Proyecto Patrimonio - 2018 | index  | Alberto Moreno    | Julián Gutiérrez   | Autores |
         
        
          
          
  
          
          
          
          
          
          
        
          
          
ENTREVISTA A ALBERTO MORENO:
“Pienso la escritura como puente a una vida mejor de la que recibimos”
        Por Julián Gutiérrez 
          
          
        
        
          
            
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          Más allá del canon de poetas  configurado en torno a los 90 y 2000 (producto de las antologías Diecinueve de Francisca Lange y Cantares de Raúl Zurita), existe una  serie de otros poetas chilenos que, nacidos también a partir en la década del  70, parecen importantes reconocer. Entre estos nombres, por ejemplo, están:  Octavio Gallardo (San Antonio, 1974), Giovanni Astengo (Santiago, 1972), y, por  cierto, Alberto Moreno (Santiago, 1972).
         Alberto Moreno es poeta y antropólogo  con un importante trabajo, de ya más de diez años, en el ámbito creativo y  cultural. En poesía ha publicado: Graves  Inconvenientes (Mosquito Ediciones, 2007); Falsos Pasos (Edit. Ventana Abierta, 2010); Espejismo y circunstancias (Comuna Literaria, 2012), Pretextos para los días (CRANN  Editores, 2015) y Repliegues (Las  Tentaciones de Penélope, 2017). Sobre el sentido de su escritura, Carmen  Berenguer, en el 2013 afirmó: “Alberto Moreno, escribe poesía por el  acompañamiento musical que hay entre las palabras y lo silente. Escribe las  derrotas propias y ajenas. Escribe para enamorarse de las palabras que  inventará el amor a una muchacha triste. Escribe por los acompañamientos y por  las ausencias”.
         Aquí algunas reflexiones del poeta  sobre su trayectoria y pensar creativo. Se agrega una breve muestra poética, a  modo de complemento de este diálogo. Dicha muestra permite reforzar la  inquietud de un sujeto que, desde el borde de la cotidianidad, parece querer ir  resistiendo con conciencia las amenazas de la deshumanización en curso.
        
        — ¿Cómo ocurrieron tus inicios literarios, en términos  de ambientes, amistades e inquietudes?
          — Debo el amor a los libros y por la literatura  a mi abuela materna, quien tenía en su casa una buena cantidad de obras, varios  textos escolares, entre los cuales conocí a Ray Bradbury, Francisco Coloane,  Manuel Rojas, entre las primeras lecturas que aún recuerdo con claridad. Eso  fue durante el segundo ciclo de básica, séptimo u octavo año. Lo encuentro  notable, porque eran las lecturas de la escuela pública donde estudiamos todos  en la familia, la DN 403, entonces eso habla de una opción por temas y autores importantes,  con obras destacadas, influyentes. La paradoja es que eso ocurre a principios  de los años ochenta, en dictadura, en un sector popular, y en una escuela  básica. Esas lecturas de plan escolar, aun me parecen una curiosidad grande… si  lo comparamos con lo que se lee hoy. 
          Luego en la adolescencia y primera  juventud, viene el encuentro -personal- con la poesía y la narrativa.
        —¿Qué  autores influyeron en tu trabajo de aquel entonces?  ¿Cómo y por qué consideras que ocurrió esa  influencia?
            — Comencé  hablando de lecturas, y lo seguiré haciendo, pues yo me inicio en la escritura [con  publicaciones y editoriales] siendo bastante mayor, después de los 30. Hasta  ese momento, estoy en permanente búsqueda literaria, plagada de autores,  épocas, géneros. A medida que pasan los años, encuentro esos otros libros que  no estaban en casa de mi abuela. En la casa familiar no había ninguno, y la  verdad, es que no se leía nada. Era un panorama común de la época en todo caso.  La cosa es que salí a buscar y hallé múltiples autores: al Neruda romántico, Crepusculario,  los 20 poemas de amor, y las Odas; a Pezoa Véliz, y sus poemas como canciones,  melodiosos. Ocurren los primeros acercamientos a la obra de Parra, sobre todo  por Obra Gruesa.  En general son  ediciones bien sencillas, la mayor parte de los poemas que leía, eran encontrados  en antologías, o citados en libros de estudio, cosas de bajo costo a las que en  esa época era posible acceder, te hablo de finales de los años ochenta. También  comienzo a leer psicología, libros de arte, y años después cuando voy a la  universidad, por el 93, que era una pequeña escuela de humanidades, y de  izquierda, ahí se produce un cambio importante. 
         Pero  aún queda mucho tiempo para seguir leyendo, ensayar los primeros escritos, y  entrar en las experiencias vitales más complejas. A los 20 años me voy de la casa  de mis padres, y con ello viene la antropología, la vida en pareja, y un  larguísimo recorrido por diferentes espacios de la ciudad, [ocho cambios de barrio  hasta hoy]. Luego de esas experiencias, viene otra literatura, y aparecen el  cine y el jazz. 
        —¿Cómo definirías tu proyecto ejercicio escritural en cuanto  a intenciones o propuestas creativas?
            — Siento que ha devenido en una  reflexión sobre el lenguaje, desde la prosa poética, con influencias muy  diversas y sobre todo, cada vez más abiertas. Mi obsesión central está en  relación con el efecto que nos provoca el paso del tiempo… y a las  posibilidades de guardar – o no- silencio. Lo que nos ocurre, como seres  humanos, en el transcurrir de esas fuerzas y condiciones, es un motivo para  escribir, ensayar respuestas, aunque más bien lo que uno hace es reformular  ciertas dudas o conmociones habituales en todos los hombres y mujeres que  entran en este oficio. Y por extensión, son las preguntas o respuestas de todos  nosotros. La situación diferente es que uno la escribe y luego lo divulga, lo  hace público ¿por qué…? no lo sé. Pienso la escritura como puente a una vida  mejor de la que recibimos. En la poesía como un misterio que afecta para  siempre tu vida.
         Hay obras inabarcables, de escritores  voraces e incansables, de miles de páginas e infinitos tomos. Otras que son breves,  leves, como suspiros humanos, o arrullos del viento.  Después de pasar por la Academia y estudiar  sociología y antropología recibí una cantidad de influencias y nuevos horizontes  en la escritura, que son difíciles de manejar. Ahí te das cuenta de que es  demasiada la información disponible… obras, autores, épocas, escuelas,  bibliotecas, y que jamás podrás leer todo eso, ni menos, llegar a conocerlo en profundidad,  y te quedas con ciertos amores, tus “afinidades electivas”: Bataille, Blanchot,  Char, Lezama Lima, Cabrera Infante, Paz, Vallejo. O Pizarnik, Lispector,  Dickinson. Y los entrañables Teillier, Alfonso Alcalde, Enrique Lihn. Grandes  maestros como Huidobro o Gonzalo Rojas, o Gabriela Mistral, ella es fascinante en  su obra póstuma. Las listas son arbitrarias, molestas, y con esto recién  nombrado, creo que hay trabajo y pasión para toda una vida dedicada al oficio  de escribir y leer. 
        —¿Qué factores consideras determinantes en tu proceso  creativo?
            — El silencio, caminar a diario, y estar  solo. Antes escribía solo por las noches. Ahora, por la mañana, bien temprano.  Y en cualquier lugar de la casa, aunque preferentemente, frente a las ventanas  del comedor, que miran a unos jardines y árboles, ahí se escuchan los pájaros.
         Después de publicar cuatro libritos  propios y una veintena de artículos, de trabajar en dos editoriales pequeñas,  he tenido la suerte y el privilegio de hacer libros para otros, editar  revistas, organizar seminarios y congresos… a qué voy con esto… se hace el  oficio. Se construye el taller, el laboratorio, cada cual arma -o desarma- su “cuarto  propio”. Vidente fue uno solo. Y lo cambió todo, por el desierto y la  extrañeza. Para el resto de los mortales, está el trabajo, tener un método,  forjarse un carácter. Y quizá un día, llegar a tener voz propia.
        — ¿Qué criterios usas para identificar un buen poema?
        — Julián, respondo a esto con palabras  de García Lorca: “… Lo que es luz en un poeta, puede ser fealdad en otro, y desde  luego sepamos todos que la poesía no se entiende. La poesía se recibe, la  poesía no se analiza, la poesía se ama”.
        —¿En qué  proyecto literario estás trabajando actualmente?
            — Estoy  cerrando una obra que he llamado Impiedad -antes del fin-. Está marcada por el  dolor que provoca esta época de brutalidad e individualismo agresivo, el egotismo  de la selfie, el autobombo en las redes sociales. Cero aporte, las bulladas tecnologías  de información son funcionales para quienes ya tienen educación y formación  previa, desde la infancia, es decir, no para el pueblo, a las masas vaya el  embrutecimiento colectivo y vamos pagando la cuenta del móvil todos los meses.  La publicidad es el opio del pueblo. 
        
         
        Muestra poética
        
          
            
              Absorbo ilusiones
                A Patricia
              Voy de un  lugar a otro
                lleno  espacios vacíos, carentes, absolutamente faltos
                intento  ser el entusiasta de otros años,
                de un  momento a otro, me lleno de proyectos del día
                de la  semana. No más allá.
                Lucho  apretando los dientes y cerrando los ojos
                contra la  nada que nos borra segundo a segundo
                pero se  corta el cable a tierra demasiadas veces al día
                fallo,  falto, tiemblo, desconozco lo que acecha
                y la  normalidad de la normalidad me asquea
                no  retengo felicidades o armonías
                una  sensación de aplazamiento se instala
                me quedo  sin respuestas, dejo
                que los  demás hablen, digan, me borro
                dejo de  estar ahí
                considero  inútil la réplica o el soplido de las palabras
                pues el  ser no está allí como tampoco está acá
                el ser el  sujeto la palabra
                tropos
                    pavoneos de nada.
              Ciertos  cuadros que consagro por momentos
                me salvan  de la inacción
                que  significo a cada instante
                una  música, un saxo una guitarra
                un ritmo  tribal o alguna banda sonora de una película vista hasta el
                cansancio,  viejas calles re - corridas, la obra de ciertos hombres
                la muerte  de los más jóvenes en su afán de justicia
                en su  afán de lucha desproporcionada, el individuo.
               
              Algún  capítulo de la historia, ciertas metáforas
                ciertos  sueños conscientes y otras ideas fijas
                y ante  todo, tu cuerpo, ese trozo de verdad
                por sobre  todas las cosas.
                Es lo que  ocurre, lo que hay, lo que sí está
                no el ser  no el sujeto no la palabra
                fragmentos  de memoria cotidiana
                fisuras  olvidos
                    La fermentación de las aguas del  tiempo…el éxtasis de lo que por fin se
                    pudre para siempre.
               
              Octubre 2003
              Escribir  poesía
                leer poesía
                como leer  las líneas de la mano
                sortear  unos cuantos malos años y
                a pesar  de eso
                no  olvidarlo todo.
                Hacer  efectivamente lo que quisiste
                Aprender  a estar solo
                y vivir  en cierto modo retrasando lo
                inevitable
                entender  que hablamos - decimos - enunciamos
                algo que  esencialmente no está
                por su  pura irreconocibilidad
                que  impronunciable es
                que de  las manos y ojos se nos va
                como de  la punta de los labios
                esa  palabra que nunca dijimos.
                Cosas  como esas
                a  velocidad luz.
               
              Breve variación sobre La colonia  penitenciaria
                De Kafka
              Una  máquina de tormento que graba “el delito” en la piel del reo
                -el  culpable-: un artefacto que perpetúa en la memoria
                Metafísica  del condenado el rostro de Alá: la justicia divina, esa farsa
                atroz de  lo incuestionable.
                Máquina  del dolor
                aparato  del terror
                una  intención más que una cosa, obcecada, dura, malditamente
                persistente.
               
              El sujeto aquel
              No  resulta fácil volver a casa todos los días
                sin  perderse por ahí en los caminos
                como  tampoco es sencillo aprender a quererse 
                -tardamos  en eso tantos años-
                para  luego, por un sentimiento soterrado, 
                desandar  torciendo el camino
                y empezar  a odiar,
                (al otro,  a uno mismo) en fin,
              La  disolución del sujeto me parece una puerta
                imposible  de tocar 
                entrevisión  de un más allá
                del cual  no se regresa y del que  
                sería  mejor no hablar,
                pues el  sueño tampoco nos da refugio,
                corres y  corres, pero no alcanzas a librarte
                porque el  sujeto aquel,
                jamás  desaparece.
            
          
        
         
        Julián  Gutiérrez (San Ignacio, 1972). Profesor, Magíster en Literatura y Doctor en Estudios Americanos  por la Universidad de Santiago de Chile. Ha publicado los poemarios: Epopeya de la luz (2005), Pie de página (2008),  Film de  los paisajes (2010) y Territorio  extraño (2017). Además, las antologías: Panorámica  de la poesía de Maipú (2006), Ricardo  Navia: Cantos a la muerte (2008) y Fin  de Siglo: nueva poesía chilena de los 80 (2009).