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La calle de los poetas
La calle Mandelstam y otros territorios apócrifos, Jaime Huenún, Fondo de Cultura Económica 2016
Por Enrique Foffani
Publicado en https://www.pagina12.com.ar 12 de julio de 2017
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Excepto Ceremonias (1999) y Reducciones (2012), los demás libros llevan en el título un nombre propio: Puerto Trakl (2001), Fanon city meu (2014) y La calle Mandelstam (2016), están dedicados a figuras emblemáticas de la poesía y la política. Sería erróneo pensar los primeros como los libros vinculados a la cultura chileno-mapuche y la segunda serie a la cultura universal o continental. Jaime Huenún es un poeta que transita una doble vía no en el sentido de mundos paralelos sino más bien en el de un permanente espejeo entre el ámbito local y el universal, entre culturas etnovernáculas y la cultura occidental. Lo que sí acontece en su poética es el dilema histórico y social de la fisura que resquebrajó y resquebraja un mundo y el otro. Como Arguedas, Huenún está en una encrucijada de culturas pero el camino que toma es harto singular. Empedrada su lengua del mapudungun, del español castizo, del alemán, del inglés y el creole y de otras lenguas amerindias, escuchamos las resonancias de esos vocablos no sólo por su música interior o el mayor o menor grado de extrañeza y de belleza sino porque devienen, de poema en poema, las huellas sonoras de la Historia. De esta esfera jamás se escinde la poesía de Jaime Huenún: no sólo da cuenta de su carácter acontecimiental sino también de sus versiones más minoritarias, más microscópicas y más contrapolíticas. Su poesía no es historiográfica ni documental sino un estado permanente de la lengua que la poesía suscita con el espesor de una palabra pulida en el flujo sedimentado de los tiempos históricos desde los precolombinos y coloniales a los neoliberales de la actualidad latinoamericana. En este aspecto Fanon city meu es un libro casi despiadado que habla del fracaso de las revoluciones pero también de esa chispa emancipatoria que puede ser encendida en cualquier momento de la historia por “los condenados de la tierra”.
Los nombres propios van asociados a espacios muy precisos: el poeta de lengua alemana al puerto, Frantz Fanon a la ciudad y el poeta ruso Ossip Mandelstam a la calle. Familia de espacios que cartografía las travesías y los tránsitos, que conecta la tierra firme con el mar y la calle con todas las ciudades del continente. Se trata del viaje del sujeto moderno que perfila la figura de poeta como un deambulante, uno que practica el nomadismo y se embarca en el puerto para irse o desembarca en él puesto que -leemos-: “a Puerto Trakl los poetas vienen a morir”. Los nombres propios también viajan y lo hacen en el espacio y también en el tiempo: el poeta expresionista de lengua alemana se traslada a un puerto situado quizás en los confines del sur de Chile; el revolucionario sale de su isla natal para prestar su nombre a una ciudad latinoamericana que las condensa a todas; y el poeta ruso condenado a un Gulag vuelve como un peatón desaparecido caminando sobre las aceras de la memoria del poema:“Sabemos por ahora –y siempre lo supimos–/ que en la casa ambulante del poeta proscrito/ montan guardia serena en vigilia y en sueño/ los dioses tutelares de la ruina y la cruz”.
Nombres, espacios, tiempos: la poética de Jaime Huenún interviene tanto la geografía como la historia, tanto la oralidad como la escritura, tanto la cultura chileno huilliche como la cultura occidental. Sus opciones no son ni el mero entresijo del mestizaje ni la masa acrítica de una mezcla, más bien lo que acontece es el continuo proyectarse en la otredad de sí y un circunnavegar una y otra vez ese vacío que implica para el sujeto abandonarse a la desetnización y volver, después, a tomar el territorio de los vínculos ancestrales. Y ahora, después de Trakl, el poeta que sucumbe a la locura y funda un puerto y de Fanon que funda una ciudad latinoamericana, irrumpe de pronto Mandelstam, ese poeta que cayó en desgracia por escribir un poema contra Stalin y murió en la lejanía más inhóspita que es la separación de sus seres queridos.
Considerar que el libro es una alegoría sería como neutralizar todo lo que un poeta puede hacer con la poesía, como domesticar su carácter peligroso como sentenció Platón y la historia no ha dejado de recordarlo. La calle Mandelstam nos habla de lo real, no hay mediaciones posibles entre la vida de un poeta y ese hundimiento atroz en la suspensión de la muerte propia. Huenún lo dice abiertamente: Mandelstam es el desaparecido, el que no volvió, ese a quien le usurparon la muerte propia. En cualquier momento de la historia la calle Mandelstam puede ser, como efectivamente lo ha sido, la calle de los poetas. Es la calle que llevó a Ovidio a morir de pena en ese negro confín de un Imperio lejos de los suyos, es la calle que llevó hacia el paredón de fusilamiento de García Lorca o la que transitó por última vez Miguel Angel Bustos camino hacia la desaparición. La calle Mandelstam no es cualquier calle pero cualquier calle puede llegar a ser la calle Mandelstam. Y por cierto hay una presencia tutelar en este libro y es la de Nadiezhda, la viuda de Ossip Mandelstam, la que resguardó los poemas de su esposo de la confiscación stalinista en su propia memoria. Sin ella, a La calle Mandelstam le faltaría ese otro que vela por la memoria y se vuelve la llama encendida contra el olvido.