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CORRER LA VOZ
A propósito de Palabras. Poesía Chilena Contemporánea
(Santiago: Santiago Inédito, 2018)

Por Julián Gutiérrez



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Poesía y crítica, en tanto creación y reflexión sobre la creación, parecen estar ineludiblemente unidas. El poema mismo como experiencia lírica e intelectual responde, en mayor o menor grado, a una sensibilidad cultivada, con conciencia crítica y saber aprendido. De hecho, es posible percibir, desde los orígenes de la poesía moderna, la práctica de la crítica en el quehacer del poeta. Algunos ejemplos en este sentido son: Poe, Baudelaire, Mallarmé y Válery, en la tradición general; y Jorge Teillier, Enrique Lihn, Naín Nómez, Raúl Zurita, Carlos Cociña, Jesús Sepúlveda, Luis Correa-Díaz o Mané Zaldívar, Isabel Gómez y Jessica Atal, en el ámbito más cercano. Todos nombres que, entre muchos otros, pueden ser asociados a una voluntad de no sólo visibilizar lecturas, sino también de dar conciencia y rigurosidad a la propia escritura. Es más, ya sea desde el esfuerzo divulgativo, la aproximación ensayística o la creación, la “pasión crítica” parece ser una condición exigible a todo poeta. Esto porque, tal como lo indica Octavio Paz y lo reafirma después Eduardo Milán, en dicho ímpetu radicaría el legado más valioso de la poesía dentro de la denominada “tradición de la ruptura”. Por lo tanto, ¿será redundante una obra antológica cuyo criterio de selección sea esta suerte de “doble militancia” crítico-creativa del poeta?

Palabras. Poesía chilena contemporánea. (Santiago Inédito, 2018), es una antología que, en sus 104 páginas, parece querer interpelarnos en el sentido de lo anteriormente planteado. Esto al consignar en su tapa que el criterio usado para su estructuración considera autores que, “además de tener obra poética, tienen un riguroso y sostenido trabajo en el área de la difusión del libro y la crítica literaria”. No se trata de una muestra pensada en el sentido de configurar una “generación”, un movimiento o tema específico, como suele usarse. El elemento explicitado para la selección de los 8 autores que conforman la muestra es esta suerte de coexistencia de desempeños: lo creativo y lo crítico. Es desde aquí que se invita a leer entonces a: Pedro Lastra (Quillota, 1932), Sergio Rodríguez (Santiago, 1963), Braulio Fernández (Santiago, 1967), Marcelo Rioseco (Concepción, 1967), Francisco Véjar (Viña del Mar, 1967), Cristián Cruz (San Felipe, 1973), Santiago Barcaza (Valparaíso, 1974), y Roberto Onell (Santiago, 1975). Todos acreedores, efectivamente, de una conocida trayectoria escritural en los ámbitos de la creación y la crítica literaria. Cómo no destacar el fecundo aporte de Pedro Lastra en el ámbito de la poesía y el estudio literario desarrollado dentro y fuera del país. O de Sergio Rodríguez, quien, además de haber consolidado una interesante propuesta poética, ha colaborado como crítico en medios como: Literatura y libros, El Siglo, Pluma y Pincel, Carajo, entre otros. O el trabajo específico de los poetas Rioseco y Fernández a través de la trilogía de libros publicados por Editorial Universitaria: Anguita 20/20 (2012), Teillier Crítico (2014), y Martínez Total (2016). O el desarrollado por Véjar y Onell en Artes y Letras de El Mercurio.  En definitiva, y más allá de evidentes exclusiones y de la  ausencia de mujeres en la muestra, Palabras puede considerarse como una antología que da cuenta de un área interesante de leer con atención: la del poeta que ha desarrollado un trabajo creativo y crítico. Ahora, sin bien los autores de esta muestra responden a esa consideración, tal vez una de las preguntas que pueda sugerirnos su lectura sea sobre cómo se manifiesta esta confluencia resaltada de los autores en los poemas que la selección nos presenta.

A diferencia de la polémica española entre “poesía de la experiencia” y “poesía de la conciencia crítica”, en Latinoamérica y, por lo tanto, en Chile, parece que la dimensión crítica de los discursos poéticos se da por sentada: al ser la “otra-cara” de la modernidad, nuestro camino es uno que ha asumido el núcleo de lo moderno en el sentido de una superación mediante la crítica, nos dicen pensadores desde Octavio Paz hasta Enrique Dussel. Sin embargo, sobre todo por la rimbombancia adquirida por ciertas teorías oclusivas en nuestra intelectualidad y a propósito de Palabras, posiblemente sea una discusión necesaria de plantear para volver a mirar situaciones ya instaladas como: la “crítica” actual, las publicaciones de nuestras editoriales “independientes” y no, o de la misma poesía que se ha escrito y escribe hasta hoy. ¿Hacia dónde se orienta la mirada de las “creaciones” que se publican y promocionan? Es muy probable que nada se haga inocentemente, y, por lo tanto, haya también una intención o compromiso subyacente en cada discurso. La cuestión entonces sería, cualquiera sea la función que tenga la escritura literaria (sea para el goce, el juego o la introspección), ¿qué es lo que se cuestiona o refuerza dentro de lo que se escribe, publica y sugiere leer hoy? ¿Todo proviene de sujetos “en lugar tranquilo”, como diría Eduardo Milán, que hablan desde cierta comodidad y complacencia con el estado actual de las cosas? ¿Qué compromiso manifiestan estos poetas en el plano del contenido y en la forma misma de (des)estructurar sus textos?

En una lectura del conjunto de los poemas que componen la antología Palabras, el lector tal vez pueda coincidir que, a pesar de una aceptación de la “tradicional” forma del verso, se expresa en los textos un particular cuestionamiento del mundo y de las posibilidades de la escritura poética misma. El sujeto que aquí transita es uno que parece muy consciente de las propias limitaciones y de las del mundo donde habita. La figura usada, para tal efecto, confluye en la del “extranjero”: ser que, por habitar un espacio y tiempo impropio, sufre una suerte de “extrañamiento”. Situación que se hace evidente a partir del poema “Datos personales” de Lastra, autor que inicia la muestra declarando en dicho texto: Mi patria es un país extranjero, en el sur, / en el que vive una parte de mí /  y sobrevive una imagen” (p.9). Aquí el hablante no solo deja entreverse como un sujeto alienado, sino que denuncia también la existencia de una amenaza: “Hace tiempo, el país fue invadido / por fuerzas extrañas / que aún siento venir en las noches / a poblar otra vez mis pesadillas” (p.9). Situación que luego refuerza la poética de Marcelo Rioseco, quien, en la primera parte de su poema titulado “Hoy he despertado en español”, confiesa:

Hoy he despertado en español y me he puesto remoto,
hoy me he sentado en español y he escrito
para no olvidarme que despierto y me siento en español,
pero vivo en inglés. Esa es la única realidad que me obliga
llena de palabras duras, de verbos sajones e industriales,
de pronombres que me cierran el paso
y son grandes en número como mis recuerdos.
(…)
(p.45). 

Este sentimiento de exilio es complementado también por Sergio Rodríguez, quien en los primeros versos de su poema “Wurlitzer”, dice: “Cuando entro a esta casa veo un hombre / escuchando canciones que dejaron de existir, / letras cuyo baile está perdido” (p.24). Aquí, lo que “inquieta” o extraña al hablante no es tanto la existencia de un hombre que tercamente sintoniza “canciones que dejaron de existir”, sino el hecho de darse cuenta de que esas canciones del pasado lo habitan también a él:

(…)
aunque el problema no es su existencia
ni la soledad ni lo terco que puede ser un hombre
escuchando canciones que ya dejaron de existir

el problema es que al cerrar la puerta
comienzo a oír suavemente, apenas
una canción sin nombre.
(p.24).

Por su parte, Francisco Véjar nos habla de un andar “por enrarecidas calles” donde “gentíos sombríos” parecen caminar “a tientas”, sin percibir “el destello de la nada”, lo bello de las ruinas, o el transcurrir mismo de la muerte. Con esto, en él (como también en Rodríguez) parece haber una incomodidad con el mundo presente y una identificación con un pasado que parece “perdido”, pero que de alguna manera sigue morando en el hablante como deseo y señal de esperanza: “Quiero vivir en un país como tus ojos / más nítido que las horas que el tiempo deshecha, / más lúcido y real”, nos dirá Véjar en uno de sus poemas (p.58).

Por otra parte, en cuanto a la escritura misma, se trata de textos que se distancian de concepciones que consideran al poeta como un ser sagrado y a la poesía como un acto fundante. Hay aquí, más bien, las huellas de un compromiso con la noción de un sujeto precario, consciente de las propias limitaciones y del acto de escribir. Cristian Cruz, por ejemplo, hace referencia a “las rústicas palabras” de un poeta, cuya vida “ha sido un bodrio” y que es incapaz de cualquier revolución: “de flores / de poesía, o de amor” (p.77). El sentimiento que transciende en los textos tiene que ver con la melancolía de un lugar mejor para vivir, de una patria que, como la propia poesía, se (re)escriba y mejore constantemente. Es una poesía que se traza en el límite de la (im)posibilidad del decir y del subvertir la adversidad. Instalados en esa cotidiana orfandad -la del silencio y de la muerte- , es que esta poesía, tal vez como muchas, se nos presenta finalmente, bajo la imagen de una inmolación. Situación expresada por Sergio Rodríguez en su texto “Bonzo para una escritura suicida”, donde nos advierte que el poeta no debe ser visto como la “ceniza” que deja, sino como expresión de un “segundo de luz” (p.21) que debe ser aprehendido y comunicado como en un correr la voz.  No hay aquí, a mi modo de entender, en esta suerte de pesimismo, una renuncia o exacerbación de la imposibilidad posmoderna, se trata más bien del compromiso con una lucha dada por sujetos que, incómodos con un mundo visto como ajeno y hostil, resisten hasta el final. Muy conscientes, tal vez, de lo que ha dicho Blanchot, a propósito de Mallarmé: “Quien profundiza el verso muere, encuentra su muerte como abismo”.

 

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REFERENCIAS:

Blanchot, Maurice. El espacio literario. Trd. Viky Palant y Jorge Jinkis. Madrid: Editora Nacional, 2002.
Dussel, Enrque. Filosofía de la liberación. México: Fondo de Cultura Económica, 2011.
Milán, Eduardo. Resistir. Insistencia sobre el presente poético. México: Fondo de Cultura Económica, 2004.
Paz, Octavio. Los hijos del Limo. Santiago: Tajamar Editores, 2008.



 

 

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