La totalidad de su obra publicada no alcanza los cien poemas, pero en los últimos quince años, básicamente con dos libros, La Tirana en 1985 (“Nos educaron para atrás, padre, sin imaginación y malos para la cama. No nos quedó otra que sentar cabeza y ahora todas las cabezas ocupan un asiento”) y Los Sea-Harrier (1993), el gran Diego Maquieira, chileno nacido en 1951, se ha convertido en uno de los poetas más originales y potentes de América. Usando como nadie la primera persona del plural, y dividiendo al mundo en dos bandos irreconciliables, Maquieira relata la gran batalla del fin de los tiempos: el intento por “deseclipsar el firmamento”, o pulverizar el despotismo de la cordura. Por un lado están los milenaristas del mariscal Ratzinger (“los moluscos de la religión de estado”). Por el otro, los épicos Sea-Harrier, que viven en el mar, en un portaaviones a vela con sus novecientos metros redondos de telones (“vivíamos el amor con agravantes y hacíamos olas que se levantaban del mar como espaldas de hombres salvajes sacudiéndose la vida”). Porque el resto del mundo es un desierto, y pertenece (¿y pertenecerá?) a los milenaristas de Ratz. Las batallas y las orgías se suceden fulgurantes en el libro, entre lecturas de Horacio, Fourier y Sam Peckinpah, un Macbeth que dura meses, una encendida defensa de Spinoza cuando es maldecido por los bienpensantes y un canje de un Tiziano por Marlon Brando (secuestrado por los milenaristas, que lo hacen pasear mirando el techo de la Sixtina durante siete años, bajo amenaza de agregarlo al Juicio Final a la primera bajada de cuello). Pero antes del épico final de Los Sea-Harrier, Maquieira relata una de las últimas misiones locas de los Harrier: tirarle el mar sobre el desierto a la pasma milenarista de Ratz.
DEJAMOS CAER EL MAR
Volábamos con el mar arriba de los Harrier
volábamos a devolvérselo al desierto
después de dos milenios de sed
y de alucinaciones de pesadilla:
Demonio tentando Jesús con infierno
Jesús tentando Demonio con paraíso
Má sacamos el mar atado como un estruendo
y lo subimos en hamacas a los Harrier
Veníamos muy cargados haciendo mandas
Joder
con Fitzcarraldo amarrado a los flaperones
con Debernardis de capellán de la flotilla
y con Lupo chupando atrás en los asientos
a cargo del primer amanecer en el cielo
íbamos como moiseses congojozos
infinitamente descobijados de dulzura
Así de pesados íbamos subiendo el agua
hasta que soltamos el mar sobre el desierto
y le nublamos la bola a los aladinos
milenaristas que querían otra vez
abrirnos el mar y secarnos adentro.
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Un poema de Diego Maquieira
Por Juan Forn
Publicado en Página/12, N°27, 17 de mayo de 1998