"Al compás de la rueda". Juan Ignacio Colil. Das Kapital, 2010, 204 páginas.
Héroes y desencantados
Por Patricia Espinosa
Los relatos de Al compás de la rueda, de Juan Ignacio Colil, huelen a barrio viejo, nostalgia, pesadumbre y fundamentalmente miedo; ese tremendo miedo que puede venir tanto de los años dictatoriales como de las sorpresas que surgen en nuestra cotidianidad; un miedo instalado en individuos y en una ciudad que siempre parecen fantasmales. El peligro puede llevar a situaciones límites pero también desinflarse, quedar allí, como la escena de una película con final abierto; sin embargo, la perturbación queda y el “huele a peligro”, como dijo alguna vez Myriam Hernández, se nos pega en la cara y no hay forma de quitarlo.
Este libro de Colil nos expone un conjunto de seres agotados, personajes que se ven atrapados por un estado febril que los saca transitoriamente de su rutina. La mirada realista convencional se ve intervenida por deslizamientos hacia mundos paralelos, conciencias difusas, desajustes en la temporalidad y espejeos continuos. El viejo arte de narrar desde la simpleza es la marca distintiva de este autor que no duda en sacrificar la acción por configurar atmósferas de pesadumbre y por la configuración de perfiles, porque entra a los personajes y a los escenarios con trazo rápido y certero.
Las narraciones de este volumen tienden a privilegiar destellos de extrañeza en lo común y a recorrer un arco temporal que cubre desde la dictadura hasta la actualidad. Todo ello inserto en un continuum de temores diarios, reconocibles, y por una conciencia de lo irreversible de ciertas situaciones donde definitivamente no se puede hacer más que observar, como sucede con la imagen de una muchacha con los ojos vendados en un automóvil de la policía militar o de otra muchacha que cojea y desafía a la ciudad sitiada mientras guía a un nuevo militante a una casa secreta.
Entre la heroicidad y el desencanto: por allí va Colil, rescatando personajes de la marginalidad urbana, desatando los nudos de sujetos aparentemente menores pero que ocultan vidas complejas, abordando la soledad de habitar una urbe donde lo fortuito nace y muere allí. Así vemos un grupo de estudiantes que fuman en una azotea hasta que el azar los lleva a entrometerse en una red narco, o las vicisitudes de un hombre común enfrentado a una actriz porno que debe pernoctar en su casa por una noche. Son relatos donde el tono anecdótico, a veces hasta un tanto humorístico, se ve permeado por la rutina que inevitablemente resituará a cada uno de los personajes.
Colil es bueno para la sugerencia, porque tras la aparente simpleza sus relatos se convierten en una serpentinesca denuncia y a la vez nos entromete en los sinuosos corcoveos que delimitan nuestra modernidad; su escritura parece desligada de rimbombancia y estruendosidad; cada palabra de este libro no pareciera querer más que constatar que todavía es posible narrar desde cierto tono discreto pero no por ello poco profundo e inquietante.