Jonathan Guillén (Iquique, 1980) tiene tres libros publicados: Urbana siniestra (Yerba Mala Cartonera, 2008); Abandono (Editorial Navaja, 2018); y Corazones mínimos (Editorial Aparte, 2022).
Trataré de darle vueltas a este último texto:
Corazones mínimos viene a convertirse en un salto cualitativo del autor en relación a sus trabajos anteriores. Hay un verso pulido, una organicidad poética sutil y elaborada, un intento por elaborar una voz definitiva.
Guillén expone una subjetividad radical en este poemario. El autor no tiene inconvenientes en sortear la querella por la “impersonalidad” de la poesía, y se interna sin salvavidas en una llamarada de versos que va directamente a la vena emocional del lector. En este sentido, podemos hablar de una eficacia genuina y espontánea del hablante por trazar un mapa o derrotero sentimental, que acaba por exponer a la subjetividad tal como Víctor Manuel canta: “Soy un corazón tendido al sol”.
El juego de Guillén es éste: no tema a salir trasquilado en la factura de poemas amorosos, simplemente porque nadie nunca -lector incluido- ha sido completamente esquivo a las mañas de Don Amor. De esta forma, los poemas de Corazones mínimos conversan con quien los lee de manera natural: imposible hacer oídos sordos -o de tripa corazón- a versos como los siguientes:
Como los árboles Como los árboles que no se tocan en las alturas en completo silencio cae la noche estamos lejos a una galaxia de distancia y puedo morir como las estrellas brillando completamente solo.
¿Dónde se aloja la poesía amorosa hoy? ¿Tienen lugar los poemas amorosos? ¿De qué hablamos cuando hablamos de poemas de amor?
El autor iquiqueño no trata de entregar una respuesta sino incluso lo contrario: refrendar el estatuto de pregunta que supone toda reflexión sobre el amor.
Preguntas en contra del amor.
“…¿Qué se guarda en lo profundo de este soplo / extenso como el frío cordillerano / que desata los lobos del apocalipsis / rasgando la nostalgia a corazón abierto?...” se pregunta en algún poema del libro el atormentado y autorreflexivo hablante de este poemario. Lo de él no son las sentencias amorosas, sino la cruenta pregunta sobre el estatuto del amor en tiempos de pantallas líquidas. ¿Contra qué o quién nos estrellamos cuando nos embarcamos en una nao llamada Romance?
¿Comparado con qué son mínimos los corazones? ¿los corazones de quién? ¿puede existir algo así como un corazón mínimo?
Lo importante, en cualquier caso, es la manera en que el despliegue versal del texto justamente evade olímpicamente ciertas exigencias que habitualmente se le exigen al poema de amor contemporáneo: “no se puede hablar directamente del tema”; “debemos evitar repetir la palabra amor”; “ni qué decir escribir corazón”. Repiten los que saben.
Guillén, por el contrario, viene a señalarnos que a la hora de hablar de sentimientos -al menos para la mayoría de las personas- lo importante es decir “al pan, pan; y al vino, vino”. No puede ser de otra forma, si lo que nos proponemos es poetizar a partir del tema más manoseado en la historia de la literatura. En vez de eludir, Guillén va al encuentro, prefiere encontrase con las palabras cotidianas al enfrentar el fenómeno amoroso. ¿Cómo evitar el lugar común? Simplemente, no evitándolo, haciéndolo parte del poema, y es en ese momento en que el cliché se va: cuando el lugar común se convierte en poesía. Y deja de ser lugar común para transformarse en palabra común.
Corazones mínimos Es aquí donde espero que los barcos se alejen repentinamente de las aguas que mueven mi aparato sanguíneo la lluvia moja los huesos las botellas ruedan por cada desengaño arden las campanas del mediodía desde hace décadas la plaza ha estado vacía y un remolino de viento azota nuestros corazones mínimos.
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Preguntas contra el romance: "Corazones mínimos" de Jonathan Guillén
(Editorial Aparte, 2022)
Por Juan José Podestá