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Reflexión preliminar sobre la escritura y el mundo virtual

Por Jorge Etcheverry Arcaya
Publicado en Agulha Revista Cultural, 9 de enero de 2023


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Una entrevista por zoom que me iban a hacer de Chile, para un curso de poesía, no se hizo. Lo que fue para mejor, ya que estaba ocupado preparando una lectura con dos poetas canadienses anglófonos que tuvo lugar en una librería progresista de propiedad y gestionada por mujeres. Ahí leí en castellano, francés e inglés, y antipoesía, un poema de lo que se denomina poesía “comprometida” y alguna poesía “de vanguardia”. Esta enumeración despliega una encrucijada de idiomas, situaciones geográficas y comunitarias, de posibilidades de tratar de ejercer la poesía, que creo que se enmarcan en el contexto del estado de cosas presente. Mi idioma materno es el castellano, en el que sigo escribiendo, en este país—Canadá—, donde los idiomas oficiales son el inglés y el francés, pero como es  un país multicultural, existen diferentes literaturas etnoculturales, que se originan en comunidades de inmigrantes, exilados y refugiados. Entre estas literaturas, que se denominan Literatures of Lesser Diffusion (literaturas de difusión restringida), destaca como una de las más prolíficas la que se escribe en español (castellano), pero para un autor adscrito a  lo que se llama la literatura hispano-canadiense, siempre va a resultar necesaria la escritura o la traducción, y por supuesto la publicación, en uno o los dos idiomas oficiales.

La anti poesía es un subgénero o variante que practico junto a otras. Nacida y acuñada en Chile, pero con presencia anterior, creo, y en otras zonas culturales e idiomáticas, permite una operación de distanciamiento  relativo frente a la realidad social, cultural y política, mediante el ejercicio de la parodia, la ironía y el humor, lo que nos parece pertinente en estos momentos en que las afiliaciones ideológicas y religiosas parecen mostrar una gran impermeabilidad a la crítica, la oposición o la autocrítica. No es raro que, en determinadas circunstancias en Chile, por ejemplo, se haya reflotado uno de los artefactos —poemas breves y concisos del creador de la antipoesía, Nicanor Parra —que dice: “La izquierda y la derecha unidas/jamás serán vencidas”, que parodiza a una consigna corriente en 1972, fecha de publicación de los artefactos, en medio de una situación casi pre golpe de estado, donde ese tipo de parodia e ironía no fue muy apreciado.

Leí un poema que puede caber en lo que se denomina en general poesía comprometida, cuyo tema son las luchas callejeras juveniles, que han estado y siguen estando presentes no tan solo en América Latina, y que han adquirido relevancia reciente, por ejemplo en Chile, con el así llamado “estallido social” de 2019. El actual mandatario chileno y parte de su equipo de gobierno entraron a la vida política en las movilizaciones estudiantiles en otras décadas, y ya a mediados de los sesenta del siglo pasado, las huelgas estudiantiles, las demostraciones por las condiciones de desigualdad social, las tomas de las universidades en pro de una reforma universitaria, etc., eran parte del surgimiento de una ebullición social y política que culminó en el gobierno de Salvador Allende, quien asumió la presidencia en 1970.

Por último, dentro del panorama de la poesía de los años 1960 y comienzos de los setenta, en Chile, y en el contexto de lo que Gonzalo Millán llamó las “promociones emergentes” y se denomina más generalmente la generación de los 1960, se dio la existencia de un grupo de poesía que se podría denominar como neovanguardista, y al cual pertenecí: la “Escuela de Santiago”, que pese a serlo estuvo cerca más bien de la izquierda revolucionaria en lo político.

Creo que estas tres vertientes que destaco en mi escritura constituyen una elección válida para enfrentar o dar cabida a las instancias del o los contextos actuales, y a las opciones que presentan los nuevos medios de comunicación social. Entonces lo anterior es un poco a manera de validación, si se quiere autobiográfica, de la aparición en un espacio virtual de quien escribe en estos tiempos de una eclosión de los medios de la red cibernética global. Se habla cada vez menos de la autonomía de la obra de arte o literaria con relación a sus productores fácticos, y uno puede barruntar que esa concepción presentaba paralelamente, a nivel teórico, una característica del producto literario material del libro, su carácter de objeto de consumo, su solidez objetiva, de mercancía Stand Alone en el escaparate de la librería.

Existe actualmente, y no siempre de una manera implícita, y por supuesto también en los medios virtuales, la demanda de una validación biográfica y testimonial de los discursos que se emiten. Esto se ha ido implantando casi como regla en los medios sociales y las publicaciones electrónicas, y no tan solo para la gente que se ocupa principalmente de la cultura o la política—en el nivel que sea—ni exclusivamente para las celebridades, sino para quizás la mayoría de los usuarios de estos medios que todavía son relativamente nuevos. Pero no es algo que haya estado ausente en los albores modernistas del “yo y mis circunstancias” orteguiano, que concretizaba y enraizaba al “para sí” de la conciencia sartreana en un individuo con determinaciones materiales y sociales. Es cierto que ahora se hace bastante más hincapié en la anécdota, es mayor el intento de validar los discursos con una presencia personal, concreta, testimonial, que pueda complementar, acompañar al rostro, que en general también pide el público real o potencial de estos medios. Ya que el rostro es la presencia más concreta en la pantalla de aquella persona que está escribiendo o hablando, o citando. A esa presencia que desde la pantalla emite los textos, y a su imagen, se le demanda cada vez más, explícita o implícitamente, que sea representante, o portavoz de alguna colectividad determinada, que puede ser etnocultural, religiosa, política, genérica, comunitaria o una combinación de las anteriores. Esto promueve y destaca al colectivo de que se trate, mediante esta adhesión pública, ante una audiencia imprecisa pero potencialmente vasta. Pero más que nada, esta adhesión añade solidez al autor del texto, que ya no sería una voz puramente individual sino que se enriquece ontológicamente al vehiculizar al grupo que representa o en nombre del cual habla. Pero esto que implica que tiene que ser fiel a los lineamientos y reivindicaciones del colectivo y autenticidad de su pertenencia al mismo. Algunos casos de falsa representación de colectividades, o de auto atribución dudosa, sobre todo en el caso de las étnicas y culturales, pueden ser noticias de hora de punta y provocar enjambres de debates en los medios sociales. No es que esto no haya existido antes, basta recordar las variadas expresiones del compromiso político autoctonista continental americano, patente por ejemplo en grandes poemas épicos—Cardenal, Neruda—, en los intentos, en un plano más partidista e ideológico, de prescribir epistemologías realistas y testimoniales, en las apelaciones a escribir una literatura comprometida, etc. Pero en la actualidad esta petición de referencialidad y verdad se ha expandido hasta casi generalizarse, quizás no en la misma forma ni ligada a una ideología específica. Y quizás sea el resultado, una reacción quizás inconsciente, patentizada en las pantallas y los medios sociales, frente a la uniformidad del consumo y de las formas de entretención, que a su vez son producto de la extensión y profundización de la globalización, y que podrían haber resultado en una degradación ulterior de la individualidad modernista, que iría incluso más allá del unidimensionalismo marcussiano. La conciencia, el para sí satreano, ya no sobrevive sin la subsunción casi total—o su intento—en la solidez de sus determinantes o soportes materiales, culturales, sociales, situados en la circunstancia. La dualidad conciencia cuerpo, tan cara para el modernismo, pareciera estarse esfumando. El componente de la imagen, exacerbado por los medios de comunicación social, coadyuvaría a ello.

Porque los medios sociales virtuales trajeron consigo no la vuelta—ya que siempre ha estado— sino la consolidación y extensión del reino de la imagen, la presencia bidimensional de los autores de variado perfil de los textos y el discurso oral—y en general de todos los participantes de esas redes—que conlleva una coda biográfica que acompaña, explica o justifica esa presencia. Pero no se trata exactamente, en el caso de los autores de publicaciones literarias, de la reseña de la contraportada del libro, sino que incorpora guiños, complicidades, insinuaciones de la situación y preferencias en la vida concreta que apelan a un espectador/lector virtual que rebasa al público puramente literario. Rostros ignotos y anónimos salieron a la pantalla—potencialmente pública y de alcance universal—a la vez que las figuras consagradas multiplicaron su presencia. Aquellos menos conocidos o emergentes, o de fama incipiente u acotada, se revelaron  en diversas fotos, videos. Surgieron instantáneas circunstanciales de logros, tragedias personales, el auspicio o rechazo de variadas causas y posiciones. Las presencias locales se extendieron instantáneamente a los cuatro extremos del mundo, globalizando lo local y mostrando lo global operando en la localización remota. Los grandes visajes históricos salieron de las bibliotecas y universidades, museos, para musitar desde la pantalla sus citas más perogrullescas, sencillas y clichés. Es una demanda, no siempre implícita, de que, en general, la presencia en los medios virtuales se acompañe de una foto, y en general de un mini biografía de tamaño y verosimilitud variables. Lo que va en el mismo sentido y acompaña a la presencia—no tan solo en el mundo virtual, pero preferentemente—de ese imperativo, casi,  por el testimonio, el reflejo o representación fidedigna o por lo menos sentida—a lo ya nos referíamos—pero auténtica, de la realidad concreta. Un neo realismo que en el caso de las letras, quiere y consume una literatura, seudo, para o autobiográfica, es decir, una vuelta a “Lo visto y lo  vivido”. Se efectúa un deslizamiento desde la verosimilitud a la verdad a secas. La ficción no se tolera como antaño y la persona expuesta y pública, sin importar el texto que produzca, se debe responsabilizar y poder dar cuenta de cada instancia de su biografía, sujeta a un potencial escrutinio universal de parte de los usuarios de la red. Ya incluso se ofrecen cursos y métodos para aprender a escribir una biografía. Y quizás para validar la que se presenta. Porque se hace imperativa la necesidad de validar, fundamentar, debido a la proliferación de imágenes y textos, que proponen datos y noticias muchas veces muy o casi imperceptiblemente distorsionados, o incomprobables o de frentón falsos, pero que apelan a pulsiones, deseos y reivindicaciones casi atávicos, que a veces parecen ser la punta de un iceberg que sobresale de un mar indistinto y caleidoscópico, en que acechan bestias primigenias o post humanistas, como algunas que anidan por ejemplo en la dark web.

De parte de muchas personas, sobre todo del mundo de la cultura, suele haber de partida una percepción negativa, o incluso un rechazo o una condena, de los medios de comunicación social virtuales, en el sentido de que promoverían la pereza, la volatilidad de la atención, el afán desmedido de distracción, de novedades—que en pleno modernismo ya Heidegger había señalado como un componente básico del “ser ahí” contemporáneo. Pero este desarrollo de los nuevos medios, que se derivan de las Tecnologías de Información y Comunicaciones, es paralelo al proceso de globalización, él mismo una adaptación y consolidación del sistema capitalista mundial. La evolución de los medios virtuales es la vez un compañero, un participante y un producto de ese proceso. Y no es que en ellos no se pueda desarrollar una oposición al capitalismo—una especie de antítesis dialéctica—e incluso atentar contra el sistema. El capitalismo,  por su misma naturaleza abarcadora y teóricamente universal, despierta conatos de resistencia simultáneos a la implantación mundial de su faz globalizadora, y genera, como reacción casi antitética y quizás automática, la localización, el realce, la rebelión de lo local. Situación que no es inédita, ya que la expansión de las potencias europeas y la desaparición o la existencia vestigial de algunos pueblos nativos dio impulso a la arqueología y  antropología, que intentaban cierto tipo de preservación de esas culturas locales. Y acaso es el sistema capitalista como tal el que despliega la equidad, incluso respecto a aquellos nódulos socio culturales que en su aceleración no puede desmembrar y asimilar, ya que en ese proceso de preservación en el seno mismo de la universalización de su modo de funcionamiento y sus parámetros, tiene la potencialidad de convertir en productores y consumidores a todos los conjuntos etnoculturales, sin importar sus idiosincrasias e instituciones nacionales locales. No creemos que esta estructura capitalista global sea la creación— o sea mantenida—por sujetos determinados, individuales o colectivos, a quienes sin embargo se les suelen adjudicar facultades todopoderosas. Pienso que se trata más bien de la evolución—aunque preferiría decir cambio—del sistema capitalista vigente, que antes se transmutarse o dar luz a otro, podría teóricamente dar de sí todo lo que puede, desarrollarse a su máximo, y creo que eso viene un poco de Marx. Lenín, por las necesidades de construir partido, magnificó la categoría de la praxis y correlativamente la fe en nuestra capacidad operacional sobre la infraestructura económica y social.  Pero esta pervivencia y adaptación del capitalismo no es evidente para la “clase intelectual”, que parece imbuida de un anhelo feroz del término de ese sistema y que de cuando en cuando lo predice para un futuro próximo por boca de sus filósofos.  Esto representa un enfoque más bien progresista y de  “izquierda”, y se puede inscribir en la gama de comentarios que se basan de una u otra manera en la historia y axiología más establecidas y consensuales. Pero en el mundo virtual viven entidades pavorosas, o que parecen anunciar su presencia como esos ignotos monstruos marinos que en el imaginario de la edad media sostenían al mundo.

Esto como contexto, situación y también, hebras y diseños en el tejido de estos medios, ya que si bien, y como se apuntaba, el cliché y la extrema simplicidad patente en la comunicación social virtual les parecen evidentes a muchas personas cultas, éstas también se muestran un poco desconcertadas: las personalidades más destacadas en las humanidades eran casi figuras públicas junto a las celebridades de otras esferas más institucionales de la sociedad, la política y la cultura. Pero ahora son un elemento más—y no el preponderante—en un mar de imágenes, personas y discursos. Hay otros actores sociales, políticos y culturales, que si bien eran reconocidos como el sujeto de los eventos sociales y políticos, sobrellevaban la muerte y el trabajo posterior de construcción de las revoluciones o sus intentos, ahora acceden al espectáculo inmediato y universal en estos medios, saliendo rápida y definitivamente a la luz. Y hay muchas otras alteridades que se despliegan en esta noósfera ambivalente de los nuevos medios, con su vida cotidiana, sus variadas dimensiones y axiología. Proporcionan  así un tejido conectivo  a comunidades virtuales, que tienen la posibilidad de proyectarse de vuelta hacia la realidad fáctica social y material que las origina. Esto tiene muchas veces consecuencias políticas—estallidos sociales,  movimientos etnoculturales y religiosos, campañas y actividades por diversas causas—no todas positivas según los cánones humanistas del modernismo—a través de la aceleración e instantaneidad de la difusión de la información. Comunidades y entidades virtuales, cuyas manifestaciones en la pantalla abarcan desde lo que algunos considerarían el sentimentalismo craso hasta las sofisticaciones ideológicas y filosóficas, y que no pueden evitar la formación o desarrollo de aquellas prohibidas— justamente—aún hoy por la axiología consensuada de corriente principal.  Es así el espacio o territorio de un universo alternativo referencial y revelador que ha llegado a acoger, e incluso posibilitar de hecho, ya que no puede evitarlo, la expansión de nódulos antes restringidos a los márgenes de la sociedad y la axiología humanista.

El Internet ha traído la posibilidad de la comunicación instantánea, casi irrestricta y sin límites espaciales. Esta ubicuidad es un regalo y una responsabilidad. El degenerado que se trasmuta para asumir una personalidad atractiva y conquistar a la preadolescente en un salón de chat encarna de alguna manera a Zeus, que se transportaba a grandes distancias y asumía diversas formas para seducir a sus presas.

Y porqué no podrían usar este medio los escritores. De hecho, sus posibilidades de llegar a todas partes del mundo se han multiplicado, han aumentado de manera no prevista, ya que implican el acceso potencial a cualquier individuo o máquina receptora en el mundo. Lo que ha tenido algunas consecuencias muy concretas. Ha vuelto de cierta manera el tiempo del ‘compromiso’ del escritor. Ahora es casi habitual que frente a cualquier evento político importante en cualquier lugar, salgan listas de escritores que asumen variadas posiciones, trátese de las guerras guiadas por el mundo anglófono en el Medio Oriente, de la prisión de disidentes en Cuba, el atajo de inmigrantes africanos en Melilla, el conflicto árabe israelí, las masacres de los paramilitares en Colombia, etc.

También el escritor, como un usuario preferencial del internet,  ha adquirido una fluidez de formato. El texto enviado electrónicamente puede resultar en un producto ‘duro’, es decir publicado en papel,  en otro continente. Su voz y su imagen pueden ser reproducidas en diversas instancias y puede atravesar las fronteras.  Frente a la solicitación de una información disponible en proporción geométrica y a las múltiples posibilidades de expresión frente a ella, el escritor puede incursionar en múltiples formas de comunicación, recurriendo a la crónica, la nota, el testimonio breve, el llamado, la nota editorial, el comentario, llegando a adquirir otra, u otras personalidades. El periodista se hace poeta al intentar finiquitar un artículo de manera impresionista, y el poeta se hace periodista al tener que dar en forma inmediata y explícita su opinión frente a un determinado estado de cosas que exige respuesta inmediata, que no deja tiempo para la ‘inspiración’. Incluso se revive la forma del poema circunstancial, lo que Kapuściński bautizó como “cronipoema”, una respuesta instantánea frente a un hecho determinado, y que idealmente presupone la inmediatez y una difusión potencialmente universal.

Es reflexionando un poco en mi caso personal que nace esta nota, muy preliminar, y que es un intento de conciliar en un espacio textual estas variantes—no tan solo en el mundo virtual—y  que, en mi quehacer personal, implican una dimensión política, pero además un intento de acoger la pluralidad de discursos poético y literarios, que se ofrecen contiguos, y que se referencian unitariamente por el así llamado “mundo”. Pero está además la posibilidad de relativizar todo lo anterior y quizás lograr una mayor claridad desde un cierto distanciamiento.

 

 

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Reflexión preliminar sobre la escritura y el mundo virtual
Por Jorge Etcheverry Arcaya
Publicado en Agulha Revista Cultural, 9 de enero de 2023