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IMPUESTOS AL CORAZÓN
Presentación de DERECHOS DE PROPIEDAD de Juan José Podestá.

Por Gonzalo Abrigo



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Antes de dar otro paso quisiera prevenir: no sé si con el barbijo esto se va a entender o se oirá más bien un balbuceo que para nadie tendrá sentido. Me temo que la ocurrencia de esto último sea altamente probable. Aparte que están todos tan distantes, estos pliegos de plástico que nos separan, esta desconfianza instalada. Y pensar que la aplicación de moda hoy lleva un nombre que es la definición misma de la alteración de la distancia focal, es decir, la forma en que una cámara nos permite la proximidad instantánea o el apartamiento. Por mi parte creo que prefiero los planos fijos y abiertos, esos que algunos cineastas llaman de toma de establecimiento, donde siempre se nos ofrece el desahogo de un paisaje. En fin, era mi deber hacer el respectivo disclaimer antes que comiencen a cobrármela y yo de nervioso comience a toser, y ustedes de disimulo comiencen a reír, y a la salida todo esto pronto se vuelva de una trazabilidad imposible. Así que ahora sí, arrumbados en este curioso Café Pangolín, sin más rodeo ni vaquillas sacrificadas, podemos comenzar. En Derechos de propiedad, Juan José coloca de entrada una especie de advertencia que en buena medida cifra lo que está por venir, aunque este porvenir, me parece, ya palpite en su primer poemario, claro que de otro modo, con otro ritmo cardiaco, un modo que nos revela algunas claves. Creo que lo que hasta ahora ha movido la poesía de Podestá es el dinero. Esto que podría sonar a stand-up comedy es por el contrario una constatación más bien trágica que en último término se relaciona nada menos que con el problema del realismo y sus retóricas. No es el momento de ahondar demasiado en ello pero propondré el link más inmediato que aquí considero relevante. Para quienes leyeron alguna vez Novela negra, allí era el mundo del crimen fetichizado por las reglas de un género narrativo específico lo que vehiculizaba los textos, analogando crimen también a escritura, es decir el escritor como perpetrador, la escritura como movimiento que vulnera alguna ley. Bien sabemos que lo que suele estar en juego en el relato policial no es otra cosa que el dinero. Esto es algo que Ricardo Piglia analizó con astucia con respecto a la narrativa de Roberto Arlt y al policial mismo. El dinero es eso que echa carbón al género, pues sin su conciencia, debatida entre carencia y deseo, se extinguiría la trama. De manera que por la misma moneda podemos leer este nuevo libro de Juan José, es decir, sin dinero tampoco serían concebibles los textos que ahora presentamos, pues sobre aquello precisamente se nos llama la atención en el pórtico, siguiendo las ideas de un célebre economista alemán cuyo retrato a menudo podemos observar hoy en simpáticos memes: el dinero considerado como agente de separación. Ese rendimiento del dinero constituye la premisa de este poemario que, valido de sus propios recursos literario-financieros, da cuenta de una brecha crítica abierta dentro de un vínculo sentimental. Ya no entonces el mundo del delito o lo ilícito, sino que el espacio más bien legítimo de la performance de la pareja considerada como emprendimiento configurado por el capital: Así como/ el FMI puede matar/ a una moneda // una mañana dijiste/ no confiabas/ en la empresa. Se trata entonces de retratar la grieta íntima en términos del dramatis personae del gran teatro de la economía: allí se exhibe el capital en sus formas, mediante sus templos, sus oficinas, su objetualidad burocrática y modos de transar, así como en el desfile parlante de sus ideólogos y filósofos. Lugares, formas y nombres propios que en realidad constituyen un alfabeto y que encuentran en este libro una serie de correspondencias y analogías con ese otro silabario de los sentimientos: eso del amor no puede ser sino empresa, oficina, inversión, emprendimiento, política económica. Y esto que a primera vista puede resonar paródicamente, involucra antes, como sugería, una enorme desolación de fondo. Parafraseando la célebre frase de Brecht: ¿qué es separarse comparado con alguna vez haber decidido unirse? Como si la unión, presumida de un origen intocado, supuestamente extraño a la dinámica del mercado, implicase pronto la firma de contratos, la conformación de una matriz productiva, la inserción obligada no en la economía libidinal sino en la del capital. Solo a través del dinero, del cash, del efectivo, es posible la transmisión de lo afectivo: Siempre nos pagamos/el sueldo mínimo:// había que hacer/ de tripas corazón/ para que la firma sobreviviera. Podríamos afirmar que lo que ha hecho Juan José es desplazarse, para ponerlo en términos esquemáticos, desde una suerte de “realismo sucio” que impregnaba su primer libro, hacia otra clase de realismo, ese que Mark Fisher, el filósofo de moda, denominó como “realismo capitalista”, donde no queda ángulo que pueda sustraerse a la insidiosa colonia del valor y la plusvalía. Antes, entonces, el lugar tradicional fuera de la ley (el crimen, el delito); ahora, el marco de lo nominalmente legal (la pareja, la empresa amorosa): a ambos lados de la frontera es el mundo del capital (y no el crimen ni el romance) la auténtica musa. Pero además se trata aquí de enfrentar dos retóricas, de llevar el código a una zona donde siempre ha incubado, acaso desde sus comienzos aunque de manera camuflada, dulcemente disfrazada, el tópico del amor romántico como asunto dependiente de las leyes del mercado. O dicho de otro modo, ¿acaso es posible concebir que ese narcótico a los que de seguro vario/as hemos alguna vez sido adicta/os, sea capaz de escapar a la voluble racionalidad espolonada por el yuan o el dólar? Por supuesto que no, parecieran afirmar los textos de Juan José, ese narcótico es un commodity que se transa; habría cálculo en el noviazgo, hay libros contables para las entradas y salidas del melodrama, también el corazón debe pagar –amenazado por el fisco del desconsuelo– a tiempo sus impuestos. Esto se podría twittear: #el mercado rige el imperio de los sentimientos. Y entonces no hay imperio: si esa área supuestamente intransferible, sagrada, es patrullada por los ángeles de Nasdaq o Nikkei, quiere decir que el templo no posee sacralidad ninguna, pues es el capital el que lo ha fundado, desde sus planos mismos generados por AutoCAD, como profano. Sin embargo hecha la ley, hecha la trampa, porque aquello que el mercado invade en realidad no corresponde a otra cosa que a una retórica delimitada, aquella del amor burgués, monogámico (y por tanto infiel; “el clímax de la monogamia es la separación”, decía el psicoanalista Adam Phillips), ese bien suntuoso responsable con toda seguridad –vía coito y reproducción, matrimonio, divorcio, familia, uniones civiles–, de que cada uno de nosotros esté hoy aquí sentado en Café Pangolín, al borde de esta playa que tan brava se ha puesto. Recordemos que el obsoleto Engels lo diagnosticó: eso que llamamos proyecto parejístico no es otra cosa que una sociedad comercial alienada. En la misma onda siguieron, más tarde, algunos rostros de la escuela de Frankfurt. Y varias décadas después, hay un grupete considerable que parece comulgar con el eufemismo del amor líquido, donde lo que se ama cuando se ama no sería otra cosa que la satisfacción del placer individual. Estos Derechos de propiedad, y esto es interesante, me parece que asumen la decadencia de un modo particular de ligarse, pues el capital, en su ansia devoradora, no tiene otro destino que confesar, cuando se trata de estas joint ventures, en su reducto más íntimo, su propia impotencia desarrollista: en la cama yo era/algo así como bolivia // índices de alza escuetos/de golpe todo/ se venía a tierra. Tal grado de exposición, a su modo, torpedea las clásicas nociones de rendimiento y productividad tan caras a estas empresas de riesgo compartido, contribuyendo con su cuota al desmantelamiento de las retóricas en juego. Y a pesar de que los reajustes presupuestarios en ese sentido por suerte la cultura ya los ha venido considerando (tal como pronosticó Rilke, la reflexión feminista hoy lleva la vanguardia en eso de corregir los errores de la vida amorosa), aun la poesía chilena, a pesar de Bertoni, continúa adeudando bastante al respecto, especialmente cuando se trata de la máscara clásica de la primera persona que todavía destina presupuesto a la vigilancia de sus esquinas más vergonzantes pero que, puestas allí en el espejo deformante, siempre pueden invitar a quienes aun buscan libros de poesía a muy otras conversaciones. Por lo pronto, no haría mal Diario Financiero en reseñar este libro –cuyo título pudo ser Poemas neoliberales–, pues más de alguna lección podría ofrecer a la desesperación actual de jóvenes sub-gerentes o financistas que justo este año planeaban irse a vivir con sus parejas o hacer familia. Bromas que a veces gasta la fábula, no olvidemos que también existe un famoso Mark Fisher autor de best-sellers sobre cómo hacerse millonario. Y basta atender a sus títulos como para intuir que ambos, el filósofo y el charlatán, coinciden en un diagnóstico que el libro de Juan José nos devuelve como una cuenta corriente asediada por su saldo en contra: hoy el capital es responsable de nuestros sueños. Así las cosas, uno podría sumirse en la noche del insomnio eterno con tal de hacerle el quite a ese inmerecido descanso. Pero se me ocurre que pueden haber salidas mucho menos desgastantes, allende las benzodiazepinas. En el caso de quienes escriben, ya que estamos, escribir sin pensarlo dos veces; ni siquiera una. Escribir hasta conseguir lo impublicable.

Santiago, 2019 – La Serena, 2020.



 

 

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