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Roberto Castillo:
“La muerte da miedo y el obituario la niega un poco”
Muertes imaginarias. Laurel, 2020, 128 páginas
Por Javier García Bustos
Publicado en The Clinic, 14 de diciembre de 2020
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El escritor, radicado en Estados Unidos, publica Muertes imaginarias, donde recrea una revista que agrupa las necrológicas del 2020 con personajes chilenizados y también marcados por la pandemia. “Se pueden considerar estos textos como actos de ilusionismo: hacer presente al silencioso”, dice el narrador, quien siempre está atento a lo que ocurre en el país. “Este último año me ha costado mucho estar lejos de Chile”, confiesa.
Son vidas que cruzaron fronteras. Muchas con historias épicas y otras, no tanto. Son personajes diversos, a veces universales, que algo los asocia a Chile. Hay científicos, artistas, escritores, rockeros, millonarios, deportistas, un extorturador y una cocinera. Es ficción pura, pero no tanto. Todos integran la edición 2020 de la revista Caveat Lector.
Es lo que narra Muertes imaginarias, el nuevo libro de Roberto Castillo (1957), quien hace casi una década comenzó traduciendo obituarios de un ejemplar de la revista The lives they lived, de The New York Times. Fue el origen de las 14 historias y los protagonistas para su revista inventada, que Castillo fue alterando como un maquillador de cadáveres.
Publicado por el sello Laurel, en Muertes imaginarias, a las necrológicas se unen entrevistas y reportajes para el número anual de Caveat Lector -su editor es Gabriel Meredith-, donde aparecen las obsesiones de un exagente de la DINA; la secretaria de Mario Vargas Llosa relatando su vida amorosa y su muerte; la trayectoria del discípulo chileno de Sigmund Freud; Raúl Ruiz refiriéndose al arte de la ventriloquía y el diálogo de una profesora sobre la existencia de Silvana Pollier, la inventora de la Cámara indiscreta. “Los muertos siempre encuentran la manera de devolver la atención que les brindamos”, anota el editor Gabriel Meredith.
En este paseo entre vivos y muertos, la presencia de la mortalidad producto del coronavirus está instalada. Los guiños son claros: Margarita Lu, cocinera china, quien llegó a los 17 años a Chile, nació en la ciudad de Wuhan. Margarita dejó de existir por “los síntomas de la peste”. Otros personajes mueren a consecuencia “del virus o la plaga”.
“Este libro estaba desde hace tiempo, pero cuando iba a salir ocurrió lo de la pandemia y decidimos que había, de alguna manera, reconocer a esta gente, estos seres ocultos, porque la resignificación de la muerte cambió este año”, cuenta Roberto Castillo Sandoval a The Clinic, desde Estados Unidos. Autor de la novela Muriendo por la dulce patria mía, (Planeta, 1998; Laurel, 2017), desde hace 30 años, Castillo es profesor de español y literatura comparada en Haverford College, Pensilvania.
—En Muertes imaginarias, el escritor es una especie de maquillador de muertos, ¿no?
—Es interesante esa analogía, porque la labor del maquillador de muertos es casi un intento de resurrección. Una especie de negación de la muerte. De maquillador de un cadáver pasé a transformar una vida, la de los personajes. Se pueden considerar estos textos como actos de ilusionismo o de ventriloquía: hacer hablar, hacer presente al silencioso y al ausente de alguna forma, ayudarle a completar alguna tarea o a dar cuenta de su propia vida. El obituario es como una pequeña prórroga efímera, como intento de negación de la paletada final y el silencio que sigue. Es establecer por medio de la escritura una comunidad imaginada de vivos y muertos. El obituario se basa en una especie de intimidad solidaria entre el que escribe y quien lee, porque la muerte da miedo y el obituario la niega un poco.
—Las historias del libro están conectadas con Chile. ¿Hay otros elementos que sientas que unan a los personajes?
—Sí, el hecho de que son todos personajes migrantes. Y esto ocurre porque yo soy un chileno migrante, y es una forma de mantener una comunicación con un referente que para mí es importante. Por otra parte, también están los guiños de verosimilitud. Trabajar esa cualidad de la literatura que hace que parezca real y eso siempre me ha interesado mucho desde mi novela. Es jugar para invitar a los lectores, no a pasar gato por liebre, sino a meterse en este mundo imaginario. Por eso aparecen nombradas personas de la vida real (se ríe) como el diputado Leonardo Sanhueza (poeta y escritor, en la realidad). Y, el trabajo de las imágenes, que aparecen en el libro fueron muy importante, efectuadas por Andrea Goic, para darle esa verosimilitud a las historias.
—Uno de los epígrafes es de la poeta Wisława Szymborska. En una parte dice: “Ellos se quedan ahí delante de nosotros, ridículos,/ Como adornos encima de una torta”. Son versos que demuestran la indefensión absoluta ante la muerte…
—El muerto queda a merced del que queda vivo. En este caso, de quien cuenta el relato y, en ese sentido, me interesaba el ejercicio de ductilidad que hacía con las distintas voces. De estos personajes, hay muertos sobre los que yo siento una particular afinidad y simpatía, como es el caso de Margarita Lu, la cocinera china. Para mí tiene mucha resonancia, por ejemplo, sobre ser chileno o no, después de vivir casi 40 años en Estados Unidos. Yo todavía me considero chileno, pero a veces la gente me cuestiona, porque he vivido dos tercios de mi vida en otro país y otro idioma. Bueno y hay otros personajes con los que medí más la distancia, como es el caso del millonario (Andrés Ossa Woodward), donde la mamá mata al papá, que es casi como una telenovela, en un ambiente rodeado de privilegios. Pero, en el fondo, como en la vida misma todos van a morir.
—De ahí la importancia de lo que señala en el libro, el editor de la revista, de no entregar retratos sólo de “gente famosa sino también dar espacio a personas que alcanzaron logros someros”.
—Tiene que ver con la realidad de la muerte y de qué manera se posiciona uno frente a la muerte. Y, sin duda, esto se vio alterado por la pandemia. Lo que antes era común, para gente de mi edad -a mí se me murieron mis abuelos hace 20 años-, los jóvenes parecieran distanciarse de la muerte, pero la pandemia nos ha igualado a todos. La muerte ronda y está presente en todas las generaciones. Ahora, con respecto a lo literario, la mayoría de estos textos que escribí fueron sacados del género del obituario anglosajón, porque en la tradición nuestra, el género se ha reducido a la esquela, al mensaje breve en el diario, en cambio la otra te da una oportunidad de narrar. Y, la parte que me quise saltar del obituario anglosajón es el aspecto más celebratorio, o sea, que sólo merece un obituario quien es un ser notable y destacado. En cambio, los muertos que me interesaron a mí no son de la élite. Fue una elección más igualitaria.
—Cambiando de tema, ¿Qué opinión tienes del panorama literario chileno?
—Estoy encantado, porque creo que hoy hay una mayor cantidad de voces, que permiten ver diversas narrativas. Esto también es debido a las editoriales independientes que han efectuado una labor admirable, porque han buscado voces nuevas. Esto ha permitido, igualmente, que las obras se reconozcan en el extranjero. Está el trabajo de Nona Fernández, Alejandra Costamagna, Marcelo Leonart, Lina Meruane, Cristóbal Gaete, Cristian Geisse y Álvaro Bisama. También está el rescate de la literatura chilena, que hacen los independientes, de nombres como Andrés Gallardo y la revaloración a la narrativa de Manuel Rojas.
CONTINGENCIA Y AMBULANCIAS
Académico, narrador y traductor, Roberto Castillo además es autor del libro de crónicas y ensayos Antípodas (2014). También hizo las versiones en español de obras de Herman Melville (Bartleby, el escribano. Una historia de Wall Street) y Nathaniel Hawthorne (Wakefield) y ahora trabaja en una selección de textos de Edgar Allan Poe.
“Creo que los clásicos, cada cierto tiempo, hay que renovarlos. Traducir algo que me gusta es lo que más me entretiene y estimula”, dice Castillo, quien usa las redes sociales para conectarse con el país, opinar sobre lo que está ocurriendo y compartir, como cuando se animó y subió a su cuenta de Twitter, la traducción de unos versos de Louise Glück, Premio Nobel de Literatura 2020.
—¿Cómo vives la distancia con Chile? Si uno te sigue en Twitter se podría suponer, a ratos, que vives en Ñuñoa o cerca de Plaza Italia…
—El estar conectado con lo que ocurre es un esfuerzo consciente. Experimentar el desarraigo, en un país como Estados Unidos, es una cosa muy dura. Mantener ese contacto con Chile, para mí, es muy importante también profesionalmente. Yo enseño literatura chilena y latinoamericana. Además, siempre me interesó mucho la política, la contingencia y la cultura nacional. Este último año, me ha costado mucho estar lejos de Chile. Siento que perdí estar en un momento que fue, desde el estallido social, distinto a otros años. Lamento no haber estado presencialmente y por eso mi uso de las redes sociales ha sido importante.
—¿Votaste para el plebiscito de octubre pasado?
—Sí, fui al consulado de Nueva York. Esa parte fue bonita y con mucho entusiasmo. La gente que votaba entendía que era algo diferente. Ahora, el proceso constituyente es un tremendo logro. Yo cuando comento a las personas de acá, no lo creen ni dimensionan, que después de un año de protestas callejeras se pueda escribir una nueva Constitución y que esté a cargo de una asamblea paritaria. Encuentro que es una oportunidad muy enorme y eso me pone nervioso, porque veo que está la falta de experiencia de una ciudadanía, que ha sabido tener una sabiduría política, pero que no mide la capacidad manipuladora de la élite política chilena que es transversal. Además, hoy Chile vive con un presidente mediocre y con una falta de visión sorprendente. Sebastián Piñera representa la inoperancia de la clase política.
—Mientras Donald Trump aún no acepta la derrota presidencial frente a Joe Biden…
—Es impresionante su capacidad de empujar el borde de lo permisible. Ahora, lo que a mí no me sorprende es el autoritarismo, el clasismo y el fascismo militarista que acá opera desde hace mucho tiempo, incluso cuando estaba Barack Obama. Por ejemplo, en los partidos de fútbol americano, a nivel universitario, parten con la canción nacional y cuando pueden traen militares y realizan sobrevuelos de aviones generando una épica en la gente que se emociona con los héroes patrios y sus consignas.
—¿Cómo se ha vivido la segunda ola, por la pandemia, en Estados Unidos?
—Se está tomando consciencia de que realmente hay que hacer algo. También ha ayudado que Biden, y parte de su grupo político, estén hablando como si fuesen ya la autoridad. Y que las autoridades sanitarias, como el doctor (Anthony) Fauci, saben que Trump dejará de estar encima de él, lo que ha permitido transmitir mejor el mensaje de que este asunto es cierto y serio, una verdad y una realidad. Veo más consciencia, pero a la vez la situación sanitaria es más grave. Yo vivo cerca de un hospital y uno mide esto con el paso de las ambulancias y el ruido de las sirenas. Y claro, últimamente, la frecuencia ha aumentado a toda hora.