos, que despliegan los entes del mundo para representar los diversos matices del estado de ánimo del emisor poético. Pero el animal, más que el paisaje, el fenómeno atmosférico o cósmico, los minerales, el objeto manufacturado o la piedra, es la conexión humana con el mundo natural y biológico de donde proviene y del que forma parte. El parentesco y pertenencia al mundo natural del hombre pre urbano da origen a cosmogonías, clanes, mitos, leyendas y linajes y permanece presente como elemento no tan solo cultural, sino también vital. No se puede empezar esta nota—que quizás preludie un estudio más completo y serio—sin mencionar de pasada a un par de nuestros poetas clásicos. Neruda despliega su ontología poética totalizadora entre Arte de pájaros (1966) y Las piedras de Chile (1961), de lo mineral inmóvil y yacente en la tierra a las aves que se desplazan en el espacio tridimensional del cielo. En otra de las gigantescas obras que configuran universos poéticos representativos en el país, Pablo de Rockha tumultuoso, rabelesiano y trosco—quizás todavía indigestible para muchos lectores mesurados—hace aparecer a una multitud de animales que muestran atributos análogos a los humanos o refieren a situaciones paradigmáticas o circunstanciales, a veces coexistiendo con esas afirmaciones y juicios extrapoéticos—tradicionalmente hablando, aunque todo cabe en poesía—que enriquecen el párrafo rockhiano y lo llevan a la pluralidad de discursos y al texto intergenérico, como por ejemplo: “Como la guerra bárbara de Yanquilandia/ que origina la poesía del colonialismo en los esclavos y los cipayos ensangrentados, contra la guerra, contra la bestia imperial,” (Antología. Compilación de Naín Nómez, 2000)
Los animales circulan por espacios geográficos y vivenciales, nacionales, extranjeros, pasados o presentes o traídos a presencia en la memoria. Y por los ámbitos de un exilio nostálgico y cosmopolizante, que intenta asumir como propias las instancias establecidas de la cultura metropolitana norteamericana o europea—acaso un esfuerzo de suprimir o superar la distancia que nos separa de ella o para carnalizarlas en nuestra propia experiencia—. En las Cartas para reinas de otras primaveras (1985), por ejemplo, Jorge Teiller acude a veces a los animales para indicar pureza y esencialidad. “Si supieras que a veces mi lenguaje/ es del ciruelo que teme compartir sus frutos/ el de los gatos/ que prefieren el tejado/ A las caricias y al plato de leche”. Los usa también como análogos y acentuaciones de conductas arquetípicas humanas “Nosotros esperamos a nuestros hijos/ crueles y fascinantes/ como halcones en el puño del cazador”; “junto a Pan de Knut Hamsun lleno de fría luz nórdica y exactos gritos de aves acuáticas”, texto donde esos pájaros son elemento básico para la representación del temple de ánimo, o “Este es el istmo donde solía desembarcar / John Silver con su papagayo al hombro”, que permite al emisor poético incorporarse este nuevo territorio que visita o en que se exila, mediante un recuerdo de lecturas de su niñez. Raúl Barrientos también se incorpora las ciudades, gentes y acerbo de los territorios del exilio, en parte de gracias a los animales, nuestros compañeros de ruta: “réquiem por Ruby Victoria Prince que terminó carcomida por las lombrices del corazón”, o “Qué noche, qué versión de los graznidos yacentes en el club, las luces de Broadway”; “con el puente, un salmón remonta la espuma del tezontle, el río, y sube a la montaña” “ (Jazz, 1994). En su libro Monarca (1997), este proceso de apropiación—quizás una constante de los poetas exilados se revela a la vez como un vaivén transhumante que abarca geografías, historias y modos de vida, diversas voces y modulaciones, incluyendo al poeta, como queda por ejemplo de manifiesto en los poemas La vida pública de las palomas en Manhattan y Acuario, donde los animales cumplen un importante papel al contribuir representar y destacar los diversos avatares de la vida contemporánea.
Hernán Miranda, en De este anodino tiempo diurno (1990) concentra en los pájaros la polaridad general del mundo y la existencia humana, que se resuelve en una armonía neo taoísta: “El vuelo de un pájaro y la caída de un pájaro encajan”. Así los perros simbolizan la coexistencia de las contradicciones en el ámbito humano “ ¿Desde cuando acá/perro que ladra no muerde/y perro que no ladra no muerde?”. El hombre debe cesar su intromisión excesiva—que las décadas han revelado como letal—en el mundo natural. Hay que dejar “...que el tordo tenga hijos negros/.....y la blanca garza/cruce moviendo ágilmente las finas alas/por encima de los pinos”. El mismo Dios recurre a un dicho popular cuando nos amonesta: “y ya saben: cuiden de no dejarme/demasiado revuelto el gallinero”. La tortuga representa la condición humana: “La tortuga/ como el hombre/(o como la mujer)/se mueve con los signos/de su condición”. Así, los loros en su conversa tienen una conducta análoga al hombre “...sueltos a la buena de Dios/¿de qué podrían hablar allí mientras volaban?”.
De la misma generación de los mil novecientos sesenta es Jonás, Jaime Gómez Rogers. En tanto poemas urbanos con una gran deuda con la antipoesía, El circo (1970) no abunda en concretizaciones míticas, heráldicas, arquetípicas o simbólicas de animales, sino que aparecen animales domésticos, citadinos o con una funcionalidad analógica, enraizada en el diario vivir, como “tía Mamma se fue como los patos/hacia el sur”, o Blakamán,/ el hombre-yunque,llegó del extranjero./ Traía víboras en su maleta.”. Así, animales domésticos contribuyen a representar el barrio alto de Santiago”Un techo inglés./Un aguda ladrido de perro fino.”...”Una clínica de gatos regalones.” El autoexilio del emisor poético que se somete a un exilio interno en la ciudad, a un ámbito siempre urbano, pero separado y feral, se concretiza en uno de los episodios más singulares del libro, la conversión del hablante poético en búfalo: “Subí una tarde al cerro San Cristóbal./Me quedé cuatro años en el Zoo disfrazado de búfalo./Mordisqueando la hierba pasaba desapercibido”. En la urbe capitalina, el zoológico es una naturaleza domesticada, instalada en medio de la ciudad. Ese cuedrúpedo, a cuya apariencia recurre el personaje protagonista para camuflarse, es allí un espectáculo, como el circo.
En la producción de José Ángel Cuevas, también de los sesenta, en sus inicios, que le ha tomado el pulso a Santiago en estas décadas, y quizás por su temática netamente urbana, en general faltan animales al menos en los textos examinados hasta ahora . En los Treinta poemas del ex poeta José Ángel Cuevas (1992), la muerte del Ché tiene lugar en un ámbito ‘natural’, traído a colación en una conversación citadina (¿de café): “yo dije: el pobre de Guevara murió en esas selvas/ ese máximo idealista y voluntarista/ “entre árboles y pájaros”/ imaginándolo casi”. En el libro 1973 (2003) los animales aparecen en los dichos corrientes calificando una repetición gastada, “Mencionabas la fuerza del acero/ enfático en lo de Venceremos// en la cancha se ven los gallos /el pueblo unido jamás será vencido.etc.etc.etc., o un juicio degradatorio “generación en el delirio/generación hija de Parra/ generación hija de perra/quienes se fueron a Berlín/ fábricas de tuercas/París/Sorbona 1”.
Otro poeta de los sesenta, Julio Piñones, que es poeta urbano, pero con orígenes y preferencias litoraleñas muestra un ave marina que representa la autonomía e inmutabilidad de lo natural frente a lo humano: “Comparten/los tripulantes/historias y viajes/sin que nada afecte/el vuelo del narval” (Bellas y orates, 2001). Ahí se entrevera el centauro blasónico, que representa la entrada a un ámbito superior: “...un día atravesaremos el sol/volando como centauros/liberados al fin/deste perro mundo”. La imperturbabiblidad de la naturaleza frente a su contraparte humana, y la posibilidad de rescate del hombre hacia un ámbito superior mediante la hibridación con el animal, testimonian la estima del poeta por los seres vivos animados al menos en este libro.
Ya desde su título, Lo que la tierra echa a volar en pájaros (2004), de Arturo Volantines, se ve cruzado por aves como el Flameñandú, pájaro ambiguo imaginario, como algunos de Neruda, que es “como cuchillo en odio remoto/Tal vez rayo del día”, o buitre que quizás anuncie “a las ovulabras del amanecer”, pero que también refieren al emisor poético, pudiendo ser “Tal vez, uno tratando de volar”. Es decir que se trata de un animal dual que abarca los ámbitos básicos de la tierra y el aire. Los animales permiten la consustanciación o analogación de hombre y naturaleza “queltehuanacos hacia la oscuridad del monte:/adentro del subterráneo de nosotros mismos”. Los animales configuran el paisaje: “Los montes de Copiapó/son un rebaño pastando/entre el cielo y la memoria” ; “amanece mugiendo en Copiapó”; “Y cuando Copiapó resuella mansamente me baño en tu ombligo”. Los elementos del yo y del mundo comulgan vehiculizados por los animales. El hombre habita en el mundo tal como los animales lo hacen: “Oigo.Oigo.Oigo/ Me llama en cabalgada la tierra/ como la casa del cielo a los pájaros carpinteros”. No sólo lo natural sufre este proceso de proyección y apropiación de parte del poeta, sino también el mundo de manufactura humana: “Me desato de la bestia del reloJoído”, “Todavía viene el tren de Caldera/con su traje de jote ceremonioso”. El reino vegetal se animaliza, “Girasoles sobre la mesa:amarillos, comiendo del sol,/hambrientos de estar chúcaros”. Los fenómenos atmosféricos y geofísicos también: “Azadón roto y volteado sobre el campo: zurcido por los jotes mohosos del viento”. En esta compleja y elaborada poesía neovanguardista se deja entrever una concepción contemporánea de los animales como cohabitantes de nuestro medio ambiente, compañeros de lucha, válidos no tan solo como referentes de lo humano sino por su propia maravilla vital.
Esta nueva concepción y consideración del animal, fraterno ecológica, casi celebratoria, se manifiesta también por ejemplo en El rastreador de lenguajes (2001), de José María Memet, que dedica Especies en común, la primera parte del libro, a los animales, en cuyo poema de apertura Escenas de lectura obligada, se equiparan la hormiga, el caballo, la mente y la vida. En estos poemas el tigre, fiera descendiendo “invisible y perfecta” se equipara con el quehacer poético (y humano); los leones “son perfectos”, nos enseñan que “Si entendemos el instinto/La selva es nuestra forma de existir”. La lección del pez es que “El agua te dio vida, regresar a ella, es por lo menos/recuperar la alegría de nacer”. Los animales y el hombre son prójimos con las mismas esencias, circunstancias y maneras de ser. En Mi gato ha perdido la razón el hablante afirma que “La locura pareciera ser hermosa,/pero él no piensa igual/ y se eriza, rie y habla solo”. Todas las especies y nosotros entre ellas estamos hermanados: “Los pescadores se persignan./Ellos saben que una especie es un cristal/en el latido del mundo”. El animal posibilita los ciclos vitales “Es una tarea enorme polinizar un planeta,/claro que ayudan moscardones, abejas, incluso moscas”.
Esta ojeada de unas cuantas publicaciones tiene en principio la intención de ampliarse paulatinamente a un examen más profundo y extenso de un corpus representativo de la poesía chilena, sus etapas, modalidades, generaciones y regiones, con las apariciones de los diferente seres animados y sus contextos, que permitan entrever la zoología fantástica del universo alternativo de la poesía chilena en tanto refiere a la vida real y a la historia. Para terminar hemos elegido presentar este poema referido a los gatos, que se pasean en gran número por la poesía chilena, y publicado en la Revista Harapos (1989)
LOS GATOS DE JAKOBSON
Marilú Urriola
GATOS
I
Los gatos chicos a veces mueren
apretados en el hocico de una perra
y parece que juegan
y mueven la colita,
pero se están muriendo.
Hacen globitos con la sangre
mientras la lengua arranca
y un sol lúdico tironea su sombra,
el gatito se inclina
proyectando desde los ojos
una noche que se desmenuza
que cae en pedazos toda roñosa
y el cucho reventándose
trata de alcanzar un sol que se inclina,
que cae en una noche pataleante,
entonces hace como si se ahogara,
mientras fermenta la noche
en un día lleno de sol
que cae duro en los techos,
en sus ojos vidriosos
y el gato es extinguido,
sacado fuera de lo real.
II
Los gatos son todos iguales,
maulleros, sacadores de quicio,
panteras violineras
que se te suben a las piernas,
medios chinos, hablando de cosas
que sólo le conciernen a los gatos
y se hacen los tiernos y ronrronean
se miran al espejo, se hacen
los que nada les importa,
pero no les creo,
porque luego cahuinean en el zinc,
yo los he visto.
En la noche los arrojan a los techos,
caen rompiéndose los cráneos
y parecen niños cayendo de un puente,
desnucados,
rasguñando ventanas para afirmarse,
son como maraña, siempre. en patota
y cuando llegan a quedarse solos son peores,
cuidado con un gato solo;
se te quedan mirando como loco recién llegado,
algo se traen esos criminales,
cuando se quedan al sol encrespándose
los bigotes, afilando garras,
mirándolo todo con cara de esfinge.
III
Los gatos, malú,
mira los gatos,
aferrados a los barrotes de la ventana,
saliendo al techo, regresando,
tratan de entrever otras noches.
Míralos, malú,
clavándose las garras en los ojos,
vaciando un amarillo decadente,
míralos pelear, incrustados gato con gato,
míralos tirarse los pelos,
están locos
y cuando saltan por la ventana
pareciera que ríen y lloran
al mismo tiempo,
entonces se encrispan, se transforman en superhéroes
y ganan plata filmando monos
y son famosos y en las vitrinas
venden muñecos que son gatos
para que jueguen los hijos de los gatos estos,
que están locos,
pero no hay que decirles a los cuchitos
que a sus padres se les va de repente,
cuando se quedan mirando para arriba,
cuando pareciera que los ojos
son dos soles en celo
buscando sus lunitas por los techos
y se quedan medios dormidos
esperando que se les caiga la noche encima,
pero esperan otra noche,
no la misma de todas las noches
y se quedan sobre el zinc,
lamiéndose las patitas,
hasta que llueve
y el agua los arrastra por las canaletas extinguiéndolos.
II De noche todos los gatos son negros.