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ENTREVISTA A ALBERTO MORENO:

“Pienso la escritura como puente a una vida mejor de la que recibimos”

Por Julián Gutiérrez



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Más allá del canon de poetas configurado en torno a los 90 y 2000 (producto de las antologías Diecinueve de Francisca Lange y Cantares de Raúl Zurita), existe una serie de otros poetas chilenos que, nacidos también a partir en la década del 70, parecen importantes reconocer. Entre estos nombres, por ejemplo, están: Octavio Gallardo (San Antonio, 1974), Giovanni Astengo (Santiago, 1972), y, por cierto, Alberto Moreno (Santiago, 1972).

Alberto Moreno es poeta y antropólogo con un importante trabajo, de ya más de diez años, en el ámbito creativo y cultural. En poesía ha publicado: Graves Inconvenientes (Mosquito Ediciones, 2007); Falsos Pasos (Edit. Ventana Abierta, 2010); Espejismo y circunstancias (Comuna Literaria, 2012), Pretextos para los días (CRANN Editores, 2015) y Repliegues (Las Tentaciones de Penélope, 2017). Sobre el sentido de su escritura, Carmen Berenguer, en el 2013 afirmó: “Alberto Moreno, escribe poesía por el acompañamiento musical que hay entre las palabras y lo silente. Escribe las derrotas propias y ajenas. Escribe para enamorarse de las palabras que inventará el amor a una muchacha triste. Escribe por los acompañamientos y por las ausencias”.

Aquí algunas reflexiones del poeta sobre su trayectoria y pensar creativo. Se agrega una breve muestra poética, a modo de complemento de este diálogo. Dicha muestra permite reforzar la inquietud de un sujeto que, desde el borde de la cotidianidad, parece querer ir resistiendo con conciencia las amenazas de la deshumanización en curso.

¿Cómo ocurrieron tus inicios literarios, en términos de ambientes, amistades e inquietudes?
Debo el amor a los libros y por la literatura a mi abuela materna, quien tenía en su casa una buena cantidad de obras, varios textos escolares, entre los cuales conocí a Ray Bradbury, Francisco Coloane, Manuel Rojas, entre las primeras lecturas que aún recuerdo con claridad. Eso fue durante el segundo ciclo de básica, séptimo u octavo año. Lo encuentro notable, porque eran las lecturas de la escuela pública donde estudiamos todos en la familia, la DN 403, entonces eso habla de una opción por temas y autores importantes, con obras destacadas, influyentes. La paradoja es que eso ocurre a principios de los años ochenta, en dictadura, en un sector popular, y en una escuela básica. Esas lecturas de plan escolar, aun me parecen una curiosidad grande… si lo comparamos con lo que se lee hoy. Luego en la adolescencia y primera juventud, viene el encuentro -personal- con la poesía y la narrativa.

¿Qué autores influyeron en tu trabajo de aquel entonces?  ¿Cómo y por qué consideras que ocurrió esa influencia?
Comencé hablando de lecturas, y lo seguiré haciendo, pues yo me inicio en la escritura [con publicaciones y editoriales] siendo bastante mayor, después de los 30. Hasta ese momento, estoy en permanente búsqueda literaria, plagada de autores, épocas, géneros. A medida que pasan los años, encuentro esos otros libros que no estaban en casa de mi abuela. En la casa familiar no había ninguno, y la verdad, es que no se leía nada. Era un panorama común de la época en todo caso. La cosa es que salí a buscar y hallé múltiples autores: al Neruda romántico, Crepusculario, los 20 poemas de amor, y las Odas; a Pezoa Véliz, y sus poemas como canciones, melodiosos. Ocurren los primeros acercamientos a la obra de Parra, sobre todo por Obra Gruesa.  En general son ediciones bien sencillas, la mayor parte de los poemas que leía, eran encontrados en antologías, o citados en libros de estudio, cosas de bajo costo a las que en esa época era posible acceder, te hablo de finales de los años ochenta. También comienzo a leer psicología, libros de arte, y años después cuando voy a la universidad, por el 93, que era una pequeña escuela de humanidades, y de izquierda, ahí se produce un cambio importante.

Pero aún queda mucho tiempo para seguir leyendo, ensayar los primeros escritos, y entrar en las experiencias vitales más complejas. A los 20 años me voy de la casa de mis padres, y con ello viene la antropología, la vida en pareja, y un larguísimo recorrido por diferentes espacios de la ciudad, [ocho cambios de barrio hasta hoy]. Luego de esas experiencias, viene otra literatura, y aparecen el cine y el jazz.

¿Cómo definirías tu proyecto ejercicio escritural en cuanto a intenciones o propuestas creativas?
Siento que ha devenido en una reflexión sobre el lenguaje, desde la prosa poética, con influencias muy diversas y sobre todo, cada vez más abiertas. Mi obsesión central está en relación con el efecto que nos provoca el paso del tiempo… y a las posibilidades de guardar – o no- silencio. Lo que nos ocurre, como seres humanos, en el transcurrir de esas fuerzas y condiciones, es un motivo para escribir, ensayar respuestas, aunque más bien lo que uno hace es reformular ciertas dudas o conmociones habituales en todos los hombres y mujeres que entran en este oficio. Y por extensión, son las preguntas o respuestas de todos nosotros. La situación diferente es que uno la escribe y luego lo divulga, lo hace público ¿por qué…? no lo sé. Pienso la escritura como puente a una vida mejor de la que recibimos. En la poesía como un misterio que afecta para siempre tu vida.

Hay obras inabarcables, de escritores voraces e incansables, de miles de páginas e infinitos tomos. Otras que son breves, leves, como suspiros humanos, o arrullos del viento.  Después de pasar por la Academia y estudiar sociología y antropología recibí una cantidad de influencias y nuevos horizontes en la escritura, que son difíciles de manejar. Ahí te das cuenta de que es demasiada la información disponible… obras, autores, épocas, escuelas, bibliotecas, y que jamás podrás leer todo eso, ni menos, llegar a conocerlo en profundidad, y te quedas con ciertos amores, tus “afinidades electivas”: Bataille, Blanchot, Char, Lezama Lima, Cabrera Infante, Paz, Vallejo. O Pizarnik, Lispector, Dickinson. Y los entrañables Teillier, Alfonso Alcalde, Enrique Lihn. Grandes maestros como Huidobro o Gonzalo Rojas, o Gabriela Mistral, ella es fascinante en su obra póstuma. Las listas son arbitrarias, molestas, y con esto recién nombrado, creo que hay trabajo y pasión para toda una vida dedicada al oficio de escribir y leer.

¿Qué factores consideras determinantes en tu proceso creativo?
El silencio, caminar a diario, y estar solo. Antes escribía solo por las noches. Ahora, por la mañana, bien temprano. Y en cualquier lugar de la casa, aunque preferentemente, frente a las ventanas del comedor, que miran a unos jardines y árboles, ahí se escuchan los pájaros.

Después de publicar cuatro libritos propios y una veintena de artículos, de trabajar en dos editoriales pequeñas, he tenido la suerte y el privilegio de hacer libros para otros, editar revistas, organizar seminarios y congresos… a qué voy con esto… se hace el oficio. Se construye el taller, el laboratorio, cada cual arma -o desarma- su “cuarto propio”. Vidente fue uno solo. Y lo cambió todo, por el desierto y la extrañeza. Para el resto de los mortales, está el trabajo, tener un método, forjarse un carácter. Y quizá un día, llegar a tener voz propia.

¿Qué criterios usas para identificar un buen poema?
Julián, respondo a esto con palabras de García Lorca: “… Lo que es luz en un poeta, puede ser fealdad en otro, y desde luego sepamos todos que la poesía no se entiende. La poesía se recibe, la poesía no se analiza, la poesía se ama”.

¿En qué proyecto literario estás trabajando actualmente?
Estoy cerrando una obra que he llamado Impiedad -antes del fin-. Está marcada por el dolor que provoca esta época de brutalidad e individualismo agresivo, el egotismo de la selfie, el autobombo en las redes sociales. Cero aporte, las bulladas tecnologías de información son funcionales para quienes ya tienen educación y formación previa, desde la infancia, es decir, no para el pueblo, a las masas vaya el embrutecimiento colectivo y vamos pagando la cuenta del móvil todos los meses. La publicidad es el opio del pueblo.

 

Muestra poética

Absorbo ilusiones
A Patricia

Voy de un lugar a otro
lleno espacios vacíos, carentes, absolutamente faltos
intento ser el entusiasta de otros años,
de un momento a otro, me lleno de proyectos del día
de la semana. No más allá.
Lucho apretando los dientes y cerrando los ojos
contra la nada que nos borra segundo a segundo
pero se corta el cable a tierra demasiadas veces al día
fallo, falto, tiemblo, desconozco lo que acecha
y la normalidad de la normalidad me asquea
no retengo felicidades o armonías
una sensación de aplazamiento se instala
me quedo sin respuestas, dejo
que los demás hablen, digan, me borro
dejo de estar ahí
considero inútil la réplica o el soplido de las palabras
pues el ser no está allí como tampoco está acá
el ser el sujeto la palabra
tropos
pavoneos de nada.

Ciertos cuadros que consagro por momentos
me salvan de la inacción
que significo a cada instante
una música, un saxo una guitarra
un ritmo tribal o alguna banda sonora de una película vista hasta el
cansancio, viejas calles re - corridas, la obra de ciertos hombres
la muerte de los más jóvenes en su afán de justicia
en su afán de lucha desproporcionada, el individuo.

 

Algún capítulo de la historia, ciertas metáforas
ciertos sueños conscientes y otras ideas fijas
y ante todo, tu cuerpo, ese trozo de verdad
por sobre todas las cosas.
Es lo que ocurre, lo que hay, lo que sí está
no el ser no el sujeto no la palabra
fragmentos de memoria cotidiana
fisuras olvidos
La fermentación de las aguas del tiempo…el éxtasis de lo que por fin se
pudre para siempre.

 

Octubre 2003

Escribir poesía
leer poesía
como leer las líneas de la mano
sortear unos cuantos malos años y
a pesar de eso
no olvidarlo todo.
Hacer efectivamente lo que quisiste
Aprender a estar solo
y vivir en cierto modo retrasando lo
inevitable
entender que hablamos - decimos - enunciamos
algo que esencialmente no está
por su pura irreconocibilidad
que impronunciable es
que de las manos y ojos se nos va
como de la punta de los labios
esa palabra que nunca dijimos.
Cosas como esas
a velocidad luz.

 

Breve variación sobre La colonia penitenciaria
De Kafka

Una máquina de tormento que graba “el delito” en la piel del reo
-el culpable-: un artefacto que perpetúa en la memoria
Metafísica del condenado el rostro de Alá: la justicia divina, esa farsa
atroz de lo incuestionable.
Máquina del dolor
aparato del terror
una intención más que una cosa, obcecada, dura, malditamente
persistente.

 

El sujeto aquel

No resulta fácil volver a casa todos los días
sin perderse por ahí en los caminos
como tampoco es sencillo aprender a quererse
-tardamos en eso tantos años-
para luego, por un sentimiento soterrado,
desandar torciendo el camino
y empezar a odiar,
(al otro, a uno mismo) en fin,

La disolución del sujeto me parece una puerta
imposible de tocar
entrevisión de un más allá
del cual no se regresa y del que 
sería mejor no hablar,
pues el sueño tampoco nos da refugio,
corres y corres, pero no alcanzas a librarte
porque el sujeto aquel,
jamás desaparece.

 

Julián Gutiérrez (San Ignacio, 1972). Profesor, Magíster en Literatura y Doctor en Estudios Americanos por la Universidad de Santiago de Chile. Ha publicado los poemarios: Epopeya de la luz (2005), Pie de página (2008),  Film de los paisajes (2010) y Territorio extraño (2017). Además, las antologías: Panorámica de la poesía de Maipú (2006), Ricardo Navia: Cantos a la muerte (2008) y Fin de Siglo: nueva poesía chilena de los 80 (2009).


 

 

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“Pienso la escritura como puente a una vida mejor de la que recibimos”
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