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Leyendo un Mapa Roto con ojos mapuche: "Hay algo como una batalla que no duerme"
Por Maribel Mora Curriao
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El imaginario de país mapuche se construyó sobre la base de territorios ancestrales modificados de acuerdo a sucesivos tratados con españoles y chilenos. Geografía dispersa, la de este país mapuche, a consecuencia de guerras y violencias, pero también de pactos y alianzas que cedieron territorio esperando el remanso de una paz que rara vez llegó y traicionada finalmente con la ocupación militar a ambos lados de la Cordillera de Los Andes. Esa es la primera imagen de mapa roto que brota desde la mirada mapuche, sesgada, por cierto, por la propia historia, la memoria y sus heridas. En nuestra retina se despliega el País de los Manzaneros, la Pampa, el desierto, el trazado de la Franja de Alsina, la Frontera, el Lafquen Mapu, el Pire Mapu y el ferrocarril decimonónico dibujando los senderos del progreso; pero los mapas de las repúblicas sobre estas líneas violentadas o negociadas -la cartografía como forma de limitar, delimitar, encerrar, legitimar, conocer y explicar-, se extendieron no sólo en un territorio geográfico, sino también en el imaginario de un pueblo, su historia, su identidad, que sostenida en paralelos y meridianos impuestos y autoimpuestos, ha buscado redibujar constantemente las líneas borradas de su origen. Un mapa dibuja, lo sabemos, la cartografía de una realidad pretendiendo sellarla para la historia. Un mapa roto como el que nos presenta Wenuan, o un mapa que se quema en la necesidad de deshacerse de “la palabra aprendida”, oculta algo y evidencia algo, a través de esa rotura. Lo incompleto de la imagen nos devela necesariamente otras imágenes.
Un mapa roto nos obliga, entonces, a imaginar en los intersticios o en las ausencias, rellenando esos espacios para completar la figura que signa un territorio. Imaginar las imágenes imaginadas por los personajes de Wenuan, conlleva transitar a tientas un espacio que desde un principio señala la imposibilidad de la juntura: un “puente arruinado”, su sangre, nos dice, y en su mano “la cosecha quemada del idioma”. Las coordenadas rotas son, por cierto, la tierra y la patria, la sangre y la memoria, la historia y la lengua. Y es la búsqueda de una nueva lengua, su propia lengua, aquella singular que todo poeta quiere alcanzar, lo que se constituye en eje de este poemario. Apelando a nuevos o antiguos códigos mapuche, mestizos, literarios, Wenuan más que reconstruir el tramado ausente, busca evidenciar el quiebre con un pasado remoto, con esa manoseada memoria a la que lo empuja su condición de poeta mapuche.
Buscando desmarcarse de esa urgencia, en éste, su segundo y bien logrado libro de poesía, Wenuan se encarga de decirnos que atrás quedó “la choza del pasado y la niebla que cubre a los muertos de [su] casta”, agregando, con clara alusión a su libro anterior -mucho más ligado a la memoria mapuche-, que: “Solo pasaba a saludar [...] cuando andaba en Romería” y refiriéndose a los ancestros deja ver que así podría “llevarlos en el cuello como a un cuarzo de la suerte”. Irónico y lúcido, sin poder ocultar las heridas del quiebre, la rotura del mapa que es también su propia rotura y la de todos sus personajes, traza claramente su proyecto escritural desde las primeras páginas y lo reafirma a medida que avanza en su escritura: “No celebro a la memoria ni a la certidumbre del pasado,/ pues todo cachivache del afecto, todo laurel, columna y familia,/ se contrae y despedaza a cada instante,/ como la esquirla de un planeta fallecido.” Y sin embargo, no puede negar que es la memoria “el viento que aviva los aciertos de [su] lengua”.
Es necesario tener en cuenta que aunque la intensa lectura de estas páginas pueda llevarnos a apresuradas conclusiones sobre pérdidas o despojos, el poeta no nos habla aquí desde esos tópicos, porque nada ha perdido quien nada ha tenido. Él se sitúa en ese límite posterior a la pérdida que sus antecesores recuerdan y de la que él ya no es parte; no lo son sus personajes que no lograron asir la lengua madre o no alcanzaron a hermanarse con bosques y treiles en esas “poblaciones ochenteras” o en ciudades más “cerca de farmacias” que de “la machi”. “Estoy en marcha” nos dice, para obligarnos a seguir la ruta trazada; y sentencia en su obsesión por la palabra que “no hay subsidio que remedie la amnesia del lenguaje”. Y sin embargo, el vate sabe, y no teme revelarlo en esos versos, que “un tambor calentado al fuego siempre latirá en [su] delirio”. Por eso sus personajes tienen nombres mestizos, híbridos, superpuestos, consecuencia de una historia de desencuentros que fue creando una patria informe sobre una cartografía imaginada rígida y perpetua.
Tampoco nos engañen sus referencias de años o lugares, no es la historia el espacio escogido para descansar el cuerpo y la palabra: “Bebe del pozo de la historia” nos dice el poeta “y haz barro de tu sed vulgar”, clausurando así esta salida, considerada por él, como una estrategia menor. Las luchas internas y externas, literarias y reales, estéticas y de contenidos, éticas y emocionales - humanas al final de cuentas, tan humanas como la poesía misma- se ven aquí desplegadas como en un campo de batalla dejando ver a través de la rotura del mapa, la contienda que no cesa.
Y en oposición a una poesía mapuche más telúrica, son las ciudades la esperanza en esta trama, el punto de llegada y de partida; las ciudades que elige nombrar Wenuan y que pueden constituirse en “una patria verdaderamente [suya]”; ciudades que pueden ser históricas o locales calles temuquenses, que sirven de escenario o de excusa a la ficción literaria que busca el poeta y en la que oculta o evidencia sus propias preguntas, vivencias y lecturas. Con la esperanza de encontrar la patria y las “raíces (verdaderas)” de los hijos y los muertos, los personajes avanzarán mirando más allá del mapa roto hacia una mirada digna y honesta de su sangre.
La reconstrucción del mapa/identidad/sangre/palabra/memoria mapuche queda así clausurada como proyecto. Pero persiste detrás o enfrente, en esta lectura, esa antigua cartografía que se obstina en aparecer, a pesar de la negación del autor. Y el poeta crítico y autocrítico por oficio y por vanidad, lo sabe. Sabe de la pugna que nos presenta en la palabra poética: la búsqueda dolorosa del ser, de la casa del ser, en el reconocimiento de un arraigo, a la vez deseado e imposible.
Hay poesía en este Mapa Roto, y poesía mapuche, de aquella que permanecerá en la memoria y la historia, aunque el poeta reniegue de ellas