Luego de cuatro años de silencio desde la publicación de Abandono (Navaja, 2018), mi amigo, colega y compañero de aventuras, Jonathan Guillén, se lanza a la escena poética nacional con un libro sobre el amor y el desamor titulado Corazones Mínimos, publicado por Editorial Aparte.
A propósito de este grato evento, es que fui convocada por el poeta para participar como moderadora en la segunda presentación de la obra, en el Bar Curupucho. Quedamos en eso, cosas pasaron y cuando me dispuse a leer el libro, mi padre fallecía a causa de un agresivo cáncer de pulmón.
Si bien había visto al autor presentar en el Palacio Astoreca este Corazones Mínimos, junto al editor y con toda la pompa intelectual que otorga ese escenario, no fue hasta este encuentro íntimo con el texto, que su título me hizo sentido: hundida, minúscula ante la inmensidad de la abrupta muerte del ser amado… todo el cuerpo se estremeció de golpe/ más allá del cansancio y la soledad/alcancé las últimas palabras/ y ahora mis esfuerzos son vanos/ ¿Para qué entonces el fervor?/ y si esta miseria del hombre/ si todo el amor no cabe en las arterias/ si lo instantáneo rompe la sincronía/ despídanme de los que me sobrevivan.
¿Por qué estamos hablando del amor, querido amigo?, pregunto. Es que este libro se trata de nuevas concepciones del mismo, explica Guillén. El devenir está repleto de situaciones que nos empequeñecen. Situaciones basadas en el amor como manifestación inherentemente humana, que nos eleva y nos hunde en este recorrido incierto que es la vida.
Como suele ocurrir en lírica, hay muchas respuestas posibles e interpretaciones infinitas para este antojo de Guillén. En lo que sigue y producto de la conversación íntima de un trío de profesores de lenguaje, presumidos y cuarentones, a saber: el también poeta, Andrés Ibáñez, quien dio forma a un acabado análisis de la obra, del que sin duda usurparé ideas; el mismo autor, que da luces sobre las posibles interpretaciones que emanan de su escritura; y quien escribe, perdida en el luto, invitada ora por amistad, ora para dar forma al asunto. Así es como se va formulando este comentario crítico con aires de prólogo.
Primero, y a grandes rasgos, es necesario mencionar que esa frescura estilística, característica de los hablantes creados por Guillén, sigue intacta. Encontramos en la retórica de Corazones mínimos los usos lingüísticos que identifican al autor desde que presentara Urbana Siniestra, en 2008.
El reemplazo del objeto lírico por elementos urbanos, de la flora y la fauna local; la metonimia irrumpe en el poema y vuelve familiar el sentimiento más complejo: En esta inmensidad interior/ tuve la idea/ de caminar bajo la luz/ sobre el manto del litoral/ los cangrejos buscan refugio/ ante mis pisadas distraídas.
Versos aparentemente simples, que se cuelan en lo profundo de las cavidades cardiacas - la sístole, recalca Guillén- dan forma y sentido, con imágenes que se suceden, una tras otra, cuales diaporamas de un recorrido íntimo por los vaivenes del amor.
Destaca esta imaginería creada por medio del verso rápido, que no pierde tiempo en ilativos parsimoniosos, para imprimir en la retina del lector el movimiento constante de un sujeto que experimenta el amor y el desamor como un proceso permanente de cambio – de transmutación.
Con un lenguaje cercano, haciendo suyos lugares comunes (primera y última vez/ … / comenzar de cero/ … / un clavo no saca a otro clavo), se deconstruye el sentimiento con la rigurosidad y la lógica de un observador callejero que se pierde por los escenarios nortinos.
Así, contención, intimidad y reflexión se manifiestan en una primera parte de este corazón muchas veces resquebrajado por la experiencia amorosa. Un hablante que se pregunta con humildad sobre lo aprendido: ¿para qué?/ ¿por cuánto tiempo?/ en la ortodoxia de lo que jura/ cobíjame en tu santo reino/ como mi madre/ la única mujer de pie sobre la tierra.
Es posterior a este proceso de reflexión que aflora la expresión amorosa, íntima sí, pero manifestada y en intensa relación con el espacio que le rodea; llegamos a la diástole, segunda parte y movimiento de expulsión: practicar la costumbre de llorar antes de dormir/ controlar la respiración que lastima/ sacudir el dolor como quien sacude un libro.
Reconozco también al poeta que desafía lo establecido, plasmando en versos el desamor expresado por esa pobreza de los barrios abandonados por el progreso. Injusticia que se observa como una experiencia estética que conmueve: …ollas comunes alimentaron mi infancia/ el vino siempre es bello en la mesa de los pobres; o bien, critican la caótica escena montada a diario por un sistema neoliberal salvaje e inhumano: a toda velocidad al terminar la jornada/ caminan esquivando la basura / compran el pan antes de entrar a sus casas / y esa es toda la vida que se les ocurre.
Finalizo el libro, habiéndolo recorrido junto a esta voz que no teme al cliché del amor, y que moviéndose con humildad y sofisticación, logra decir algo nuevo sobre este sentimiento universal. La retórica es la de un poeta que se acerca a la madurez. A la vez, y en extraña conjunción, imagino a un niño relatando lo que se presenta en su camino hacia la verdad más íntima: ¿qué hay en ese lado oscuro del corazón? Y para responder a esto, se pierde entre la multitud, en una jungla urbana que a veces añora otras detesta, aparece luego en el desierto, en los límites migratorios, buscando, siempre buscando.
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Un comentario íntimo: "Corazones Mínimos" de Jonathan Guillén
(Ed. Aparte, 2022)
Por Ruth Olmos