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Un estado de ánimo: sobre Bozal, de Juan Malebrán

Por Juan José Podestá



.. .. .. .. .. .


“Presidente Balmaceda,
no dejes que suceda este temor que siento”.
Inscripción en tumba del malogrado
Mandatario liberal
en el Cementerio General.

Terminar de leer Bozal (edición especial de Yerba Mala Cartonera, 2014), del poeta Juan Malebrán, es un ticket automático al desasosiego, al temor que uno tiene controlado y que conjura, por ejemplo, pidiéndole a Presidentes muertos que no dejen que suceda, que tome lugar en nuestras conciencias esa generalizada y leve forma de locura llamada angustia.

Lo anterior es válido para el lector, puesto que Malebrán logra hacerle frente de manera precisa, controlada -mínima incluso-, al horror vacui. En su libro, el iquiqueño radicado en Cochabamba exorciza -o pretende hacerlo- los fantasmas que nunca lo abandonan (también presentes en su primer poemario, Reproducción en curso): la figura de su fallecido padre, el alcohol, la enfermedad, la corrupción del cuerpo, los descampados, el desiertos, los desechos, la pobreza, los orinales, las drogas lícitas e ilícitas, los hospitales y la soledad.

Es raro, porque en los textos no está la idea de “escribir para sanar”, o poetizar para expoliar ciertos lugares oscuros de la biografía, sino al contrario: casi de forma explícita, el lector tiende a formarse la idea de que el autor pretende traspasar su opaca, decepcionada y radical forma de ver la vida. El truco está en que describe, incluso cuando pareciera que reflexiona: “No pasará demasiado / para que la fiebre te alcance y /ardan tus pies, igual que tu garganta / en la temperatura de una sala como ésta / a la espera que sea tu apellido quien te presente / como el próximo en el turno” (“Tendedero”).

La distancia con que Malebrán malabarea con sus temas preferidos es notable. La forma en que camina al borde de la colina desértica, casi un arte marcial. No hay espacio para la autocompasión o el resentimiento, desagradables amigos de ruta de la soledad. Hay fuerza, radicalidad, honestidad y trabajo.

Los veintiún textos de Bozal son, ante todo, un estado de ánimo, están impregnados de esa incomodidad que a ratos se deja caer hasta en las existencias más despreocupadas y leves (acaso las mejores). Por esto llama la atención el título. Es como si Malebrán dijera: “Quiero hablar más pero no puedo porque tengo un bozal” o “me pongo un bozal para simular que un aparato me impide decir más”; pero al final caemos en la cuenta de que es sólo un truco del hablante, porque en el papel está todo. Como cuando Charly nos canta: “No piensen que estoy loco, es sólo una manera de actuar”. Quizás, el bozal es el que el autor le entrega al lector para que se lo ponga y no ande vomitando sus miedos. Una forma de verlo también es ésta: bozal es el padre de Juan, que transita como fantasma por todo el libro (como fantasma y hombre de carne y hueso; que transita como personaje acreditado o polizón de varias estrofas), encauzando la voz del hablante en la dirección que desea: el padre, el tema del padre. Lo otro es que lo de bozal sea una ironía, y donde se pueda intuir bozal (nunca aparece escrita la palabra) debería intuirse desangramiento, mala conciencia que fluye, agua estancada en movimiento. En realidad, siempre se puede leer cualquier cosa: podríamos perdernos en torno a esta digresión.

Bozal: libro redondo, un estado de ánimo, un color opaco. Texto monocorde mas no monótono; prefiere la destreza de apretar pocas teclas en vez de armar un carnaval con casi nada (en buenahora).Opta por hipnotizar machacando en lo mismo, y no distraer con chaya y cotillón.

Yerba Mala Cartonera sólo publicó treinta ejemplares del libro, por lo que habrá que esperar un tiempo para que llegue a Chile, si llega. Por ello, y con permiso del autor, incluyo dos poemas de Bozal:

 

Salmuera

Sobra la confesión y
sin embargo, el coraje no alcanza
para arrancarnos de cuajo
la lengua que nos mantiene
balbuceando en el regazo de nosotros mismos,
al interior de una pieza reducida a un solo plato y
a una taza en la que lento se derrite el hielo.
Lejos la familia,
la porfía en lo cotidiano o
el dominó camino a casa
en el desvío de los feligreses.
Lejos como los callos endureciendo los codos
ahora que no hay barra
ni festejo posible
ni comensal que se encargue
de poner los fideos en el fuego.
Un estropajo por lengua
es lo que se tiene
como un nudo que se ciega y
se traba con el segundo vaso
asegurando la incontinencia y
el tiro al blanco en los urinarios.
Sobra la soledad crujiendo en este catre
las colillas, los algodones
las costras en las canillas y
sobre todo el rebote de la propia imagen
proyectándose apagada en la tele.

 

Malebrán

Esta suerte la define un apellido
que letra a letra se paga
como una deuda pactada
en la sed y el parentesco.
Un mismo hígado y
las ganas de lanzarlo
boca afuera, como se lanza
el asco cuando atora o
el chorro caliente contra el poste o
en los bordes de la mesa.
Malebrán te llaman en las cantinas
como a mí mismo siendo niño
paseando con la leche de la burra.
Porque de líquido en líquido nos gastamos
el medio siglo que nos corresponde.
Porque que nadie sale
tan fácil de esta -te digo-
Porque letra a letra nuestra deuda se paga
cada noche -peso a peso- en cada sorbo.



 



 

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