Cuando William Harvey descubrió la circulación sanguínea en 1628, el corazón se consideró solamente una bomba para impulsar la sangre y fue relegado como el órgano más importante. Desde entonces, el cerebro adquiere la preeminencia actual de ser el órgano más importante de nuestro cuerpo. Ni aun con esta evidencia, nuestra substancia gris es relacionada con el amor, aunque los filósofos orientales afirman que la frecuencia de la emoción del amor se equipara exactamente a los movimientos rítmicos del músculo cardiaco. En Corazones Mínimos (editorial Aparte, 2022), Jonathan Guillén rastrea los recovecos del desvarío provocado por el amor y el desamor, poemas que se distribuyen de forma inteligente como un juego de espejos, donde muchas veces el placer es el aparato circulatorio que provoca la sístole y diástole de este cuerpo textual. El hablante parece revisitar su propio álbum y el habitar se vuelve memoria, a veces melancolía, de ese espacio cada vez más privado que es el amor en pleno siglo XXI, donde la razón y el espíritu han entrado en conflicto.
El título ya nos podría ubicar en un campo definitivo, sin dobleces. Se podría considerar que al hablar del corazón entraríamos en un entramado de poemas románticos y cursis. Pero el mérito de este libro radica, contrariamente, en su superposición, ahí donde la idea del “corazón” como símbolo de la felicidad y el dolor, como un dios castigador y benefactor, se vuelve derrotero del yo poético que se sumerge en la carencia, en la pérdida y en la nostalgia de lo que pudo ser. El corazón, entonces, es propuesto como el lugar donde se pueden acomodar los pertrechos de la vida que se nos va agotando, una perfecta bodega: lo que un “corazón” alcanza a soportar como carga. Porque, aunque lo propuesto por Jonathan Guillén sea un relato por momentos confesional, podríamos darnos cuenta de que entre estos versos se suceden otras cuestiones:
… la pasión y la enfermedad el fuego que se extingue tarde o temprano todo deja de pertenecer.
(fragmento del poema titulado “Todo”, página 23)
Guillén logra proponer una disección, en donde las imágenes se traslucen, y la escritura propone demonios propios que llegan a hacerse cargo del funcionamiento, de quien quiere dar señales de vida.
Ya es muy tarde para cambiar
Nada más que agregar en mi defensa
Contemplo caer avionetas sobre las casas…
Los demonios
Se asoman desde el charco
Y todo el pasto muere bajo la multitud.
(fragmento poema Colapso, página 32).
En resumen, asistimos, posiblemente, a una reconsideración sobre la mirada romántica del amor burgués, donde el imaginario se concentra en ramos de flores, bombones, osos de peluche y globos en forma de corazón rellenos de helio. En este, el último libro del poeta iquiqueño, se reconfigura una observación al propio trabajo poético: en los anteriores títulos de Guillén “Urbana Siniestra” y “Abandono”, visitamos un articulado de relaciones personales que se ven obstruidas por una ciudad que complace de forma mercantil. Esta vez la operación se invierte, ya que la preocupación central es el cuerpo y el paso del tiempo, no a la pérdida de él. En el cuerpo y en ninguna otra parte es en donde se instala la enfermedad: los problemas que sufren estos Corazones Mínimos no es nada más que una muestra del derrumbe inevitable.
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Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com “Corazones mínimos” de Jonathan Guillén: un derrumbe inevitable
(Editorial Aparte, 2022)
Por Roberto Bustamante