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Poemas como libélulas:
sobre Insectario de Juan Pablo Piñeiro


Por Juan José Podestá


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En alguna de sus crónicas —y refiriendo a otra cosa—, el poeta Germán Carrasco consigna la diferencia en el mundo animal entre los conceptos de cripsis y mimetismo: la primera es la capacidad de un organismo de asemejarse al entorno donde vive y así pasar inadvertido para otros, mientras que el segundo consiste en que un ser vivo adopta características de otros de su entorno, para confundir a sus presas y/o depredadores. Un poco como la diferencia entre metáfora y metonimia: una es externa; la otra, interna. Hay mucho paño que cortar en esta línea de reflexión.

Insectario (El Cuervo editorial, 2022) del narrador, guionista y poeta boliviano Juan Pablo Piñeiro (1979) es un puro movimiento interno, sutil comunicación metonímica, mundo cerrado o gabinete propio. Y esto lo hace único.

Esta fuerza interna del texto, genera en el lector la impresión de estar leyendo a cada momento variaciones de un mismo poema: poemas como libélulas o termitas, diría alguien. Existen millones de tipos de insectos, pero al final uno se queda con una vibración, un leve sonido o chasquido, un sutil batir de alas o rumor ahogado proveniente de un exoesqueleto. Uno se queda con un ruido imposible en los oídos, que va desvaneciéndose: “En esta vida, un único segundo tiene pasado” (Zigóptera, Maestra fugaz, pág. 19).

El poemario está dividido en cinco partes: Larvas, Pupa, Subímago, Ímago, Invocación, cada una de las cuales hace referencia a las etapas en el desarrollo de un insecto, menos la última que es un poema que viene a reflexionar sobre todo lo escrito. En el extremo superior de las páginas y como enmarcando cada poema, aparece consignado el nombre científico de los insectos poetizados en el libro.

¿Cómo salir de este insectario, que sumerge al lector en un laberinto  imposible? No hay respuesta (ni salida), pero cada texto se convierte en el filamento de un organismo mayor, un gran poema-insecto que se revuelca sobre sí mismo y que de una extraña forma refleja al mundo y la naturaleza circundante, en una cripsis a gran escala que pretende remedar el entorno desde un lenguaje que a su vez, desea captar algo que de suyo se nos va: el universo de los insectos. El efímero e inacabable mundo de los bichos, como le llamaban nuestras abuelas.

Pero ¿de qué nos está hablando Juan Pablo Piñeiro? Obvio que de muchas cosas, pero creo intuir que, ante todo, nos habla justamente de los insectos. Pero los insectos no son solo insectos, son lenguaje, metáfora, también organismos biológicos frágiles y sutiles, despliegue material de la natura y representaciones simbólicas. El epígrafe del gran poeta Jaime Saenz ilumina: “El insecto, en cierto modo, es el creador del hombre, porque le da la piedad y la medida de su grandeza. Ama al insecto, ten fe en él y no le des muerte nunca. Es el espejo de tu propio ser. Ámalo en vida e inventa formas de tumba para él luego de su muerte”.

Piñeiro ha construido en este, su primer poemario, un universo clausurado, coherente, enigmático, sutil y extraño, acaso lejano y cercano a la vez, sorprendente e inquietante, con reglas propias: “No te fíes / de una larva, / menos / de una taturana. / Las huellas de su caminata / reventarán tus venas por dentro. / No te fíes del piojo, el ácaro o la pulga / ni de la araña o el tardígrado, / aunque no sean insectos. / No te fies ni siquiera / de la mosca, / la hormiga / o la polilla. / Nosotros no estamos aquí / para comunicarnos, / no queremos que nos entiendas. / Hazte cargo de tu mirada sin alas.” (Saturnídeos, “No te fíes”, pág. 38).


Sobre Juan Pablo Piñeiro: nació en La Paz, Bolivia. Publicó su primera novela en 2003, titulada Cuando Sara Chura despierte. Le siguieron Illimani Púrpura en 2010 y Manubiduyepe, en 2020. También publicó el libro de cuentos Serenata Cósmica, en 2013. Como guionista, ha escrito Sena Quina (2005), filmada por Paolo Agazzi y Hospital Obrero (2009) de Germán Monje. 

Verano 2022

 

 

 

 

Tineídos


Capa de polilla

Más allá de cualquier consideración,
siempre había soñado con ponerme una capa de polilla
en lugar de la cicatriz de mi espalda.
Debe ser porque hace años
el polvo de sus espíritus
calmó mis llagas
y un día
ya no quise matar insectos,
dejé de utilizar este remedio.

Pero, justo hoy en la madrugada,
antes de darme la vuelta para despertar,
un cosquilleo intenso
estaba transformando mi cuerpo.
Ni siquiera el sol había salido
y ya tenía una capa de polilla,
en el mismo lugar donde estaba la cicatriz
que partía en dos mi espalda.

Ahora puedo ir a donde quiera,
en menos de lo que canta un grillo,
aunque mi único plan,
por el momento,
es irme a tomar sol al cerro.

 

 

 

 



 

 

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