A través de los días mortales, bajo el cielo que nadie
comprende, corroboramos con un aire distraído
la idea de un infierno levemente estructurado
sobre las columnas de la carne, el espíritu o el desorden.
Aquí están los aconteceres: creados, no obstante,
a imágen y semejanza nuestra, rumores desdichados
de la ciudad, en la noche, y fétidas tinieblas
ambiciosas de aposentos demasiado humanos
que acumulan las huellas tristes, el deshecho
de una existencia condenada a todo,
parecen cumplirse no a pesar nuestro precisamente,
sino de manera ajena, en el caos insidioso
de una independencia atroz, a ratos como al descuido
hasta ofrecer una gratuidad desconcertante.
Del mismo modo la rama del verano y del invierno
y las frutas y los animales transcurren
del otro lado, por caminos oscuros de un reino
más desconocido que extraño.
***
Nos fue dado a nosotros no la increíble indiferencia
sino perplejidad para sostener una abierta
realidad que a una broma indecente se asemeja;
hombrecillos pensantes cargados de piadoso tabaco
aventurados a la responsabilidad
de cada uno de sus huesos y a la libertad inútil
de los días ferozmente ocupados. Consecuentes,
irritables vasos de la decepción que de pronto
hallan que el hecho consumado los supera,
que se habían equivocado, que nadie sabe
en qué reside lo contrario del dolor,
que no era eso, en absoluto, lo que habían pedido,
que a través de la dulce y pausada elección de los pequeños actos, las comidas, las rosas
se vieron conducidos al súbito desastre
Remo Erdosain, José K., estupefactos, naturalmente,
hallan que su propia perdición no les concierne
mientras persiguen como soñando una música
que conjeturan eterna y crece el viento
circularmente en un jardín lejano.
***
Así, la vana interrogación se vuelve
hacia su propio centro, nuestros días mortales
se levantan y caen como un fin en sí mismos
y prosiguen colmados con las formas hurtadas
a la imaginación tendida sobre el error.
Este es el sueño que logró Prometeo: entonces
¿qué sentido habrá de concederse a su rostro
surcado por la furia, el orgullo y también la esperanza?
Oscuro es todo esto, pero a veces cantamos, en la noche,
para robar la llama a un remoto paraíso
y después retornamos, tambaleando, al infierno
que desde hace mucho tiempo rehúsa
la morada insensata del mero pensamiento.
Cuando sospeches que la historia no es la incoherencia horrible
que partió hace milenios de una supuesta calamidad primaria,
ese fragor desordenado de generaciones, lágrimas y hemorragias
bajo la presidencia de la muerte,
pensarás que todo eso no puede ser
la única respuesta al conocimiento.
Ya habrás leído muchos libros;
tu sabiduría no habrá terminado en las imágenes reales
o en las que pudiste inventar casualmente;
ninguna luz habrás conseguido traer desde el territorio transcurrido.
El viejo poeta se durmió en la puerta de su casa con la pipa en la boca
mientras pasaba el tumulto por la calle
y su sueño no significaba conclusión alguna.
Tu sospecha de que la verdad no se agota en la historia
con el rostro del martirio solamente:
ni con la tramposa dialéctica de la culpa,
será el comienzo de algo más claro y más despierto.
Pensarás que todo lo ocurrido a tus espaldas
fue un despilfarro insensato de edades
desmoronadas y enterradas sin alegría,
con algunos destellos que sirvieron para revelar
la profundidad de la sombra,
así como un hombre engendra sus hijos
para compartir con ellos el estupor de haberlos engendrado.
Hasta entonces habrás caminado el sendero barrido por el viento;
la belleza de unas palabras, de una música apenas escuchada
en el jardín, al atardecer,
aunque opongan un dramático sentido a la estafa del mundo
no bastarán: a las estrellas van destinadas.
Apenas habrás contado con la razón, lo más cercano a la muerte.
Pero si colocas la razón a la altura de los ojos
la verdad habrá comenzado y verás la injusticia
instalada como la noche en cada época y en cada jornada.
No la injusticia de nacer y morir,
sino la del martirio que se requiere para alcanzar la tumba;
tú, cuya única sentencia es escupir en esta civilización de hospital
que no se resigna a morir sin que estallen las bombas en su propio intestino.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . (de Las condiciones de la época)
PAISAJE URBANO
Con mis piernas surcadas
por una especie de fracaso placentero
y una perspectiva de huesos lentos,
desde la ventana del bar contemplo esta furiosa esquina
donde los átomos se han enloquecido
y se cruzan interminables ríos de motores.
He aquí el mundo
componiendo una música tan excesivamente humana
que un accidente no modificaría la situación.
Yo bebo una cerveza y me pregunto
si valía la pena, si necesitábamos este tumulto,
si este vértigo de la materia triturada es digno de nuestra fe.
Me pregunto también
si está incubando un orden distinto, una
desconocida naturaleza,
donde puedan instalarse los jardines
que giran prisioneros por mi cerebro irritado.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . (de Señales de una causa personal )
POR ALGUNA RAZÓN
Compré café, cigarrillos, fósforos.
Fumé, bebí
y fiel a mi retórica particular
puse los pies sobre la mesa.
Cincuenta años y una certeza de condenado.
Como casi todo el mundo fracasé sin hacer ruido;
bostezando al caer la noche murmuré mis decepciones,
escupí sobre mi sombra antes de ir a la cama.
Esta fue toda la respuesta que pude ofrecer a un mundo
que reclamaba de mí un estilo que posiblemente
no me correspondía.
O puede ser que se trate de otra cosa. Quizás
hubo un proyecto distinto para mí
en alguna probable lotería
y mi número se perdió.
Quizá nadie resuelva un destino estrictamente privado.
Quizá la marea histórica lo resuelva por uno y por todos.
Me queda esto.
Una porción de vida que me cansó de antemano,
un poema paralizado en mitad de camino
hacia una conclusión desconocida;
un resto de café en la taza
que por alguna razón
nunca me atreví a apurar hasta el fondo.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . (de Señales de una causa personal)
NUESTRO SUICIDA
El hombre que se arrojó del sexto piso
desde lo más alto para que no quedara duda
cayó en la calle. Un fogonazo y tuvo
completa muerte pública.
Un desconocido entre millones
que de pronto conocimos terminado.
Con papeles de diario lo cubrimos
y cuando se lo llevaron
en sus manos había manchas lívidas
y a la altura del pecho
el pánico de un hematoma, como el rastro
de un grito que nadie oyó.
Adiós, hermano mío, mi semejante:
descansa de tus terrores.
Nuestras obras son ruinas como éstas
estrelladas contra el pavimento. Entre todos
enloquecimos las fibras azules de tu cerebro
y haciendo bromas te arrojamos por el balcón
para seguir matando con esta piedad terrible.
Apuestas en lo oscuro "Obra Poética", Joaquín O. Giannuzzi. Editorial Emecé. Buenos Aires, 2000, 537 páginas,
Por Ignacio Rodríguez Publicado en El Mercurio,
¿Quién es este hombre que ahora se nos presenta con esta Obra Poética de tan largo y profundo aliento, cargada de sueños hundidos y de estremecimientos apagados, espesa y transparente a la vez, clausurada en una dialéctica de asombros y desencantos, de utopías y resignaciones, de voces simultáneas que niegan lo que confirman y que crean lo que destruyen?
La respuesta básica: un poeta bonaerense que nació en 1924, publicó su primer libro de poemas Nuestros días mortales, en 1958, y el último Apuestas en lo oscuro en 2000, fechas entre la que fueron apareciendo, sin pausa ni retrocesos, obras de tan alto nivel como Contemporáneo del mundo (1962), Las condiciones de la época (1967), Señales de una causa personal (1977), Principios de incertidumbre (1980), Violín obligado (1984) y Cabeza final (1991), todas ellas incluidas en esta edición de Emecé.
La respuesta que nos ha costado encontrar: un poeta que, más allá de su portentoso oficio, sufre de esa pasión tan latinoamericana de sentir el pasado como un gran territorio de la muerte, y dentro de él a la historia como una realidad maldita y traicionada, "Esto sabemos nos dice: que vivir en América / no es haber meditado primero, ni colmar de antemano / el conocimiento de amor para construir después, / simplemente América debe confundirse ahora con la aceptación de sus vastísimos vientos". Es la persistente recurrencia al tema de los ocasos de los objetos y de las personas que podemos verificar a lo largo y ancho de toda su obra, la naturaleza poética de un pretérito que no es sino la pura anticipación devastada del futuro, habitado siempre por héroes de un orden que ha resistido el tiempo, pero que inexorablemente se han precipitado en el error, en el silencio y en la miseria de toda interrogación: "¿qué sentido tuvo / para ti, para el mundo, / por ejemplo, la
tarde / del 6 de julio de 1820?". La respuesta posible es sólo un acto de desaparición, un gesto kafkiano de abolición de lo humano en un universo donde nos aventuramos en "la travesía del límite que da a lo secreto" para simplemente desde allí desvanecernos.
Toda exactitud se levanta sobre el destino de su derrumbe, toda búsqueda se cumple "en las posibles opciones de la oscuridad" y se agota en el encuentro de las pobres apariencias. Por todas partes, en los poemas de Giannuzzi, hallamos este germen existencial y artísticamente autodestructivo, textos que no quieren significar, sino ser, y que como todo ser sucumben a la gravedad, caen "en un círculo
reventado", transitan hacia su propia corrupción; obra y vida vienen a ser, así, la misma cosa: un fracaso, un "rumor de orquesta degollada", "la responsabilidad humana / de no haber creado sino cosas mortales".
Sin embargo, también el espíritu de este gran poeta argentino se impregnó de la utopia de los años sesenta, y practicó entonces lo que se solía llamar "poesía social". No es casualidad, por lo mismo, que su tercer libro, "irónico, demitificador, materialista y a su manera también religioso", como dijera Daniel Freidemberg, se titulase Las condiciones de la época y fuera publicado en 1967. Allí, junto a la empresa de develación de una sociedad dominada por fuerzas destructivas y a la incesante percepción del desencanto, se superpone una desesperada estrategia de salvación, esa fenomenológica "eternidad del instante", de la que sin embargo sólo demora el desenlace, establece un mínimo de fe en "una existencia tan disolvente". Predomina el tono coloquial, la objetivación de la circunstancia para movilizar la descripción, mediante los mecanismos de un pensamiento oculto, no explicitado, hacia la supresión del yo que ahora aparece adherido al nosotros, a todo el drama de una generación que no conoció la alegría de lo posible, que fue "apaleada por las ideologías". Por lo mismo Giannuzzi es, hoy por hoy, un poeta emblemático de las nuevas promociones de escritores argentinos, y alguien a quien los jóvenes poetas chilenos debieran leer y releer para escabullirse de las complacencias de la retórica.
Terminaremos citando un fragmento de un poema excepcional «Memoria del abogado» en el que se codifica toda la potencia lírico-dramática de este argentino insospechado: "Estudiante-abogado-casado-padre-abuelo, / sumergido, girando en la marea histórica nacional / sin conocer a fondo lo que se proponían los hechos, / lo que no le evitó sacar conclusiones / en las que se instaló como en un traje duro. /Acumuló dinero, gozó-padeció una cuenta bancaria / donde un segundo corazón le palpitaba / y no dejó de latir cuando el otro estalló. / Ni un segundo dramático para entender que había fracasado; /no le dieron tiempo su título, su mujer, los tribunales, / su propia mentalidad, el televisor, el automóvil; / el teléfono le impidió concluir un pensamiento privado...".
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dirigida por Luis Martinez Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com Poemas de Joaquín Giannuzzi
(1924 - 2004)