“Al compás de la rueda”, de Juan Colil, y el Oficio de Escritor
(Al compás de la rueda, Juan Ignacio Colil Abricot. Narrativa contemporánea, Das Kapital Ediciones,
marzo 2010. Diecisiete cuentos. 204 páginas).
Por Francisco Miranda
Daré inicio a esta intervención con un fragmento del cuento “Ventana”:
“Escuchamos unos golpes en la puerta. Nos quedamos paralizados, mirándonos en silencio. Ninguno de nosotros se atrevió a pronunciar palabra. Todo se resolvió en un rápido cruce de miradas. No teníamos alternativa. El viejo se desangraba en el baño, pero por lo menos permanecía callado. Dimos un rápido vistazo a nuestro alrededor. Algunos papeles desparramados por el suelo decían más de lo necesario. Los golpes volvieron a sonar en la puerta”.
Este es el inicio del relato que abre la “ventana” para acceder a este libro, “Al compás de la rueda”. Son tres jóvenes asaltando una agencia de viajes en busca de dólares, muchos dólares, montones de fajos de dólares. Han apuñalado al vigilante y alguien golpea a la puerta.
Tengo cuatro opciones, por lo menos, para abordar este libro. Como profesor de castellano, como crítico literario, como lector o como escritor. Puesto que, como dice el relato, “el viejo se desangraba en el baño, pero por lo menos permanecía callado”, dejaré de lado al profesor que me habita. Puesto que uno de los personajes es el especialista que abrirá la caja fuerte para obtener los papeles deseados, dejaré en la voz de la crítica literaria el papel de encontrar la combinación para abrir esta caja narrativa. A pesar de que necesariamente siempre seguiré siendo lector, me propongo abordar esta presentación desde el oficio de la escritura. Debo decir, sin ninguna sombra de duda, que lo haré desde la envidia, no desde la sana envidia, porque la envidia es una enfermedad que hay que tratar, y no se puede decir que sea sana. La libertad para disfrutar y conversar con estos cuentos desde la perspectiva del lector, la dejó en sus manos, que irán a su bolsillo a la búsqueda de los “dólares” y que, a la manera del personaje que golpea a la puerta, esperan que alguien los atienda…
Dos temporadas, al menos, dialogan en estos cuentos con meridiana nitidez. Dos temporadas y muchos lugares. Los ochenta (el pasado, la resistencia de la memoria) y la primera década del nuevo siglo, especialmente de las zonas no visibilizadas por ningún medio, lo invisible, (a modo de develar, “denunciar”, diríamos en los ochenta). La juventud y la adultez. Por lo mismo, nos encontramos con personajes veinteañeros y cuarentones.
La reconstrucción de un pasado, la década pesada, la época negada, ocultada y gris; los ochenta, con todo lo luminoso y vital, con todo lo oscuro y mortal que significa ese tiempo, vuelve a hacerse presente (desde una azotea en el Peda):
“Fue en aquella azotea en que comenzó y creo que concluyó todo”.
“Abajo el mundo transcurría en lo que a mí me parecía inercia, mediocridad, vulgaridad. Desde aquella azotea se tenía otra visión de los días”.
“Abajo los días transcurrían como solían hacerlo en una universidad bajo la dictadura. Marchas, protestas, ollas comunes, infiltrados políticos, jóvenes conscientes, profesores con pasado turbulento, estudiantes esforzados, amores en los jardines, canciones de Víctor Jara, guardias con lumas, radios, bigotes y un etcétera interminable”.
“Nunca nos sentimos mejores o superiores que el resto, sino simplemente que vivíamos en una franja angosta de realidad. Una franja que se manifestaba espacialmente en ese cuadrado que era la azotea. ¿Un punto de fuga?”. (Azotea)
Los espacios y lugares que se abren ante nuestra pantalla mental son múltiples y diversos: la memoria y la imaginación; la realidad y la ficción; la leyenda y la mentira, la universidad y el barrio o los barrios; la ciudad y el campo, el sur del país.
Juan Colil, a medida que nos cuentea, decide abrir las ventanas de su escritorio (el aposento) para que podamos ver su práctica de la escritura, o al menos, nos cuenta una historia de cómo aborda el ejercicio de escribir, de la manera en que asume, vive y enfrenta el oficio de escribir.
“Lo conocí hace varios años… pero nuestra amistad surgió cuando un día sin mayor aviso se sentó delante de mí y me pidió que escribiera su historia. Me dijo que él había tratado de escribirla varias veces, pero nunca quedaba conforme. Sé que tú escribes y necesito que me ayudes. Eso fue lo que me dijo y en ese momento me sentí un verdadero escritor… Cuéntame tu historia, le dije sin mucha fe”.
“Intenté escribir su historia durante mucho tiempo. Hice dos o tres ensayos que no me gustaron y a él tampoco. Pero eso no nos importó porque nos hicimos amigos o algo parecido”. (El amigo Marinao).
Destaco, con este fragmento, un primer valor, el de la escritura como medio de amistad, que deviene en conversa, en compañía, en caminar juntos, al menos una parte del trayecto de la vida, que es la escritura, la lectura. Pero la amistad que quiero destacar es la que se puede dar, o buscar con pasión, es la amistad entre literatura y realidad social.
Otro detalle expresado es el de ese intento de escribir la historia, que no es más que la práctica de re-escribir, una, dos, varias veces, pero nunca quedar conforme con el resultado y, por lo mismo, se insiste en el proceso, se persiste en escribir.
En el cuento “El amigo Marinao” sucede otro hecho significativo. En este relato se complementa la historia que da inicio a este libro “Ventana”. Juan Colil vuelve sobre sus escritos, vuelve sobre sus pasos, vuelve a sus cuentos y novelas, retomando, y sobre escribiendo, a veces desde otra perspectiva, desde otros personajes, en otros lugares, las mismas historias, a la manera de las obsesiones, de los temas reiterados, que no se agotan, porque contienen la vida en abundancia que se desea rescatar.
En cuatro relatos, Juan Colil aborda franca y directamente el tema de la práctica de la escritura. En “El oficio de escritor”, se nos muestran los orígenes del oficio que no son más que la amistad, la conversa, las lecturas…
“En aquel tiempo yo comenzaba a escribir mis primeros cuentos, y siendo franco, cada palabra que lograba llegar al papel me parecía un triunfo de la literatura”.
“Fue en esa época también que conocí a Orlando. Supe de manera casual que se dedicaba a la escritura”.
“Iniciamos una amistad centrada en las letras; hablábamos de…, todos escritores que yo conocía de nombre y que me vi obligado a leer para poder seguir a mi nuevo amigo en sus disquisiciones sobre los relatos… Me tuve que armar de valor y ganas, y lanzarme a leer cuentos, novelas y poemas para situarme a la altura que las circunstancias me exigían. No podía permitirme lugares comunes, juicios simplones. Fue una ardua tarea…
A pesar de ser una ardua tarea el inicio, también nos enteramos de un misterio clave entre los escritores:
“Meses más tarde me enteré, confesión inducida alcohol mediante, que mi amigo nunca había leído a nadie, quizás con esfuerzo los libros del colegio…. Contrario a lo que pudiera pensarse no me sentí engañado ni traicionado… Para él, el engaño no significó gran cosa, ya que no tuvo intenciones de embaucarme; fui yo el que se dejó llevar y quien construyó a partir de sus opiniones un edificio teórico cimentado en profundas y extensas lecturas imaginarias”.
Mismo, es la escritura, finalmente, lo que resulta ser lo más noble del oficio.
“Definitivamente en su biblioteca no estaba su tesoro. Este se encontraba en un baúl situado en un rincón de su habitación, en el que cada día depositaba algún escrito. Para él lo fundamental era su escritura. Podía pasar días enteros sentado frente a su vieja Olivetti…”
En otro cuento, “Encuentro en Tlaloc”, Colil aborda la reflexión en torno a la obra de un autor de culto, Painemal, un narrador mapuche avecindado desde pequeño en Santiago, y cuya fama por lo desconocido es un pretexto para rendir tributo, a la manera de un “cover”, que para los músicos resulta ser más práctico y posible, ya que se puede vivir, incluso, a expensas de la obra de otro, a la manera de Beatlmanía o Brian damaged (que tributa a Pink Floyd). Para un escritor el hacer un “cover” es un pecado de plagio lisa y llanamente. No es bien visto reproducir el escrito, una obra, o parte de ella, de otro, y decir que es uno el autor, ni siquiera el intérprete. No obstante, aunque es mal visto, sucede. Es solo una cuestión de actitud.
Ya lo vimos en el caso de “El amigo Marinao” quien relata una historia oral a un escritor. En este caso hay una entrega de uno al otro, del tipo obsequio. Te doy mi historia para que tú la escribas.
Las maneras para acceder a la escritura de otro, antes de su publicación, son muchas, accidentales o intencionadas. Si en “Encuentro en Tlaloc”, conocemos el robo o pérdida de una tesis referida a Painemal, y a su alter ego Marinao, en “La caída”, nos encontramos con el descubrimiento de la reseña de una obra original traducida por una mujer que ha muerto:
“La autora dice que no inventa historias, sino que trabaja con el inconsciente colectivo. De este modo su obra aparece como un recuento insólito, pero a la vez familiar, un registro personal y al mismo tiempo una fotografía...
Entonces, para modelar la hipótesis, puesto que el oficio de escribir o reescribir no nos asegura ninguna originalidad, la base de toda escritura está en la lectura de autores ignorados o desconocidos, o en el invento de un autor sin igual, a la manera de Morelli, en Cortázar, o el viejo Melquiades, de García Márquez, y dejarse influir o contaminar por esa escritura. O, desde otro lado, transformarse uno mismo en alter ego de uno mismo y desdoblarse en el ejercicio esquizofrénico de la literatura.
El cuarto relato es “Cuestión de actitud”, en donde vemos la opción menos reconocida y más repudiada: la apropiación de la escritura ajena (muerto el autor) y la publicación, fama incluida, a nombre propio. En este caso, un poeta menor y sin mucho talento, conoce a un gran poeta anónimo e inédito.
“Me había llamado la atención verlo siempre con libros. Supe que tenía un local de libros viejos en uno de aquellos vetustos y angostos pasajes perdidos en calle San Diego…
“Conversábamos de algunos autores, pero evidentemente sus conocimientos superaban todas mis lecturas.
El hombre ha muerto en su departamento. Los vecinos, invitados por el mal olor, irrumpen y descubre el cadáver sentado en un sillón frente a un aparato de televisión…
“En la confusión aproveché de hurgar entre los libros del difunto… En ese momento supe que el tipo era poeta. En una de sus estanterías había unos cuantos archivadores que contenían sus obras. Todos firmados con su nombre… Revisé rápidamente y elegí dos… Los guardé entre mis ropas y me uní al grupo que comentaba con estupor el hecho.
“Ese fue mi inicio real en la literatura”.
Y de ahí, la fama, la consagración, los viajes… estaban a un paso, y cómo solo es cuestión de actitud, el poeta emergente dio ese pequeño paso e inició un camino de escritor reconocido.
De este modo, a la manera de la película ¿Quién quiere ser John Malcovich?, diría que a través de este libro hay una invitación provocativa: ¿quién quiere ser Juan Colil? Y a través de sus ojos descubrir las historias y las vidas que él conoció, vivió, leyó o supo de oídas. Esta es la invitación a los lectores para que al leer este libro puedan sentir la emoción de Juan Colil al momento de escribir los cuentos que hacen parte de él. Sobre los demás relatos de este volumen, la invitación es a disfrutar de su lectura, y diré con palabras del propio Juan Colil:
“Además me interesa que sea ágil, que pueda interesar al lector desde el inicio y que se pueda conectar con todas las historias… No soy de los que buscan el final claro y abierto, prefiero que queden algunas dudas de forma de inquietar al lector. La historia nunca está del todo resuelta”.
A modo de concluir, porque ya va siendo el momento de terminar, Juan Colil te quiero dar las gracias por tu escritura. Me parece sólida, potente, inquietante, sugerente. Las historias me atraparon y me envolvieron; la práctica de lector activo me hizo sentir vivo de nuevo; viví la sorpresa y me emocioné; me entretuve y me contuve.
No te creo cuando intentas hacer creer que eres un plagiador; diría más bien que se trata de temas de la época que nos inundan a todos y que la cualidad de tu escritura es que los expresas de modo cabal y contundente. Lo que sí te creo son todas las mentiras que cuentas de manera convincente: Elvis cantando en el sur de Chile o Neil Armstrong (el astronauta) detenido en Santiago por toque de queda.
Me conmoví con la imagen ochentera de esa muchacha con la vista tapada en un auto policial, y deseo en lo más profundo que ella no haya muerto y que siga viva. Por último, decirte que nunca te vi en la azotea de biología, aunque debo ser sincero y reconocer que no subí todos los días.